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jueves, 2 de mayo de 2013

TRATADO DE VIDA ESPIRITUAL (5)

CAPITULO XII
De los maitines y demás horas

     Levantado a maitines y salido de tu celda al dormitorio a decir el oficio de nuestra Señora, entretanto que se dice no te arrimes a la pared ni a cosa alguna, sino, estando derecho sobre tus pies, procura decirle con toda atención, voz clara y decente y con alegría espiritual. Y, finalmente, de tal suerte como si verdaderamente la vieses con tus ojos corporales delante de ti. Y advierte de paso que el siervo de Dios, saliendo de su celda o volviendo a ella y andando por cualquier lugar, no ha de llevar ocioso y desocupado el pensamiento, antes muy empleado en la consideración de las cosas del cielo, rumiando siempre algunos salmos o contemplando otra cualquier cosa espiritual. Y así podrás antes que se empiece el oficio entrar en el coro y tomar alguna espiritual meditación, con la cual con mayor devoción y atención puedas cantar.
     Hecha ya la señal para empezar los maitines y hechas las inclinaciones, procura estar de pies, derecho y no apoyado. Y con el cuerpo y alma estarás delante la presencia de tu Dios, expeditamente cantando sus alabanzas con mucha alegría, considerando que, sin duda alguna, tienes presentes los ángeles, delante cuyo acatamiento cantas y alabas a Dios. Y así continuamente los debes respetar como a aquellos que siempre ven en los cielos la cara de Dios omnipotente, creador de todas las creaturas, la cual tú en esta vida no puedes ver sino tras cortina y velo, y como retratada en espejo, esto es, en sus creaturas.
     Nunca perdones en el cantar a tu voz, esforzándola cuanto fuere posible, acompañándola siempre con modestia. Y ten cuidado de no dejarte ni una jota, así de salmos como de versos, dicciones y sílabas, ni aun de los puntos que cantas. Y, si con igual voz no pudieres seguir a los demás, a lo menos procúralo con voz más baja, y si te fuere posible canta siempre los salmos e himnos por el libro. Entretanto que llevas el entendimiento ocupado en la consideración de los salmos y de todo lo demás que allí dices y en ello recibes consolación y alegría espiritual, advierte que ni en la apariencia exterior y gestos del cuerpo, ni en el sonido de la voz, des muestras de liviandad o descomposición alguna. Antes bien, en semejante ocasión con más cuidado debes guardar la debida gravedad y cordura. Porque muchas veces la alegría espiritual se convierte en liviandad, si la prudencia no tiene la rienda a los movimientos exteriores. Trabaja cuanto puedas de cantar con mucha atención, recogiendo tu espíritu y entendimiento para la consideración de aquello que allí haces. Lo cual no deja de ser muy trabajoso al principiante en el servicio de Dios y que aún no está habilitado ni fortalecido en semejante ejercicio espiritual.
     Guarda siempre en el coro el lugar que una vez escogiste, y no le mudes, salvo si otro religioso no viniese, a quien le debes dar aquel lugar, por ser mayor que tú. Si advirtieres algún defecto en el coro, procura remediarlo por ti mismo o avisándolo. Para lo cual advierte es muy agradable al Señor, si antes de ir al coro, pasares los ojos por el ordinario y rúbricas de lo que se ha de hacer o rezar en él. Y con esto estarás prevenido para advertir lo que se debe hacer y para suplir los descuidos de los demás con caridad. Si en el coro se moviere alguna contienda y altercación acerca de lo que se ha de rezar o cantar, guárdate no hables en tal ocasión, aunque claramente sepas lo que se ha de decir. Porque muchos, por caso de muy poca importancia están grande rato pleiteando, y es menor inconveniente errar en poco que pleitear en mucho. Mas si con una palabra vieses