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domingo, 2 de enero de 2011

EL NOMBRE DE JESÚS


"Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno" (Luc, II, 21).
Los hebreos acostumbraban poner el nombre a las criaturas ocho días después del nacimiento, en la ceremonia llamada de la circuncisión, lo mismo que hacemos ahora en el santo bautismo. También le dieron un nombre al divino Niño y le llamaron Jesús, conforme lo había indicado el Arcángel San Gabriel a María cuando le anunció que iba a ser Madre del Redentor.
Jesús quiere decir Salvador. Y, efectivamente, el Hijo de Dios vino a la tierra para librar a los hombres de la esclavitud del demonio.
Veamos ahora cuan grande es este nombre y cuántos bienes proporciona a los hombres.

I.—La grandeza.
1. Comoquiera que Jesucristo no era solamente hombre, sino también Dios, no les correspondía a los hombres darle el nombre, y por eso se lo puso el Padre Eterno antes de que Jesús viniese al mundo, y lo comunicó a la Santísima Virgen por medio de un ángel.
El nombre de Jesús es grande porque encierra en sí el significado de la altísima misión que correspondía al Hijo de Dios, es decir, la salvación de todo el linaje humano.
2. Este nombre ya había sido figurado en el Antiguo Testamento, pues muchísimo antes hubo un gran caudillo elegido por Dios para asentar a su pueblo en la Tierra de Promisión. Este caudillo se llamó Josué, que quiere decir Jesús, hijo de Nave. Pero este caudillo no realizó el asentamiento del pueblo hebreo en su nueva patria —después de librarle de mil peligros— por su propia virtud, sino por la de Dios. Así, pues, el nombre de Jesús sólo le correspondía en sentido figurado, mientras que al Hijo de Dios le convenía real y propiamente, porque su oficio fue el de Salvador y Maestro. Jesucristo salvó a los hombres por su propia virtud, triunfando de la muerte y del infierno.
3. Los diversos títulos.—Jesús había sido anunciado muchos siglos antes con denominaciones que indicaban su grandeza. El profeta Isaías lo llamó el Admirable, el Consejero, el Dios, el Fuerte, el Padre del siglo futuro y el Príncipe de la paz (cfr. Is., IX, 6). Todos estos títulos están resumidos y comprendidos en el grande y sacrosanto nombre de Jesús o Salvador.
Nuestro Señor es: a) el Admirable, porque todo lo que realizó, su encarnación, su vida y su muerte, fue admirable; b) el Fuerte, porque para redimirnos hubo de luchar con las potencias infernales y vencerlas; c) el Dios, porque, de no serlo, no habría podido reparar nuestra ruina; d) el Consejero, porque su doctrina está llena de celestiales consejos; e) el Padre del siglo futuro, por la gracia que nos concede haciéndonos partícipes de su gloria; f) el Príncipe de la paz, porque nos reconcilió con su divino Padre y trajo la paz a la tierra. Era, pues, muy justo que el Hijo de Dios, vencedor de la muerte y del pecado, tuviese el dulcísimo nombre de Jesús, el cual, como dice San Pablo, no puede pronunciarse dignamente sin especial ayuda del Espíritu Santo: Nemo potest dicere: Dominus Iesus, nisi in Spiritu Sancto (1 Cor., XII, 3).

