Consejos de higiene diocesanos y parroquiales
La administración diocesana necesita resolver a menudo importantes problemas de higiene; ya se trate de cuestiones médicas, que corresponden a las organizaciones eclesiásticas (culto, obras, conventos, etc.), ya se trate de la aplicación de las leyes médico-sociales en los establecimientos religiosos, muchas veces es indispensable un consejo técnico. Otras veces, siendo el médico omni-práctico y la higiene menos compleja y menos sujeta a prescripciones legales, las autoridades eclesiásticas se aconsejan con el médico con quien se hallan habitual o incidentalmente en relación. El médico episcopal es el gran consejero de higiene.
La evolución de la medicina, que impide ya a un solo médico poseer un conocimiento profundo de todas las ramas, la especialización de los médicos en partes determinadas del arte médico que resulta de esta condición, la multiplicidad de las prescripciones y exigencias administrativas, hacen que sea en absoluto insuficiente el sistema aludido. Y más todavía por el hecho de que las leyes sobre higiene casi siempre no son suavizadas o refrenadas en sus imposiciones exageradas, más que por la consideración de organizaciones existentes. Allí donde no hay nada, se construye sin cuidado mayor de cualquier contingencia; donde hay algo, lo toman más o menos en cuenta. De manera que si las organizaciones católicas quieren conservar alguna independencia en la materia, no sólo hay que ocuparse de la ejecución de lo que es legal, sino prever lo que podrá ser legal y demostrar con una realización anticipada, conforme a los principios católicos, que deben apreciarse, respetarse y hacerse posibles algunas modalidades no encaradas por el legislador. Es necesaria, pues, una colaboración entre personas que tengan campos de actividad distintos, para permitir consejos y sugestiones que no estén limitadas por un solo punto de vista.
Pero existen cuestiones médicas que interesan la vida y la actividad religiosa y que no llegan a la decisión de la autoridad episcopal, como lo consigna el Dr. Mayet al proponer la creación del Comité Central Parroquial de higiene social:
"Allí, y sólo allí —dice— bajo la presidencia del párroco, rodeado de competencias científicas y caritativas, se organizará realmente la obra de higiene social de los católicos. El Comité establecerá vínculos preciosos entre todas las manifestaciones de asistencia y de higiene, que cada vez más tiende a gravitar alrededor del centro parroquial: dispensarios con consultorios prenatales, consultorios de alimentación, copas de leche, atención médica y quirúrgica, conferencias de higiene social, cinematógrafo social, lucha contra los terribles azotes del alcoholismo y la tuberculosis, preventorios, colonias de vacaciones, orientación profesional, etcétera."
Inspección médica en las escuelas
En los establecimientos particulares el riesgo moral es menor: muchos hacen realizar el examen periódico por el médico familiar y limitan la acción del inspector oficial a los casos en que el escolar no haya sido visitado privadamente. Además casi todos poseen su médico interno.
Los locales escolares. — Las autoridades eclesiásticas dejen consultar a menudo al médico acerca de las medidas de higiene que haya que tomar en los locales escolares. Lo primero que necesita evidentemente el médico es el conocimiento de las leyes y reglamentos; luego, en la medida en que esas disposiciones dejan libre campo a la iniciativa, sabrá proponer las disposiciones más ventajosas tanto desde el punto de vista de la higiene, como del de la religión. Así, por ejemplo, la transformación de los grandes dormitorios en habitaciones separadas, arregladas y amuebladas en forma que cada alumno pueda j
proceder a su completa higienización, ha sido reclamada por muchos higienistas y merece llevarse a la práctica. Seguramente, a veces el aumento de los gastos y las dificultades de la vigilancia la desaconsejan. Los "boxes" que se usan en los hospitales modernos o cortinados metálicos o de madera, blanqueados a menudo, permitirían el aislamiento deseado por la higiene y la moral, sin excesivo gasto. La vigilancia sería facilitada ubicando el cuarto del preceptor en el centro y sobreelevado.
proceder a su completa higienización, ha sido reclamada por muchos higienistas y merece llevarse a la práctica. Seguramente, a veces el aumento de los gastos y las dificultades de la vigilancia la desaconsejan. Los "boxes" que se usan en los hospitales modernos o cortinados metálicos o de madera, blanqueados a menudo, permitirían el aislamiento deseado por la higiene y la moral, sin excesivo gasto. La vigilancia sería facilitada ubicando el cuarto del preceptor en el centro y sobreelevado.
Programas. — El médico debe preocuparse de los horarios de clase, pero si deben llevarse a cabo reducciones de cualquier naturaleza, el médico católico ha de recordar que sería un error permitirlas sobre el tiempo dedicado a la instrucción religiosa, donde se imparte. "Una firme instrucción religiosa —dije el Dr. Pointe en su "Higiene de los Colegios"— es necesaria tanto en interés de la salud como en el de las buenas costumbres". También el Dr. Gouraud afirma: "Ninguna doctrina como la cristiana está mejor hecha para conservar la armonía de la vida en sus diversas manifestaciones, para evitar las causas de las enfermedades y para atenuar con la caridad las que están fuera de nosotros".
Unas cuantas nociones más o menos en una materia cualquiera del programa, tienen solamente una importancia relativa aun desde el punto de Vista de los exámenes, mientras que una laguna análoga en los conocimientos religiosos puede ser la ruina moral y física de toda una vida. A menudo ciertos educadores, hasta religiosos, no comprenden esta importancia total de la vida cristiana y el curso de religión se considera como un suplemento, un accesorio; otros tienen cierta timidez, temen que la importancia que ellos dan a la instrucción religiosa, les venga de una suerte de desviación del espíritu profesional y están dispuestos fácilmente a inclinarse a las propuestas de los padres, que desean que su hijo no sea recargado de trabajo intelectual y solicitan la dispensa del curso de religión. El médico debe afirmar o iluminar esas almas y demostrarles, que en nombre de la higiene, la religión debe tener el primer lugar en la instrucción de los niños, cuando no basta el buen sentido para colocarla en ese lugar.
Niños retardados y anormales
El médico católico debe saber dedicarse con cuidado especial a los niños retardados y anormales. Demasiado a menudo se abandonan estos desdichados a su suerte, dejándolos sin ocupación u ocupándolos en quehaceres que embrutecen. También en algunos casos se insiste en hacerlos seguir ciertas clases de las que no pueden aprovechar. Desanimados por la inutilidad de sus esfuerzos, los reproches de maestros y padres, las bromas de los condiscípulos, se resignan a ser siempre los últimos y se hunden en la inercia.
El médico debe esforzarse en descubrir esos casos desde la infancia entre su clientela, porque tratamientos juiciosos y adecuados pueden modificar la evolución anormal, si se interviene a tiempo; sobre todo la aplicación a esos niños pequeñitos de ciertos métodos pedagógicos y su colocación en establecimientos apropiados, pueden dar resultados muy interesantes.
Sin duda, se trata de dar a esos niños un desarrollo físico lo más próximo al normal que sea posible, para hacerlos aptos a una vida conveniente en sus aspectos materiales y sociales; más el médico católico no debe olvidar la vida de esos niños, porque los resultados intelectivos obtenidos en ellos benefician sus almas. Hay que recordar también que la educación religiosa (aunque reducida por su estado psíquico) que puedan recibir en esas casas religiosas, los ayudará de dos maneras: por una parte, mediante las razones de inhibición de sus instintos malos y los estímulos a sus buenas tendencias, que les da la religión; por otra parte, por el socorro espiritual y corporal que brindan los Sacramentos.
Como decía Adolfo Guillot, citado por el Dr. Dauchez, "el niño culpable es muy otra cosa que un ser inferior dedicado al crimen por la voluntad de la naturaleza, puesto que por la fuerza del arrepentimiento puede llegar a ser un santo. El crimen no es ya más una fatalidad atávica o una deformación insanable, porque se hallan hombres que por su fuerza de voluntad llegan a elevarse desde el fondo del abismo hasta la perfección más alta".
