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sábado, 10 de diciembre de 2011

Acudamos al Tepeyac


En el primera publicación de la Cruzada Guadalupana decíamos que era necesario que nos uniéramos para que con un esfuerzo supremo de oración concertada tomáramos por asalto el Corazón de Nuestro Señor, tan justa y hondamente lastimado por nuestras infidelidades. Comprendíamos que nuestras oraciones solas no bastarían para conseguir lo que pretendíamos, especialmente porque sabíamos que para eso nos había dado, como a ninguna otra nación lo había hecho, a su Santísima Madre, Nuestra Señora de Guadalupe, por medianera y abogada. A Ella nos unimos entonces, y habiendo puesto nuestra súplica a sus pies, solo de Ella esperábamos conseguir lo que a nuestras oraciones tan justamente podría negar Nuestro Señor.

Eficacia de la oración.
Tiene la oración concertada dos motivos para inspirar confianza en que se conseguirá lo que en ella se pide. Hay en primer lugar la promesa de Nuestro Señor de estar en medio de dos o tres que en su nombre se reúnan. Hay en la Sagrada Escritura mil variantes de la promesa "pedid y recibiréis." En la Cruzada procuramos unir, no a dos o tres solamente, sino a muchas almas que ruegan a Dios por la restauración del reinado de Jesucristo en nuestra patria. Eso supone que cada miembro de la Cruzada Guadalupana cumple con su promesa y su deber.
En los asuntos que conciernen a nuestra patria siempre hay otro motivo con una fuerza cuyo igual no se encuentra en otras naciones. Nos referimos a la Providencia especial contenida en las promesas hechas por la Santísima Virgen en el Tepeyac. En la segunda de sus cuatro gloriosas apariciones aseguraba al indio Juan Diego que si bien era cierto que tenía muchos sirvientes y criados que harían lo que Ella les ordenase, sin embargo, no quería valerse de otros sino de él. Imposible parecía la empresa, como lo parecería hoy, si hoy se dignara dar una orden como la que le dió a Juan Diego. Precisamente porque no era de esperar que consiguiera por vías ordinarias lo que le mandaba se lo encomendaba a él, para que él y todos comprendiéramos que Ella era quien conseguía con suma facilidad hasta lo que al parecer era imposible. Se trataba entonces ni más ni menos que del establecimiento del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo en México, como ahora se trata de la restauración de ese mismo reinado, parcialmente ocupado por fuerzas enemigas por culpa nuestra. Desproporcionadas son nuestras fuerzas para tamaña empresa, pero ahora también, de nosotros y no de otros instrumentos se quiere valer Nuestra Señora para que Cristo reine en nuestra patria.

Más palabras de aliento.
En la cuarta aparición dijo Nuestra Señora a Juan Diego lo siguiente: "¿No estoy Yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás debajo de mi sombra y amparo? ¿No soy yo vida y salud ? ¿ No estás en mi regazo y corres por mi cuenta?" Siempre hemos creído que estas palabras las dijo Nuestra Señora no solamente a Juan Diego, sino también a todos aquéllos que de él aprenderíamos a venerarla en el Tepeyac. Por esto en nuestras calamidades nacionales nuestros antepasados siempre acudieron a Ella, y nunca en vano. Ahora que en ningún horizonte vemos la menor indicación que nos mueva a esperar remedio humano para todos nuestros males, confesémoslo y comprendamos que a Ella es a quien debemos acudir. No ha retirado su protección aún. Motivos solidísimos tenemos para convencernos que nunca la retirará. No es, ésta, pues, la ocasión para declarar ante la faz del mundo que de Ella esperamos lo que nuestra apatía y descuido imperdonables han puesto fuera del alcance de nuestras fuerzas?

Para el mayor de nuestros males.
A pesar de lo grandes que son los males que la revolución social ha implantado en nuestra patria, de lo mucho que ha aumentado la inmoralidad, a consecuencia de ésta misma guerra, de lo desastroso que es el estado en que se encuentran las industrias: mayor que todos esos males es la revolución en las ideas que ha resultado de la prolongada campaña irreligiosa y atea. Los otros males en una generación podremos remediarlos; pero el resultado de las perversas ideas que prevalecen en tantos de nuestros compatriotas dejarán huellas entre nosotros que no se borrarán quizás por generaciones. Nos asegura Nuestra Señora que es vida y salud nuestra, las dos cosas que en México necesitamos, vida, vida, para los millares que con sus malas costumbres la han perdido para el alma. Salud, para los millares, quizáis millones que la han perdido casi sin sentir en el ambiente mal sano en que han vivido. Esa salud y esa vida de Ella deben venirnos.

Unámonos.
¡Ah! Si siquiera este mes consiguiéramos que los Cruzados en primer lugar, y en segundo los demás, hasta quienes su influjo llega, y finalmente si toda la nación sana o saneable juntos reconociéramos que pecamos, que nos apartamos de la fuente de gracias; si todos juntos hiciéramos esa confesión, pero de corazón, en este día doce, en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe; si toda la nación sinceramente se arrojara a los pies de la Virgen, nuestra Madre de Guadalupe y pidiera piedad y misericordia, paz y libertad, el perdón de Dios y la gracia para comenzar una nueva vida: ¿No lo conseguiríamos? Entonces sí, pues "corremos de su cuenta," entonces podríamos esperar con calma y certeza que nuestras oraciones serian escuchadas y nuestras súplicas concedidas. Convenzámonos todos que ese es el único modo en que podremos conseguir remedio de Dios. Nuestros males no tienen remedio humano.

¡Oh Madre! ¡Madre nuestra de Guadalupe! ¡Oyenos! ¡Toca los corazones de nuestros compatriotas! Hazlos que piensen con seriedad, convéncelos que el único remedio es el que de Tí nos venga y luego a Tu modo haz que todos, todos, todos acudamos a Ti en el aniversario de Tu gloriosa aparición.

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