Socorridas las criaturas recien nacidas, y puestas a buen cobro sus vidas naturales, se sigue en los virtuosos y diligentes padres el cuidado principal de que sus hijos reciban el sagrado bautismo, cuya necesidad es tan grande, que ninguna criatura racional humana, sin ser bautizada, puede entrar en el reino de los cielos, como lo dice el mismo Señor en su santo evangelio (Joan., III, 3).
El gran padre de la Iglesia san Gregorio Nacianceno dice, que entre todos los beneficios de Dios, este del sagrado bautismo es el preclarísimo y prestantísimo; pues sin él, ni hay redención, ni hay sacramentos, ni hay vida sobrenatural, ni hay amistad de Dios, ni hay gloria: Bautisma, omnium Dei beneficiorum praeclarissimum, et praestantissimum.
Es el sagrado bautismo un espiritual nacimiento, en que nos dan el ser de la gracia y la insignia de cristianos, es el primero de los sacramentos de la Iglesia, sin el cual ningún otro sacramento se puede recibir, y sin él ninguno se puede salvar; como está declarado por punto de fe católico en el santo concilio Tridentino (Trid., sess. VI, de Bap., can. 5).
Verdad es que hay tres bautismos, que cada uno de ellos purifica el alma de todas las culpas, y la da gracia y el derecho para la gloria. El primero es bautismo de agua, que es el sacramento de que hablamos: este solo es sacramento. El segundo es bautismo de sangre, que es martirio padecido por amor de nuestro Señor Jesucristo, en defensa y confesion de la fe católica. El tercero es bautismo de deseo, que consiste en un ardiente deseo de ser bautizado con el bautismo de agua, teniendo un verdadero dolor de todas sus culpas, y un acto de amor de Dios sobre todas las cosas. (Comp. Theol. cum appr. Eccl.)
El bautismo de sangre y el deseo no son sacramentos, ni en rigurosa propiedad son bautismos, sino solo por equivalencia; esto es, que no pudiendo conseguir el bautismo de agua, se salvan las almas con el de sangre, ó con el de deseo; pero si el mártir se librase de los tormentos, y el que tuvo bautismo de deseo hallase quien le bautizase con agua, no se salvaría sin bautizarse con el sacramento del agua. Así se verifica que el bautismo sacramento es solo uno, conforme al artículo de la fe católica, que dice: Confíteor unum baptisma (Synod. Mr., et Eph.. IV, 5).
La venerable madre María de Jesús de Agreda, considerando la suma necesidad del sacramento del bautismo, y que administrándole criaturas terrenas, podia suceder invalidarse por falta de intención en el ministerio, apela fervorosa la sierva de Dios al bautismo de deseo, y decia: Altísimo Señor y Dios eterno, confieso el santo sacramento del bautismo, que me hizo hija de la Iglesia católica, señalándome como oveja vuestra con el carácter é iluminación de los hijos del Señor Dios de la verdad; mas porque este sacramento se administra por manos de los hombres, digo, Señor, que si por descuido ó falta de intención ó por otra cualquiera causa, no hubiere conseguido este bien, padeceré con mucho gusto el bautismo del martirio; y si este me falta por estar en tierra de cristianos, mi voluntad y deseo es grande de ser bautizada, y el fuego de este afecto arde en mi corazon.
Y porque los niños no son capaces del bautismo de deseo, ni regularmente lo son del bautismo de sangre, conviene guardarlos mucho para que no mueran sin bautizarse, y se priven enteramente de la gloria de su Dios y Señor por culpa de sus padres. Véanse los grandes peligros a que están expuestas las inocentes criaturas en estos primeros dias de su vida mortal.
Debe notarse mucho, que en caso de urgente necesidad, toda criatura racional, sea hombre, o sea mujer, puede bautizar a la criatura que se está muriendo, aunque sea el padre o la propia madre de la criatura; y cuando la echa el agua del bautismo, ha de decir estas palabras: Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Matth., XXVIII, 19).
Sobre esta materia esencialísima del sagrado bautismo hay muy grandes ignorancias en los seculares, y la turbación que causan semejantes acasos suele dejar muy arriesgado y dudoso el valor de este santo sacramento, como lo previene el doctísimo Posevino, cura experimentado de muchos años.
