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jueves, 4 de noviembre de 2010

Los homicidios y venganzas destruyen las casas y familias de las personas vengativas.

El primer homicida del mundo fue el maldito Caín, y véase el desastrado fin que tuvo, viviendo temblando todos los días de su vida, y concluyendo con una muerte fatal para escarmiento de todos los hombres que quedaban en el mundo (Gen., IV, 32).
Por esto el apóstol Tadeo dice son desventurados aquellos hombres que siguen el camino desesperado del maldito Caín : Vae illis, qui in viam Cain abierunt; porque como siguen las malas y perversas obras de un hombre maldito de Dios, le hacen también compañía en la maldición, y no verán sino desventuras y trabajos.
En los hechos apostólicos se refiere, que viendo los malteses cómo una víbora había mordido la mano del apóstol san Pablo, esperaban cayese muerto, y decían unos a otros : ¿este hombre debe ser homicida? Fundaban su discurso en la regla común y general de que todos los homicidas son desastrados, y todas sus desgracias se fundan, como en raíz, en el injusto homicidio que cometieron.
En el Levítico se dice , que el Altísimo Dios pondrá pavor y miedo en el corazón del homicida, de tal manera, que se espante de oír el ruido de las hojas de los árboles que se mueven. Este miedo y pavor es en castigo de su gravísimo pecado, que le hace temer la muerte violenta que tiene bien merecida.
Por esta causa dice el Sabio que el impío homicida siempre va huyendo, aunque ninguno le persiga: Fugiet impius, nemine persequente; porque el pavor y miedo de su corazón no le deja sosegar, y su mismo pecado le inquieta y le atormenta, dando voces contra él. Así padecen persecución los impíos por sus malas obras, que siempre los van espantando.
Cada hoja de los árboles les parece a los homicidas una espada que les amenaza de muerte; y este es digno castigo del injusto homicidio que ellos cometieron, por el cual ellos viven temblando, aunque nadie los persiga, como dice Dios (Levit., XXVI, 37).
En el Deuteronomio disponía Dios que el sacerdote en presencia de todo el pueblo levantase la voz y dijese: Maldito sea el que ocultamente matare a su prójimo; y que todo el pueblo respondiese en voz alta y dijese: Amen.
Considérense las fatalidades y plagas que padeció la casa de Joab por la injusta muerte del capitán general Abner, pues estando el santo rey David para dar su alma á Dios nuestro Señor, siendo tan conforme su corazón con el de Dios, como dice el apóstol, concluyó su vida mortal diciendo estas palabras: no falte, de la casa de Joab la enfermedad de la lepra, ni falte en ella quien muera con muerte violenta de espada, ni falte pobre que vaya mendigando y pidiendo pan (II Reg., III, 29). Así padecen los homicidas infames, y acaban sos casas y familias con la desventura que les anuncia el mismo Dios.
Los que perdonan a sus enemigos, y dejan de vengarse por el amor de Dios, hallarán que el Señor toma a su cuenta la venganza, como se dice en el libro del Eclesiástico; porque el Altísimo tomará su causa por ellos. Ruegue a Dios el ofendido por el ofensor, deséele bien, y no se alegre de su mal. Esta es la ley inmaculada del Señor.
Los impíos homicidas tienen su ley del mundo y del infierno para justificar sus venganzas ; y así decían gritando como locos y furiosos contra el justo: Secundum legem nostram debet mori (Joan., XIX, 7); pero luego se desengañan (aunque regularmente sin provecho) que sus venganzas injustas los perdieron y los llenaron de plagas.
Para evitar este gravísimo daño, llena de sanos consejos el Espíritu Santo a los hombres, diciéndoles en el libro del Eclesiástico, que no tengan memoria de las injurias de sus prójimos, sino que se acuerden de ellos para encomendarlos a Dios, y esperar el premio de su divina Majestad.
El Sabio dice, que jamas determines en tu corazón hacer con tu prójimo la mala obra que él hizo contigo: Non dicas, quomodo fecit mihi, sic facia mei, sino perdónale para que Dios te perdone a ti: porque los malignos vengativos serán exterminados de Dios, y los benignos y piadosos con su prójimo se deleitarán en abundancia de paz interior y exterior; y estos son los pacíficos que viven quietos en este valle de lágrimas.
No quieras vengarte, dice el apóstol san Pablo, sino procura dar lugar a la ira (Rom., XII, 19); y acuérdate de lo que está escrito, que quien deja en las manos de Dios su causa, hallará superabundante retribución.
