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viernes, 8 de junio de 2012

LA ABSTINENCIA Y EL AYUNO

Origen religioso y no higiénico, pero de acuerdo con la higiene, por la armonía habitual de la religión y de la naturaleza creada. 
Valor espiritual de la abstinencia y del ayuno religioso. — Todo su valor proviene del espíritu con que se realizan. Esas prácticas disminuyen las tentaciones, fortifican la acción del alma sobre el cuerpo, son un homenaje a Dios creador y benefactor, una reparación por las faltas en que el cuerpo le gana la mano al alma. Conmemoran el ayuno de Cristo, nos unen a Él y merecen gracias infinitas. Fueron instituidas por Cristo y nos dan la supresión de las tentaciones y títulos a la felicidad eterna. El médico debe indicar las atenuaciones y las derogaciones que la salud necesita a la ley del ayuno. 
Abstinencia. Prescripción de la Iglesia. Es más bien favorable a la salud. Prejuicios a su respecto. 
Ayuno. — Los ayunos médicos a menudo más rigurosos. Los ayunos suplementarios de los religiosos. Incompatibilidades médicas. Las leyes del ayuno y de la abstinencia son lo más a menudo médicamente muy adecuadas. El médico católico debe hacerlo comprender a las personas que quisieran una dispensa injustificada.
Bibliografía.

De un modo general, la abstinencia consiste en la abstención de ciertos alimentos, y el ayuno en la reducción de la cantidad de alimentos o de comidas. Estas observaciones se encuentran en la mayoría de las religiones y han sido aplicadas desde la más remota antigüedad. Autores materialistas, empecinados en atribuir a las prácticas religiosas orígenes vulgares, y autores espiritualistas (!) preocupados en justificar (?) la religión, racionalizando sus costumbres, trataron de reducir la abstinencia y el ayuno a instituciones de higiene.
 Basta hacer untar que las teorías médicas, apropiadas para apoyar esa explicación, son de origen moderno, que la abstinencia y el ayuno médico se emplean paralelamente a sus homólogos religiosos y en forma diferente, y finalmente que es siempre por razones de orden sobrenatural (sacrificio, penitencia, elevación del alma, etc.) que esas prácticas han sido prescritas, para demostrar que la abstinencia y el ayuno tienen un carácter esencialmente religioso y que las teorías materialistas carecen de fundamento. Es lo que expone el doctor Mauricio Roux en su tesis:
"Entre los pueblos salvajes, los hechiceros ayunan porque "aquellos cuyo estómago está vacío, conversan cómodamente con Dios"; en consecuencia, pueden predecir y decir la buena ventura a satisfacción de quienes los consulten. También los ermitaños, los santos, en todas las religiones, han ayunado y practicado siempre el ayuno para acercarse a Dios. Finalmente, el ayuno parcial o completo, ha llegado a ser una regla, un deber, en gran número de religiones, para todos sus adeptos. Se ha querido ver en esas prescripciones una prueba de sabiduría de parte de sus fundadores, que habrían comprendido su valor higiénico y por consiguiente los habrían impuesto. Pero se trata solamente de penitencias que se imponen para ganar los favores divinos y si esas penitencias tienen un alcance higiénico, la coincidencia es totalmente fortuita".
En realidad, la coincidencia es completamente natural en la religión judío-cristiana; la inspiración divina de esta última y su consideración por el hombre, criatura de Dios, hacen que sus prescripciones armonicen necesariamente con las leyes del mundo, como ya lo hemos visto más de una vez.

