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jueves, 20 de enero de 2011

Lo que hizo San Vicente Ferrer en Perpiñán


Una de las tierras en que más resplandecieron la santidad y las letras de san Vicente es en la villa de Perpiñán, del Obispado de Elna. Porque estuvo allí muchas veces y todas ellas obró por él nuestro Señor grandes maravillas, de las cuales contaremos aquí algunas, aunque volvamos algunas más a otras del tiempo al cual habemos ya llegado, que es la deposición o desautorizamiento de Don Pedro de Luna.
Mientras celebraban algunos cardenales en Pisa un Concilio, celebró Benedicto en Perpiñán una general congregación o, como él la llamaba, Concilio de los prelados de su obediencia. Escribe Zurita que se hallaron en aquella sazón en Perpiñán algunos cardenales y ciento veinte prelados, los cuales eran de los reinos de Aragón y de Castilla y de los condados de Armenach, Fox, Saboya, Lorena y Provenza.
Predicó San Vicente muchas veces durante el Concilio, y no todas en romance, sino también en latín. No porque él tuviese necesidad de aprovecharse de la lengua latina para ser entendido de los castellanos y saboyanos y de los otros extranjeros que habían concurrido, sino porque es muy recibida costumbre y forma en los Concilios de la Iglesia occidental predicar en lengua latina. Para remedio del daño que toda España recibía entonces de los muchos judíos que había, acabó San Vicente con Benedicto que hiciese una Constitución, por la cual mandase hacer cada año cuatro solemnes sermones a los cuales fuesen obligados a acudir todos los judiós y judias. Aquellos días acaeció una cosa muy notanable. Cuando el Santo estuvo en Lombardía, acudió a sus sermones cierto ermitaño que decia mal de él todas las veces que podia. Pero reprendiéndole una vez algunas buenas personas por ello, respondió muy airado: Vosotros estáis muy satisfechos
de este fray Vicente; pues entended que le hago yo gran ventaja. Luego se hizo invisible. Estando, pues, Benedicto en la junta de que vamos hablando, uno de Los compañeros del Santo vio al mesmo ermitaño que iba cabe el Benedicto e hizo ademán como que le quería acusar. Pero díjole el ermitaño: Calla, traidor, calla, y verás maravillas, y yo voy a tal abadia, y nombró a un solemne monasterio de Cataluña. Dicho esto, desapareció otra vez. No se supo determinadamente si aquel ermitaño era algún nigromántico o el verdadero demonio, aunque luego vino nueva a Benedicto cómo el diablo había ahogado al prior de aquella abadia.
En el año de 1412 volvió a Perpiñán, y entre otras personas que convirtió hubo un hombre llamado Borcoll, que traía una vida deshonestísima. Convirtióse tan de veras, que no se contentó con disciplinarse crudamente y afligir el cuerpo con ayunos, como los otros discípulos del Santo solian, sino que, siguiendo el consejo del Redentor en el Evangelio, vendió su patrimonio, que era muy grueso, y repartido que lo hubo entre los pobres y obras pías, se fué a una ermita donde en santa pobreza, que tiene el primer lugar entre las bienaventuranzas del Evangelio, acabó su vida y se fué a reinar.
En el año 1415 volvió otra vez a Perpiñán e hizo lo que en el capítulo pasado dijimos y otras muchas cosas. Por mandato del rey don Fernando venían a los sermones del Santo todos los judíos y judías de doce o catorce años arriba, en compañía de uno o dos alguaciles reales, y sentábanse cabe el pulpito para que nadie les molestase, donde cuenta el proceso que, después de haber alegado en latín algún paso de la Escritura, enderezando las palabras a los judíos, decía: Y esto mesmo dice la Escritura que vosotros tenéis en hebreo de esta manera.
Y alegaba el texto hebreo, como está en la misma Biblia originalmente. Mas predicando una vez en el convento de su Orden, vino a alegar en hebreo un lugar de la Escritura con el cual manifiestamente veía que los judíos iban errados. Y ansí dijo que se maravillaba mucho que los rabinos no diesen en la cuenta de su yerro. A deshora, tres o cuatro de ellos, no pudiendo sufrir la reprensión del Santo, se levantaron en pie diciendo que ellos entendían muy bien la sagrada Escritura, y no él, pues la alegaba tan mal. No falta quien diga que para que hiciesen esto los judíos los corrompieron con dádivas algunos enemigos del Santo, que se carcomían de verle tan estimado. Levantóse con esto entre la gente tan gran ruido que el Santo hubo de valerse de los oficiales reales para hacerla callar.
