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lunes, 10 de enero de 2011

EL PAPEL RELIGIOSO DE LAS MUJERES-MÉDICOS

La mujer está naturalmente destinada a la medicina; por una parte ella cría a los niños y cuida su salud; por otra, su pudor la obliga en muchos países a aislarse en el momento del parto que realiza sola o con la ayuda de otras mujeres prácticas en ese arte; finalmente, ¿el hombre herido o enfermo no recurre espontáneamente a una mano femenina para ser vendado o cuidado? Además la mujer-médico se encuentra en todas las latitudes y en todas las épocas más diversas. Las hay en las Islas Marquesas, en Borneo, en Sumatra, en Arabia, entre los indios de América del Norte. La antigüedad nos la presenta en Egipto, en Grecia, en Roma, en España, en Alemania. La obstetricia fué construida y llevada por mujeres, las parteras, entre los pueblos más distintos, al mayor grado de perfección, aun cuando se les limitara el ejercicio a esa única rama de la medicina.

El Cristianismo y la práclica médica femenina
El Cristianismo tuvo necesariamente que favorecer el ejercicio de la medicina por las mujeres: eso responde en primer lugar a su ideal de caridad, en segundo lugar respeta el pudor de la mujer enferma; además la cultura intelectual es un elemento de elevación en la condición de la mujer, de acuerdo con el espíritu cristiano. A este último respecto, se conoce la vehemente exaltación de la mujer culta que hace San Jerónimo en el prefacio a su comentario sobre Sofonías, al contestar a los que se asombraban porque había dedicado sus traducciones de los libros sagrados de Santa Paula y a Eustoquio: "Se necesitarían tomos enteros —decía— para nombrar a las mujeres admirables de Grecia y Roma. Agregaré una sola palabra: ¿no apareció Nuestro Señor, después de su resurrección, a las mujeres antes que a los hombres? ¡Oh, sí! Y los hombres pueden avergonzarse de no haber buscado lo que las mujeres hallaron." Monseñor Dupanloup y Ozanam han podido citar una legión de mujeres cristianas, de la familia de los grandes Santos o Santas, que han honrado la inteligencia de la ciencia humana.
De cualquier manera, las excavaciones arqueológicas han revelado en los cementerios cristianos numerosos sepulcros de medicae, como el de Basilea, en el cementerio de Coreos; y el de Tecla en el de Seleucia en Cilicia. Más todavía, la Iglesia ha colocado sobre los altares a muchas mujeres-médicos, como ya lo hemos visto: Santa Zenaida, parienta de San Pablo, Santa Nicerata, Santa Sofía, Santa Leonilda, Santa Hildegarda; Santa Teodosia, madre de San Procopio, también parece que ejerció la medicina.
Por eso no asombró absolutamente que en Salerno se viera a mujeres enseñar medicina o escribir libros de medicina, que gozaron de gran estimación. La más célebre fué Trótula, que compuso un tratado; De passionibus mulierum (De las pasiones de las mujeres). Se cita a Abella, autora de De Atrabile (Acerca de la bilis) y De natura seminis humani (Sobre la nuturaleza del semen humano); a Mercuriades, que se ocupó a un tiempo de medicina y cirugía; a Rebeca Guarna, parienta de un alto prelado, Romualdo (1164), sacerdote, médico e historiador. Ella habría compuesto tres tratados: De febribus (Sobre fiebres), De urinis (Acerca de las orinas) y De embryone (Sobre el embrión).
Un decreto de Carlos, duque de Calabria, de fecha 10 de setiembre de 1321, demuestra acabadamente el ideal del pudor cristiano que presidía a la práctica médica femenina: "Considerando que la ley permite a las mujeres el ejercicio de la medicina y, además, considerando que atendiendo a la honestidad de las costumbres, las mujeres se prestan mejor para el tratamiento de las mujeres enfermas, después de haber recibido el juramento de fidelidad, Nos se lo permitimos..." Se trata de una licencia para ejercer, emitida a favor de Francisca Romana, diplomada en la Universidad de Salerno. En el siglo XV vemos también a Constancia Calenda, hija de un decano de la Facultad de Medicina de Salerno, recibir su diploma doctoral.
En Francia, la Edad Media conoció a numerosas médicas o físicas y cirujanas. En 1292 había ocho médicas en París. Uno de los artículos de los estatutos de la Universidad de París de esa época, reglamenta la actividad de cirujanos y cirujanas.
"San Luis —escribe el Dr. Kérambrun— llevó consigo como física en su expedición allende el mar, a una mujer, Hersinda, que envió de vuelta a Francia, munida de una patente real que le asignaba durante toda su vida una pensión de doce dineros parisinos por día, por los servicios que había prestado al santo rey".
Un legista de Felipe el Hermoso, Pedro du Bois, dirigió al rey Eduardo I de Inglaterra una "Memoria sobre la reconquista de la Tierra Santa", en la que sostiene que para hacer penetrar las ideas, las costumbres y la religión de los cristianos en los países de Oriente, sería necesario recurrir a las mujeres. Estas, instruidas en griego, hebreo y árabe, deberían ser peritas en medicina y cirugía, y enviadas a Oriente, conquistarían de esa manera la confianza de los pueblos.
En resumen, la práctica médica por mujeres era la cosa más natural del mundo en la Edad Media cristiana.
Mas la laicización de las Universidades, la transformación de las Facultades en órganos corporativos y el predominio de los hombres en sus cuadros, la disminución del espíritu cristiano y la inversión del neo-paganismo del Renacimiento, que debía hacer decaer a la mujer de su alta situación moral y social en la Edad Media (1), llevaron a la desaparición de la mujer-médico, con los pretextos más absurdos, por espíritu de mercantilismo y competencia, por la vanidad y el orgullo masculino, por el olvido de la dignidad femenina y del papel moral y espiritual de la medicina femenina.
Sin embargo se lee en la colección de las leyes eclesiásticas de Edgardo, rey de Inglaterra, dictadas por consejo de San Dunstano, arzobispo de Canterbury, y Osvaldo, arzobispo de York: "El hombre y la mujer pueden ser médicos". Esta ley fué abolida por Enrique V en el siglo XV.
En todos los países de Europa, las mujeres-médicos fueron también desapareciendo, hasta no ser más que verdaderas excepciones, menos en Italia, donde la tradición católica resistió más tiempo. Las hallamos así en los siglos XIV y XV en Venecia, en Saluzzo, en Turín, en Napóles, en Florencia. En el siglo XIV fué célebre en Padua Adelmota Carra; en la misma época Dorotea Bocchi sucedió a su padre en la Universidad de Bolonia en la enseñanza de la filosofía y medicina práctica.
En Roma, el papa Sixto IV (1471-1484) confirmó una ordenanza del Colegio de Médicos que no admitía en el ejercicio de la medicina y de la cirugía, más que a los hombres y a las mujeres que poseyeran los diplomas exigidos. A pesar de ello la medicina femenina sufrió un cierto eclipse. La vemos reaparecer brillantemente con Ana Morandi-Mazzolini, cuyo esposo trabajó con Lelli en los preparados de cera destinados a la "sala de anatomía" del papa Benedicto XIV. Ella misma colaboró con su marido; y cuando éste murió, fué nombrada profesora adjunta de la Universidad Pontificia de Bolonia y encargada de una cátedra de anatomía. Adquirió renombre universal y con sus disecciones aclaró muchos puntos mal conocidos.
En la misma época y en la misma Universidad Pontificia, cinco mujeres fueron profesoras de derecho civil, derecho canónico, griego, matemáticas y física. El doctorado en medicina fué acordado en Florencia en 1780 a María Petraccini, que hiciera un curso de anatomía en Ferrara; en Bolonia la misma distinción cupo en 1799 a María Mastellari y María Dalle Donne, que fué encargada de una cátedra de obstetricia e inscripta como supernumeraria en la clase de los académicos benedictinos de Bolonia; finalmente en 1800 se confirió a Zafira Peretti, que se trasladó a Ancona, para ocupar el cargo de directora general de las parteras de toda la región.
Anotemos que en Prusia, Dorotea Leporin Erxleben obtuvo en 1754 el doctorado de medicina en la Universidad de Halle, pero fué necesaria la autorización del rey Federico II en 1741 para que pudiera inscribirse y dar examen, y un edicto real en 1754 para autorizar a la Facultad "para que admitiera a la demandante a la promoción (al doctorado), si nada podía objetarse", y finalmente un nuevo edicto real que diera a la Facultad el poder de investir la Señora Erxleben con el grado de doctor en la misma forma que un estudiante regular. Esta excepción basta para hacer resaltar el liberalismo de la Italia católica.

