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miércoles, 24 de noviembre de 2010

La tribulación de María, signo de santidad


En cuanto María presenta a Dios una ofrenda digna de El, recibe inmediatamente el galardón de un dolor indecible para toda su vida, porque es pensamiento fijo del Señor que las penas de este mundo sean raices de las gracias del otro. Por eso se gozan los santos en padecer, pareciéndose a Cristo.
El dolor apaga las engañosas fosforescencias del mundo, y al dejarnos en apariencia sumidos en la oscuridad, nos permite divisar claramente a Dios.
La inmensidad del dolor de María y la rapidez con que acepta su oblación, demuestran la santidad de nuestra Madre, pues Dios proporciona las tribulaciones con las fuerzas necesarías para sobrellevarlas.

a) La predicción de Simeón amarga toda la vida de María
Desde este momento todo fue dolor para María: el tiempo, porque acortaba la distancia del Calvario; la visión del Niño, que se lo recordaba; la de los campos y la ciudad, que traía a su pensamiento algo relacionado con la Pasión, Cuando sufrimos, los trabajos cotidianos nos agobian. La Santísima Virgen hubo de desempeñar sus tareas siempre bajo esta aflicción. El tiempo no pudo desgastarla, porque tenía siempre presente a Jesús, cuya visión se la recordaba.
Este dolor se compone además de los siguientes:
1. Fue ella misma quien ofrecía a su Hijo para el sacrificio de la cruz como una ofrenda que no estaba dispuesta a retractar.
2
. Vio que su Hijo sería señal de contradicción aun antes de su muerte.
3. Vio que había de ser señal de ruina, pues no se convertirían los contradictores e inutilizarían su sacrificio y el de Jesús.
4. Consideró que esta ruina había de sobrevenir principalmente sobre su patria, la de los profetas, la de sus padres. Ciertamente que ninguna madre desearía tal destino para su Hijo.

b) Gracias de que María da muestras
1. Acata íntegramente la voluntad de Dios
La santidad consiste precisamente en esa abnegación que nos parece fácil cuando somos venturosos, pero que se convierte en difícil cuando llega la hora de la injusticia.
Cada uno tiene su punto de vista; procurar que el nuestro coincida con el de Dios constituye la esencia de la perfección. Dios ve el mundo; la Iglesia, nuestra vida y nuestro destino, y nosotros debemos acomodarnos a su modo de ver.
Algunos designios de Dios se conocen fácilmente. Importa obedecerlos en seguida, y lo conseguiremos por grados con el avance en la virtud; para conocer otros, hemos de desprendernos de todas nuestras miserias y debilidades y recurrir a los métodos de la ascética.
2. Acepta esta voluntad generosamente
En nosotros, la generosidad se mide por la repugnancia. María no tuvo que sostener ninguna lucha, aunque sí soportar el sufrimiento. Sufrimiento y repugnancia son cosas distintas; María sufre, pero sin rebelión, porque su íntima unión con Dios no permite ni sombra de rebeldía. Si el Señor luchó en Getsemaní fue porque repugnaba a su inocencia cargar con las iniquidades del mundo, punto culminante de su grandioso sacrificio.

Enseñanzas del dolor de María

a) María sufre durante toda su vida
También nosotros tendremos siempre, más o menos, por compañera a la cruz. Unas veces por haber abrazado un estado que no nos convenía, otras por defectos de las personas a quien amamos..., siempre nos saldrá al paso la cruz... ¿Qué hacer con estas penas? Lo que María, no buscar el consuelo humano, sino sufrir en silencio y gozosamente. Pensar que la Virgen no padeció un solo instante sin unir sus amarguras a las de Cristo y entender que podemos también unir las nuestras. Aun cuando nuestros dolores provienen del pecado. Jesús no rechazará nuestra ofrenda, sino que, además de aceptarla, será nuestro consuelo.

b) El sufrimiento nos preservará de muchos pecados
Digámoslo, ¿te empeñas en no dejarme hasta el sepulcro? Pues bien, tú serás mi ángel de la guarda. María nos enseña también que de ningún modo podemos emplear mejor los dones de Dios que restituyéndoselos. Todo lo que poseemos, fuera del pecado, pertenece a Dios, y Dios nos lo ha concedido sin olvidar que El es nuestro fin último. Devolvámoselos, pues; seamos niños que entregan a su padre sus tesorillos para que los custodie. Seamos como los canales de la sangre, que nace y vuelve al corazón, de donde salió, sin detenerse en vaso alguno donde se pueda corromper.

c) Nuestra aflicción es nuestra
Aprendamos que la tribulación constituye el premio de la santidad. Aprendamos que nuestra aflicción nos pertenece y no esperemos que nadie la comprenda. Triste cosa es confiar en la compasión ajena y ver que terminamos importunando a los demás. Sepamos, en cambio, que Dios hará que nuestro corazón se pueble de tantos ángeles como penas lo atribulan.

d) Las alegrías, cebo de nuestras pruebas
Aprendamos que las alegrías que envía Dios son cebo de nuevas tribulaciones, cosa que llevamos harto bien experimentada en nuestra vida. La felicidad disfraza y oculta las realidades de nuestra existencia; sólo el dolor nos quita la careta y descubre la verdad. Cambiar las alegrías en pesares, he aquí nuestra tarea segura en este mundo. Trocar los pesares en alegrías corresponde al cielo, y acá abajo en la tierra, a la gracia y a la fe.

e) Persecución por Jesús
Aprendamos a padecer sufrimientos que tienen a Jesús por causa. Cuantos siguen a Jesucristo padecerán tribulaciones, y es raro que hasta en el recinto doméstico del amor ciego del marido, de la mujer y de los padres no se convierta en persecución, más o menos severa, para la esposa, el esposo o los hijos que se aficionan a la piedad.

P. Federico G. Faber

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