No te dejes vencer del agravio, sino vence con el bien el mal (Rom., XII, 21); porque así el mal te se convertirá en bien, y no serás juzgado como vengativo, sino premiado de Dios como piadoso.
No busques la venganza por los agravios que padeces, sino considera que por tus graves pecados merecías padecer mucho mas, y siempre es menos lo que toleras, que el gravísimo castigo que merecías. Esta fue digna consideración de la virtuosa y valerosa Judit.
Perdona a tu prójimo cuando te ofenda, dice Dios, y entónces consuélate, porque tu oración será oída en la divina presencia, y te serán perdonados tus pecados. Todas son palabras del sagrado texto, y es cuanto se puede desear (Eccli., XXVIII, 2).
Guarda tu corazón, y no consientas en vengarte de tu prójimo, como dice el profeta Zacarías; porque fácilmente saldrá la palabra vengativa de tu corazón, con la cual explicarás el interior dañado, y escandalizarás a tu prójimo.
Acuérdate del santo rey David, y de su celebrada mansedumbre, el cual oyendo las maldiciones que le echaba el ingrato y rebelde Semeí, no quiso vengarse , sino que sacando bien del mal, pensó justamente de la divina permisión, y juzgó que eso y mucho mas merecía por sus pecados.
Si puede ser , dice el apóstol san Pablo, ten paz con todos los hombres, y no te defiendas a ti mismo, sino deja a Dios tu causa, y así conseguirás la vida pacífica, que es la vida bienaventurada, según la sentencia de Cristo Señor nuestro: Beati pacifici.
Toda criatura que aborrece a su hermano, es homicida en su corazón, dice el evangelista san Juan, y todo homicida no tiene derecho a la vida eterna, ni aun a la vida pacífica temporal.
Si el hombre conserva la ira por la ofensa que le hizo su hermano, en vano le pide a Dios nuestro Señor que le perdone sus ofensas; porque Dios le perdona ; y si él reserva la ira contra su prójimo, también el Señor conservará la ira que tiene contra él, y no será perdonado, como dice el Espíritu Santo (Eccli., XXVIII, 3).
Si tú, siendo hombre, no tienes misericordia con otro hombre semejante a ti mismo, ¿cómo quieres que el Altísimo Dios tenga misericordia de ti, que eres una miserable criatura? También esta es digna sentencia de la sagrada Escritura (Eccli., XXVIII, 5).
Todos los días le pides a Dios que a ti te perdone como tú perdonas, y este modo de oración te la enseñó nuestro Señor Jesucristo; por lo cual si tú no perdonas, le pides a Dios expresamente que no te perdone. Considera tu desventura.
El apóstol Santiago dice: que Dios nuestro Señor hará juicio sin misericordia de aquellos hombres infelices que no tuvieron misericordia con su prójimo. Este es el juicio justificado del Altísimo: luego el que Dios sea piadoso contigo está en,tu mano, según la sentencia infalible del apóstol citado.
No quieras dar lugar al demonio, dice san Pablo, y para esto ten cuidado de que de tu lengua no salga palabra de venganza, ni menos esta reine en tu corazón.
Los antiguos introdujeron en el mundo aquella ley prevaricada, de que ames a quien te ama, y aborrezcas a quien te aborrece; pero nuestro Señor Jesucristo confunde esta maldita ley, diciendo: que ames a tus enemigos, hagas bien a quien te aborrece, y ruegues por los que te persiguen y calumnian; porque así serás hijo verdadero de tu Padre celestial, que hace nacer el sol sobre los buenos y malos, y llueve sobre los injustos y justos. Estas son palabras de la vida eterna, dice el evangelista san Juan, y este es el precepto capital, que por antonomasia se llama de nuestro Señor Jesucristo.
Si conocieres violencia en tu corazón para cumplir este santísimo precepto, acuérdate que de los violentos es el reino de los cielos, y procura orar con el Salmista, diciendo: asísteme, Señor, para cumplir perfectamente el precepto que me has intimado: Exurge Domine Deus in praecepto quod mandasti.
Lo que deseas y quieres que los hombres hagan contigo, dice el Señor, hazla tú primero con ellos; y por el contrario, el mal que tú no quieres que los hombres hagan contigo, no lo hagas tú con ellos (Luc., VI, 32).
Estos dos preceptos, que ya lo eran de la ley antigua, los volvió a intimar nuestro Señor Jesucristo, como fundamentales para la perfección cristiana en la ley de gracia, y también pertenecen a la ley de naturaleza.