La piáctica médica femenina moderna
El ideal cristiano de justicia y caridad que penetra en todo el mundo durante el curso de los siglos, y que había sido solamente velado por los egoísmos y la rutina, sacudió por un momento su pesada caparazón y fluyó en esfuerzos que se creyeron nuevos, originales, y hasta en competencia con la Iglesia romana. Así fueron en el siglo XIX los movimientos antiesclavista y feminista, que no eran más que la vuelta, exceptuando las exageraciones, a los principios de dignidad humana y femenina, que el Cristianismo había desarrollado en el mundo pagano y que la Iglesia había hecho reinar doquiera se la escuchara y comprendiera. Mas la renovación de la medicina femenina, si ha de ser favorecida por ese espíritu, ha de hacerse bajo el signo que es su gran razón de ser desde el punto de vista religioso, el de la caridad y del pudor cristiano.
En efecto, Elisabeth Blackwell, que fué la protagonista humilde, trabajadora y concienzuda del movimiento, no experimentaba gusto alguno por la medicina, pero en 1845 conoció a una enferma de cáncer. Esta le dijo: "¿Por qué no estudiáis la medicina, si amáis los estudios y estáis sana? ¡Cuántos sufrimientos me serían ahorrados, si yo pudiera ser tratada por una mujer-médico!" Elisabeth Blackwell rechazó en un primer momento esa idea; luego, reprimiendo sus inclinaciones personales por la historia y la metafísica, se dedicó a tomar el camino del sacrificio y de la caridad, que la enferma le había indicado. En 1849 fué la primera mujer-médico, con su título doctoral, en Estados Unidos.
Algunos años más tarde, en 1858, una de sus imitadoras, Elisabeth Shattuck enseñó uno de los grandes campos de actividad de la medicina femenina, pidiendo un puesto de médico misional en Asia. Se lo negaron, pero eso dio ocasión a la fundación de la Unión misional de mujeres y en 1870 la doctora Clara Swain fué enviada a la China y al Japón. El camino de la medicina femenina quedaba así bien fijado desde el punto de vista religioso.

1. - Atención de mujeres
Sea que se considere el pudor como un instinto o como una virtud, sea que se admita que es a un tiempo una cosa y la otra, el pudor ha de ser respetado tanto desde el punto de vista materialista como desde el espiritualista. Solamente las doctrinas ateas pueden estar contra él. El principio de la libre elección en medicina exige que si las mujeres o muchas de ellas prefieren ser atendidas por mujeres-médicos, se considere este derecho en los límites de lo posible. Además es un hecho que numerosas mujeres sufren moralmente al acudir a varones, y que muchas o tardan en consultar dejando que la enfermedad se agrave, o prefieren no ser atendidas y morir antes que someterse a lo que les desagrada tanto. Es lo que ha hecho que en Alemania, donde hemos visto la excepción constituida por una mujer-médico, la Universidad de Giessen (Hesse) expidiera tres diplomas de doctor en obstetricia a mujeres en 1817, 1819 y 1847. La mujer-médico responde pues a una necesidad imperativa desde el punto de vista médico, social, psicológico y religioso. Cabe desear que doquiera se encuentren mujeres médicos y cirujanas por todo lo que se refiere a las cuestiones ginecológicas y obstétricas.

2. - Atención en los convenios
Las mismas razones, pero elevadas al grado más alto, se hallan a favor de la medicina femenina en los conventos. Aunque el voto de virginidad o de castidad no se infringe mínimamente por exámenes y cuidados médicos, se concibe sin embargo fácilmente que por lo mismo que importa una discreción y una reserva en el vestir, mayor que la que practican los laicos, acompaña y además implica generalmente un pudor más sensible. El espíritu que se somete a la incomodidad de los vestidos burdos, será necesariamente herido hasta involuntariamente por la indiscreción médica.
Además, si la clausura ha de aislar las relaciones normales y familiares, con mayor razón debería preservar de los contactos de extraños y de carácter particular. Las reglas de las religiosas aun enfermeras, las recusan a menudo para los cuidados íntimos de los enfermos: con mayor razón parece incompatible con el espíritu de esas reglas la sujeción de las religiosas a médicos varones para tales cuidados personales. Por eso las mujeres-médicos han sido acogidas con alegría en todos los conventos que se hallan en su radio de práctica médica.

