Parece que la devoción al Sagrado Corazón flaquea por la base, pues en ella se tributan honores divinos a una criatura. Además, según los adelantos de la Filosofía, es falso que el corazón sea el asiento del amor. ¿Y qué pruebas hay en favor de la autenticidad de la gran promesa? ¿No es herético sostener que uno tiene asegurada la salvación?
Ninguno que entienda bien los dogmas de la Encarnación y de la Redención dudará lo más mínimo de la legitimidad de la devoción al Sagrado Corazón. Jesucristo, siendo una sola Persona divina, es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero Hombre. La Persona divina está hipostáticamente unida a la humanidad de Jesucristo, no solamente considerada en su totalidad, sino también considerada en sus partes diferentes; por ejemplo: sus manos, sus pies, su Sangre preciosa y su Corazón. Sigúese, pues, que cada una de estas partes orgánicas merece ser adorada, no en cuanto se la considera en sí misma, sino por razón de su unión con la divinidad.
Pío VI condenó la herejía jansenista, según la cual, adorar directamente a la humanidad de Jesucristo o a cualquiera de sus partes equivale a tributar honores divinos a una criatura.
El Sagrado Corazón de Jesús merece el mismo culto que la divinidad, con tal que sea adorado juntamente con la Persona divina. En esta devoción consideramos el corazón no como el órgano, sino como el símbolo del amor. El corazón nos sugiere el amor, como la azucena nos sugiere la pureza y la balanza la justicia. La Biblia nos habla del corazón como el asiento ideal de los afectos (Isaí XLV, 14; Prov XXIII, 17; 1 Tim 1, 5), el origen de los deseos y de la volición (Mat 15, 19), y hasta le asigna operaciones intelectuales (Deut XI, 18; 1 Corintios II, 9).
La carta original en la que estaba contenida la gran promesa se perdió; pero ha llegado a nosotros en cinco versiones distintas. La primera puede verse en el primer volumen de la edición Vida y obras de Margarita María, editadas por la Visitación en 1867 y 1876. La segunda, en el segundo volumen de estas mismas ediciones. La tercera, en la Vida del obispo Languet. La cuarta, en un manustrito que descubrió el P. Hamon el año 1902 en la biblioteca de José Dechelete. La quinta, en los anales del monasterio de Dijon.
Por ahora nos es imposible determinar con exactitud cuál de estas versiones es la original. Desde luego, todas las versiones insisten de consuno en la comunión de los nueve primeros viernes, prometiendo la gracia del arrepentimiento final y la de no morir sin sacramentos. La versión de Languet dice que, después de haber cumplido las condiciones requeridas, puede uno abrigar la esperanza de recibir los sacramentos y de perseverar fiel hasta el fin. La primera versión añade estas palabras: "Si ella no se engaña"; las cuales prueban que la eficacia de la devoción de los nueve primeros viernes no es infalible. Esto no debe extrañar a nadie, pues ninguno tiene derecho a creerse seguro haga lo que hiciere. No basta hacer los nueve primeros viernes; hay que procurar vivir bien. Ya se ve, sin embargo, que estas comuniones no pueden menos de alcanzar del Señor gracias especiales, que, como dice el obispo Languet, "hagan a uno abrigar la esperanza de que obtendrá la gracia de la penitencia final". Nadie, pues, se llame a engaño creyendo que con comulgar los nueve primeros viernes está seguro. Es menester, además, llevar buena vida; los nueve primeros viernes ayudan a llevarla buena hasta el fin.
¿Cuál es el origen y el significado del rosario? ¿A qué viene ese mecanismo con que los católicos poco instruidos cuentan sus oraciones por las sartas de los rosarios? Porque Jesucristo condenó eso ciertamente cuando dijo: "Al orar, no habléis mucho, como hacen los paganos" (Mat VI, 7).
El objeto principal de la devoción del rosario es hacer que los fieles mediten en los misterios de nuestra redención. Los misterios son quince: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, la Purificación, el encuentro del Niño en el templo, la Oración del huerto, la Flagelación, la Coronación de espinas, la Cruz a cuestas camino del Calvario, la Crucifixión, la Resurrección, la Ascensión, la venida del Espíritu Santo, la Asunción y la Coronación de la Santísima Virgen.
