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Revista "Claves"
De la Fundación San Vicente Ferrer
De la Fundación San Vicente Ferrer
Año I, N° 1
Febrero de 1993
Uno de los actos de Juan pablo II, en la sinagoga, hacer a un lado la Cruz para no ofender a los enemigos de la Iglesia.
Si Karol Wojtyla (Juan Pablo II) es Papa, tengamos en cuenta:
Karol Wojtvla fomentó y asistió a la reunión ecuménica de Asís como vicario de Cristo, es decir, como cabeza visible de la Iglesia: tenemos allí, un acto de la Iglesia. Inútil es intentar la afirmación de que lo hizo «a título privado», es una ficción, es una ilusión y tal vez un artilugio de quienes no desean ver la realidad. Estaba entonces allí la Iglesia. En Asís: y toda la catolicidad representada por la cabeza, y el mismo Cristo por su Vicario en la tierra. Tenemos un acto visible de la Iglesia visible, en una función estrictamente pontificial.
Cuando Karol Wojtyla fue a la sinagoga de Roma a mutilar la doxología trinitaria de los salmos y a negar la verdad teándrica de Nuestro Señor -a quien se refirió como «la persona de Jesús de Nazareth»-, presenciamos un acto del vicario de Cristo, en cuanto tal; un acto visible de la Iglesia visible.
En 1983, Karol Wojtyla promulgó una codificación canónica sustituto de la legislación vigente -como cuerpo- desde Benedicto XV, y que resulta herética por varios capítulos, actuó entonces como el sumo pontífice: sólo él en funciones puede hacerlo. La autoridad máxima de la Iglesia, realizó un acto de Iglesia.
Cuando el obispo de Roma -en la hipótesis que planteamos- celebra la «misa» con un rito inválido; ordena dudosamente; confirma con materia dudosa y una fórmula alterada hasta un grado de duda positiva; o utiliza una forma de altísimo riesgo de invalidez en las consagraciones episcopales, manifiesta visiblemente la dinámica de la Iglesia visible.
Cuando excomulga a los católicos y se inclina indulgente ante judíos y masones, ejerce una potestad punitiva que le es propia: es de la Iglesia.
Cuando PUBLICAMENTE hace sus profesiones de fe modernista y en sus elevaciones maritenianas y origenistas en documentos papales, profiere la herejía, es doctrina de la Iglesia.
Cuando fomenta el cisma y la herejía, avanzando minúsculos heresiarcas en todas las diócesis del mundo, elevando al cardenalato los más aptos para la destrucción y abolición de la FE preparando ya el próximo cónclave que continuará su labor, entonces es el papa el que obra en nombre de la Iglesia.
Karol Wojtyla es cabeza de una sociedad que maquina contra la Iglesia: el cisma conciliar judeo-masónico, que sistemática y rigurosamente busca la supresión del remanente católico en el mundo.
Supuestamente es papa legítimo. Entonces tenemos una Iglesia que es amalgama de Fe y herejía, y se hace IMPOSIBLE saber dónde está el cuerpo visible de la Iglesia. Porque la forma del cuerpo social, visible, de la Iglesia es la profesión pública de la fe: sin embargo, a cualquier católico con leal entender le parecerá imposible que los actos magisteriales, potestativos o jurídicos de la jerarquía actual -comenzando por el propio Karol Wojtyla-, así como los gestos litúrgicos con su respectivo contenido de Fe, MANIFIESTEN EXTERIORMENTE LA EXISTENCIA DE LA IGLESIA. ¿ACASO SE PUEDE AFIRMAR QUE LA IGLESIA CONCILIAR ES LA IGLESIA VISIBLE, EL CUERPO SOCIAL VISIBLE DE LA IGLESIA DE CRISTO? Restaría en ese caso explicar cómo la IGLESIA puede profesar la herejía, o perder la Fe.
Con la sociedad posconciliar, no hay posibilidad de compromiso EN NINGUN TERRENO, ni siquiera en el meramente jurídico de conveniencia» sería reconocerle una entidad que no tiene, y formar parte aunque más no sea en la periferia legal, del inmenso mecanismo al servicio del misterio de iniquidad que representa esa sociedad de naturaleza cismática.
Ellos tienen los templos; y bien, nosotros la Fe. Si de templos se trata, entonces da lo mismo incardinarse con un pope ortodoxo -más «ortodoxos» que los modernistas- que un obispo que carece de súb-ditos católicos, porque él mismo no tiene razón de superior, en la medida en que abandona el fundamento de su autoridad: la Fe y la Unidad con la Iglesia de Cristo.
En el fondo de toda la cuestión subyace una noción hegeliana de la Iglesia que nos ha sido impuesta por la línea de la Fraternidad San Pío X: la Iglesia Conciliar es, de alguna manera, «algo» de la Iglesia Católica. Es una simbiosis, es alquimia teológica y herejía eclesiológica: porque la Iglesia de Cristo no es un ser relativo a la sociedad conciliar, no necesita de ella para ser lo que es. Ella es y permanece en sí tal y cual su Divino Fundador así lo dispuso: no le puede faltar nada esencial porque «lo tenga la Iglesia conciliar». Es decir, por ejemplo. puede estar vacante la Sede Romana, pero NO PORQUE «EL PAPA» PERTENEZCA A LA IGLESIA CISMATICA DEL POSCONCILIO por que esa iglesia tiene su pontífice en Karol Wojtyla: de lo contrario el Papa estaría donde no está la Iglesia, y la Iglesia donde no está el Papa.
Es preciso afirmar la inmutabilidad de naturaleza esencial en la Iglesia de Cristo: no puede existir una «Iglesia enferma», que nos permita afirmar de ella lo siguiente, síntesis de la concepción dialéctica a la que hacemos referencia:
«Ellos no pueden combatir el veneno que emponzoña toda la vida de la Iglesia» (P. Schmidberger, 20 de marzo de 1990; Cfr. «Fideliter», N 75. pág. 18).
La vida de la Iglesia no puede estar envenenada, porque la Iglesia como tal es SANTA, y por lo tanto no puede transmitir la muerte dogmática, ni la muerte moral, ni la muerte litúrgica. La iglesia del posconcilio es vehículo de muerte, porque no es la Iglesia Católica, no hay otra explicación -al menos ortodoxa-.
Y en definitiva si el Vaticano II es heterodoxo, también lo es esta novedad eclesiológica, que disuelve el Credo Niceno Constantinopolitano del 381: «Et Unam, Sanctam, Catholicam et Apostolicam Ecclesiam».
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