El docto Marcancio, que también fue cura de grandes experiencias, individúa los errores mas comunes que suelen tener los seculares. Lo cierto es que peligran muchísimas criaturas; y el citado Posevino dice, que de muchos niños que llevaban a la Iglesia, ya bautizados en casa por necesidad, y que decían estaban bien bautizados, examinándolo bien, halló que los mas no lo estaban por errores sustanciales cometidos en la forma del bautismo.
A mí me sucedió, estando leyendo teología en el convento de san Francisco de Huesca, que un hombre simple de la montaña me vino a preguntar si habia pecado, bautizando a una criatura, que le pareció estaba ya muerta. Yo le pregunté cómo habia dicho para bautizarla; y me respondió, que habia dicho estas palabras: criatura de Dios, el agua te bautiza en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Dijele, que no habia de decir el agua te bautiza, sino: Yo te bautizo en el nombre del Padre, etc. A esto me respondió el simple hombre, que todos los de su lugar entendían que las palabras: Yo te bautizo, solo las podian decir los sacerdotes; porque así se lo habían enseñado en aquel pueblo, y entendía seria lo mismo en los demás lugares circunvecinos. Avisé al cura, y se puso remedio en este común error sustancial de la forma del bautismo.
Otra grande ignorancia hallé en la materia de este santo sacramento del bautismo; porque haciendo viaje una tarde tempestuosa de truenos en dicha tierra, me arrimó la necesidad a una casa en despoblado, donde pasé la noche; y me parece fue divina providencia, porque habiendo nacido aquella noche dos criaturas de un parto anticipado en aquella misma casa, se pusieron luego a morir, y me pidieron las bautizase. Dije me trajesen agua prontamente, y todos los de la casa confusos, me respondieron que no tenian agua bendita. Bauticé las dos criaturas, y ambas murieron antes de la mañana, sin haber cumplido ninguna de ellas dos horas de vida. Alabé al altísimo Señor, cuya providencia nunca se engaña, como dice la Iglesia católica, y conocí que habia sido misericordia grande del Señor el haberme quedado aquella noche en tal casa; pues según el error que debia ser agua bendita, aquellas pobres criaturas se hubieran muerto sin el santo bautismo.
Adviértase bien este punto esencial, que el agua suficiente para el santo bautismo es la agua natural, aunque no este bendita; y la forma esencial son aquellas palabras, y no otras: Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Concil. Trident., ses. XXXVI, can. 2). Expliquen esto los diligentes padres de familia a todos los de su casa, por lo que les pudiere suceder.
La imposición del nombre de la criatura que se bautiza pertenece a los padres naturales de la misma criatura; y en caso de discordia, se ha da poner el nombre que quiere el padre, a quien debe atenderse, como se hizo en la imposición del nombre de san Juan Bautista (Luc., VI, 63).
En el sagrado bautismo de N. P. S. Francisco, la madre quería se llamase Juan, y el padre quiso llamarle Francisco; y como advierte nuestro seráfico doctor san Buenaventura, tuvo el nombre que le impuso el padre, y no dejó la significación misteriosa del nombre que le imponía la madre: todo era misterio. Ahora ya se puede contentar a los padres y a las madres, porque ya está en uso de poner muchos nombres de santos a las criaturas en el sagrado bautismo.
En la divina historia de la Mística Ciudad de Dios se dice, que preguntando el sacerdote a los padres del santísimo niño, ¿cómo había de llamarse? respondieron a un mismo tiempo el glorioso patriarca san José y la Reina de los ángeles María santísima, dijeron: Jesús es su nombre.
Cuando los padres han conseguido la sucesión deseada en su casa por oraciones y rogativas de algún santo particular, será justo ponerle a la criatura el nombre del mismo santo, como lo hicieron los felices padres del gran patriarca san Francisco de Paula, confesando agradecidos, que por oraciones de nuestro seráfico padre san Francisco tuvieron aquel hijo deseado. Lo mismo hicieron los dichosos padres de san Nicolás de Tolentino, que por oraciones de san Nicolás de Barí alcanzaron el hijo, que fue la honra de su casa.