que puedes remediar la falta, lo debes hacer, particularmente si fueres tú de los más antiguos y respetados. Empero, si conoces en ti algún movimiento de impaciencia y cólera por el tal defecto, no hables palabra. Porque en semejante caso mucho mejor será que remedies el movimiento de tu cólera que no el descuido ajeno. Cuando alguno leyere mal o cantare o hiciere otra cosa semejante torpemente, no murmures de él ni le corrijas, porque es especie de jactancia y soberbia tal corrección. Y lo mismo digo en la lección, si alguno la leyere mal y desgraciadamente, no hagas visajes ni gesto alguno. Porque semejantes movimientos son señales de corazón hinchado de viento de altivez. Si muchos acudieren a suplir algún defecto, no te muevas tú ni te entrometas. Mas si ninguno acude, entonces con mucha modestia llega a remediarlo, y si pudieres mejor será anticiparte, antes que acontezca o que se eche de ver. Guárdate de leer dos lecciones, una tras otra, o cantar dos responsos, especialmente donde hay muchos religiosos que las pueden decir, si ya de ellos no hubiese falta. Y asimismo, si eres mozo, no te entrometas voluntariamente a decir o hacer lo que a los muy ancianos y viejos toca.
     No derrames la vista a una parte y otra, ni mires a nadie lo que hace o de la manera que está. Mas ten los ojos mortificados o levantados al altar, o cerrados, o, finalmente, puestos en el libro. Y advierte cuando dijeres el oficio divino, ahora estés de pies o sentado, no tengas la mano debajo la mejilla, ni debajo la barba, sino debajo la capa (cuando allí la tuvieres), o del escapulario. Ni tengas un pie sobre otro, ni las piernas abiertas y tendidas, sino con toda composición, considerando estás en la presencia de Dios. Guárdate de tener los dedos en las narices, porque hay algunos que en esta y otras miserias semejantes e imperfecciones se ocupan, no sin grande tentación y engaño del demonio, divirtiéndose del oficio divino y dando claras muestras de su poca devoción y mucho distraimiento.
     Muchos otros casos particulares pueden ofrecerse, que no es posible expresarse aquí por menudo. Mas si tuvieres el corazón humilde y lleno de amor del Espíritu Santo, Él te enseñará estos y otros avisos interiormente. Tú que esto lees ten en cuenta que (como aquí se pongan muchos actos diversos, según diferentes circunstancias) no por eso los menosprecies o repruebes, si de necesidad alguna vez se viere de hacer lo contrario. Como aquello de hablar o callar en el coro y otras cosas semejantes, particularmente cuando se ha de remediar algún inconveniente o yerro. Porque al más antiguo le está bien remediarlo.
     Empero, generalmente ten aquesta por verdad conocida, que no conviene al siervo de Dios litigar ni averiguar disputas en el coro. Pues menos inconveniente es sufrir pacientemente la falta que pleitear, especialmente en tal lugar, en donde causa escándalo, estorba la atención y quita la quietud espiritual y tranquilidad del alma. Asimismo, cuando dije que siempre debes cantar o leer en el coro, entiéndelo de la propia suerte: porque tal devoción puedes tener en aquel punto, que la divierta y estorbe el cantar. Entonces mucho mejor será decir el oficio bajito, principalmente cuando hay muchos otros que basten para cantar y tú no haces falta.
     De aquesta suerte has de censurar y pesar otras muchas cosas y diferentes ocasiones, según que el Altísimo mejor te enseñará, si menospreciadas todas las cosas, con corazón sencillo y humilde a Él te llegares. Y nadie debe creer a sí mismo fácilmente cuando se persuade hacer lo contrario de lo dicho, hasta tanto esté muy ejercitado en el servicio de Dios de mucho tiempo, y haya alcanzado de su liberal mano el espíritu y don de la discreción.

CAPITULO XIII 
Del modo que se ha de guardar en el predicar

     En todos los sermones que en público tuvieres y en las pláticas y exhortaciones particulares, usa siempre de lenguaje sencillo, llano y casero, para dar a entender las obras particulares de cada uno, descendiendo a los actos singulares. Y trabaja cuanto pudieres, persuadirles con ejemplos eso que les dijeres, para que el pecador que conociere en sí tener aquel pecado, parezca ser herido con tus eficaces razones, como si a él solo predicaras. Mas esto de tal modo has de hacer que eche de ver salen tus palabras de pecho no soberbio o indignado, sino de entrañas llenas de caridad y amor paternal. De la suerte que un piadoso padre se duele de ver pecar a sus hijos, o derribados en una grave enfermedad, o caídos desgraciadamente en un grande hoyo, y de allí los procura sacar, librar y amparar, cual una madre amorosa. Y como aquel que se goza del aprovechamiento de las almas y de la gloria que en el cielo les aguarda.
     A la verdad, semejante modo de predicar suele ser de provecho a los oyentes. Porque tratar en general y en común de los vicios y virtudes, muy poco o nada les mueve.
     Lo propio debes guardar en las confesiones que oyeres, que de cualquier manera que te hayas con los penitentes, ahora sea halagando a los pusilánimes, ahora aterrando a los obstinados, siempre muestres entrañas de caridad. Para que de una manera y otra conozca el pecador que tus palabras salen de puro amor. Por tanto, debes entrarle con palabras dulces, caritativas y llenas de compunción.
     Así que tú que deseas hacer algún fruto en las almas de tus prójimos, acude primero muy de corazón a Dios y pídele sencillamente se sirva de darte caridad, en la cual consiste la perfección de las virtudes, con la cual puedas acabar perfectamente lo que deseas.

CAPITULO XIV
De los remedios para vencer las tentaciones

     A honra de nuestro Señor Jesucristo, te quiero dar remedios para que te sepas defender de algunas tentaciones espirituales, que en este tiempo cunden mucho en el mundo para mejor perfección y prueba de los escogidos. Las cuales, aunque clara y manifiestamente no son contra algún artículo de fe, empero el que atentamente lo mira conoce que corren mucho riesgo de ser destruidos los más principales de ella, y que edifican cátedra y aderezan silla para el anticristo.
     No quiero expresar las tales tentaciones, por no dar materia y ocasión de escándalo y poner tropiezo para caer en imperfección. Sino tan solamente enseñaré una discreción espiritual, por la cual te puedas regir si no quieres ser vencido de semejantes tentaciones. Y porque las tales suelen acometer por una de dos maneras: la primera por persuasión e ilusión del demonio, el cual engaña al hombre en el regimiento que debe tener para con Dios y en cosas de su servicio. La segunda por la corrompida y sospechosa doctrina de algunos y por el modo de vivir de los que ya se rindieron y sujetaron a las tales tentaciones. Por lo cual te quiero avisar del regimiento y orden que has de guardar para con Dios y cosas de su servicio, si quisieres librarte de semejantes tentaciones. Y luego después, de la suerte que te has de regir con los demás, así en lo que toca a la doctrina que enseñan, como a su modo singular de vivir.
     El primer remedio contra las espirituales tentaciones de este tiempo, que el demonio procura plantar en los corazones de algunos, es: que los que quisieren entregarse a Dios y darse a la oración y contemplación, no deseen sentimientos, visiones o revelaciones, las cuales son sobre la naturaleza y curso común y ordinario de los que aman a Dios y juntamente con ese verdaderísimo y firme amor le temen. Porque semejante deseo no se puede hallar sin una raíz y fundamento de soberbia y presunción, o tentación de alguna vana curiosidad en las cosas de Dios. Y, finalmente, sin alguna vacilación o flaqueza en la fe. En castigo de aqueste defecto e imperfección, la justicia divina deja al alma que semejante deseo tiene, y permite venga a caer en la tal ilusión y tentación del demonio, engañada con falsas visiones y revelaciones y engañosos embustes.
     Por aquí, y con este artificio, siembra nuestro enemigo la mayor parte de las tentaciones espirituales de este tiempo, y hace que echen firmes raíces en los corazones de aquellos que son mensajeros ciertos del anticristo, como verás claramente de lo que se sigue.
     Conviene saber que las verdaderas revelaciones y espirituales sentimientos de los secretos divinos, no te vendrán por tener deseo que te vengan, ni tampoco por fuerza que en ello hagas, y mucho menos por estudio y afición que tu alma en ello ponga. Sino tan solamente acontece venir por sola bondad de Dios y voluntad suya, al alma que está colmada de humildad y llena de deseo de Dios, acompañado de su reverencia y temor. Ni con todo eso, por sólo ese respecto de poder llegar a tener visiones, revelaciones y sentimientos, se ha de ejercitar uno en la humildad y temor de Dios; porque, haciéndolo, en el propio inconveniente y falta daria, en que por el sobredicho deseo.
     Remedio segundo. No consientas en tu alma, estando en oración o contemplación, consolación alguna grande o pequeña, en el punto que vieres se funda en presunción grande y propia estimación, y advirtieres que mueve el alma a ambición de propia honra y reputación, y juntamente anda blandamente persuadiendo a tu entendimiento que eres merecedor de la gloria de esta vida y alabanza mundana. Porque has de saber que el que da consentimiento a semejante consolación, viene a dar de ojos en muchos errores pestilenciales. Y permitiéndolo así el Señor, por su justo juicio, que da poder al demonio para aumentar la sobredicha consolación y apresurarla para imprimir en la tal alma falsísimos y peligrosísimos sentimientos y otras ilusiones que piensa que son consolaciones verdaderas. ¡Ay, ay, Dios mío, y cuántas personas se han dejado engañar de esta suerte! Y ten por cierto que la mayor parte de los raptos o rabias de estos mensajeros del anticristo vienen por ese camino.
     Por tanto, te aviso te guardes con cuidado, y no permitas en tu oración y contemplación consolación alguna, si no fuere la que viniere acompañada de una perfecta noticia y entero conocimiento de tu bajeza e imperfección. Porque cuanto más adelante pasare la tal consolación, más perseverará en ti esta noticia y conocimiento, y te traerá en otro muy claro de la grandeza y alteza de Dios, con profunda reverencia y grande deseo de su honra y gloria, y así echarás de ver que es verdadera esa consolación, con tal que se funde en lo dicho.
     El tercer remedio. Todo y cualquier sentimiento, por alto y encumbrado que sea, y cualquier visión, por muy secreta y escondida que te aparezca, de cualquier género que ella sea, en el mismo punto que mueva tu corazón a tener opinión particular o duda en algún artículo de la fe, o que toque en las buenas costumbres, singularmente si fuere contra la humildad o contra la honestidad, témela grandemente, y cáusete grande horror, porque, sin duda alguna, viene de parte del demonio. Y si te apareciere alguna visión sin este sentimiento y efecto malo, y de ella estás cierto viene de la mano liberal de Dios, y te asegura en tu corazón que a lo que te mueve la tal visión es cosa agradable a Dios, aun con todo eso no hagas caso ni te asegures del todo en dicha visión.
     El cuarto remedio. Ni por grande devoción o perfecta vida, ni por claro y agudo entendimiento, ni por otra cualquier suficiencia o perfección que vieres en alguna persona o personas, no quieras seguir sus consejos ni tratos, de los cuales clara y patentemente echares de ver que sus consejos no van encaminados a Dios, ni con la verdadera discreción, ni por el camino ordinario de la vida de Jesucristo, ni por el trillado y platicado de los santos, ni por el de la sagrada Escritura predicada por su boca y con su ejemplo enseñada. No temas por esto, ni pienses pecar pecado de soberbia o de vana presunción, no haciendo caso de semejantes consejos suyos; pues lo haces tan solamente por el celo y amor de la verdad.
     El quinto remedio es: que te apartes de las conversaciones y amistad de aquellos y aquellas que siembran las dichas tentaciones y las divulgan. Y juntamente huye las personas que las permiten y alaban. De los cuales no escuches aun las palabras, ni a sus conversaciones asistas, ni quieras ver su modo de vivir. Porque el demonio, como astuto, te mostrará y aun hará ver grande señal de perfección en sus muchas palabras y tratos exteriores, que si las admitieres y dieres a ellas crédito, vendrás a dar en grandes peligros y caerás en los despeñaderos de sus errores.