Valor espiritual de la abstinencia y del ayuno religioso
Es bien evidente que la abstinencia y el ayuno, por sí mismos, no tienen valor espiritual alguno. Es el espíritu del creyente el que le da significado: "¿Por qué hemos humillado nuestras almas sin que lo supierais, decían los hijos de Israel, por qué hemos ayunado sin que nos mirarais?". Él Señor respondió con el profeta: "Porque en vuestro ayuno influyó vuestra propia voluntad" (Isr., LVIII, 3).  
Esto bastaría para señalar el abismo que hay entre el ayuno por higiene o por cualquier otra causa humana, y el ayuno religioso. Éste debe ser un verdadero ayuno, corporal y espiritual a la vez:
"El verdadero ayuno —dice San Basilio— consiste en abstenerse de todo vicio"
"¿Para qué —dice San Agustín— rehusar el alimento a nuestro cuerpo, si cargamos nuestra alma de pecados? ¿Para qué prohibir el uso de la carne, hecha sin embargo para ser comida, si desgarramos los miembros de nuestros hermanos con odiosas calumnias?"
Y San Gregorio compara los que ayunan, sin mortificar sus pasiones, a Simón de Cirene, que llevó la cruz de Jesucristo, pero que no murió con Él.
Además, el ayuno y la abstinencia no se presentan como una simple privación de alimentos, prescripta por la disciplina de la Iglesia, sino como un acto de elevada y profunda piedad, al que todos los Santos han atribuido la mayor importancia, y que nos eleva poderosamente hacia Dios.
1. Esta mortificación de nuestro cuerpo posee en primer lugar una virtud preservadora. Como dice San Pablo, "la carne tiene deseos contrarios a los del alma, y el alma a los del cuerpo. Están en lucha una y otro, por lo que no hacéis todo lo que queréis" (Gal., V, 17). Y en otro lugar: "La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios" (I Cor. XV, 50). El aplacamiento, la represión de los apetitos de la carne disminuye pues las exigencias, las tentaciones que proceden de la misma. Nuestro Señor dice expresamente de algunos demonios: "Mas esa especie se echa solamente con la oración y el ayuno" (Mat., XVII, 20).
2. Esas prácticas fortifican nuestra alma y aumentan su dominio sobre el cuerpo. Es psicología y psicoterapia elemental, que la resistencia a nuestros deseos corporales, su sujeción a reglas fijadas por nuestra voluntad, los moderan y los someten cada vez más a nuestro espíritu. La práctica de la abstinencia y del ayuno en días fijos, sin que se tengan en cuenta nuestros instintos y nuestros gustos, es por naturaleza un excelente factor de dominio de nosotros mismos y de desarrollo de nuestra personalidad moral y espiritual.
3. Mas la abstinencia y el ayuno deben lograr algo más que preservarnos de las tentaciones y aumentar nuestro valor personal. Asumen realmente su sentido espiritual realizando nuestro homenaje, nuestro sacrificio a Dios, de los bienes de que gozamos por su bondad. Bajo la antigua Ley, tomando los animales más hermosos, los frutos más sabrosos y llevándolos al altar de los sacrificios, era como el creyente reconocía el derecho de la soberana propiedad de Dios sobre toda la tierra y sobre todo lo que tenía a su disposición el ser humano. Mediante la abstinencia y el ayuno renunciamos, con homenaje voluntario, en testimonio de amor, al poder que Dios nos ha delegado sobre los frutos de la tierra.
4. Y este homenaje, y este sacrificio, que pueden costarnos algo, resultarnos penosos, cumplen así una penitencia, una reparación, por los excesos nuestros y ajenos. La gula —decía San Pablo— excluye del reino de Dios a los que se abandonan a ella y convierten en una especie de divinidad a su propio vientre. La abstinencia y el ayuno pagan directamente los pecados que se cometen a este respecto e, indirectamente, todos aquellos en que la carne triunfa a costa del espíritu.
5. Finalmente, el ayuno tiene para todos los cristianos la inconmensurable grandeza de conmemorar los ayunos de Nuestro Señor. Él, cuya alma dominaba al cuerpo en la más perfecta armonía, Él, que es el dueño de todas las cosas, Él, que no tenía ninguna falta personal que expiar, nos ha dado el ejemplo, el modelo, de la disciplina, del sacrificio, de la expiación por el ayuno.
¿No ha prescrito, además, Nuestro Señor, el ayuno a los que siguen sus doctrinas, cuando contestó a los discípulos de Juan: "¿Pueden estar de duelo los amigos del esposo cuando el esposo está con ellos? Mas vendrán los tiempos en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán''? Estamos en esos tiempos y la Iglesia nos prescribe la fidelidad a la palabra de Cristo. Con la abstinencia y el ayuno nos unimos a la mortificación que nuestro Señor ofreciera para salvar a la humanidad, y por esa unión nuestra penitencia se vivifica con todos los méritos de la expiación de Cristo. ¿Y no es para nosotros un símbolo y una garantía de inmensa esperanza el triunfo de Cristo sobre las tentaciones del demonio, después del ayuno en el desierto, y la conclusión: "Entonces el demonio lo dejó; y he aquí que los ángeles se acercaron y lo sirvieron" (Mativ, 11)?
La abstinencia y el ayuno son, pues, prácticas que deberían querer todos los corazones cristianos y cumplirlas no ya con tristeza, lamentos y protestas, sino en alegría y plenitud de privaciones.
Sin embargo no todos tienen la fuerza física para ello; el médico deberá preocuparse por aplicar las prescripciones de la Iglesia en los casos patológicos y deberá indicar las atenuaciones o derogaciones que le parezcan oportunas, porque la Iglesia está siempre dispuesta a modificar sus leyes en la medida de lo posible, por motivos razonables.

