Entonces hablará...
Ahora calla.
Entonces hablará.
Hay un silencio que desconcierta a muchas almas tímidas, que aun las hace vacilar en su fe: el silencio de DIOS.
El mal se desborda como un torrente sin barreras...
El crimen parece entonar himnos de triunfo...
El pecado reina como señor...
Y Dios calla.
Por un asesino que encuentra su castigo al querer descargar su golpe sobre la víctima inocente:
¡cuántos que pasean por las calles con las manos todavía chorreando sangre, gozando del botín de su pecado!... Y Dios calla.
Por un impuro que halla en el fondo de la copa de sus placeres el virus ponzoñoso que le castiga:
¡cuántos que exhiben su desvergüenza como desafiando todas las leyes de la moral!... Y Dios calla.
Por un blasfemo en cuyos labios de demonio quedan sin acabar de pronunciar sus maldiciones:
¡cuántos que siguen despreciando a Dios y burlándose de su justicia!... Y Dios calla.
Calla, sí; ahora calla.
Pero llegará un día en que hablará.
Ahora calla, porque tiene toda una eternidad para hablar.
Habló el Señor en el monte Sinaí para promulgar la ley. Y los israelitas temblaron de espanto al oír su voz.
Habló el mansísimo Jesús en el huerto de los Olivos y no dijo más que una sola palabra: «YO SOY.» Y sus enemigos cayeron en tierra, temblando de pavor.
En aquel día hablará. Y no será para promulgar la ley ni para defender a sus discípulos.
Hablará para castigar al pecador, al asesino, al impuro, al blasfemo: a todos los pecadores.
Y hablará «en su ira». Tunc loquetur ad eos in ira sua.
Y la ira de Dios es terrible.
Y será horrible caer en las manos de un Dios airado. ¡Oh, que esa voz no hable para castigarme a mí!
Ahora calla.
Entonces hablará.
Hay un silencio que desconcierta a muchas almas tímidas, que aun las hace vacilar en su fe: el silencio de DIOS.
El mal se desborda como un torrente sin barreras...
El crimen parece entonar himnos de triunfo...
El pecado reina como señor...
Y Dios calla.
Por un asesino que encuentra su castigo al querer descargar su golpe sobre la víctima inocente:
¡cuántos que pasean por las calles con las manos todavía chorreando sangre, gozando del botín de su pecado!... Y Dios calla.
Por un impuro que halla en el fondo de la copa de sus placeres el virus ponzoñoso que le castiga:
¡cuántos que exhiben su desvergüenza como desafiando todas las leyes de la moral!... Y Dios calla.
Por un blasfemo en cuyos labios de demonio quedan sin acabar de pronunciar sus maldiciones:
¡cuántos que siguen despreciando a Dios y burlándose de su justicia!... Y Dios calla.
Calla, sí; ahora calla.
Pero llegará un día en que hablará.
Ahora calla, porque tiene toda una eternidad para hablar.
Habló el Señor en el monte Sinaí para promulgar la ley. Y los israelitas temblaron de espanto al oír su voz.
Habló el mansísimo Jesús en el huerto de los Olivos y no dijo más que una sola palabra: «YO SOY.» Y sus enemigos cayeron en tierra, temblando de pavor.
En aquel día hablará. Y no será para promulgar la ley ni para defender a sus discípulos.
Hablará para castigar al pecador, al asesino, al impuro, al blasfemo: a todos los pecadores.
Y hablará «en su ira». Tunc loquetur ad eos in ira sua.
Y la ira de Dios es terrible.
Y será horrible caer en las manos de un Dios airado. ¡Oh, que esa voz no hable para castigarme a mí!
Alberto Moreno S. I.
ENTRE EL Y YO
1 comentario:
Maravillosa entrada! M he emocionado al leerla porque siempre he tenido esa pregunta, ¿ por qué callas Señor, por qué permites ? Ahora me quedo más tranquilo y consolado...gracias y adelante con este apostolado cibernético que tantas almas conquista para la Santa Iglesia.
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