CAPITULO XV 
De cómo se ha de haber con los que siembran 
las sobredichas tentaciones 

     Por lo dicho quiero avisarte de algunos remedios que debes en ti mismo advertir acerca de las personas que siembran las sobredichas tentaciones, así con su vida como con su doctrina.
     Lo primero que has de atender para con semejantes personas es no hacer caso de sus visiones, sentimientos ni arrebatamientos. Antes bien, si a vueltas de eso te dijeren algo contra la fe y contra la Escritura sagrada o contra las buenas costumbres, abomina de sus visiones y sentimientos como de desvanecimientos locos, y de sus raptos, pues no son sino rabias. Empero si sus palabras, juicios y consejos fueren fundados en la fe, y en la Escritura santa y según las santas y buenas costumbres, no los menosprecies ni tengas en poco. Porque en tal caso sería menospreciar lo que es de Dios. Mas no te fíes del todo y a carga cerrada, porque muchas veces, y las más, en semejantes cosas espirituales se mezcla engaño con apariencia de verdad disfrazada, y malicia bajo especie de bondad, para que así el demonio, sin sospecha alguna, mejor pueda derramar su mortal veneno. Y, por tanto, creo que más agrada a Dios que pases por alto (sean lo que fueren) semejantes visiones, sentimientos y raptos que, como he dicho, tuvieren alguna apariencia de verdad y bondad, si ya no se hallasen en personas de santidad y discreción y de humilde bondad; de las cuales se puede estar seguro que no podrán ser engañadas por ilusión ni astucia del demonio. Entonces, aunque sea piedad creer a las visiones y sentimientos de personas tan honradas, con todo es más seguro no darles crédito del todo por lo que ellas son en sí, por la razón dicha, sino tan solamente porque se conforman con la fe católica, con la sagrada Escritura, con las buenas costumbres, palabras santas y doctrinas de los santos.
     El segundo remedio: Si se moviere tu corazón por alguna revelación o sentimiento o de otra manera, a hacer alguna obra, y particularmente si fuere notable y de importancia, que no la solías hacer, de la cual no estás cierto si agrada a Dios, antes bien estás dudoso de ello por algunas razones, dilata el ponerla por obra hasta tanto que hayas muy bien considerado todas las circunstancias, y en particular del fin, para que así eches de ver si agrada a Dios. No quiero decir que lo juzgues tú según tu opinión, sino por algún testimonio de la sagrada Escritura si pudieres, o por algún ejemplo de los santos padres que se pudiera imitar. Llamo que se pueda imitar, porque, según enseña San Gregorio, algunos de los santos hicieron algunas obras que no las debemos imitar, aunque en ellos fuesen buenas, antes nos habernos de admirar de ellas y tenerlas en reverencia. Y si por ventura por ti mismo no alcanzas a saber si agrada a Dios lo que quieres hacer, toma consejo de personas aprobadas en vida y doctrina, para que te le den de la verdad.
     Tercer remedio: Si te hallares libre de lo dicho, de tal manera que jamás lo hayas tenido, o si te ha acontecido te hayas librado de ello, levanta a Dios tu corazón y espíritu, reconociendo con humildad la merced que te ha hecho, por la cual continuamente darás en tu corazón a su Majestad infinitas gracias. Y eso que tienes de Dios por pura gracia y misericordia, guarda no lo atribuyas a tu virtud, sabiduría o merecimiento y costumbres; o a lo menos no imagines que acaso se hizo así. Porque esto (dicen los santos) es principalmente porque Dios quita el beneficio de su gracia a un hombre y permite caiga en las tentaciones e ilusiones del demonio.
     Cuarto remedio: Cuando estuvieres en tal tentación o ilusión espiritual, o la sintieres en tu corazón, de la cual estás dudoso, estando así no comiences de tu propia voluntad y parecer obra alguna de nuevo que sea notable, que antes no acostumbrabas hacer, sino reportando tu voluntad y deteniendo la rienda a tu fervoroso corazón, aguarda con humildad, con temor y reverencia alumbre el Señor tu alma. Porque debes tener por cierto que, si estando en semejante duda, de tu propia voluntad empezases la tal obra heroica, la errarías, y no podría llegar a tener buen fin. Hablo de querer empezar de nuevo cosas notables y no acostumbradas, de las cuales tienes la duda dicha.
     Quinto remedio: Por las tentaciones dichas (si las padecieres) no alces la mano de alguna buena obra que antes que te viniesen las tentaciones empezaste. Y particularmente no dejes de tener oración, de confesarte y comulgar y hacer tus ayunos y las obras de piedad y humildad que antes hacías, aunque en ellas no halles consolación espiritual alguna.
     Sexto remedio: Si tuvieres las dichas tentaciones, levanta tu entendimiento y corazón a Dios, pidiéndole con humildad lo que más fuere dé su servicio y provechoso a la salud de tu alma, sujetando en tal tentación tu voluntad a la de Dios. De tal suerte que, si a su Majestad le place padezcas semejantes tentaciones, gustes tú también de ellas, para que no le ofendas.