En las crónicas de la esclarecida religión de nuestro gran padre santo Domingo se refiere, que en una ciudad había un caballero rico y opulento, de cruelísima condición, y muy poco aplicado a las obras virtuosas de cristiano; pero tenia una esposa devotísima de los religiosos de nuestro gran patriarca. Esta buena señora rogó a un religioso de mucha virtud que pusiese en razón a su marido para el mayor bien de su alma; y al mismo tiempo persuadía con instancia a su marido que comunicase con dicho santo religioso. La mujer buena hace bueno a su marido, conforme la doctrina santa del apóstol (I Cor., VI, 14).
Despues de muchas persuasiones, dijo el dicho caballero que cumpliría el deseo de su esposa; pero con la condición, de que el religioso no le fuese molesto, ni entrase con largas exhortaciones. El santo predicador apostólico le cumplió su deseo, y le conoció su condición; por lo cual solo le propuso este consejo evangélico: que no hiciese con su prójimo el mal que no querría se hiciese con él; y a su prójimo le hiciese aquel bien que querría se hiciese con él mismo: Verbumabbreviatum, etc.
Al dicho caballero le contentó la brevedad del sermón, y comenzó a practicar cuidadoso su compendiosa doctrina. Socorrió muchos pobres con la santa consideración de lo que le habían enseñado en pocas palabras, y viéndose que se ahogaba un pobre hombre en la corriente precipitada de un río, discurrió luego que él querría le socorriesen en semejante trabajo; y entrando en el río para socorro del pobre, allí dio fin a su vida mortal, con tanta felicidad, que reveló el Señor había subido su alma dichosa desde las aguas al cielo; porque así paga su divina Majestad las obras piadosas de caridad perfecta.
Consideren los vengativos cuan lejos andan del camino verdadero de la salvación de sus almas, y crean firmemente que de ellos habló el apóstol san Pablo, cuando dijo: no conocían el camino de la paz, ni tienen delante de sus ojos el temor santo de Dios (Rom., III, 27).
El mismo sagrado apóstol nos exhorta seamos benignos y misericordiosos unos con otros, y que nos perdonemos nuestras injurias y ofensas, así como Cristo nos perdonó (Ephes., IV, 52). Esta comparación misteriosa nos enseña una profundísima doctrina para el bien fundamental de nuestras almas, y quietud y paz saludable de nuestras vidas.
Si solo estimamos y amamos a los que nos aman, esto mismo hacen los infieles y publicanos, y alguna cosa mas debe hacer el verdadero discípulo de Cristo; y lo que debe hacer de mas, es perdonar las injurias que se nos hacen.
El apóstol san Pablo dice: que si tu enemigo se halla en necesidad le socorras caritativamente, y así le convertirás de enemigo en amigo, y asegurarás el perdón de tus graves pecados, y la salvación eterna de tu alma (Rom , XII, 20).
En el Levítico disponía el Señor que los de su pueblo santo pusiesen en olvido las injurias de sus hermanos, que habitaban con ellos en un mismo pueblo.
Y el santo Job nos previene, que no nos dejemos vencer de la ira cuando alguno nos ofende; porque el que es vencido de la ira, queda siervo de su tirana pasión, la cual le inclina a la venganza para perderle.
Cuando el mismo santo Job oraba por sus importunos amigos, que calumniaban su virtud, entonces el Señor le llenó de bendiciones, y puso glorioso fin a sus grandes trabajos.
Por esto el Sabio dice, es mejor el hombre paciente que el arrogante y soberbio; porque el varón paciente de una vez se vence a sí mismo, y vence a su enemigo; pero el arrogante y soberbio siempre va atormentado con la locura de su fantasía, y tiene por enemigo al mismo Dios, contra quien no puede prevalecer ni salir vencedor.
El Espíritu Santo dice, que el que se quiere vengar, hallará contra sí la venganza de Dios, el cual le guardará sus pecados para confundirle con ellos. Esta es una amenaza formidable, porque según dice el profeta rey: si Dios nos guarda en su memoria nuestras maldades, somos perdidos (Ps., CXXIX, 3).
Concluyamos el asunto principal de este capitulo con esta católica verdad: que los mortales se destruyen, acaban sus casas y sus familias, y pierden sus almas si eligen el camino infeliz de los homicidios y venganzas; porque según el Salmista: Contritio, et infelicitas in viis eorum. En esta vida mortal vivirán sobresaltados, serán infelices y desventurados, y siempre llevarán su corazón inquieto como un mar tempestuoso, pues así lo explica el Espíritu Santo: Cor impii quasi marefervens, y procederán de abismo en abismo hasta su ultima ruina y perdición eterna.

R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA
1866

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