Abstinencia
El Código de Derecho Canónico establece al respecto las siguientes reglas:
"Can. 1250. — La ley de la abstinencia prohibe el uso de la carne y del jugo de la carne, pero no prohibe ni los huevos ni los productos lácteos ni los condimentos de cualquier naturaleza, aun cuando procedan de la grasa de los animales.
"Can. 1254, I. — La abstinencia es obligatoria para todos los fieles después de cumplidos los siete años.
"Can. 1252, I. — La abstinencia es obligatoria todos los viernes del año, además el Miércoles de Cenizas, los Sábados de Cuaresma (en muchas diócesis se traslada al miércoles), el Sábado Santo hasta mediodía, los días de las Cuatro Témporas y las cuatro vigilias de Pentecostés, Asunción, Todos los Santos y Navidad. Para las tres últimas fechas se suprime la abstinencia del viernes, si caen en ese día, y la abstinencia que les corresponde también se suprime, si las fiestas citadas caen en lunes".
Desde el punto de vista médico, son pocos los casos en que sea necesaria la dispensa de la abstinencia. La ciencia moderna ha eliminado el prejuicio de la carne alimento "tónico", fortalecedor. El ejemplo de los japoneses, pueblo alimentado de arroz y pescado y de quienes se conoce el vigor, y de muchos otros pueblos casi exclusivamente vegetarianos, ha demostrado que la carne no tiene más que un papel accesorio, pero no indispensable en la alimentación.
Hace algunos años, una comisión de la Academia francesa de Medicina, compuesta por Martel, Iiallion, L. Bernare, L, Labbé, J. Renault, Desgrez, demostró que el pescado puede reemplazar a la carne en la alimentación y aun ofrece ventajas numerosas, sobre todo para los niños. El estudio científico de los alimentos ha probado que muchos de los mismos, magros desde el punto de vista religioso, son alimentos grasos desde el punto de vista fisiológico, y sustituyen la carne sin ninguna desventaja: así el pescado, los huevos, los quesos, la leche, los cereales, las legumbres secas, etc. También la patología ha establecido que la carne y esos diversos alimentos son de la misma clase, y cuando uno de ellos debe ser prohibido, como en los urémicos, todos los demás también deben ser eliminados. Finalmente, la dietética de numerosas enfermedades del hígado, de los ríñones, del aparato digestivo, la gota, la obesidad, la arterioes-clerosis, las afecciones del aparato circulatorio, etc., demostró que la salud de muchos enfermos o indispuestos se halla en regímenes infinitamente más restrictivos que la abstinencia religiosa.
Desgraciadamente, los prejuicios son tenaces, sin contar con la atracción del fruto prohibido. Se ven personas que a menudo, por gusto y sin pensarlo, realizan la abstinencia, no importa cuándo, y que solicitan la dispensa para los viernes o las Cuatro Témporas. Por otra parte, algunos eclesiásticos -sin duda por la pequeña sugestión nacida de la "Ley"— atribuyen mucha más importancia a la privación de la carne, que otras personas. Ya para ellos mismos, ya para sus penitentes, se les ve inclinados a la dispensa de la abstinencia; sobre todo cuando se trata de personas de cierta edad, se ve dispensar a sujetos en trance de uremia, para quienes un régimen estríctamente vegetariano sería más indicado. 
Se ve también la paradoja de ciudades donde hay establecimientos de aguas minerales o termales, donde la mayor parte de la población está a régimen vegetariano en razón de su especialización médica, y que la autoridad diocesana dispensa de oficio de la abstinencia.
De cualquier manera, cuando el médico sea consultado, juzgará útil proponer la dispensa de la abstinencia para ciertos tuberculosos, determinadas anemias verdaderas (y no astenias nerviosas o uremias), algunas diabetes; tal vez para nefrosis lipóideas y en las convalecencias de enfermedades graves con inapetencia, etc. Los enfermos, para los cuales la dispensa sería necesaria, son, en resumen, más bien raros.