Por eso es un grave error decir, como se oye a menudo, que al fin de cuentas, no tiene importancia colocar a un niño en un establecimiento ateo, protestante o judío; porque su inteligencia no es susceptible de recibir allí ninguna influencia, del mismo modo que no puede comprender una instrucción católica. Por el contrario, cuanto más han caído esos niños, tanto más hay que esforzarse para sacarlos de sus tinieblas o de sus tendencias viciosas, y afortunadamente la psicoterapia religiosa, por la gracia del Señor, es por cierto el agente más poderoso. El médico católico, pues, debe saber aconsejar a las familias en forma apropiada.
Pero es también necesario que el médico católico aconseje a las organizaciones religiosas consagradas a los niños anormales, para realizar una aplicación perfecta de las indicaciones médicas y pedagógicas modernas. Esos establecimientos no deben ser simples encierros, sino verdaderas obras de reeducación. Finalmente, el médico católico debe saber sugerir a las autoridades religiosas las nuevas creaciones útiles en esta materia, ya sea para recibir a ciertas categorías de niños, ya sea para formar al personal reeducador.
Niños delicados
Se trata de agrupar en clases o colegios especiales a los niños, que sin ser ni retardados mentales, ni anormales, por su escasa salud no pueden adaptarse al programa común. Pueden hacer intelectualmente sus estudios normales, y hasta hacerlos en forma brillante; pero necesitan más horas de sueño, más aire, menos horas de clase; además, ciertos cuidados (baños de sol, baños médicos, gimnasia médica, etc.). Se pueden agrupar esos niños por ciudad o por región, o, mejor aún, se puede enviarlos a colegios especialmente instalados en los climas beneficiosos, especialmente de montaña. El horario de estudios divide, por ejemplo, las materias de dos años normales en tres; por otra parte, clases menos numerosas pueden permitir una mejor utilización del tiempo; de esta manera muchas horas del día pueden ser consagradas al desarrollo físico.
Finalmente, en esas clases o colegios sanitarios, donde los horarios escolares son reducidos y donde no se sufre la traba de los programas, la educación (y no sólo la instrucción) pueden impartirse más sólidamente. La formación del carácter y la del alma pueden llevarse a un alto grado mediante educadores piadosos e inteligentes. Charlas y conferencias religiosas y artísticas, lecturas diversas, paseos matizados con detalles de botánica, entomología, etc., y el cuidado del arte del dibujo y de la música, permiten ensanchar los espíritus y elevarlos hacia el Creador de todas las cosas y toda belleza. Un grave reproche que se dirige a los programas modernos es que ellos hacen aprender, pero no reflexionar. Las clases y los colegios sanitarios evitan ese defecto, y de niños delicados, aparentemente mal armados para la vida, pueden hacer hombres normales y aun hombres elegidos.
Recordemos también las clases al aire libre, realizadas en varios países, que pueden presentar también algunas ventajas para la salud.
Obras para escolares
No podríamos dejar de mencionar las obras para escolares, que se desarrollan cada vez más: colonias de vacaciones, patronatos, scoutismo, sociedades deportivas. El médico tiene en las mismas un papel muy importante. Debe velar para que esas obras aporten a los niños y a los jóvenes en general los beneficios corporales que cabe esperar de ellas; mas es necesario que tenga siempre presente que ese desarrollo físico debe realizarse en un ideal completamente espiritual, que merece desarrollarse en igual o mayor medida. San Francisco de Sales define muy bien esta consideración espiritual que obliga a tener cuidados corporales y los rige:
"La Santísima Virgen —dice— no daba a su precioso cuerpo más reposo que para robustecerlo, para mejor servir a Dios luego, acto seguramente nobilísimo de caridad; porque, como dice el gran San Agustín, la misma nos obliga a amar convenientemente nuestro cuerpo, por el hecho de que se necesita para las obras buenas, forma parte de nuestra persona y participa de la dicha eterna. Ciertamente, el cristiano debe amar su cuerpo, como una imagen viva del cuerpo del Salvador encarnado, nacido del mismo tronco y en consecuencia perteneciente a Aquél en parentesco y consanguinidad, sobre todo después que hemos renovado la alianza con la recepción real de ese cuerpo divino del Redentor en el muy adorable Sacramento de la Santa Eucaristía, y desde que con el bautismo, la confirmación y otros Sacramentos, nos hemos dedicado y consagrado a la bondad soberana."