Y cuando ya estuvieron todos sosegados, dijo el Santo a los judíos: Hermanos, venid esta tarde o mañana a nuestra celda y os haré entender que yo estoy en el caso y que vosotros andáis muy lejos de la verdad. Con esto prosiguió su sermón, el cual acabado fuéronse los judíos al retraimiento del Santo y allí les convenció eficazmente. De allí a tres días, predicando en el mesmo lugar, teniendo cuenta más con la honra de Jesucristo que de su propia reputación, dijo a la gente que allí se halló: Ya os acordaréis de lo que pasó el otro día entre mí y los judíos; pues sabed que están convencidos y conceden ser verdad lo que yo prediqué. ¿Es ansí, judíos? Respondieron los rabines: Sí, padre, que vos predicasteis verdad, y nosotros íbamos muy descaminados. Y por tanto os rogamos que nos perdonéis y no miréis a nuestro atrevimiento. Perdonólos de buena gana el Santo, y algunos de ellos se convirtieron. No sólo los rabines, mas casi todos los judíos de Perpiñán convirtió el Santo, asi hombres como mujeres, grandes y pequeños, que por todos eran sesenta casas, algunos de los cuales no se contentaron con hacerse cristianos, sino que se fueron también en pos del Santo hasta Tolosa, y las gentes decían: Veis aquí los judíos que el maestro convirtió en Perpiñán.
Predicaba cada día dos veces en la villa, y una tarde quiso predicar en el monasterio de las monjas franciscanas a ellas solas, porque ya dijimos arriba que cuando el Santo había de reprender a los eclesiásticos, no quería que legos lo oyesen. Llegando a la casa, vio tanta gente que le estaba esperando para oírle que no pudo entrar dentro del claustro de las monjas, lo cual entonces no estaba tan defendido y prohibido como ahora, porque por ventura aquellas madres eran claustrales. Subiose entonces en el pulpito de la iglesia para poder ser oído y dijo a las gentes: Hermanos, ruego que os vayáis, porque querría predicar a las monjas sin tantos testigos. Pero ellos, como deseaban extrañamente oírle, no quisieron dejar su lugar, y ansí él hubo de predicarles de otra materia no pensada, con lo cual quedaron todos maravillados de ver cuan presto había hecho un sermón tan a propósito. Con este y otros sermones del Santo cesaron algunos bandos que había entre la gente de aquella Villa, y los logreros restituyeron lo mal ganado, y muchos estudiantes revoltosos y malos se mudaron totalmente, dándose de veras a cosas de devoción y disciplinándose en las procesiones que se hacían a las tardes. En especial convirtió a la reina Doña Margarita II, mujer que fué del rey don Martín, y la hizo llorar amargamente, porque el Santo, predicando en el castillo de Perpiñán. dijo que ella tenía gran culpa en la pertinacia de Pedro de Luna, porque en tiempos pasados ella negoció con su marido que le reconociese por Papa o, a lo menos, que perseverase en su obediencia; con lo cual el sobredicho Benedicto se había ensoberbecido tanto, que no quería reconocer su pecado. Quedó tan amedrantada de eso la reina, que no solo hizo penitencia particular de sus culpas, mas de allí a algunos años se metió monja en Valldoncellas, cerca de Barcelona.
En la mesma villa echó el demonio de una pobre mujer que, a lo que parece, estaba loca de amores de un estudiante.
Con el trabajo continuo de predicar y con las muchas abstinencias y maltratamientos de su cuerpo, vino el Santo a enfermar gravemente en la celda del maestro fray Teobaldo Durant, y viniéndole a visitar un famoso médico, llamado Francisco Genis, hízole el padre fray Vicente muchas gracias por su buena voluntad; pero díjole que no tenía necesidad de sus medicinas, porque el supremo médico de todas las enfermedades, asi espirituales como corporales, le había aparecido la noche antes y le había dicho que el jueves siguiente predicaría. Esto pasó un lunes, y luego, venido el jueves, predicó, y vieron todos que estaba muy sano. Tomó por tema en aquel sermón: Ossa árida, audite verbum Dei. Y dijo públicamente que el benditísimo Señor Jesucristo le había aparecido en su enfermedad y le había dicho que no moriría en Perpiñán, ni sería sepultado allí, sino que aún había de ir por otras muchas tierras y hacer gran fruto. Otras profecías dijo allí sin ésta, las cuales todas se cumplieron a su tiempo, según se refiere en el proceso.
Fray Justiniano Antist O.P.
B.A.C.

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