El ayuno
La ley del ayuno prescribe hacer una sola comida por día; pero no prohibe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, conformándose por la calidad y la cantidad de los alimentos servidos en el desayuno de la mañana o merienda de la tarde, de acuerdo con los hábitos aprobados en el lugar en que uno se halle (Can. 1251, § I).
"No está prohibido consumir carne y pescado en la misma comida y se puede llevar la comida principal a la noche y la merienda a mediodía (id. § II).
"La ley del ayuno obliga a todos los que han cumplido los 21 años y hasta el comienzo de los 60 (Can. 1254, § 2). Está prescripto todos los días de Cuaresma, salvo los domingos, hasta el Sábado Santo a mediodía; además los miércoles, viernes y sábados de las Cuatro Témporas y las vigilias de Pentecostés, la Asunción, Todos los Santos y Navidad" (Can. 1252).
La composición de las comidas, generalmente, es la que sigue:
1. Comida principal: ad libitum, a placer, respetando siempre la ley de la abstinencia, cuando se trata de un día en que se aplica.
2. Desayuno: pan, legumbres, sopa, café, chocolate con agua (ni leche, ni huevos); la cantidad de alimento sólido no debe exceder por principio los 60 gramos, mas las necesidades de los deberes de estado (que el ayuno no debe impedir) pueden permitir que se pase de esa cantidad sin exageración.
3. Merienda o cena: pan, legumbres cocidas en agua, en manteca o grasa, frutas, dulces, etc. En muchas diócesis se toleran los huevos, los productos lácteos, el pescado. Pero la carne está siempre prohibida. Como cantidad los teólogos admiten de 200 a 300 gr.; pero las necesidades de los deberes de estado y de la prolongación del ayuno (en Cuaresma) autorizan la cantidad que se necesita desde ese punto de vista.
4. Finalmente, entre comidas, se admite que los líquidos no interrumpen ni infringen el ayuno: se puede tomar agua, vino, té, café, cerveza, etc., pero no bebidas alimenticias (leche, chocolate, jugo de carne, etc.).
Desde el punto de vista médico, la ley del ayuno encontrará evidentemente más dificultades en su aplicación que la de la abstinencia; pero no se deben exagerar estas dificultades. En realidad, el sujeto normal puede adaptársele fácilmente: con la tolerancia de la cantidad suficiente para permitir el cumplimiento normal de los deberes de estado, se trata en resumen más de un cambio de hábitos, que de una privación verdadera. Muchas personas, aun de salud delicada, practican un verdadero ayuno durante toda la vida, sin darse cuenta siquiera. No toman por la mañana más que un poco de café negro o nada del todo; hacen una buena comida a mediodía y por la noche se conforman con una sopa, generalmente de legumbres, o con un café con leche.
La terapéutica emplea —en bien de la salud— tratamientos de ayuno mucho más severos que la abstinencia y el ayuno eclesiástico. Hablando de estos últimos, escribe el doctor Roger Truelle:
"¿Se cumplen siempre exactamente estos ritos? Muchos son los que eluden la regla; ya por indiferencia, ya por gula, ya porque se figuran que la privación algo prolongada de alimentos puede ser perjudicial, víctimas así de un prejuicio muy arraigado. Y sin embargo, ¡cuántos malestares podrían evitarse con una dieta bien llevada y oportunamente cumplida! ¡Cuántos trastornos encarrilados por la simple supresión de una comida!
"No se cuentan ya los enfermos que deben su restablecimiento al tratamiento de Guelpa; y este tratamiento —llamado de desintoxicación— importa cuatro días consecutivos de ayuno (dieta hídrica) con un purgante repetido cada día durante ese período.
"Los que hacen este tratamiento, y os hablo con conocimiento de causa, por haberlo experimentado en mí mismo, se asombran de la facilidad con que lo soportan. Algunos grandes intoxicados se sienten hasta más fuertes durante el ayuno, mucho más riguroso que los que hemos recordado antes (los eclesiásticos)".
