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martes, 30 de noviembre de 2010

¡PARA SIEMPRE!


La más humilde pastora
de tus tiernos corderillos,
estos cantares sencillos
viene a consagrarte ahora:
la gratitud que atesora
para tí su corazón,
no le permite callar,
por eso viene a entonar
temblorosa de emoción
a tus puertas, su canción.

¿Y qué quieres que te diga?
si tú has sido para ella
su norte, su guía, su estrella;
madre, hermana y amiga;
el sostén en su fatiga;
el pecho amoroso y santo
que al conocer mis dolores,
al comprender mi quebranto,
supo convertir en flores
las espinas de mi llanto!

La madre amorosa y pura
que cubre con su cariño
la blanca cuna del niño,
no te aventaja en ternura...:
y el cariño con que cura
a su pequeñito enfermo,
y lo acaricia, es el mismo
con que velas cuando duermo
bajo el sol del campo yermo
o a los bordes del abismo...

Si tu mano bondadosa
no me hubiera sostenido,
tal vez hubiera caído
en la más oscura fosa...
y mi alma que hoy retoza
por campos llenos de lirios,
si tú no fueras mi guía,
tal vez con locos delirios
enferma sucumbiría
a los más crueles martirios...

¿Cómo no quererte mucho,
si dominando el rugido
con que resuena en mi oído
el huracán con que lucho,
tu voz amorosa escucho
que con maternal anhelo,
me hace ver en lontananza
los esplendores del Cielo.
y en alas de la esperanza
tender hacia allá mi vuelo?

Tú me has comprado alegría
a cambio de tu tristeza...
Tú, de alma la belleza
compraste con tu agonía...
y me amparas todavía!
y cargando con las cruces
del más atroz sufrimiento,
en tus brazos me conduces
hasta las eternas luces
más allá del firmamento...!

¿Con qué te pago esos bienes...?
Si supieran mis amores
volver corona de flores
la de espinas de tus sienes...
si los pesares que tienes
se trocaran en delicias
al dulce conjuro santo
de mis filiales caricias...!
Si apagara tu quebranto
el torrente de mi llanto...!

Más Dios no lo quiere así!
Déjame, madre, siquiera
que, mientras que Dios lo quiera,
vaya siempre junto a ti;
y tu deposita en mí,
tus dolores y tus penas:
sean tuyas mis alegrías,
y cuando lleguen sombrías
sufriré tus agonías...

Quiera el Dios de las creaciones
que nunca acabe este abrazo,
que forme el celeste lazo
de nuestros dos corazones...!
Mis más dulces ilusiones
rodarán muertas al suelo,
mis sueños de juventud
tenderán también el vuelo
Mi amor y mi gratitud
irán contigo hasta el cielo!

Mons. Vicente M. Camacho
23 de julio de 1915

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