CAPITULO XVI 
Por qué medios se ha de subir a mayor perfección

     Porque me da grande contento hayas empezado una cosa tan buena y tan de honra de Dios como es la vida espiritual, y deseo no solamente perseveres, empero que subas a obras virtuosas más perfectas, o a lo menos lo desees; por tanto, te escribo algunas razones con las cuales podrás levantar tu espíritu a mayores perfecciones en toda manera de virtud, que aún no has empezado, ni podrás llevar adelante por tus propias fuerzas tan solamente.
     La primera razón es: Si echares de ver cuán digno es Dios de ser amado y honrado por su bondad y sabiduría y por las demás perfecciones que en su Majestad sin número ni término se hallan, advertirás esa fe que le tienes y amor con que le amas, que te parece grande, para su honra y bondad es todo muy poco o nada, en respecto de lo que debía de ser, conforme a lo que su Majestad merece. Pongo esta razón por primera, porque lo principal que habernos de procurar en todas nuestras obras es la honra, reverencia y amor de Dios, porque por Sí mismo es digno de ser amado de todas las creaturas.
     Segunda razón: Si atentamente consideras los menosprecios, vituperios, pobrezas, dolores y acerbísima pasión que por tu amor padeció el Hijo de Dios, para que de ahí te muevas a lo amar y reverenciar, echarás de ver ser poco lo que haces amándolo y honrándolo, según lo mucho que debes hacer. Esta razón es la más alta y perfecta de las demás que se siguen, y por eso la pongo en segundo lugar.
     Tercera razón: Si adviertes la pureza y perfección que has de tener según la ley de Dios, la cual te obliga a huir todo vicio y estar libre de toda culpa y abrazar toda virtud; como ahora (poniendo por ejemplo) es aquel mandamiento que te muestra estar obligado a amar a nuestro Señor de todo corazón, con todo tu entendimiento y con todas tus fuerzas, verás claramente tu flaqueza y cuán lejos andas de la pureza y perfección sobredicha.
     Cuarta razón: Si te pones a considerar la muchedumbre de beneficios que de la liberal mano de Dios has recibido, las gracias corporales y espirituales, que a ti y a otros, o singularmente a ti te ha dado, conocerás eso que haces y lo que puedes hacer por su Majestad ser nada, en recompensa de tales beneficios y gracias. Particularmente si considerares la bondad y liberalidad con que las ha comunicado.
     Quinta razón: Si pones los ojos en la alteza del premio y nobleza de la prometida gloria que tiene Dios aparejada para aquellos que hicieren obras virtuosas en su servicio (porque tanto mayor será la gloria, cuanto mayores y más virtuosas sean sus obras), echarás de ver evidentemente ser nada tu merecimiento, puesto en parangón con tanta gloria. Y así, al menos con deseos te moverás a hacer obras más virtuosas que antes.
     Sexta razón: Si atendieres a la hermosura y generosidad que en sí tienen las virtudes y la nobleza que por ellas alcanza el alma, y, por consiguiente, echaras de ver la vileza de los vicios y torpeza de los pecados, con mayores veras, si fueres sabio, trabajarás en alcanzar virtudes, y mucho más en huir los vicios y aborrecer los pecados.
     Séptima razón: Si considerares la santidad y perfección de la vida de los santos padres y sus muchas y perfectas virtudes, advertirás la imperfección y flaqueza de tu vida y obras.
     Octava razón: Si conocieses la gravedad de los pecados y la muchedumbre de las ofensas cometidas contra Dios, verías que cuantas obras buenas haces, por buenas que sean, no aprovechan cosa alguna en razón de satisfacer a su divina Majestad de justicia, por las ofensas que cortra su bondad has cometido.

TRATADO DE VIDA ESPIRITUAL
San Vicente Ferrer

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