Los nombres de santos se imponen a las criaturas en el sagrado bautismo, para que los santos sean patronos; y las criaturas que tienen sus estimables nombres, imiten sus virtudes, y los conozcan por sus particulares abogados, como lo advierte el gran padre de la Iglesia san Juan Crisóstomo. (Homil., XXI, in Gen.)
Algunas criaturas ya se traen con su nacimiento el nombre que han de tener, naciendo en dia señalado de algún gran santo. Así lo escribe un insigne varón, notando de otro muy célebre, que nació dia de nuestro padre san Francisco, le pusieron por nombre Francisco, entró en la religión en el dia de su santo, cantó su primera misa en dia de san Francisco, y murió dia de san Francisco. En el agregado misterioso se conoce, que no fue casualidad, sino especial cuidado, del humano serafín. (Theop. Rey. in Hist. S).
En la maravillosa vida del insigne patriarca san Pedro Nolasco se hace también digna ponderación de la devocion ardentísima que siempre tuvo al santo de su nombre san Pedro apóstol, de quien recibió muy particulares beneficios.
San Pedro Damiano refiere de un emperador, que tenia en su servicio un caballero llamado Bonifacio, el cual no vivia conforme, al significado de su nombre. Entró casualmente cierto dia en una ermita de su santo, y alli le vino una profunda consideración de que no correspondía con sus obras al desempeño justo del santo de su nombre, y tintes de salir de la ermita hizo firme resolución de dejar la corte profana, y entrarse en un monasterio para hacer vida religiosa, hízolo sin dilación alguna, y despues fue obispo tan fervoroso, que predicando la fe católica a los infieles, fue degollado, y dio su vida por Cristo. Este es san Bonifacio obispo y mártir. Tanto pudo conseguir la consideración de su nombre, que decia muchas veces: Aut non dicar Bonifacius, aut ero benefaciens.
El grande Agustino reprende y arguye al que no tiene las obras conforme al santo de su nombre, y dice: Quid, tibi prodest vocari quod non es, et nomen tibí usurpare alienum? ¿Qué te aprovecha el nombre del santo, si en tus obras perversas eres un demonio? Muchos tienen glorioso nombre con que viven, y viven muertos en el alma con torpísimas obras.
El santo bautismo es un favor incomparable con que Dios nuestro Señor, por los infinitos merecimientos de nuestro Señor Jesucristo nos hace cristianos, y nos concede por su infinita misericordia el nuevo ser de la gracia tan superior al ser de la naturaleza, cuanto dista la luz de las tinieblas, y el cielo de la tierra, como lo explica san Agustín.
Este soberano favor no se nos concede por merecimientos nuestros, como nos lo advierte el apóstol san Pablo: Non ex operibus justitiae, quae fecimus nos (Tit., III, 5); sino por la grande misericordia divina, que atiende a los méritos de Cristo Señor nuestro, y por ellos concede tan inefable beneficio a los que es su santísima voluntad.
Los divinos afectos que causa en las almas el sagrado bautismo, los quiso Dios nuestro Señor explicar con efectos materiales, conformes a nuestra rudeza, en un caso maravilloso que refiere san Antonino de Florencia. Es el ejemplo de una reina, que parió un niño feísimo, negro y horroroso. Tenían ya en el cadalso a la pobre señora para quitarla la vida, pensando que habia sido adúltera, por la fealdad de su hijo, cuando pidió para su consuelo le bautizasen a su hijo en presencia suya; y al instante que el agua del santo bautismo tocó aquel cuerpecillo monstruoso, feo y negro, convirtió toda la fealdad en hermosura, y así quedó restaurada la buena fama y reputación de la inocente reina, y conocieron los infieles el efecto maravilloso del santo bautismo.
Otro caso semejante hallamos en la prodigiosa vida de san Felipe Neri, el cual vió resplandecer en la frente de un sujeto el sagrado carácter que tenia: señal maravillosa que se imprime, en el alma con los tres santos sacramentos del bautismo, confirmación y órden.
El agua del santo bautismo por sí misma no es mas que agua natural; pero juntándose con las palabras del que bautiza, y haciéndose sacramento, se eleva tanto su virtud, que pasa a dar la vida eterna, y deja llena de luces admirables el alma. Esta es la fuente prodigiosa del agua, que se eleva hasta el cielo: Fons quae salientis in vitam aeternam; y san Agustín dice, que se junta la palabra al elemento, y se hace sacramento: Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum; y la virtud del agua se hace tan celestial, que tocando el cuerpo, purifica el corazon, y le lava del pecado original, y deja confuso al demonio.