II.—Su poder.
1. El nombre de Jesús, además de grande, es también poderoso y lleva consigo auxilios, favores y bendiciones para todos los que lo pronuncian con reverencia.—En el Antiguo Testamento encontramos que quien invocaba el nombre de Dios recibía ayuda, fortaleza y ánimo. El joven David dio buena cuenta del gigante Goliat y puso en fuga a todo el ejército filisteo, valiéndose para ello de la invocación del santo nombre de Dios.
Después de la Redención, los que invocan el nombre de Jesús con fe y devoción obtienen la virtud de ahuyentar a los más terribles enemigos, como son el demonio, el mundo y la carne, y reciben ánimo y eficiente ayuda en los graves peligros a fin de poderlos superar (1) (2).
"Este nombre adorable —dice San Pablo— tiene un gran poder, tanto en la tierra como en el cielo y en el infierno, porque con sólo que se pronuncie doblan la rodilla los ángeles, los hombres y hasta los demonios: In nomine Iesu omne genu flectatur Coelestium, terrestrium et irfernorum." (Philipp., II, 10).
2. En la Sagrada Escritura se compara el nombre de Jesús al aceite derramado: Oleum effusum nomen tuum (Cant., I, 2).
Tres son las propiedades del aceite que se ajustan al santísimo nombre de Jesús, como observa San Bernardo:
a) El aceite da luz que alumbra. El nombre de Jesús iluminó el mundo. Antes de El por todas partes reinaban las tinieblas de la ignorancia y del error; mas, cuando por medio de la predicación se anunció a los pueblos el nombre de Jesús, se cambió la faz del universo. Con ese nombre llegó la luz de la verdad y de la sabiduría, y por eso dijo San Pablo a los recién convertidos : "Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz" (Ephes., V, 8) (3).
b) El aceite es alimento, y el nombre de Jesús es alimento para el alma, quita a los cristianos el hambre engañosa de los bienes terrenales y les suministra pensamientos celestiales.
c) El aceite sirve para las unciones y mitiga los dolores. El nombre de Jesús es medicina y bálsamo precioso que cura nuestras llagas morales y alivia los dolores que nos presenta la vida. Muchas son las tribulaciones que nos afligen en este mundo: pobreza, enfermedades, desgracias, persecuciones... Pero el nombre de Jesús tiene el gran poder de cambiar estas tribulaciones en alegría, como lo experimentó el Profeta, que dijo: "Yo siempre me alegraré en el Señor y me gozaré en el Dios de mi salvación" (Habac, III, 18).
He aquí un pasaje de los Hechos de los Apóstoles, que revela el gran poder del npmbre de Jesús:
"¡Levántate y anda!"—Pedro y Juan subieron a la hora de oración, que era la nona. Había un hombre tullido desde el seno de su madre, que traían y ponían cada día a la puerta del templo, llamada La Hermosa, para pedir limosna a los que entraban en él. Aquél, viendo a Pedro y a Juan que se disponían a entrar en el templo, extendió la mano pidiendo limosna. Pedro y Juan, fijando en él los ojos, le dijeron: "Míranos". El los miraba, esperando recibir de ellos alguna cosa. Pero Pedro le dijo: "No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy. ¡En nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda!". Y, tomándole de la diestra, le levantó y al punto sus pies y sus talones se consolidaron y de un brinco se puso en pie, y, comenzando a andar, entró con ellos en el templo saltando v brincando y alabando a Dios (Act., III, 1-8).
3. Todos tenemos necesidad de Jesús.—Cierto es que somos unos miserables y estamos llenos de pecados; pero, como nos dice San Juan, tenemos un gran Abogado ante el Padre celestial: a Jesucristo, que es justo y la propiciación por nuestros pecados: Advocatum habemus apud Patrem, Jesum Christum, iustum, et ipse est propitiatio pro peccatis nostris (1 Jo., II, 1-2).
Y en ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos: Nec aliud nomen est sub coelo datum hominibus, in quo oporteat nos salvos fieri (Act., IV, 12).
Por eso acostumbra la Iglesia a terminar todas sus oraciones con las palabras Per Dominum nostrum Iesum Christum, es decir, que eleva las preces al Eterno Padre en nombre de Jesucristo y por su mediación.
4. Así, pues, debemos invocarlo para recordar el precio infinito por el que fue redimida nuestra alma, ya que Jesús derramó por ella su preciosísima sangre. Tenemos que invocarlo para acrecentar en nosotros la estimación que debe merecernos el dulcísimo nombre de Jesús, para reparar los ultrajes que recibe de los malos cristianos que lo blasfeman, superando la malicia de los demonios del infierno. ¡Qué pecado más horrible es la blasfemia! ¡Y pensar que también hay chicos y jóvenes que cometen ese horrendo pecado! Los que tal hacen son hijos de Satanás y sufrirán la maldición de Dios juntamente con los castigos merecidos (4).
Los buenos cristianos sufren mucho cuando oyen profanar el dulce nombre de Jesús, y, en cambio, se alegran y regocijan pronunciándolo e invocándolo con fe y reverencia, ganándose de ese modo las bendiciones de Dios (5) (6).

Conclusión.—Venerad, amados hijos, el santísimo nombre de Jesús e invocadlo con gran confianza en todas vuestras necesidades. Cuando sentís necesidad de comer o precisáis alguna prenda de vestir, recurrís a vuestro padre o a vuestra madre. Para aprender, vais a la escuela. Si alguien quiere robaros o pegaros, se lo decís a los guardias. ¿Por qué no recurrir a Jesús en todas vuestras necesidades espirituales y temporales?
Invocad a Jesús en las tentaciones, y El os ayudará a no caer en pecado. Invocad al Señor en vuestros trabajos y estudios, y El os iluminará y dirigirá. Invocad a Jesús cuando estéis coléricos o impacientes, y El os proporcionará la calma. Invocadlo en las enfermedades, tribulaciones y miserias, y El os consolará. Acordaos que cuando se invoca a Jesús los ángeles saltan de gozo, los hombres cobran ánimo y fortaleza, y los demonios tiemblan y huyen despavoridos. Si invocáis con frecuencia a Jesús durante vuestra vida, también lo invocaréis en el momento de vuestra muerte y os salvaréis.