3. - Medicina misional
Es la realización del proyecto concebido por Pedro du Bois en el siglo XIV. Las misiones protestantes utilizaron ampliamente a las mujeres-médicos después de 1870. Las misiones católicas, distribuidas en Congregaciones que no previeron esa forma de actividad, fueron más lentas en adaptarse. Fué en 1909-1910 que la Dra. Inés MacLaren fundó en Rawalpindi (India) un hospital de mujeres. Con la Dra. Margarita Lamont, como aquélla protestante convertida, fué la protagonista de la medicina misional femenina. Luego ésta se ha organizado en diferentes formas:
A. — Asociación de mujeres-médicos misionales. — Verdaderas Congregaciones médicas con votos y regla, destinadas a organizar hospitales, dispensarios, etc.
a) La Society of Catholic Medical Missionaries, fundada en 1925 por la Dra. Ana Dengel y el Padre Mathis, y aprobada por monseñor Curley, arzobispo de Baltimore. Comprende miembros médicos (médicos, dentistas, parteras, farmacéuticas) y no médicos.
b) El Institutum Deiparae fundado en Glasgow. Comprende una sección de médicos y una de enfermeras.
B. — religiosas doctoras en medicina. — Muchas congregaciones misionales han recibido en su seno doctoras en medicinas o han hecho recibir el doctorado a algunas de sus componentes que demostraron para ello las necesarias cualidades. Hallamos así hermanas-médicos entre las Hermanas del Buen Pastor, las Franciscanas misioneras de María, las Benedictinas misioneras de Tutzing, las Hermanas de Jesús, María y José, las Hermanas de la Caridad de Jesús y María de Gand, etc. Ejercen sobre todo en las Indias, en el Oriente africano, en el Congo.
C. — Mujeres-médicos laicas auxiliares de misiones. — Son reclutadas directamente por las Congregaciones o les son asignadas por la Aide medícale aux Missions de Bruselas, por la Fomulac (Fondation medícale de Université de Louvain au Congo) y finalmente por el Institut médico-misionaire de Wuerzburg.

La vocación de la mujer-médico
"Si encuentro ciertamente legítimo —escribía la Dra. Juana Bon en 1914 en la Revue des Anciennes Eleves des Dominicaines — que la mayor parte de las carreras posibles se abran a las mujeres, no creo que se pueda considerar el doctorado como un recurso, bajo ese punto de vista. Los estudios son demasiado largos, demasiado fatigosos; la profesión amenaza ser demasiado deprimente, si no se la considera más que como un oficio, por lo que estimo que no se puede abrazarla más que por vocación. Nunca me parecerá deseable que una joven emprenda semejante carrera, si no tiene para la misma ese gusto, esa atracción que experimentan sus hermanas o sus amigas cuando entran en un convento".
Acabamos de ver que la medicina, por sí misma y por su campo de acción, realiza una verdadera carrera religiosa para las mujeres ávidas de caridad y de apostolado.

Doctor Henri Bon
MEDICINA CATÓLICA

BIBLIOGRAFIA
Tesis de Medicina:
LIPINSKA, MELANIE: Historie des femmes médecins, París, 1900.
SCHULTZE: La femme médecin aux XIX siécle, París, 1888.
Obras varias:
BERTINI, DON UGO: Pie XI et la médecine au service des missions, Bloud, París, 1929.
BUTAVAND, DRA. ARLETTE: Les femmes médecins missionaires, Aucam, Lovaina y París, 1933.
FONTANGE, HARYETT: Les femmes docteurs en médicine, París 1901.
LIPINSKA, MELANIE: Les femmes et le progrés des cciences médicales, Masson, París, 1932.

NOTAS:
1.- Es así que progresivamente se vio excluida la mujer del servicio de guerra, del de justicia, de la elegibilidad y del electorado en las asambleas públicas del magisterio y de la veeduría de varios oficios, de la que gozaban en la Edad Media.

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