Rolando Bondic, marinero, estuvo siete años muy trabajado con un ahogamiento de pechos, que no podía resollar sino con grande angustia. Tomó para estos las medicinas que pudo, y al cabo, en el año de 1453, se determinó de dejarlas todas como cosas desaprovechadas. Pasado un mes que no tomaba medicina alguna, como se sintiese muy trabajado, se fue al sepulcro del Santo y allí oró con devoción, y nunca más sintió aquella enfermedad.
Enrique, carnicero de los arrabales de Vannes, tuvo un hijo de tres meses no más, que se hinchó de tal manera que él, de puro mohino, se fue al sepulcro del Santo, tres veces en un día, rogándole que le sanase su hijo o le alcanzase de Dios que se muriese. Y no defiendo su oración, porque no sustento aquí conclusiones de casos de conciencia. Pero a la tercera vez que volvió a su casa, halló a su hijo riendo, y tras la risa súbitamente se murió. Bien tenía de qué reír y holgarse aquel angelito pues salía de este miserable cautiverio e iba a gozar de nuestro Dios para siempre.
A una mujer se le hicieron unas hinchazones y apostema tras la oreja derecha, y con ellas vino a perder la vista del ojo izquierdo, y aun del derecho se podía ver muy poco. Cayéronsele todos los cabellos y tenía todo el cuero de la cabeza como quemado. Debía ser esa enfermedad la que decimos de lamparones y aquí en Valencia se llama porcellanes. Estúvose así diez días la pobre sin comer, y no bebió sino una copa de agua en todos ellos; mas no por eso sintió algún alivio. Finalmente, su madre la llevó al sepulcro del Santo e hizo allí oración por ella con estas palabras: Maestro Vicente, si vuestra alma está en el cielo, como yo creo, rogad por la salud de mi hija, para que a lo menos dentro de tres días esté sana. A esta oración añadió cierto voto. Al otro día la mujer vio de los dos ojos y cesó su enfermedad, ni aquellas apostemas le salieron más, sino que sanó antes de los tres días.
A otra mujer de Bretaña se le hinchó la cara tanto que perdió la vista y estuvo cuatro días sin comer ni beber (porque la dieta era muy ordinaria medicina entre aquella gente); al cabo, hizo voto a San Vicente de ofrecerle una cara de cera si la curaba. Y en continente comenzó a ver y la hinchazón se le fue deshaciendo. Pero, después de quince días, volvió a recaer en la mesma enfermedad, porque había tardado en cumplir su voto; y así, conociendo su negligencia, prometió otro tanto que la primera vez y, pasados tres días, cobró salud.
Juan Anahelet estuvo dos años bien cumplidos enfermo de dolor de corazón y de pecho, con gran tos; por estas enfermedades no podía estar en la cama sino sentado, con el trabajo que cada cual puede pensar por ser la enfermedad tan larga. Pero, en fin, acordó de pedir favor al glorioso Santo y en no más de dos días estuvo sano.
Cerca del año del Señor de 1420, un hombre noble llamado Rodulfo de Bosco peleaba en el ejército del rey de Francia contra el de Inglaterra, que tenía su campo en Normandía, y como hubiese dado en manos de los ingleses, fue por ellos muy maltratado y echado en un lago o pantano como muerto, porque estaba muy herido. Estúvose allí como media hora, sin ver, ni hablar, ni moverse; mas, cobrando ánimo, levantó la cabeza y vióse rodeado de ingleses que se ocupaban en acabar de matar a otros franceses y bretones, compañeros de este Rodulfo, que estaban en el mesmo lago. Visto esto, túvose a si mesmo por muerto, y así se encomendó a Nuestra Señora de las virtudes y al maestro Vicente, rogándoles le favoreciesen, que él prometía visitar la imagen de Nuestra Señora de aquella invocación y el sepulcro del maestro Vicente y ofrecer allí algún presente. Apenas había hecho el voto, cuando vió a una parte del lago a un caballo ensillado y enfrenado, como a punto de caminar. Y aunque él estaba tan fatigado y maltratado, tomó fuerza con el favor de nuestra Señora y de San Vicente para levantarse e ir hacia el caballo, el cual se estaba muy quedo y esperándole muy domésticamente y le dejó cabalgar como si fuera su propio dueño. Y aun dice aquel testigo que estaba tan a su propósito como si él lo hubiera hecho aparejar de aquella manera. De suerte que no fué menester detenerse nada, sino ponerse luego en cobro; proveyendo Nuestro Señor que los ingleses no le pudiesen haber a manos.
Una mujer que había visto al Santo predicar en Dinanno, que está no muy lejos del obispado de Vannes, un año después de su muerte tuvo por espacio de más de un mes la cara muy sangrienta y sarnosa. Las medicinas que buscó no fueron parte para sanársela, sino que con ellas se le hinchó y encendió grandemente. Entonces ella prometió al maestro Vicente de ir a visitar el lugar donde él había predicado en la ya dicha villa. Luego sintió en la cara algún refresco y blandura, y después, cumplido el voto, estuvo muy buena.
Juan Quelas, un poco tiempo después de la muerte del duque Francisco de Bretaña, tenía un pleito en el consejo ducal de Bretaña contra Juan de Vannes; y debía de ser este otro tan poderoso, que él no halló en tres días quien quisiese abogar en su favor contra el otro (disfavor bien ordinario de algunos letrados para los pobres y menesterosos). Al cuarto día fuese al sepulcro de San Vicente y rogóle que quisiese proveerla en aquella necesidad. Salido de allí, encontró con un abogado, el cual no solamente tomó la causa de buena gana, mas luego la despachó a favor de su cliéntulo. Aquí quiero notar de paso que, según mi cuenta, este duque Francisco, de quien se ha hecho mención en este milagro, es aquel de quien escribe el papa Pío II en su Europa, en el capítulo de Francia, un otro caso bien semejante a los que nuestros españoles suelen contar del Rey don Fernando IV de Castilla y del rey don Pedro, también IV, pero de Aragón.
No solamente hizo el santo muchos milagros con los hombres, pero también con los animales brutos. En especial refiere un pobre hombre en el proceso que tuvo un buey suyo tan malo por espacio de seis semanas, que no podía comer. Buscó por muchas partes remedios para sanarle y no pudo hallar cosa que fuese al proposito. Y como sea verdad que tanto es un buy para un pobre villano que gana la vida con sus labranzas y trabajos, cuanto una ciudad para un rey. Con esa congoja encomendó al glorioso Santo su animal, y prometió ofrecerle no más de cinco dineros, y súbitamente sanó el buey.
Fray Justiniano Antist
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
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