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viernes, 14 de enero de 2011

El empleo laborioso evita la ociosidad y pereza viciosa.


A todos los hombres impuso Dios nuestro Señor la penitencia saludable, de que coman el pan con el sudor de su rostro. Esto fué por el pecado de Adán, por quien todos contraemos el pecado original, y estamos sujetos a todas las calamidades, angustias y trabajos que por él se nos han seguido.
En este mundo transitorio unos trabajan para comer, y otros porque comen han de trabajar; y de esta segunda clase desea ser el autor de este libro, para descontar en algún modo el pan que indignamente ha comido tantos años de limosna caritativa de los fieles con los pobres hijos de nuestro seráfico padre san Francisco. Quien mucho tiene recibido, no satisface cumplidamente con poco, dice el santo evangelio (Luc, XII, 48).
Es consuelo para todos lo que nos dice David, que sera bienaventurado el que comiere el pan del trabajo de sus manos, y le sucederá bien en todo tiempo (Psalm. CXXVIII, 2). Esta es la nobilísima condición de Dios, que se da por obligado de que cumplamos la penitencia de trabajar, que nos tiene puesta desde el principio del mundo.
La maldita ociosidad enseña a los hombres mucha malicia, dice el Espíritu Santo: Multam malitiam dicuit otiositas. Y por el contrario se sigue, que el moderado trabajo nos enseña mucha virtud, y nos libra de feos vicios.
Nace el hombre para trabajar, y el ave del cielo para volar, dice el santo Job (V, 7); y así como el ave que cesa de volar por mucho tiempo se expone a innumerables peligros de perder su vida, así el hombre ocioso, que habitualmente cesa de trabajar, se pone en manifiesto peligro de perder su alma.
En el sagrado libro del Génesis se refiere, que puso Dios al hombre en el paraíso para que trabajase; y no necesitando en aquel feliz lugar de trabajar para comer, sigúese, que su ejercicio santo de trabajar, dispuesto por el Altísimo Dios, seria para el empleo honesto del tiempo, y para el bien espiritual del alma.
De los buenos trabajos es glorioso el fruto, dice la Sabiduría; y no puede ser fruto glorioso el que no cede en provecho del alma, y juntamente en utilidad del cuerpo, que uno y otro se compone bien cuando en la vida laboriosa se conserva el santo temor de Dios.
Esta es la vida decente que enseñaba el sabio Salomón a su amado hijo, diciéndole, que procurase componer honestamente su vida laboriosa, para el bien de su alma. Y debe notarse, que siendo el sabio rey un rey tan opulento, no necesitaría de trabajar su hijo para comer, sino para evitar la ociosidad, que es enemiga del bien espiritual de las criaturas.
Por esto se dice también en el precioso libro del Eclesiástico, que para no contarse el hombre en la multitud de los necios, procure trabajar prudentemente, de tal manera, que ni mate su cuerpo, ni viva ocioso (Eccli., IV, 23; VII, 17).
Así conviene para la estimación de los hombres honrados, que hagan lo que les pertenece con diligencia racional, conforme se dice en la divina Escritura; porque los negligentes y perezosos son la abominación de Dios y de los hombres.
Donde falta el temor santo de Dios, son infelices los trabajos, por mas que la criatura se fatigue; porque sin la bendición divina en vano trabaja, y nunca tendrá abundancia por mas que se desvele, como dice el Espíritu Santo (Eccli., XI, 11).
Confirma esta verdad el apóstol san Pablo, diciendo, que el trabajo corporal por si solo es de poca utilidad; pero si se junta con la virtud y la piedad, es útilísimo para todas las cosas, y fructifica con abundancia en provecho del alma y del cuerpo. (I Tim., IV, 8 el seq.)
Así dice el Sabio, que el poco trabajo dispone para muchos bienes espirituales, y se hacen felices los hombres de todos modos con la paciencia y aflicción virtuosa a que llega la bendición divina.
Mejor es el que trabaja virtuosamente, y abunda en todas las cosas, que el vano insipiente, viviendo ocioso y necesitado. Este lleva toda su gloria vana en lo exterior, y tiene crucificado su corazón; y el otro vive contento con su trabajo, y da gracias a Dios por la conveniencia temporal que la envía para la decencia de la casa.
También es mejor el pobre que trabaja y tiene lo suficiente, que él glorioso y vano en la ociosidad, necesitando del pan ajeno para pasar su vida. Esta es sentencia literal de Salomón (Prov., XII, 9).
El hombre laborioso quee trabaja su tierra, se saciará de panes, dio: en plural el mismo sabio; pero el que se está ocioso, y tiene ociosas sus heredades y campos, es necio estultísimo: con este superlativo ignominioso le califica el mismo sabio.
