No me digáis que no...!
Bendita sea mil veces la tormenta
que convirtió el recinto de mi Patria,
en cuadro horrendo de visión dantesca...!
Fue espantosa la noche... ¿Quién lo duda?
Desolación y muerte por doquiera;
un encaje de rayos en el cielo,
estruendo apocalíptico en la tierra:
ciudades convertidas en escombros
y pueblos convertidos en hogueras;
barrancos hondos, rasos de granizo,
bosques cegados como espigas tiernas
del huracán por las cortantes alas;
peñascos remolidos como arenas;
torrentes que arrastraban en sus ondas
aguilas, y corderos, y panteras,
con astillas de cátedras y tronos,
con harapos de púrpuras y sedas!
Fue espantosa la noche, ¿Quién lo duda?
Pero esa noche, oh Dios, bendita sea!
Surgió la luz, y a sus primeros rayos
Viéronse en medio de llanura inmensa,
Sembrada de cadáveres y escombros,
en pie, los muros de la vieja iglesia!
Oh visión celestial! Visión de gloria!
Todo ha caído! todo! menos ELLA...!
Lavó sus muros torrencial la lluvia;
bruñó el granizo sus broncíneas puertas;
brilla, pulimentado por los rayos,
el viejo acero de su cruz enhiesta...!
En torno del vetusto campanario
bañado por el sol, revolotea
una nivea bandada de palomas,
que hoy, como ayer, despierta
al son vibrante de los viejos bronces
que repican a fiesta...!
Ni el ciclón apagó su tenue lámpara,
ni le rompió el pearizco una vidriera.
La nube del incienso blandamente
en el recinto aquel se balancea...
No arranco el huracán ni un solo pétalo
de las rosas, lirios y azucenas
que las gradas adornan
del altar de la Reina...!
Y, al trueno que a lo lejos se oye
rodar crugiendo en la escarpada sierra,
el órgano responde,
con el himno triunfal de sus trompetas,
que vibra como un canto de victoria
en las huestes angélicas...!
Y allá, cerca del ara,
las manos levantando al cielo trémulas
el Pastor aparece, repitiendo
la afirmación eterna
del Maestro Divino:
"Pueden pasar los cielos y la tierra;
pero es inconmovible
la roca en que se asienta
el sublime edificio de la Iglesia".
No me digáis que no!
Bendita sea mil veces la tormenta
que convirtió el recinto de mi Patria,
en cuadro horrendo de visión dantesca...!
A las puertas del templo van llegando
en procesión inmensa,
todos los que pudieron, por milagro
al furor escapar de la tormenta:
hay espanto en sus ojos,
hay lodo en su cabeza;
hay nudo en su garganta
que sólo ronca cuando hablar intenta;
hay girones en todo su vestido,
hay temblor en sus brazos y en sus piernas:
y, en su frente inclinada,
corona de tristeza.
Al sagrado recinto,
arrastrando los pies, apenas llegan;
y, al salvar los dinteles
de la gloriosa puerta,
se rompe el nudo aquel de su garganta,
el llanto del amor sus ojos ciega;
caen de rodillas y sus brazos tienden
al que, abiertos los brazos, los espera;
y le gritan: "Señor, déjanos, déjanos
poner junto a tu alcázar, nuestras tiendas"!
Y han acampado allí... Están tranquilos
aunque todo, otra vez, cruje y retiembla...
¿Que vienen los negruzcos nubarrones
como nunca furiosos...? Pues, que vengan!
Es grandioso adorar al Cristo blanco
bajo un alto docel de felpas negras,
orlado de arabescos,
y flecos de centellas...!
¿Que truena retumbante ronco el rayo?
¿Que el huracán con su alarido llena
montañas y barrancos, y que acaso
va a entrar muy pronto en agonía la tierra...
¿Qué importa...? Cantarán tranquilamente,
acompañados de inaudita orquesta,
el santo "De Profundis"
¿Qué les puede aterrar, ni qué vencerlos?
¡Que venza a Cristo, quien vencerlos quiera!!
Mons. Vicente M. Camacho
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