EJEMPLOS
(1) Poder del nombre de Jesús.— Una gran victoria militar. — Otaquer, rey de Bohemia (+ 1278), no quería reconocer a Rodolfo de Habsburgo como legítimo emperador de Alemania, por lo que Rodolfo tuvo que guerrear con él. Pero se encontró con un ejército cuatro veces superior al suyo. Sin embargo, el emperador, que era un hombre piadoso y confiaba mucho en el Señor, no se desalentó y mandó a sus soldados que entraran en combate cantando un himno de loa a la Santísima Virgen. Después ordenó el asalto a las líneas enemigas al grito de "¡Viva Jesucristo!", mientras que los checos lo hacían al de "¡Praga!" Las huestes de Rodolfo obtuvieron una victoria rotunda y Otaquer perdió la vida en aquella acción el 26 de agosto de 1278.
(2) "¡Jesús te guarde!"—La mujer de un guardavía tenía la costumbre de despedirse de su marido, cada vez que éste salía de casa, diciéndole: "¡Jesús te guarde!" Una noche el guardavía no volvía a su casa, y, cuando debía pasar el expreso Hamburgo-París, corrió la mujer para hacer la señal de parada. Detúvose el tren de repente y el maquinista saltó al suelo con una linterna para ver qué sucedía, y pronto quedó sorprendido viendo al guardavía, atado y amordazado, tendido sobre los rieles a unos metros de la máquina. Inmediatamente lo soltó y el expreso reanudó la marcha. Luego se supo que el infeliz guardavía había sido secuestrado por unos salteadores de caminos, que lo pusieron de la forma que hemos indicado para que lo aplastase el tren. Pero Dios veló por él y no permitió tan horrenda desgracia. Ahí tenéis lo que le valió al guardavía el saludo de "¡Jesús te guarde!" con que le había despedido por la tarde su mujer.
(3) Luz que alumbra.— Un apóstol del dulce nombre de Jesús.— San Bernardino de Siena fue desde temprana edad muy virtuoso y ejemplar. De mayor se hizo franciscano y predicó con celo apostólico en muchas ciudades para convertir a la gente y reformar sus costumbres. En su boca y corazón tenía de continuo el dulce nombre de Jesús, y así convirtió a muchos pecadores que se decidían a hacer penitencia y enmendar su vida. Por iniciativa suya, en las paredes de muchos palacios de Italia apareció esculpido el santo nombre del Salvador.
(4) ¡Ay de los blasfemos!Tremenda lección.—En una taberna de un pueblo alsaciano se hallaba cierto día del año 1901, en compañía de otros amigotes suyos, un hombre llamado Dan, que no paraba de blasfemar de Jesucristo. Después de beberse algunas copas de aguardiente pidió otra, añadiendo: "¡Y que el diablo me lleve!" El tabernero le dijo que no tenía por qué mencionar al diablo, puesto que él le hubiera servido igualmente la copa que pedía. A esto replicó Dan: "¡Bah! ¡El diablo no existe! Y si existe, ¡ que me lleve ahora mismo con él!" Apenas terminadas de decir estas palabras, el desgraciado cayó al suelo hecho cadáver.
(5) El nombre de Jesús invocado como saludo.—El poeta Klopstock. — El célebre poeta alemán Federico Klopstock (+ 1803), durante un viaje que hizo a Suiza oyó que todos le saludaban diciéndole: "¡Alabado sea Jesucristo!" El no sabía que estas palabras constituyesen el saludo acostumbrado de aquellas buenas gentes, y se quedaba sin saber qué contestar; pero la cosa le sorprendió muy gratamente. Más tarde, pensando en ello, se extrañaba de que no se le hubiese ocurrido la respuesta natural: "¡Sea por siempre bendito y alabado!" En una carta que dirigió a otro poeta amigo suyo, le decía: "Aquel saludo me pareció tan bello y oportuno para todos los cristianos, que desearía oírlo repetir en toda circunstancia y por doquier."
¡Y eso que Klopstock era un pastor protestante!
(6) Las Últimas palabras: "¡Alabado sea Jesucristo!" — En el hospital de Bonn (ciudad alemana a orillas del Rhin) había un enfermo con un cáncer en la lengua, cuyo miembro era preciso cortar para salvar la vida del paciente. El cirujano que debía practicar la operación sentía muchísimo que el enfermo tuviese que perder el habla, y le dijo: "Amigo, dentro de poco quedará usted mudo para toda su vida. Si algo importante tiene que decir, hable ahora por última vez." El hombre reflexionó unos instantes y luego exclamó en voz alta: "¡Alabado sea Jesucristo!" Estas palabras no pudieron por menos que conmover a todos los que estaban presentes.

G. Montarino
MANNA PARVULORUM

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