Las manos diligentes enriquecerán su casa, dice otro sagrado proverbio; pero las manos remisas, negligentes y perezosas anuncian calamidad, pobreza, miseria y desventura.
Por esto dice Salomón, que las perezas del hombre destruyen su casa, y la llena de goteras enfadosas y perniciosas; porque con su pereza y descuido de remediar un leve daño, que es facilísimo, se pasa de poco en poco a la grande ruina, que apenas tiene remedio.
En otro capítulo dice al hombre descuidado y perezoso, que en el tiempo robusto de su juventud se acuerde de su Criador, y se aplique a trabajar antes que se lleguen los años calamitosos de su vejez, que serán dias de aflicción, y no tendrá fuerzas para llevar el trabajo (Eccli., XII, 1).
El que no hace conveniencias en su juventud, dice otro sagrado texto, ¿como las hallará en su vejez? (Eccli., XXV, 5) No quieren entender esta verdad práctica los perezosos; porque a todos los que los desengañan para su bien, los tienen por sus enemigos.
Los hombres ociosos suelen abundar mucho de palabras; y dice un proverbio, que donde se habla mucho, y se trabaja poco, allí se hallará la necesidad y pobreza; pero donde se habla poco, y se trabaja mucho, se hallará la prosperidad y la abundancia (Prov., XIV, 23).
El perezoso cobarde, por temor del frio, no quiso arar, dice otro proverbio; por lo cual andará mendigando en el verano, y nadie querrá darle; y si esto le sucede en verano, ¿qué hará el desventurado perezoso en el tiempo calamitoso del invierno ?
Al diligente labrador le viene la siega de sus panes, como una fuente de refrigerio; y la pobreza huye de él, y se va lejos de su casa, dice Salomón; pero el mezquino perezoso, como siempre tiene frió el corazón, no conoce tiempo de calor para recoger sus frutos, porque no los tiene.
Los pensamientos del animoso labrador siempre son en abundancia, dice otro sagrado texto (Prov., XXI, 5); porque Dios atiende a su diligente aplicación, y le da complemento al trabajó de sus manos; mas el triste perezoso, como no trabaja, ni se quiere mover, nunca sale de miseria.
El robusto laborioso tendrá riquezas, dice el Sabio, y estas faltarán a los ociosos, porque no quieren trabajar, ni dejar la cama, ni pasar el frio, ni doblar el cuerpo (Prov., XI, 16).
¿Hasta cuándo has de dormir, hombre perezoso? ¿ Cuándo te levantarás de tu sueño? Dormirás un poco, dice Salomón, otro poco estarás dormitando, y otro poco te fomentarás una mano con otra, para volverte a dormir. Entre tanto llegará a tus puertas, como caminante, la necesidad, y la pobreza se hará dueña de toda tu casa, como un armado gigante, que no habrá fuerza para arrojarla de ella.
Al tiempo y hora de levantarte no te vuelvas y revuelvas en la cama, dice la divina Escritura (Eccli., XXV, 15); porque la pereza te hará hombre afeminado, y para nadie serás de provecho, ni para, ti, ni para tus prójimos; antes bien serás despreciado de todo el pueblo.
No quieras amar el sueño, dice Salomón, no sea que te opríma la necesidad y pobreza: abre tus ojos, deja la cama, aplícate al honesto trabajo, y te harteras de pan, porque Dios echará su santísima bendición en tus obras, y de ellas sacarás para tu honesta decencia (Prov., XX, 13).
Aprende de la hormiga, hombre perezoso, y considera, sus prudentes diligencias y magistrales operaciones, dice el mismo Sabio (Prov., VI, 6; et XX, 25); porque ella es de cuerpo pequeño, y de ánimo grande, en el verano recoge para el invierno, y sin guia ni príncipe, ni director, sabe mirar por sí misma, y trabaja para su provecho en el mas oportuno tiempo.
El necio perezoso se está sosegado en su cama, cuando los otros se levantan diligentes a trabajar; y así como la puerta se vuelve y se revuelve de una parte a otra, sin apartarse de sus quicios, así el perezoso, sin dejar su cama, dice un proverbio, allí le halla la mendiguez y pobreza; porque el desventurado, por no moverse, perece de hambre y su hacienda se pierde.
Yo pasé por el campo de un perezoso, y por la viña de un hombre necio, dice Salomón, y hallé que la tierra estaba perdida, llena de ortigas, espinas y malezas, y la cerca de piedras estaba destruida con muchísimas ruinas y portillos ; porque la pereza de su amo lo dejaba perder todo, y era tan pobre como si nada tuviese.
El insipiente perezoso quiere y no quiere, dice el Sabio; quiere comer, y no quiere trabajar; quiere tener abundantes cosechas en sus campos, y no quiere cultivarlos; quiere que todo se haga bien, y no se quiere mover. Aun el llevar su mano á la boca le parece grande trabajo, dice el mismo Sabio.