En estos quince misterios puede decirse que está contenido todo el Evangelio. Los católicos, mientras rezan un Padrenuestro y diez Avemarias en cada misterio, meditan suavemente hasta empaparse en el espíritu de estos misterios salvadores. Desde el siglo IX al XII, los sacerdotes de las Ordenes monásticas decían misa por los hermanos difuntos, mientras que los legos recitaban cincuenta salmos o cincuenta Padrenuestros.
En el siglo XII ya se usaba dividir en grupos de diez las cincuenta Avemarias que entonces rezaban. Las sartas del rosario ayudan notablemente para no distraerse, y para este fin fueron introducidas ya entonces. Se considera a Santo Domingo como reglamentador del rosario en su forma actual, quien introdujo, además, la práctica de meditar en los misterios.
Lo que Jesucristo condena en el pasaje arriba citado es aquella elocuencia verbosa con que los paganos pretendían doblegar la voluntad de los dioses y hacerles que hicieran lo que les pedían (Séneca, Epist 31, 5; Marcial 7, 60). Ya dijo San Agustín, comentando este pasaje, que "los gentiles eran los que hablaban mucho, fijándose más en la retórica con que adornaban sus plegarias que en la limpieza de sus almas".
Jesucristo mismo quiso enseñar a orar a sus apóstoles, y para ello les dio la más sublime de todas las oraciones: el Padrenuestro (Mat VI, 9-15). También se propuso el Señor con estas palabras condenar a los fariseos, a quienes les "gustaba orar en pie en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres" (Mat VI, 5). "Con ese género de oración honraban a Dios con los labios, pero estaban lejos de El con el corazón" (Mat XV, 8; Isaí XXIX, 13).
Es falso que Jesucristo condenase las repeticiones en la oración. El mismo, en el huerto de los Olivos, repitió tres veces la misma oración (Mat XXVI, 39, 42, 44), y dio vista al ciego que no hacía más que repetir la misma súplica (Mat XX, 31). En uno de los salmos más hermosos, el 135, se repite veintisiete veces la misma antífona: "Porque su misericordia (la de Dios) es eterna"; y los ángeles en el cielo no cesan de repetir día y noche esta alabanza: "Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el cual era, el cual es y el cual ha de venir" (Apoc IV, 8).
No siempre implica mecanismo la repetición de una oración. Un pianista de fama mundial, digamos Paderewski, puede repetir el mismo concierto veinte veces, siempre con la misma ejecución y con el mismo efecto de placer en los oyentes; un actor renombrado puede repetir su papel noche tras noche, y el teatro estará rebosante siempre de espectadores. Una madre se pasa las horas muertas diciendo y repitiendo las mismas ternezas a su niño, sin que ponga en la última expresión menos afecto que en la primera. Pues ¿por qué se va a acusar a los católicos de repetir una y otra vez el Padrenuestro y el Avemaria, como si repitiesen mecánicamente esas palabras hermosas, tomadas casi en su totalidad de la misma Escritura?
Es una devoción que tiene por objeto honrar a Jesucristo Sacramentado. Los fieles oran delante del Santísimo, que está expuesto cuarenta horas continuas en memoria de las cuarenta horas que estuvo el Cuerpo de Cristo en el sepulcro. Se empieza y se termina con una misa solemne, en la cual se tiene una procesión con el Santísimo Sacramento, y se cantan las letanías de los santos.
Tuvo origen en Milán a principios del siglo XVI, y su fin, según nos dice Paulo III (1543-1539), era "aplacar la ira de Dios, ofendido por los cristianos, y desbaratar las maquinaciones de los turcos, que se estaban armando para destruir la cristiandad".
En Roma popularizaron mucho esta devoción San Felipe Neri y San Ignacio, que recomendaban su observancia como un acto de reparación de los pecados cometidos durante los dias de Carnaval. Hoy día se encuentra ya esparcida por todo el mundo católico.
BIBLIOGRAFIA
Arratibel, Manual de las Cuarenta HorasAlcañiz, La devoción al Sagrado Corazón
Id. El Reinado del Sagrado Corazón, ideal de la juventud.
Getino, Origenes del Rosario.
Estebañez, La gran Promesa del Corazón de Jesús.
Grignon, El Secreto admirable del Santo Rosario.
Meschler, Jardín de Rosas de Nuestra Señora.
Tejada, La gran revelación del Sagrado Corazón.
Oraá, El Sagrado Corazón de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario