Entre los muchos problemas referentes a la cirugía que dominan esta materia, está el hecho de que en el ejercicio de esta profesión, se tiene entre las manos y bajo los instrumentos a personas humanas, cuyo cuerpo viviente es digno de todo respeto y tiene derecho a todos los cuidados. Aun cuando la vida no sé halla en juego, el cirujano dispone y está plenamente convencido de dos cosas: la integridad del cuerpo y la misteriosa realidad del sufrimiento humano.
En virtud de esta íntima convicción, el cirujano se sujeta a un estudio serio y constante a fin de estar exactamente informado del progreso de las ciencias anatómicas y biológicas, de los métodos quirúrgicos, que incesantemente se renuevan y se perfeccionan con muchas ventajas ciertamente, pero también con riesgos. Para esto sirven la lectura de libros y revistas, las conferencias, los congresos, el todo, unido a la práctica asidua de la cirugía, en la cual se atesoran los resultados de la propia experiencia, enriquecida con las observaciones cambiadas con los colegas.
Pero el simple estudio teórico, por intenso que sea, no es suficiente, si no se le añade otro trabajo, también perseverante y continuo, trabajo profundo de formación y adiestramiento profesional, con el ejercicio de las facultades intelectuales, de las cualidades morales, psicológicas, de las aptitudes físicas, de los sentidos y del tacto. De todo esto se tiene necesidad, antes y durante el curso de la intervención quirúrgica.
1) Antes de la intervención.—La responsabilidad de la determinación que hay que tomar, es grave. ¿Los recursos de la medicina han sido todos experimentados? ¿todos aquellos que parecían ser los más eficaces? ¿la operación es necesaria? ¿qué peligros presenta? ¿pero también por otra parte, a qué se expondría absteniéndose? Aún más: ¿El momento es oportuno? ¿Es conveniente diferir, o por el contrario es necesario obrar rápidamente? ¿Correr los riesgos de la urgencia o bien los de la espera? ¿Qué conducta hay que seguir referente a las consultas de los médicos de cabecera? Cada uno, tiene una palabra que decir, sobre todo, en caso de problemas complejos; los pareceres pueden estar en desacuerdo y entonces, cada uno al sostener su propia opinión puede darse cuenta, de los fundamentos de las razones de los otros. Una vez que todo ha sido bien considerado, (comprendido el carácter moral del acto), el cirujano no debe vacilar. Pero aun después de haber formado concienzuda y debidamente su juicio, le queda aún un oficio bastante delicado que cumplir. Sin duda es su obligación dar a conocer la utilidad o la necesidad de la operación, como también indicar las incertitudes existentes: ¿pero hasta qué punto debe él sugerir simplemente o bien aconsejar e insistir con el enfermo y la familia? ¿Cómo iluminarlos lealmente, usando al mismo tiempo miramientos y respetando su libertad?
Otros casos se presentan, no queremos decir más embarazosos, porque el deber es claro, pero sí más dolorosos a causa de las trágicas consecuencias que tal vez se derivarán de la observación del deber. Son los casos, en los cuales la ley moral impone su veto. Si se tratase solamente del cirujano no le sería difícil cerrar los oídos a las sugestiones de una pidedad mal entendida, y de dar la prioridad a la razón, sobre la sensibilidad. Cuántas veces convendrá actuar contra las pretensiones de un vulgar interés, de una pasión inexcusable o bien contra las angustias comprensibles del amor conyugal o paternal. Y sin embargo, el principio es inviolable.
Dios sólo es Señor de la vida y de la integridad del hombre, de sus miembros, de sus órganos, de sus potencias, particularmente de aquellas que lo asocian a la obra creadora. Ni los padres, ni el esposo, ni el interesado mismo, puede disponer libremente. Si es reprobable mutilar a un hombre, aun bajo su propia e insistente petición, a fin de sustraerlo al deber de combatir por la defensa de la patria, o de matar a un inocente para salvar a otro, no es menos ilícito, aunque sea para salvar a la madre ocasionar directamente la muerte de un pequeño ser, llamado, si no para la vida de aquí, al menos para la futura, a un alto y sublime destino; o bien esterilizar mediante una operación que ningún motivo justifica, las fuentes de la vida. No es lícito poner en peligro la vida —suprimirla, jamás— sino solamente con la esperanza de alcanzar un bien precioso o bien para salvarla o prolongarla.
2) Durante la intervención. — El quirófano, bonito, aereado, provisto de lámparas, está listo. El examen preventivo del paciente, hecho con todo cuidado: la esterilización de los instrumentos y de las manos del cirujano y de los asistentes, perfecta; la anestesia o la analgesia, la preparación de la piel del paciente, efectuada. He aquí pues, que ahora se inclina sobre la mesa de operaciones, donde yace el enfermo. El cirujano sabe que ya no es como en otros momentos, el anatomista de la sala de disecciones, el virtuoso del escalpelo, si no un hombre frente a un hombre, que se ha confiado enteramente a él.
Este drama íntimo en el fondo del alma, se renueva cada día y tal vez varias veces al día, con mayor o menor intensidad; drama que a la larga agotará a un hombre de conciencia y de corazón, pero que da a la profesión un carácter sagrado.
Y mientras Nosotros rogamos para que las más abundantes gracias celestiales desciendan sobre vosotros y os asistan en todas vuestras intervenciones, con efusión del corazón impartimos a vosotros, a vuestras familias, y a cuantos os son estimados, nuestra Bendición Apostólica. 1
1 Discurso a los Cirujanos, 21 de mayo de 1948.
S. S. Pío XII
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