En muchas Órdenes religiosas, se agregan abstinencias y ayunos rigurosos a los prescritos a los fieles. Es así que los Trapenses de Bricqueboeuf (Mancha) se alimentan de sopa (sin grasa, manteca o aceite) de legumbres cocidas en el agua, de frutas crudas o cocidas y 370 gr. de pan; no toman leche más que en ciertas épocas del año y reciben medio litro de sidra por día; la carne, el pescado, los huevos, la manteca y el queso están excluidos de su alimentación. Para los Cartujos, el régimen es análogo, pero les están permitidos los huevos, la leche y la manteca, salvo en el Adviento, la Cuaresma y el viernes de cada semana. Hay ayuno desde el 14 de septiembre hasta la Pascua y todos los viernes de la semana; y este ayuno no admite más que una comida a las 11 y tolera sólo una merienda de pan y agua a las 17. A pesar de estas privaciones, ¡Fonssagrives notó en los Trapenses "una tendencia a la obesidad y a la congestión del rostro"! Y se conoce el trabajo manual e intelectual de esas Órdenes y el tiempo limitado que se concede en ellas al sueño.
Como ya lo dijo el doctor Hecquet en el siglo XVIII, "no hay que creer que es por escasez de fuerzas que se busca la dispensa en la Cuaresma, sino por escasez de fe y de amor por la virtud". Y el obispo de Fréjus, en su Mandato de 1933: "Para esas atenuaciones, no puede haber más que una verdadera enfermedad o trabajos excepcionalmente duros o una miseria física extrema que puedan dispensar del ayuno y de la abstinencia".
El interés de la salud exige, pues, que los confesores no sean muy inclinados a dispensar de la abstinencia y del ayuno. El médico deberá certificar la necesidad de una dispensa del ayuno para enflaquecidos, en quienes la ausencia de reservas requiere un combustible aportado incesantemente; para enfermos o semienfermos cuya inapetencia no permitiría una alimentación suficiente mediante una sola comida principal; para hiperclorhídricos, en quienes las comidas livianas, insuficientes para saturar la secreción gástrica, importarían dolores tardíos; para los diabéticos amenazados de acetonemia o bulímicos; para los vagotónicos, los hipotensos, en quienes la plenitud gástrica es necesaria para aumentar la tensión arterial.
Mas si el médico católico no debe vacilar en conceder y hasta en proponer los certificados necesarios para conseguir para sus enfermos las dispensas necesarias, debe también saber combatir los prejuicios, perjudiciales además a la salud, explicar a sus clientes la inutilidad y aun las desventajas de una dispensa para su caso particular, y saber rehusar formalmente un certificado de complacencia. Las leyes de la Iglesia son justas; hemos visto que concuerdan a menudo con la higiene y el bien de los enfermos; como lo hacen notar los doctores Capellmann y Bergmann, la persona que pide a su médico su opinión para la dispensa del ayuno, tiene a menudo conciencia de que su estado de salud no la necesita; trata solamente de hacer cubrir por el médico una infracción de la que no sabría afirmar personalmente la utilidad a su confesor. La confianza que la Iglesia acuerda a la palabra del médico, lo obliga a una apreciación concienzuda de los casos que se le someten. El bien de los enfermos y la ley de la Iglesia coinciden muy a menudo. Como escribe el doctor Gouraud, "en este terreno de la temperancia, corresponde el acuerdo entre el hombre religioso, únicamente preocupado en obedecer a la Iglesia mortificando su carne, y el hombre de ciencia únicamente preocupado de salvar sus arterias de una degeneración próxima...". Y sobre todo el médico católico tendrá siempre presente en su espíritu el inmenso valor espiritual de la mortificación corporal: el pensamiento de Cristo en el desierto será para él la guía mejor para conciliar la caridad y el espíritu de la Iglesia. 

BIBLIOGRAFIA
Tesis de medicina:
Roux, Maurice: Les appetits et le jeune devant l'hygiéne et la therapeutique, París, 1924.

Obras varias:
Gouraud, Dr.: De la temperance, en Bull. Soc. méd. St. Luc., 1906, pag. 38. 
Truelle, Dr. Roger : Propos de Caréme, en Plombiéres-Thermal, marzo de 1925.
Dr. Henri Bon
MEDICINA CATOLICA

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