Piensa el perezoso que en el camino de sus campos hay un fiero león, y le hará pedazos ; y aun para salir a la plaza del pueblo alega el mismo temor, como se dice en los proverbios ; y así está temblando donde no hay qué temer, y se llena de ignominia.
Los deseos matan al perezoso, dice Salomón; porque como quiere y no quiere, él mismo se atormenta, y en vano se conturba. El remedio le tiene en sí mismo, venciendo su pereza, y como nunca quiere vencerse, nunca halla ni puede hallar el remedio de su trabajo.
Al necio perezoso le parece que es mas sabio que siete varones doctos en sus sentencias, dice un proverbio; y no acaba de entender que él está perdido por su negligencia y pereza, y que asi ha de perder toda su casa y su familia.
Nunca halla tiempo bueno el mezquino perezoso para cultivar y sembrar sus campos; y el Sabio dice, que quien mucho considera las nubes, nunca tendrá qué segar, y el que siembra en todo tiempo, siempre tendrá cosecha; porque si un campo sale mal, el otro saldrá bien; y el que dilata las cosas buenas para mañana, a sí mismo se engaña (Eccles., XI, 4; Proverb., XXVII, 8).
Por semejantes insipiencias, dice el Espíritu Santo, que el necio perezoso es digno de que le tiren todo en medio de la plaza, y le arrojen estiércol de bueyes, que son animales aplicados al trabajo; para que el desventurado se afrente de su ignominiosa ociosidad, y todos los prudentes se aparten de él, para no mancharse. (Eccli., XXII, 1 et seq.)
La vida del jornalero aplicado a trabajar se endulzará con el precio de su sudor; y en ese modo de vida hallará un grande tesoro, dice el Espíritu Santo (Eccli., xl, 18 et 32); y solo en la boca del imprudente será dulce la mendicación viciosa y pobreza voluntaria de aquellos que por no trabajar andan por las puertas.
El honrado labrador es feliz en los ojos de Dios y de los hombres, porque ama la labor, criada del Altísimo, como dice el Espíritu Santo (Eccli., VII, 16): y el impío perezoso aborrece ese modo de vida, porque su mismo vicio le tiene ofuscado el entendimiento.
El dichoso labrador aplica su corazón para regular bien los surcos de su tierra, dice el sagrado texto; y con el desvelo que lleva en su honesto trabajo, se hace próspera y abundante su casa (Eccli., XXXVIII, 27).
La divina Escritura refiere, la felicidad de los honrados labradores. El justo Noé tuvo este oficio decente. El santo Elíseo pasó del arado a ser profeta de Dios. Otro santo labrador con la reja de su arado quitó la vida a seiscientos filisteos enemigos de Dios. El insigne rey Ozías componía bien el oficio noble de labrador con su corona real ; y lo que mas es, que el Padre Omnipotente, Criador del cielo y de la tierra, fué nombrado con el apellido excelente de labrador por su mismo Unigénito Hijo: Pater meus agrícola est.
Véanse estas y otras grandes excelencias de los honrados labradores en nuestro libro intitulado: Speculum viri sapientis.
La particular excelencia de otros varios oficiales, que están aplicados continuamente a su honesto trabajo, se podrá ver en el libro del Eclesiástico que se cita (Eccli.,XXXVIII, 27 ad 56).
La hacienda de los trabajadores la aumenta Dios, y la de los perezosos la consume su desventura (Eccli., VI, 19); siendo cierto, como lo es, que si el hombre se dispone, es asistido de su divina misericordia, y las obras de sus manos las prospera y perfecciona el Señor.
El invierno trabajoso se compensa con el agosto bueno y abundante; porque a proporción de los dias de trabajo, se ensalzan mas las hacinas de las mieses, que llenan el corazón y los ojos de su dueño.
Otra felicidad tienen los buenos trabajadores, dice el Espíritu Santo; y es, que se libran de muchas enfermedades y accidentes enfadosos, que mortifican a los que viven en ociosidad (Eccli., XXXI, 17).
De día se desvelan con su honesto trabajo; pero en la noche descansan con sueño dulce, como dice Salomon; y el rico harto de manjares está dando vueltas en su cama, y puede dormir (Eccli., V, 11)
Dichoso es el hombre que en esta vida se ocupa en honesto trabajo, haciendo la voluntad de Dios, porque él prospera en bienes eternos y temporales; y desventurado es el ocioso, que no verá sino ruinas, y se llenará de vicios y pecados, como le sucedió a David cuando se quedo ocioso, a tiempo que acostumbraban los reyes salir a las campañas; y entonces se hizo adultero y homicida, y se busco qué llorar para toda su vida. (I Reg., XII, 1 et seq.) Dios nos libre de la ociosidad perniciosa. Amén.

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