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lunes, 20 de mayo de 2013

Poder de intercesión de la Madre de Dios

     -Testimonios de los Santos Padres, de los antiguos autores eclesiásticos y de los Santos tocante a este poder. -Resumen de las fórmulas que lo atestiguan y de los títulos sobre los que lo apoyan. -Explicación de los términos en los que se ha creído ver alguna exageración.

     I. Podía en rigor omitirse cuanto vamos a exponer, sin que el poder de intercesión de la bienaventurada Virgen quedará incierto. Efectivamente. Pero en nuestro afecto a esta Madre, toda amable, de los hombres, no hemos tomado como norma el atenernos a lo estrictamente necesario.
     Y, además, ¿quién como los Santos podrá decirnos la idea que hay que forjarse del poder de María? Interroguémosles, pues, y, para nuestro consuelo, aprendamos de ellos que este poder no conoce límites ni en su orden ni en su esfera. Verdaderamente es a sus ojos la omnipotencia suplicante: omnipotentia supplex. Citaremos sencillamente sus palabras ,y para demostrar que no se trata de un sentir particular, oiremos sucesivamente a Padres pertenecientes a todos los tiempos y a todos los países: 
     "¡Oh, Vos, Soberana Reina de nuestra naturaleza, escuchad las oraciones de vuestros siervos, que recurren a vuestra protección. Interceded por nosotros cerca de vuestro Hijo... Porque, ¡oh!, Virgen María!, vuestra intercesión no es rechazada jamás por el Señor; nada rehusa Él a vuestras peticiones; de tal modo estáis cerca de la simple y muy adorable Trinidad" (San Joan. Damasc., Hom. in Annunciat. B. V. Deip., P. G., XCVI. 647).
     He aquí otra de San Germán de Constantinopla, que aún parecerá más enérgica: "Vos sola sois Madre de Dios, más alta que el Universo; por eso nuestra fe os bendice, ¡oh, Esposa de Dios!... ¡Oh, Soberana mía!, Vos sois, después de Dios, mi consuelo, mi refugio y mi vida, mi armadura y mi gloria, mi esperanza y mi fuerza. Dadme que participe con Vos de los dones inefables, de las riquezas incomprensibles de la morada celestial. Lo sé: tenéis, en vuestra cualidad de Madre del Altísimo, un poder igual a vuestro querer; por lo cual mi confianza en Vos no tiene límites: Habes enim, novi paterna cum volúntate jacultatem, tanquam Altissimi Parens" (
In lngreesum, S. S. Deiparae serm. 2, P. G., t. XCVIII, 320). Y más adelante: "Vuestra asistencia es poderosa, ¡oh, Madre de Dios!; no necesita ser apoyada por nadie cerca de la Majestad divina... Inmortal es vuestra protección y vuestra intercesión vivificante. Si no hubieras ido primero, nadie adoraría a Dios en Espíritu, porque el hombre ha llegado a ser espiritual cuando Vos, ¡oh, Madre de Dios!, habéis llegado a ser templo del Espíritu Santo. Nadie ha sido lleno del conocimiento de Dios sino por Vos, ¡oh, Santísima!; nadie es salvo sino por Vos, ¡oh, Madre de Dios!; nadie se escapa a la servidumbre sino por Vos, ¡oh, Vos, que habéis merecido llevar a Dios en vuestras virginales entrañas! ¿Quién como Vos defiende a los pecadores? ¿Quién como Vos se da en prenda por aquellos mismos que no se enmiendan todavía? Gracias a vuestra autoridad maternal sobre Dios mismo, materna in Deum auctoritate, Vos conseguís misericordia para los criminales más desesperados, Vos no podéis dejar de ser atendida: porque Dios condesciende en todo y por todo a la voluntad de su verdadera Madre" (Serm. de Dormit. B. V., P. G., t. XCVIII, 349, 352).
     Toda la Iglesia griega rinde testimonio al poder de María, por boca del Santo Patriarca de Constantinopla. Por eso debemos seguir escuchándole, puesto que habla divinamente del asunto que tratamos: "¿Quién, en efecto, después de vuestro Hijo, dice a la Inmaculada Virgen, quién se interesa por el género humano como Vos; quién nos asiste como Vos en nuestras tristezas? ¿Quién como Vos se apresura a arrancarnos de las tentaciones con que el enemigo nos asedia? En virtud del poder maternal que tenéis cerca de vuestro Hijo, aunque estemos ya condenados por nuestros crímenes y aunque no nos atrevamos ni aun a levantar los ojos al cielo, Vos nos salváis por vuestras plegarias y nos arrancáis al eterno suplicio... En Vos, ¡oh Madre de Dios!, todo es admirable, todo está por encima de la naturaleza y de la razón. Por lo cual la inteligencia es incapaz de concebir el poder de vuestra intercesión" (
Idem, Serm. in S. S. Mariae Zonam. Ibid., 380, 381). Algunas líneas antes de lo que precede había escrito estas hermosas palabras, tantas veces recordadas después: "¡Oh, Vos, castísima, buenísima y misericordiosísima Soberana; Vos, consuelo de los cristianos; Vos, refugio el más seguro de los pecadores, no nos privéis de vuestra asistencia! Porque, ¡oh, Santísima Madre de Dios!, ¿a quién recurrir si Vos nos abandonáis? ¿Qué sería de nosotros, puesto que Vos sois el hálito y la vida de los cristianos? La señal cierta de que un hombre vive es la respiración. Así, la prueba, digamos mejor, la causa de la vida, de la alegría y del socorro para nosotros, es el tener a toda hora, en todo lugar, vuestro santísimo nombre en el corazón y en los labios... Es, pues, vuestra protección poderosa para darnos la salvación; tan poderosa, ¡oh, Divina Madre!, que no tenemos necesidad de otro intermediario cerca de Dios" (Serm. in S. S. Mariae Zonam.. P. G., t. XCVIII, 377 y sígs).
     En la imposibilidad en que nos encontramos de citar por entero las conmovedoras oraciones de San Efrén a la Santísima Virgen, destacamos, al menos, estos pocos fragmentos: "Tened compasión de nuestras dolencias, Virgen sin mancilla... ¿Quién puede ir con la misma seguridad que Vos a Aquel que de Vos ha nacido? Vos lo podéis todo en calidad de Madre de Dios. Nada, si así lo queréis, es imposible para Vos. No desdeñéis ni mis suspiros ni mis lágrimas, y no defraudéis mi esperanza. Con vuestras oraciones maternales, haced violencia a la misericordia de vuestro Hijo, aunque Él está libre de toda coacción, y dignaos restablecer a vuestro indigno y desgraciado siervo en su antigua y primitiva gloria" (P
recat. in Dei genitr., t. III (graece et latine), p. 540). "Sí, Virgen, que sobrepujáis toda alabanza, todo lo que queréis, lo que podéis cerca de Dios, a quien habéis dado a luz" (Idem, ibid., p. 537). "En virtud de vuestra Maternidad, vuestro poder es igual a vuestro querer. Vos poseéis lo que se necesita para mover y persuadir infaliblemente a nuestro Dios: las manos que le llevaron, los senos que le nutrieron con su leche. Recordadle sus pañales y los cuidados de que le habéis rodeado desde la infancia; a lo que habéis sido para Él, mezclad lo que Él ha hecho por nosotros, su cruz, sus heridas y la sangre que nos redimió" (Idem, ibid., p. 631). "Este Hijo único no tiene placer mayor que el de escuchar vuestras oraciones en favor nuestro; estima como gloria suya, no menos que como deuda para con Vos, el escucharlas: tuas velut ex debito petitiones adimplet. Así, pues, ¡oh, Medianera inmaculada del mundo!, yo imploro con contrito corazón vuestra asistencia, la más saludable y la más poderosa después de la de Dios".
     ¡Qué idea del mismo poder de intercesión nos da también esta otra oración de un sabio obispo de Oriente! "Que sean acogidas por Vos, os lo ruego, mis oraciones, dichosamente. Nada os es más fácil. Vuestra cualidad de Madre os asegura cerca de vuestro Hijo una confianza que no puede temer la repulsa. Os da un poder invencible, una fuerza inexpugnable... Por grandes y numerosos que sean nuestros crímenes, se desvanecerán fácilmente con tal que Vos lo queráis. Es que nada resiste a vuestro poder y todo cede a vuestra influencia, a vuestro mandato. Ordenad, y todo se inclinará a vuestra voluntad... Porque vuestro Hijo os ha puesto Él mismo por encima de todo lo creado... y no necesitáis de intermediario alguno para hablarle. Se complace en vuestras oraciones y gusta de oiros interceder por nosotros. No sabe rehusaros nada, porque estima que vuestra gloria es su gloria. Todas vuestras peticiones las atiende complacido, como Hijo y como Deudor. Así, pues, ¡oh, Soberana mía!, confiando en vuestro poder incomparable y en vuestra no menor clemencia, os ofrezco el fruto de mis pobres labios" (
Georg. Nicomed., Or. 6 in SS. Deiparae ingressum, P. G., C. 140). Sin duda se ha notado la semejanza, no sólo en las ideas, sino también en las expresiones entre este último texto y el de San Germán de Constantinopla. Esto prueba cuán universalmente esparcido en estas iglesias estaba, entre los fieles y pastores de ellas, este sentimiento de la bondad y del poder de intercesión de la bienaventurada Virgen.
     He aquí cómo los orientales han hablado, en sus homilías, del poder de intercesión propio de la bienaventurada Madre de Dios. Las oraciones y los cantos litúrgicos son por doquiera el eco de estas enseñanzas. Daremos algunas pruebas: "Escuchad siempre, ¡oh, Cristo!, las súplicas de Vuestra Divina Madre, porque Ella es bastante poderosa para alcanzarlo todo, puesto que es Madre de Dios" (
San And. Creten., In triod. maioris hebdom.. od. S in 4 fer., P. G. XCVII, 1417). Y más adelante: "Reducido a las postreras angustias por la muchedumbre de mis pecados, dignaos con vuestro omnipotente patrocinio levantarme y asegurarme el tiempo necesario para hacer penitencia. Porque nada es imposible para Vos, Madre de Aquel que todo lo puede" (Men., 7 april, in Vesper, de Georgio Metropol. Mitylen, apud Wangnereck, Pietas Mariana Graecorum., p. 1. n. 330).
     Y en otra parte: "Virgen Sacratísima, Vos que tenéis plena libertad para pedirlo todo a vuestro Hijo, sin temer nunca el ser rechazada... A Vos sola es a quien ponemos entre nosotros los cristianos y el Señor, con el fin de forzarle en cierta manera a mostrarse demente en nuestra causa" (
Men. 5 maii, od. 6, de S. Arsenio, in claus. Ibid.. n. 353).
     ¡Cuántos otros textos podrían añadirse a los ya citados! Así, por ejemplo, esta invocación tomada de las mismas fuentes: "Salve, ¡oh, Vos, protectora y sostén de todos los mortales!... Hacednos esta gracia a nosotros, que saludamos en Vos a la Madre de Dios, de conseguir por Vos un día el reino que no admite sucesión. Porque es tan grande vuestra autoridad maternal, que vuestras oraciones tienen el privilegio de inclinar la voluntad divina a todos vuestros deseos: tua matris auctoritas intercedendo, quocumque libet, Deum inflectit" (
Men. 13 jul., od. 9, de S. Aquilina, martyr. in claus. Ibid., n. 180). Por lo cual, "nosotros todos, que deseamos ser iluminados con los rayos proyectados por la gracia del Espíritu Santo..., corramos a la fuente de la gracia, es decir, a la Madre del Salvador, porque le basta pedir para que Dios comunique sus dones más preciosos a los fieles" (Men. 16 jul., od. 3. can. I. de SS. PP. Oecum. Ibid.. n. 425). "¡Oh, Madre de Dios!, cantan también los griegos en sus Meneas, con vuestra fuerte y todopoderosa mano, aterrad a los enemigos que nos atacan" (Men. 17 jun., od. 6 et 9. de S. Isauro et soc. martyr., in claus. Ibid., n. 383). "Descended a la arena contra estos audaces bárbaros que nos hacen una guerra implacable e invaden vuestra herencia, ¡oh, mi Soberana!, pura por excelencia..., que experimenten vuestro poder... Y con un gesto, solo nutu tuo, reducidlos a la nada" (Men. 18 jun., post. od. 3 de S. Leont. mart. Ibid., n. 384).
     Si hay una oración que elocuentemente testifique la persuación como innata que tenemos, no sólo del amor y de la misericordia de María, sino también de su poder sobre el corazón de Dios, esta oración es el Memorare. Ahora bien; esta oración se encuentra en uso y casi en iguales términos entre los cristianos de Oriente, y nos referimos aun a aquellos que el cisma ha separado de la Iglesia romana: "En Vos, como en un espléndido palacio, ha establecido el Arquitecto del mundo su morada. Y Vos, como Madre que sois del Dios Salvador, habéis restablecido sobre su base el tabernáculo de Adán, derrocado por el infierno. ¿Quién, pues, ¡oh Madre de Dios!, quién jamás recurrió a vuestra protección sin que fuera prontamente librado por Vos? ¿Quién os implora, sin encontrar en Vos una Auxiliadora tan poderosa que jamás su confianza se vea confundida?" (
Men. 13 jan., od. 3 de S. Aquilina martyr; item 15 jun. od. 1, de S. Amos proph. in claus. Ibid. n. 382).     "Nadie, ¡oh, Virgen Madre de Dios!, ha recurrido alguna vez a Vos que se haya alejado de Vos confundido; por el contrario, ve que acogéis su demanda y no tarde en recibir el beneficio que responde plenamente a sus deseos" (Men. 21 jan., penult. stropha. div Offic. ex S. J. Damasc. Uietas mariana, n. 138). 

     II. Volvámonos ahora hacia la Iglesia latina, madre y maestra de las Iglesias. Tanto menos podemos dudar de sus sentimientos cuanto que aquellos orientales de los que hemos dado tan numerosos testimonios, pertenecen, en su mayor parte, a la época en que el cisma no estaba consumado.
     Comencemos por San Pedro Damiano. Aplica él a María este verso del Cántico: "Vuelve, vuelve, ¡oh, Sulamita!, vuelve, vuelve, para que gocemos de tu vista" (
Cant., VI, 12). "Virgen bendita, Virgen más que bendita (sobre-bendita), volved primero en nombre de vuestra naturaleza. ¿Será, acaso, que vuestra deificación os haya hecho perder el recuerdo de vuestra humanidad? Seguramente no, ¡oh, Soberana mía! Vos conocéis en cuántos peligros nos habéis dejado y cuáles son aquí abajo las infidelidades de vuestros siervos; no conviene a tan gran misericordia el olvidar tan espantosa miseria. Si vuestra gloria os separa de ella, que vuestra naturaleza os aproxime... Vos no sois de tal modo impasible que no podáis compadecer". Vos tenéis nuestra naturaleza y no otra alguna.
     "Volved, en segundo lugar, en nombre de vuestro poder. Porque ha hecho en Vos grandes cosas Aquel que es poderoso: todo poder os ha sido dado en el cielo y sobre la tierra... ¿Es posible que la Piedad divina se oponga a vuestro poder, cuando de Vos ha recibido la carne que le ha hecho hombre? Os acercáis al altar de la reconciliación no sólo con oraciones, sino con órdenes, soberana aún más que sierra: non solum rogans sed imperans, domina non ancilla...
     "En tercer lugar, volved en nombre de vuestro amor. Lo sé, divina Maestra mía. Vos sois benignísima y nos amáis con amor invencible, a nosotros, a quienes vuestro Hijo y nuestro Dios amado en Vos y por Vos con caridad sin límites. ¿Quién sabe cuántas veces habréis calmado la justa cólera del Soberano Juez, cuando la justicia iba a salir de Dios para herir a los pecadores?
     "Volved, en nombre de vuestra singularidad
. En vuestras manos están puestos todos los tesoros de las divinas misericordias, y Vos sola habéis sido escogida para recibir el depósito de una gracia tan maravillosa. No quiera Dios que vuestra mano permanezca ociosa, puesto que Vos no buscáis sino ocasiones de salvar a los miserables y de hacer correr sobre ellos la misericordia. No disminuye, antes aumenta vuestra honra, cuando los penitentes son admitidos a penitencia y los justificados a la gloria" (San Petr. Damian., Serm. 45 in Nativ. B. V. M„ CXLIV, 772, 740. 23).
     "Los demás Santos, dice un abad ilustre de la Edad Media, piden al Señor Dios, y sus oraciones son escuchadas; mas, respecto a la gloriosa Virgen María, no es bastante decir que es escuchada favorablemente por Dios, porque siendo, como es, no sólo su Dios, sino también un hijo de Ella nacido, tiene la Virgen, piadosamente podemos creerlo, como una especie de autoridad maternal para reclamar de él todo lo que quiere. Si cada uno de los Santos alcanza de Dios Justo Juez, todo lo que en justicia se le debe, ¿cómo aquella que es la Madre del Juez y la Soberana de todos los Santos no conseguirá lo que se debe a sus derechos de Madre? Privilegio es de las madres cuyos hijos están constituídos en dignidad, no sólo el rogarles con frecuencia, porque son señores, sino también el imponerles a veces como cierta especie de mandato, porque son hijos. El bien de naturaleza está implantado por Dios en el hombre; no lo contradecirá jamás aquel que es el bien soberano, el bien de donde todos los demás proceden" (
Godofredo de Vendóme, Sermo 8 in omnni festit. B. Marine, P. L., CLVII, 289 y sigs.).
     Godofredo de Vendóme había dicho en el mismo sermón: "Allí, es decir, en el cielo, reina la bienaventurada María, Madre Virgen, Esposa inmaculada; allí esta piadosísima Madre conseguirá de su piadosísimo Hijo que no perezca ninguno de aquellos por los cuales ella haya orado, aunque no haya sido más que una vez. Y no es maravilla, porque ella podría salvar al mundo entero con sus plegarias, si ella quisiera. Y de hecho, estaría dispuesta a orar por el Universo entero, y el Universo entero sería salvo, si se hiciera digno de sus oraciones. Sí es cosa muy cierta, que Ella puede cuanto quiere cerca de su Hijo todopoderoso; mas por aquellos que están resueltos a pecar siempre, no ora en manera alguna (1. c., c. 268), es decir, si no nos engañamos, no ora con esa oración absoluta que quiere ser escuchada. Su oración es más bien un deseo, como en Dios lo es la voluntad de salvar a los pecadores impenitentes que morirán en su pecado. 
     Sería preciso trasladar aquí casi todas las oraciones de San Anselmo dirigidas a la Virgen, si quisiera darse una idea exacta del poder de intercesión que reconoce en Ella. Destaquemos, al menos, este pasaje tan conmovedor de la oración cuadragésima-sexta: "¡Oh, Soberana mía!, ¿qué podré decir o callar? Estoy hundido en las tinieblas y mis ojos no perciben ya la luz. ¿Dónde iré? ¿Dónde huiré para ocultarme del rostro de vuestro Hijo, mi juez? Ni el Oriente, ni el Mediodía, ni el Occidente, ni el aquilón pueden ofrecerme un refugio... Por eso recurro a un auxilio tal que, después de vuestro Hijo, el Universo no conoce otro ni mejor ni más poderoso. El mundo tiene Apóstoles, patriarcas, profetas, mártires, confesores y. vírgenes, excelentes defensores que deseo invocar humildemente; mas Vos, ¡oh, Soberana mía!, Vos sois mejor y más elevada que todos ellos, porque sois la Reina universal, la Reina de todos los Santos y de los espíritus angélicos; la Reina, además, de los reyes y de los poderosos de la tierra de los ricos y de los pobres, de los amos y de los servidores, de los grandes y de los pequeños. Aquello que todos pueden con Vos, Vos lo podéis sola y sin ellos. ¿De dónde os viene tanto poder? ¡Ah! Es que sois Madre de nuestro Salvador, Esposa de Dios, Dueña del cielo, de la tierra y de todos los elementos. A Vos, pues, recurro; cerca de Vos vengo a refugiarme; a Vos suplico me asistáis en todo. Si Vos guardáis silencio, nadie orará por mí, nadie me ayudará; mas hablad Vos, y todos pedirán por mí, todos se apresurarán a socorrerme" (Orat., or. 46 ad. S. V. M„ P. L., CLVIII, c. 943, 944).
     Después de haber leído lo que pensaba el maestro, nadie se verá sorprendido ante el juicio formado por el discípulo sobre la ínmensidad del poder de María. Acaba de exaltar los privilegios e esta Santa Madre y de las grandes cosas hechas por Ella para arrancar al hombre y al mundo de su original decadencia. Entonces, "interrumpiendo la meditación de tan impenetrables misterios", se vuelve suplicante a María: "¡Oh, Señora nuestra —le dice—, os suplicamos, por el favor de Dios todopoderoso y santo que os ha elevado de un modo tan prodigioso, de ese Dios que os ha hecho posible con Él todo lo que Él mismo puede, nos alcancéis de Él que la plenitud de gracia merecida por Vos nos haga un día, por su virtud, participantes de la eterna recompensa. Si nuestro Dios se ha hecho por Vos nuestro hermano, es para que entremos en comunión con su divinidad, como Él se ha apropiado nuestra humanidad. Aplicaos, pues, ¡oh, piadosísima Señora!, a realizar en nosotros aquello para lo que Dios se hizo hombre en vuestro castísimo seno. No os mostréis inexorable a nuestra oración, porque este Hijo benignísimo se apresurará a realizar todos vuestros deseos. Por consiguiente, quered solamente nuestra salvación y, en verdad, no podremos dejar de ser salvos; tantummodo itaques velis salutem nostram et vere nequaquam salvi esse non poterimus" (Eadmer (L.). De Excellentia B. M., c. 12, P. L., CLIX. 576 y sigs.).     "La bienaventurada Virgen —añade a su vez Ricardo de San Lorenzo— no puede solamente rogar a su Hijo, como los demás Santos, por la salvación de sus servidores; puede, además, mandar en virtud de su autoridad maternal. Por lo cual le decimos: Mostrad que sois Madre, es decir, mezclad algo que sepa a mandamiento de madre en vuestras oraciones" (De Laudibus V. M„ 1. III. de 12 privilegiis, 5 II, t. XX. Opp. Albert. M.. p. 94).     Expresiones atrevidas que no deberán tomarse al pie de la letra, y que el autor mismo atenúa con correctivos, como vamos a demostrarlo también por otras maneras de hablar semejantes a las suyas.
     Todo el mundo conoce la deliciosa historia del encuentro del siervo de Abrahán con Rebeca, junto a la fuente. Pedro de Ecla hace de ella dos aplicaciones a la Virgen María, cuando le dice: "Vos sois esa joven de gracia insigne, virgen toda hermosa, que ningún hombre ha conocido: puella decora nimis virgoque pulcherrima ,et incógnita viro (
Gen.. XXIV, 16 y sigs.). El siervo que viene a buscaros es Gabriel Arcángel, enviado por Dios para buscar esposa para su Hijo, el nuevo Isaac. Lo que él os ha dado en pendientes, alhajas y brazaletes no pueden ignorarlo aquellos que os han visto de pie a la diestra del Rey, vuestro Hijo, adornada con un traje tejido en oro."
     Esta es la primera parte de la comparación. He aquí la segunda, que no es menos graciosa ni menos verdadera. María baja siempre a la fuente, digamos mejor a las fuentes del Salvador, y siempre llena en ellas su ánfora: Descenderat autem ad jontem et impleverat hydriam. Y, apoyándola en su brazo, no sólo da a beber de ella a los siervos fieles, con todo el apresuramiento de la caridad; mas también los mismos pecadores, que la Escritura compara con justicia a los brutos privados de razón (
Psalm.. XLVIII, 13), reciben de su plenitud, a fin de que todos queden satisfechos: Quin et camelis tuis hauriam aquam, unde cuncti bibant. "¿Qué diremos, pues, hermanos míos, de Nuestra Señora? Que está llena de gracia y que da a todo el que llega a suplicarla, porque Ella tiene en su poder y en su mano todos los tesoros celestiales. Ella entra libremente en la profundidad de las divinas riquezas, para tomar de ellas y distribuirlas, sin jamás disminuirlas ni empobrecerse" (Petr. Cellens., Serm. 24 in Annunc. Dom. 3, P. L„ CCII, 711, 712).     ¿Quién no sabe con cuánta magnificencia y cuánta unción ha hablado San Bernardo, en sus obras auténticas, de este poder misericordioso de nuestra Madre celestial? Allí es, sobre todo, donde deja correr como un torrente sus alabanzas y su amor (Bernardus In B. V. praedicutionem torrentia instar effusus". dice Petau. De Incarnat., 1. XIV, c. 8, n. 8). Otras obras que, sin ser suyas, han merecido en cierto modo que se le atribuyan, no celebran con menos insistencia el poder de intercesión propio de María: "¡Ah! Vos, Santa de las Santas, nuestra fuerza y nuestro asilo; Vos, ornamento del mundo y gloria del cielo... Dignaos reconocer a los que os aman. Escuchadnos, porque vuestro Hijo os ha hecho el honor de no rehusaros nada".
     San Bernardo fué considerado bastante tiempo como autor de los cuatro sermones sobre la Salve Regina. Esto es inexacto. Se han puesto después en la cuenta de Bernardo, arzobispo de Toledo, atribución que no es verosímil. ¿Cómo, en efecto un escritor anterior al abad Claraval, puesto que vivió al final del siglo XI, bajo el Pontificado de Gregorio VII, habría hecho entrar en sus sermones (el tercero) pasajes, tomados palabra por palabra del comentario del santo sobre el Cantar de los Cantarenf (16 serm.).
     "Que esperen en Vos aquellos que conocen vuestro nombre, porque jamás, ¡oh, Soberana mía!, habéis abandonado al que os busca... ¿Quién no esperará en Vos, puesto que socorréis eficazmente hasta a los desesperados? No lo dudo; si a Vos vamos, todos nuestros anhelos se verán cumplidos" (
Meditatio in Salve Regina. n. 2, P. L., CLXXXIV, 1078. Esta meditación, editada como apéndice de las obras de San Bernardo, se encuentra también en los Stimuli amoris (p. IV, c. 19), entre los opúsculos de San Buenaventura. Varios la atribuyen a San Anselmo de Luca).
     Entre los autores de la Edad Media que mejor ha hablado de la Santísima Virgen, puede citarse a Adán, abad de Perseigne, en la diócesis de Mans. Fué uno de los hombres más eruditos, más santos y más elocuentes de su época (
Cf. Oudin.. Comment. de script eccles., t. II, 1682. Los sermones de Adán de Persigne sobre la bienaventurada Virgen han sido publicados y anotados por Hipólito Marucci, sacerdote de Lucca, con el título común de Mariae); uno de aquellos cuyos ladridos sagrados, en frase de Jacobo de Vitry, despertaron al mundo del más triste sopor. He aquí algunos hermosos pensamientos de este autor sobre el poder de María. Se dirige a la misma Virgen: "Vuestra ternura está a la altura de vuestro poder. Tan poderosa como sois para conseguir lo que pedís, así sois bondadosa para apiadaros de los miserables. ¿Cuándo os faltará la compasión para vuestros hijos desgraciados, oh, Madre de Misericordia? O, ¿cuándo os faltará poder para ayudarles, oh, Madre de la Omnipotencia? Tan fácil os es conseguir del Todopoderoso todo lo que queréis, como a vuestras entrañas de piedad el conocer y sentir nuestras miserias. ¡Cuán grande debe ser la confianza que por Vos tenemos en Dios! ¡Oh, Madre misericordiosísima!, como os es imposible el odiar a vuestros hijos y no compartir sus penas, de igual modo os es imposible no obtener su curación si la pedís, porque para eso, y sólo para eso, el Hijo del Todopoderoso, del Padre de las misericordias, se ha dignado nacer de vos...
     "¿Puede, acaso, temer la perdición aquel de quien la Madre misericordiossísima del más amante de los hermanos quiere ser a la vez la más amante de las madres y el más poderoso de los abogados? ¡Oh, Madre de misericordia!, ¿podrá ser que no roguéis a vuestro Hijo por uno de vuestros hijos, al Unico por el adoptivo, al Señor por el siervo, al Juez por el culpable, al Criador por la criatura, al Redentor por el rescatado? Sí, ciertamente, le rogaréis, porque aquel mismo que ha hecho de vuestro Hijo el Medianero de Dios y de los hombres, ése os ha, con igual designio, constituido mediadora entre el Juez y el culpable. Si habéis sido escogida, entre todas las mujeres, para ser Madre del Todopoderoso, es con el fin de que el pecador encuentre en vuestro parto una esperanza de perdón. Si el médico celestial os ha hecho entrar en el aposento de Sus aromas, es con el fin de que el enfermo obtenga por Vos y en Vos la salud del alma. Por consiguiente, ¡oh, Madre y Virgen!, considerando la causa de vuestra incomparable elevación. Vos os debéis por ella toda entera a nosotros, miserables; toda entera a nuestra reconciliación. Jamás os será difícil el acceso al Juez; jamás tampoco cerraréis al culpable vuestro corazón. La piedad más compasiva abunda y sobreabunda en vuestras entrañas, porque el Espíritu Santo no se ha contentado con llenaros de Sí, sino que ha venido sobre Vos para añadir a esta plenitud de gracia una nueva y más abundante plenitud. Por consiguiente, que nuestros crímenes, aunque crezcan todos los días, no aparten de nuestra miseria vuestras miradas... ¿Cómo no llevaréis a todos el socorro de vuestra munificencia, Vos, cuya bondad y poder no se contienen en estrechos límites? Infinita es vuestra bondad e infinito vuestro poder. Tan abundantes vuestros tesoros de gracia, que no hay largueza que los pueda aminorar. Dad cuanto queráis: no por eso seréis menos rica... Porque vuestra plenitud es Aquel que no conoce ni crecimiento, porque es inmenso; ni disminución, puesto que es simple; ni fin, porque es eterno" (
Adam Perseniae, In Mariaei. Serm. 1, P. L., CCXI, 708, 701). Y más adelante: "¡Oh, salvación asegurada! ¡Oh, compendio de la vida! ¡Esperanza únión de perdón, suavidad sin igual! Vos lo sois todo para mí, ¡oh, Soberana mía!; en Vos está depositada la plenitud de todos los bienes: plenitud de gracia y de verdad, plenitud de paz y de misericordia, plenitud de ciencia y de salud, plenitud de honor y de gloria" (Idem, ibid., Frag. Mariana, fragment. 2, c. 245, 246: col. ep. 16, 634. sqq.). Por consiguiente, cualesquiera que sean nuestras necesidades, recurriendo a Ella, a su munificencia, no seremos jamás defraudados en nuestra petición.
     Por eso el autor del tratado sobre la Concepción de la Santísima Virgen nos impulsa con tanta fuerza a que empleemos su valimiento cerca del Dios Justo, ultrajado por nuestros crímenes: "Porque, lo sabemos, ¡oh, Señor Jesús!, Ella es tan poderosa sobre vuestro corazón, que nada de cuanto quiero hacer quedará sin efectuarse. Por consiguiente, nuestra salvación depende de su voluntad... Sí; Jesucristo mismo nos induce a refugiarnos junto a Ella. Ciertamente que sabemos que somos pecadores y que merecemos ser condenados, y sería con justicia, no lo podemos negar. Mas, es preciso pregonarlo muy alto: igualmente es justo que haga la voluntad de aquella que siempre, en todo y por todo, se sometió a la suya. ¿Y quién, ¡oh, María!, quién como vos se ha conformado nunca a su beneplácito? Vos, que jamás habéis cesado, ni un instante siquiera, de seguir su voluntad. Por consiguiente, ¡oh, Soberana mía!, quered tan sólo que este justísimo juez tenga piedad de nosotros; será, en verdad, justo que se cumpla vuestra voluntad, y nada podrá ser obstáculo a ello" (
Tractact. de Concept. B. V. M„ P. L., CLIX, 314, 315).
     Que aquellos que experimenten con menos fuerza la necesidad de una abogada omnipotente cerca del Padre y de su Cristo, se quejen de nuestras largas citas y pasen adelante sin leerlas. En cuanto a nosotros, conscientes de nuestra miseria y de nuestras debilidades, no nos cansamos de oír a los que autorizadamente nos hablan del crédito y de la protección de nuestra Madre. Y para que alguien no se vea tentado por la idea de que tan altas concepciones del poder de María son más o menos locales, escuchad en Alemania a Ecberto, abad de Selionau: "¿Quién como Vos, dice a María, es capaz de hablar al corazón de Nuestro Señor Jesucristo; Vos, que reposáis en los ósculos misteriosos del más amante de los hijos, en el eterno cénit, y gozáis con plena alegría de su más familiar comercio? Hablad, Señora nuestra, porque vuestro Hijo os escucha, y todo cuanto pidiereis os lo concederá" (
Ad. B. V. Deip. serm. panegyr.. n. 7. P. L., CLXXXIV, 1014). ¿Y de dónde le viene a María este poder de misericordia? "Es que la obra de inestimable misericordia, predestinada por Dios desde antes de los siglos para la redención del mundo, ha comenzado por Ella; es que, cuando plugo a la gracia de lo alto el venir a habitar con nosotros, después de haberse alejado por tan largo tiempo, María, única entre los hijos de los hombres, fué juzgada digna de ser escogida por el Rey de los reyes y el Señor de los señores para primera morada suya".
     Ecberto trae, en confirmación del poder misericordioso de la bienaventurada Virgen, el caso del sacerdote Teófilo, tan a menudo citado en las historias de la Edad Media (ibid., n. 2). Teófilo era, en tiempos del emperador Justiniano, ecónomo, o, según otros, arcediano de la iglesia de Adana, en Cilicia. Era un hombre tan considerado por todos, que se le juzgó digno del episcopado, aunque él rehusara constantemente el aceptar ta! cargo. Acusado calumniosamente por unos envidiosos, fué privado de su dignidad. Y esta injusticia le hizo concebir un resentimiento tan grande, que, seducido por un mago judío, llegó, no sólo a renegar de Jesucristo y de su Madre, sino también a dar al diablo, al que se había entregado, el acta auténtica de su apostasía, escrita de su puño y letra. Mas bien pronto, atormentado por los remordimientos y de continuo perseguido por el horror de su crimen, fué a refugiarse en una iglesia consagrada a la Santísima Madre de Dios. Allí permaneció cuarenta días entregado al ayuno, a la oración y al llanto, al cabo de los cuales, la Virgen, movida de su arrepentimiento, hizo que le devolvieran la cédula fatal y le reconcilió misericordiosamente con su hijo (Cf. Metaphrast., 4 feb.). Sobre cuyo hecho San Pedro Damiano exclama en uno de sus sermones: "Oh María, ¿qué podrá rehusaros vuestro Hijo ya que no os negó la salvación de Teófilo, que estaba hundido en el abismo de la perdición? Esta alma infortunada había renegado de todo cuanto en Vos se operó: esa negación la había sellado con su propio sello, y Vos lo habéis sacado de su abyección y miseria. No: nada es imponible para Vos. cuyo poder trae a los desesperados a la esperanza de la felicidad." S. Petr. Damián.. Serm. 40, de Nativ. B. V. de Assumpt., P. L. CLXXII, 993 y sigs.: Godofredo de Vendóme, Serm. 8. In omni festiv. II. V., P. I,.. CLVII 269 y sigs.; S. Antonin., Sum., IV, p.. ti. 4-5; Speculum Virg., lect. 9, Opp. S. Bonavent., t. XIV, p. 259 (ed. Vives ), etc.  
     En sus conmovedoras Contemplaciones sobre la bienaventurada Virgen, Raimundo Jordán pone por título a una de ellas: De la Omnipotencia de la Virgen María. "Virgen María omnipotente —exclama—, vuestras palabras están llenas de piedad (pietate, bondad): cualquiera cosa que queráis, la hacéis; vuestros designios no vacilan y vuestra voluntad se cumple siempre. A Vos pertenece el poder de vida o muerte... Vos lo podéis todo por la liberalidad de vuestro Hijo. Todopoderoso Él, os ha hecho todopoderosa, porque todo poder viene de Dios. Permitido os está, pues, decir: "Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra." Si vuestro Hijo es el Rey de los reyes y el Señor de los señores (
Apoc., XIX, 16). Vos sois, ¡oh, Virgen Madre de Cristo!, la Reina de los que saben gobernarse bien, la Soberana de los que se dominan. Vos tenéis todas las cosas a vuestras plantas: ovejas y bueyes, es decir, los sencillos; los animales salvajes, es decir, los hombres disolutos y libres; errantes a través del campo; los pájaros del cielo, es decir, los soberbios; los peces del mar, es decir, los ambiciosos... (Psalm., VIII, 8, 9). Mostrad, ¡oh, Virgen bendita!, vuestro poder en favor mío, moviendo a piedad a vuestro bendito Hijo. Yo creo, ¡oh, misericordiosísima Soberana!, que si Vos rogáis a vuestro Hijo por mí, pecador, todos los demás Santos rogarán por mí y me prestarán su ayuda. Mas si guardáis silencio, nadie orará ni me asistirá" (Raimundo Jordán, Contempl. de B. M. V., p. VI, contemplat. 18).
     La Iglesia de Francia confirma con su voto las afirmaciones de tantos hijos suyos, cuando canta a María, en la prosa de la Asunción: "Para subir hasta Dios, que pasen a nuestros votos por Vos; no es justo que nada se rehuse a la Madre".
     Por consiguiente, esta conclusión se impone: El crédito de la Virgen bienaventurada no tiene límites: es la omnipotencia suplicante.


     III. No oiremos lenguaje distinto si interrogamos sobre el poder de María a los Santos y Doctores más cercanos a nosotros.
     Así, el beato Alberto el Magno, o el antiguo autor cuyas Notas al Cantar de los Cantares han sido atribuidas a este gran teólogo, llama a María la cillerera de toda la Trinidad (Cant. n. 3), porque da y derrama el vino del Espíritu Santo a quien quiere y tanto como quiere" (
Biblia Mariana, Cant. Cantic. n. 4. Opp. Albert M.. t. XX, 16). Por lo demás, este autor, sea quien fuere, no ha inventado una fórmula como esa, tan capaz de extender fuera de toda limitación el poder de María, porque se la encuentra, aún más expresiva, en los sermones sobre la Salve Regina, de los que ya hemos hablado. A propósito del nombre de Madre de Misericordia, dado en esta antífona a la dichosísima Virgen, el autor asegura que este título le conviene en justicia, "porque, nos agrada creerlo así, Ella abre el abismo de la piedad divina a quien quiere, cuando quiere y como quiere; de suerte que un pecador, por grande que sea, no perecería si se dignara concederle su apoyo la Santa entre los Santos" (In Antiph. Salve Regina. serm. 1, n. 3, P. L., CLXXXIV, 1063). Escuchad ahora esta proposición de uno de los panegiristas de María, al declinar de la Edad Media. La ha tomado de San Bernardino de Sena: "Todas las cosas obedecen al imperio de Dios, y la Virgen no menos; y, sin embargo, esta otra afirmación no es menos verdadera: todo obedece al imperio de María, y aun el mismo Dios... Es, pues, muy grande este imperio de la Virgen, que manda, no sólo en las criaturas, sino en Dios, como una madre en su hijo" (Pelbarto de Themeswar, Stellarium Coron. B. V., XII, p. 2, c. 6 y 7). El docto franciscano hubiera podido transcribir esta otra no menos asombrosa sentencia del mismo Santo, afirmando él también de María que tiene en sus manos las llaves del tesoro de Dios; "tanto, que Ella distribuye y dispensa a quien quiere, cuando quiere, como quiere y en la medida que quiere, los dones, virtudes y gracias del Espíritu Santo" (San Bernard., Sen., Serm. in Nativ. B. M. V., a. I, c. 8, Opp., t. IV, p. 96).     Y no se diga, con el designio de eludir la fuerza de esos textos, que estas son pías efusiones de siervos de María, desconocidas de los maestros de la ciencia sagrada. Sí; ciertamente, los sentimientos aquí copiados salen de la boca y del corazón de los Santos, mas es preciso conceder también que la Iglesia los hace suyos, admitiéndolos en su Liturgia y, además, los Santos que hemos escuchado, en cierto número, pertenecen al número de los Padres o, por lo menos, gozan de gran autoridad en una u otra Iglesia. Por lo demás, fácil sería encontrar en teólogos más recientes testimonios no menos explícitos. Gerson, en sus Tratados sobre el Magníficat, al llegar a este versículo: Desplegó la fuerza de su brazo: fecit potentiam in brachio suo." "Lo veis, hace decir al discípulo, su interlocutor, la omnipotencia es propia de Dios. ¿Cómo la atribuís a su Madre?" Y el maestro responde: "El Esposo y la Esposa son un solo y mismo espíritu. ¿Por qué no podrán uno y otra aplicarse las mismas palabras, aunque en diferente manera: Esta, desplegando su poder de intercesión; Aquél, de imperio: haec impetrando, iste imperando?" (Gerson, Tract. IV super Magníficat., Opp., t. IV (ed. Antwerp.), p. 287).
     Y, ¿por qué este poder de impetración en María? Porque es Madre de Dios, dignidad que le confiere una autoridad y un dominio natural sobre el Señor del Universo, y, a fortiori, sobre todo cuanto está sometido al mismo Señor; de suerte que todo dobla la rodilla al oír su nombre en el cielo, en la tierra y en los abismos... Por consiguiente, ha recibido la plenitud de la gracia, no para Ella sola, sino para todos. Por consiguiente también, el Señor está en Ella, no solamente como en las demás criaturas, por esencia, presencia y potencia, sino por gracia y santificación muy singulares. Por consiguiente, finalmente, Nuestra Señora es llamada Abogada nuestra, Medianera nuestra y nuestra Emperatriz, y es, según atestigua San Bernardo, disposición divina que todos los dones hechos a la humana criatura pasen universalmente por sus manos (
Gerson, Serm. de Annunciat., 4a consid., t. III, 1366, 1367).
     A los herejes del siglo XVI, que reprochaban a los católicos el que pusieran en María toda su esperanza, respondía el piadoso y sabio Luis de Clois (vulgo Blosius): "No, no fundamos nuestra esperanza en el hombre, no confiamos en María, como si no hubiera recibido de Dios cuanto es, cuanto posee y cuanto vale. Nosotros, lo confesamos, lo ha recibido todo de Aquel que la ha creado y escogido; todo lo puede en Aquel a quien ha dado al mundo. El Creador ha dado a su criatura, el Hijo a su Madre un poder inefable, honrándola con los más singulares privilegios. Y por eso ponemos en ella nuestra esperanza de salvación; no antes que en el Señor, sino después que en el Señor, porque es del Señor, fuente primordial de todos los bienes, de quien esperamos principalmente la salvación" (
Ludov. Blesens, Paradis. animae fidelis. c. 18, n. 2 Ingolstadii, 1726).
     Nuestro Señor se dignó revelar por sí mismo a la bienaventurada Margarita María esta eficacia de la intercesión de su Madre en una visión de la que la discípula del Sagrado Corazón nos ha dejado un instructivo relato: "Un día de la Visitación —nos cuenta—, estando ante el Santísimo Sacramento, donde pedía a mi Dios alguna gracia particular para nuestro Instituto, encontré a esta divina bondad inflexible a mis oraciones, diciéndome: "No me hables de eso: se hacen sordas a mi voz y destruyen los fundamentos del edificio. Si piensan levantarlo sobre uno extraño, lo derribaré." Mas la Santísima Virgen, tomando la defensa de nuestros
supremos intereses cerca de su Hijo, irritado, apareció rodeada de una multitud de espíritus bienaventurados que le rendían mil honores y alabanzas, y se prosternó ante él con estas tiernas palabras: "Descargad sobre mi vuestra justa cólera. Son las hijas de mí corazón; seré para ellas escudo protector que recibirá los golpes que les deis." Entonces, este divino Salvador, con el semblante amable y sereno, le dijo: "Madre mía, poder tenéis para distribuirles mis gracias como querais. Dispuesto estoy, por vuestro amor, a sufrir el abuso que de ellas y hacen..." (Margarita María, escrita por sus contemporáneos, t. I, p. 267 y sigs.)

     IV. Resumamos en pocas palabras las distintas fórmulas con que los Santos Padres, los monumentos de la Liturgia, los autores eclesiásticos y los Santos acaban de celebrar el poder de intercesión de la Virgen Madre, y después diremos sobre qué principios han establecido esta verdad.
     En cuanto a las fórmulas, nos han asegurado de María que su intercesión cerca de Dios no es rechazada jamás, siendo su poder adecuado a su querer. Gracias a su autoridad maternal no puede dejar de ser escuchada cuando pide, porque inclina la voluntad divina a todos sus deseos. Tan grande es su poder, que sobrepuja a todo concepto. Es un placer para su Hijo el escuchar sus oraciones, y considera como deuda el satisfacerlas. Nada es imposible para María; su patrocinio es omnipotente; tan poderoso, que obliga en cierto modo a su Hijo a mostrarse clemente en nuestra causa. Si se acerca al trono de la Misericordia, no es sólo con plegarias, sino con órdenes, como Reina más que como sierva. Todo poder le ha sido dado en el cielo y sobre la tierra, y el poder divino no resiste a su poder. Que hable, que quiera, y Jesucristo, que ve y respeta en Ella a su Madre, no sabrá decirle que no. Todos los tesoros celestiales, los dones todos del Espíritu Santo, están en sus manos; Ella los distribuye como dueña, cuando quiere y como quiere. Infinita es su voluntad como infinito es su poder. Su voluntad se cumple en todo y siempre, y nada puede ser obstáculo para ello. Su Hijo, como Todopoderoso, la ha hecho asimismo todopoderosa, de tal modo, que todo obedece al imperio de la Virgen y, en cierto sentido, el mismo Dios. Dios y María despliegan la fuerza de su brazo. Él, por mandato; Ella, por intercesión. En una palabra, su poder es inefable: todo lo puede en aquel que ha dado al mundo: es la Omnipotencia suplicante.
     Léanse de nuevo, y uno tras otro, los testimonios acumulados en este capítulo, y quedaráse persuadido de que, lejos de exagerarlas al resumirlas, más bien hemos aminorado la fuerza y disminuido el número de las fórmulas y su variedad.
     Vengamos ahora a los principios de que los textos antedichos han deducido tan asombroso poder. Están expresos en las fórmulas mismas que nos dicen el poder de María. Es que Ella es la Madre de Dios, manantial de toda gracia y todo bien, y que un Hijo bueno mira como una orden cualquier legítimo deseo de su madre; es que es la Esposa única de Dios, y todo debe ser común entre el Esposo y la Esposa; es que es una acreedora de quien Cristo mismo es deudor, puesto que libremente le ha proporcionado de su substancia la naturaleza en la cual se ha hecho hombre; es que, descansando en los brazos de su Amado, puede, en esa intimidad de corazones, pedirlo todo y alcanzarlo todo; es que, sola entre todas las criaturas, ha concurrido por su parte a la redención de los hombres, y que todas las gracias van a la consumación de su salvación; es que, no siendo Madre de Dios sino para la obra de la misericordia, sus destinos serían de cierto modo desconocidos, si hubiera un límite en la asistencia que presta a los miserables; es que, su amor casi infinito hacia nosotros, sufriría violencia, si el poder de hacernos el bien no igualara a su maternal ternura.
     ¿Qué más diremos? Que está llena y sobreabunda de gracia, y que una plenitud que no acierta a agotarse ni a disminuirse, tiene necesidad de derramarse sin medida; que es Reina del mundo y Madre de los hombres, y que por este doble título tiene recibida de Dios la providencia universal de la salvación; que, finalmente, la experiencia de todos los siglos nos la muestra revestida de este incomparable poder, porque nunca persona alguna ha clamado a Ella en vano para conseguir asistencia y protección. Por lo demás, es necesario consignarlo de nuevo, porque nuestros adversarios no cesan de calumniar nuestra creencia en el poder maternal de María, este poder es el de la oración. Los textos citados dan fe de ello. Si fueran necesarias otras pruebas, por doquiera se las encontraría.
     No trataremos de disimular que, aun teniendo en cuenta esta observación, algunos católicos han juzgado algunas de las fórmulas que hemos transcrito, audaces y malsonantes. María omnipotente; María, acercándose al trono de su Hijo, menos como suplicante que como señora; María, mandando en el mismo Dios, ¿acaso no son estas expresiones que pasan de la raya, como si el poder de María no tuviese límites, como si Dios pudiese recibir órdenes y el Creador obedecer a la criatura?
     ¿Condenaremos estas fórmulas? No; la autoridad de los Santos y Doctores que de Ellas se han servido, no lo permite. ¿Qué hacer, pués? Explicarlas.
     Seguramente que si hubiera que tomarlas al pie de la letra, serían de una insigne falsedad. Mas no era este el sentido que tenían en su pensamiento tantos sabios y piadosos autores. Lo que querían expresar con estas fórmulas y otras parecidas es la inefable eficacia que las oraciones de la Madre de Dios tienen sobre el Corazón de su Hijo; es la virtud singular de los títulos que tiene para ser escuchada; es la confianza con la que María puede llamar a la puerta de la misericordia, con la certeza de obtener cuanto pide, porque no puede pedir nada que sea incompatible con la gloria divina.
     Ahora bien; esta interpretación no está, en manera alguna, fuera de las leyes comunes del lenguaje. ¿Acaso es inaudito el oír a un superior responder a las personas que ama y estima: "Vuestras peticiones son órdenes para mí"? ¿No leemos que Dios obedeció a la voz del hombre, cuando el sol se detuvo en su carrera al mandato de Josué? (J
os. X, 14). Tomar ocasión de estas exageraciones aparentes para escandalizarse, es desconocer el uso de las figuras retóricas y de las metáforas, o bien, es olvidar que el lenguaje del amor es diferente del de la fría razón, aun cuando el uno y la otra quieren expresar ideas semejantes (Cf. Petav., De Incarnat., I, XIV, c. 8, 14; B. P. Canis., De Maria Virgine, l. V, c. 11); finalmente, y, sobre todo, sería ir contra la manifiesta intención de los mismos autores, porque ni uno solo ha dejado, de una manera o de otra, sea por el contexto, sea por el empleo de algún correctivo, de traducir estas osadas expresiones a su justa medida.
     ¿Y en qué hay que hacer consistir esta justa medida? En creer de María que su poder de intercesión se extiende, ciertamente, más allá de lo que podemos concebir, y que jamás ninguna de sus oraciones, por grandes y numerosas que sean, queda desechada. ¿Qué es lo que sería preciso para que sufriera una repulsa? Ya lo hemos dicho: solicitar algo que no fuera del agrado de Dios. Ahora bien; esto es lo que no permitirán nunca a María ni su amor a la bondad divina, ni las luces abundantísimas que la iluminan. Vanamente se objetará que lo missmo puede decirse de los demás Santos. Ellos también ven escuchadas sus plegarias, puesto que nada piden que esté en desacuerdo con los designios de Dios. Lo concedemos de buen grado: hay en este punto semejanza entre sus oraciones y las de María; pero con dos diferencias: primera, no tienen, como María, confianza para pedir cualquier gracia compatible con las intenciones conocidas de Dios, porque saben que no es voluntad de Dios el conceder por su intercesión todas las gracias de este género. Segunda diferencia, que explica la primera: que la Virgen Santísima puede apoyar su petición sobre títulos de que ellos carecen, y que aun en los mismos puntos en que los títulos son comunes, María los posee en grado sin comparación más elevado que todos ellos. Puede, pues, afirmarse que el poder de María sobre el corazón de Dios, sin dejar de ser poder de intercesión, llega, en cierta manera, a constituir un derecho. Bossuet ha dicho en cierto lugar, hablando del amor de Jesucristo a su Madre: "Porque es Hijo de María y porque no hay hijo que no esté obligado a amar a su madre, lo que para los otros es liberalidad, con respecto a María llega a ser obligación" (Bossuet, Tercer Sermón de la Nativ. de la Virgen, primer punto). Ahora bien; el derecho de esta Divina Madre a ser amada constituye también un derecho para ser escuchada en sus oraciones y colmada en sus deseos.

J. B. Terrien S. I.
LA MADRE DE DIOS Y MADRE DE LOS HOMBRES

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