Este concepto de la dignidad del cuerpo humano da a las obras católicas un sentido totalmente distinto de la simple cultura física, y lleva a una organización necesariamente muy distinta de las obras ateas análogas. El médico tendrá frecuentes ocasiones de tenerlo en cuenta.
Talleres
Estas organizaciones requieren una vigilancia médica análoga a la de las escuelas y de las obras para escolares precedentes. En la medida de los recursos pecuniarios de la obra, hay que conciliar el trabajo y el desarrollo general de las jóvenes.
Seminarios
El médico se debe preocupar de la higiene de los locales, de acuerdo con los mismos principios que para las escuelas y colegios con internado.
El problema de la alimentación requiere una gran atención. Muchos sacerdotes achacan a la alimentación del seminario en que han estudiado los trastornos digestivos que sufren durante largos períodos de su vida o los inconvenientes de salud que los afectan. El reproche, a menudo, es injustificado y no tiene otra base que la tendencia del enfermo a buscar una causa a su enfermedad. Pero, en otros casos, en parte es exacto. Realmente, hay que tener en cuenta la tensión de espíritu a que son sometidos los seminaristas en los estudios teológicos. Los programas son recargados, las materias difíciles, la disciplina moral severa; todo esto no favorece las funciones digestivas, que, como es notorio, sufren enormemente la influencia del estado de ánimo. Aun, pues, con una alimentación absolutamente normal y satisfactoria, la vida del seminario puede ser la fuente de trastornos gastrointestinales. Ocurre también que el establecimiento no nada en oro; que el cocinero no es de primer orden; que la composición del menú es mal comprendida o alterada por prejuicios favorables o desfavorables con relación a ciertos alimentos. En esos casos, los largos años pasados en el seminario pueden repercutir ciertamente sobre la salud en general y sobre los órganos digestivos en particular. El médico de un seminario no debe vacilar un momento en inmiscuirse en el problema alimenticio, verificar los menús, visitar la cocina y el sótano o la despensa, darse cuenta exactamente de lo que se hace y aconsejar las modificaciones necesarias. Se trata de la salud de gente joven, esto basta para justificar ante su conciencia de médico todos los esfuerzos; además se trata de futuros sacerdotes, de su capacidad ulterior para el ministerio espiritual y el apostolado; y eso ha de inflamar de celo al médico católico.
Algunos seminarios han tenido la feliz iniciativa de organizar mesas de régimen, agrupando a los alumnos que sufren de ciertos trastornos digestivos. Desgraciadamente, esta organización se hace a menudo prescindiendo del médico, o bien éste no imparte las directivas absolutamente adecuadas. Realmente resulta claro que no se puede hacer un régimen para cada enfermo. Además, exceptuando el caso de una enfermedad en evolución, es raro que sean necesarias medidas muy especiales, y un menú común a la mayoría de los dispépticos puede realizarse cómodamente con excelentes resultados para todos.
El primer principio debe ser pues: alimentos lo más variado que sea posible, para que ninguno se sirva con tanta frecuencia como para causar trastornos a los sujetos que padecen alergias; ni para que tampoco no falte alguno, a riesgo de una carencia de factores útiles. Segundo principio: alimentos preparados en forma que su digestión sea la más fácil; por lo tanto exclusión de los grasos cocidos y disminución de las legumbres en forma de puré. La exclusión de las frituras y grasas se obtiene cocinando las legumbres en agua, asando las carnes perfectamente magras, y con el uso del pescado. Se agrega manteca fresca a los alimentos al momento de servirlos, pero no en el fuego. Los huevos deben ser poco cocidos; las pastas y el arroz en agua, cuidando de que el arroz no se deshaga, sino que quede en granos hermosos, hinchados y apetitosos lo que no es difícil de obtener. Finalmente la fruta estará bien madura o cocida en compotas, confituras o helados. Puede notarse que así ninguna clase de alimentación está excluida, lo que asegura variedad al gusto y variedad de aportes materiales al organismo. Los purés de col y de rábano (bulbos y hojas) son perfectamente digeribles; los primeros a veces se digieren mal, en la cocina común, porque se presentan con una armadura de celulosa y son preparados con grasas; los segundos porque se consumen crudos. Una mesa de régimen, en estas condiciones, no es una mesa de privaciones; y conviene a la gran mayoría de los dispépticos, enteríticos, hepáticos, etc.
En bien de los mismos seminaristas, la mayor parte de los Seminarios exigen una visita de admisión y una visita al regreso cada año; visita que puede reemplazarse por un certificado del médico de familia. Hay diócesis que prescriben un examen radiológico de los pulmones para la admisión. Otros realizan exámenes periódicos de los seminaristas durante los estudios, con datos de peso, auscultación, examen dental, etc. No se alaban lo bastante estas disposiciones, pero cabe no olvidar que no se trata de soldados o de niños. Los médicos de seminarios deben evitar imponerse, limitándose a aconsejar, dirigir, orientar, logrando consultas con médicos elegidos por el interesado o médicos especializados.
Conferencias de higiene
En los seminarios a veces se dan conferencias de higiene con muchas ventajas:1. Sobre nociones elementales de higiene, útiles por un lado en el ministerio sacerdotal, y que por otro le permiten colaborar con los médicos que encontrará a la cabecera de los enfermos, descubrir las faltas de higiene de sus parroquianos y remediarlas, ya con consejos directivos ya remitiéndolos a los médicos,
2. Sobre la complejidad y dificultad de la medicina, de donde el peligro de que ejerzan la medicina los no médicos, especialmente los sacerdotes; sin contar la ilegalidad de tal ejercicio,3. Sobre el charlatanismo médico y todas las víctimas que causa, para que los sacerdotes las sepan evitar a sus fieles, evitando también ellos mismos las estafas que ocultan a menudo los anuncios de remedios o tratamientos publicados en los diarios, hasta religiosos.
Iglesias. Casas parroquiales
Los tópicos que interesan la higiene son numerosos: orientación, disposición, aireación, calefacción, etc.
Los confesonarios son a menudo muy defectuosos desde el punto de vista higiénico, como lo han señalado el Dr. Pasteau, el Dr. Eber y varios autores más: defectos de aireación, a veces humedad, respiración de los penitentes, etc. El Dr. Calmette escribe al respecto:
"Este problema me parece tener una importancia real tanto para los fieles como para los confesores.
"Creo que sería posible suprimir casi completamente el peligro de la difusión de la tuberculosis, si las rejillas de madera fueran protegidas del lado del sacerdote, por una simple cortinilla de tela o gasa o tul de malla fina, que no impediría al sacerdote ver ni oír cómodamente al penitente. Se podría aumentar la eficacia de esa cortinilla impregnándola, antes de cada sesión de confesiones, con una sustancia antiséptica inodora como el sublimato, la resorcina o el lisoformo, aplicada con pulverizador."
La confesión a través de una ventanilla que deja al fiel en la iglesia y al secerdote en una habitación que puede ser bien caldeada y ventilada, es evidentemente una solución satisfactoria, juntamente con la precaución indicada por el Dr. Calmette. Antes del empleo de los confesonarios, esa costumbre era muy difundida en la Edad Media.
El Dr. Mouisset, en una conferencia para el clero de Lyón en 1928, señaló igualmente ese peligro en el beso del crucifijo o de las reliquias, que se practica durante los entierros o los matrimonios en algunas diócesis. Y advertía que el mismo público a menudo trata de conciliar el piadoso gesto tradicional con la higiene, en forma bastante original:
"Conocéis la piadosa costumbre de besar el pie de San Pedro (en la Basílica de Roma); ahora bien, la gran mayoría de las personas que desfilan ante la estatua, tienen la precaución de limpiar con un pañuelo traído a propósito el sitio donde van a besar."
Conventos
La acción del médico en los conventos es también muy amplia. Las reglas de ciertas Ordenes han sido elaboradas en épocas y climas determinados; a veces son necesarias adaptaciones y es el médico el que comprueba esta necesidad, a raíz del predominio de ciertas enfermedades. Esas modificaciones pueden referirse a los locales, al traje, a la alimentación, a los horarios, a la calefacción etc. Pero las propuestas del médico deben tener siempre en cuenta el fin de la Comunidad, su espíritu. A menudo se investiga el modo de vida de los conventos para descubrir los menores inconvenientes médicos posibles, y se lanzan suspiros de piedad por la mentalidad que permite semejantes herejías higiénicas. Pero se evita pasar por el mismo tamiz erítico la vida corriente en los restaurants, los subterráneos, las oficinas, los talleres, las salas de los teatros, etc. El médico católico ha de ver las cosas de manera más elevada y verdadera, y comprender que algunas imprudencias provocadas por el deseo de una vida espiritual más noble, son infinitamente más legítimas que las que no tienen por causa más que la coquetería, la diversión, la gula o el dinero. Hay que hacer medicina católica y no materialista. Además, la abstinencia en los conventos, no es en ningún modo una falta de alimentos útiles; en la mayoría, los menús sabiamente combinados contienen absolutamente todos los principios azoados, los ternarios y los minerales indispensables; además se sabe que la longevidad en los conventos es una de las mejores que existen. Esto basta para justificar sus reglas a los ojos de la higiene más severa, que en realidad debería lógicamente aconsejar a todos que las siguieran, para vivir más.
Obras médicas
Es aquí naturalmente, donde los médicos son los más indicados para ofrecer documentación a las autoridades eclesiásticas y a prestarles la colaboración de sus consejos y de su actividad. Hospitales, sanatorios, dispensarios, maternidades, Facultades de medicina, cursos de medicina misional, cursos de enfermeros y enfermeras, congregaciones de asistencia, etc., cada una de estas obras presenta sus propios problemas.
Nos basta recalcar que es necesario desconfiar de las soluciones ya listas, impregnadas a menudo de un espíritu muy distinto del pensamiento católico. Las Facultades Católicas no tienen razón de existir si no cuando su enseñanza, en todas sus partes, responde al pensamiento Católico. Los Hospitales católicos no deben aceptar las costumbres de los hospitales laicos, cuando no son realmente ventajosas desde el punto de vista médico y proceden de un espíritu antirreligioso. Se ha visto, por ejemplo, hospitales católicos suprimir las cortinas de las camas de los enfermos, imitando a los hospitales civiles, cuando esa moda se difundía a la par que la laicización. Esa medida, más que una necesidad de higiene, es un ataque al pudor, a la libertad de oración y de recogimiento. ¿En qué podían ser antihigiénicas las cortinas cambiadas al mismo tiempo que las vendas y la ropa de cama? Por el contrario, la cortina, el biombo o el "box" que todos los higienistas reconocen como un ideal, impiden las proyecciones de la respiración y de la saliva de un enfermo a otro, aseguran al enfermo cierta tranquilidad para su descanso, le evitan ciertas promiscuidades, disgustos dolorosos y perjudiciales para su moral; su supresión es una verdadera herejía médica, contraria a la vez a la caridad y al espíritu cristiano. Los médicos católicos deben tratar de conservar su libertad de juicio y de acción.
A través de esta rápida reseña de las distintas oportunidades en las que los médicos deben representar el papel de asesores técnicos ante las autoridades eclesiásticas, se nota que el progreso moderno de la higiene y de la medicina invade la mayor parte del campo de la actividad religiosa.
Y es inevitable, porque la religión, ciencia de la vida del alma, no es ajena a ninguna actividad humana; y la medicina, ciencia de la vida del cuerpo, tiene por fin esa misma actividad.
La medicina está, pues, constantemente vinculada a la vida religiosa, y siendo a un tiempo plenamente médico y plenamente católico, el médico católico se hallará a la altura de su misión y será digno de la confianza que en él tiene puesta la Iglesia.
Dr. Henri Bon
MEDICINA CATOLICA
BIBLIOGRAFÍAMEDICINA CATOLICA
Paoli, A. J. M.: L'enfant infirme a travers de les Ages, Bordeaux, 1933.
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Obras varias:
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