En el sagrado bautismo se verifica prácticamente aquel vaticinio del profeta David, que dice: Contribulasti capita draconum in aquis (Psalm. LXXIII, 13); porque hallándose la pobre alma bajo la tirana potestad de los dragones infernales por el pecado original, que nos hace hijos de ira, como dice san Pablo, el agua del santo bautismo nos redime de esta mísera cautividad, y de hijos de ira nos convierte en hijos de Dios, y herederos de la gloria.
Todas las sagradas ceremonias de que usa la Iglesia católica para dar el santo bautismo están llenas de misterios, que deben considerar los padres en el bautismo de sus hijos, y celebrar solemnemente tales dias. Con mas razón pueden los padres alegrarse, y solemnizar el sagrado bautismo de sus hijos, que el padre del hijo pródigo su restauración (Luc., XV, 32); porque mayor felicidad alcanza la criatura recien bautizada, que el pecador convertido; y dado que no sea mayor, es dignísima de celebrarse con regocijo de toda la familia. También se aumenta la solemnidad del sagrado bautismo con las misteriosas ceremonias que allí se hacen.
En la sal que se pone a las criaturas en los labios se significa la sabiduría del cielo con que han de vivir en la ley de Dios. La vestidura blanca significa la sobrenatural pureza con que aquella dichosa criatura queda en el santo bautismo. La candela encendida que se la pone en la mano significa la luz de las buenas obras con que ha de esperar al divino Esposo, para entrar en la gloria. Todos estos admirables misterios explica el gran padre de la Iglesia san Agustín. (S. Aug., tract. X, serm. 155 de Templ.)
Las públicas alegrías y congratulaciones que los padres suelen hacer en los dias del bautismo de sus hijos, si no exceden los límites, de la posibilidad y modestia, están muy puestas en razón cristiana, porque celebran la mayor felicidad de sus hijos; y muchas veces la común alegría del pueblo en el sagrado bautismo de alguna criatura es manifiesta señal del bien común que el mundo tendrá con ella, según discurre con elegancia san Ambrosio: Habet sancionan editio Iutitiam plurimorum, quia commune est bonum (Lib. I in Luc., cap. 2).
De los padrinos del bautismo y de sus obligaciones habla el santo concilio Tridentino, y determina que sea solo uno el que recibe al bautizado; y contrae parentesco espiritual con él y con sus padres; y a lo sumo dice sean dos, esto es, padrino y madrina (Trid., ses. XXIV, de Ref., cap. 2). En caso de necesidad, no son necesarios los padrinos, y el bautismo es válido sin ellos.
San Dionisio Areopagita llama a los padrinos padres divinos; porque al padrino le pertenece el encargo de enseñar la doctrina cristiana a su hijo de pila, caso que sus padres naturales se descuiden de esta grande obligación: Patrinus dicitur quasi pater divinus; sub quo, sicut sub divino patre, puer degeret.
El gran padre de la Iglesia san Agustín llama al padrino fianza de la cristiana educación del bautizado: Patrinus sponsor est, et fidejussor; porque así como la fianza tiene obligación de pagar, en caso que no pague el principal, así el padrino tiene obligación en conciencia de enseñar a sus hijos, si sus padres naturales se descuidan en su cristiana educación.
Esta materia es muy grave, porque los doctores convienen con el angélico maestro, que a los padrinos los obliga, bajo de pecado mortal, el enseñar á las criaturas la doctrina cristiana, en caso que sus padres naturales no lo hagan (Angl. Doct., m p., q. 72, art. 8). Así también lo declaran y lo mandan con gravísimas penas los sagrados cánones.
El santo sacramento de la confirmación es de tan soberana dignidad, que el angélico maestro le llama sacramento de la plenitud de la gracia: Sacramentum plenitudinis gratiae; y algunos santos padres la intitulan consumación del bautismo, no porque el sagrado bautismo deje de perdonar todas las culpas, sino porque el sacramento de la confirmación da fortaleza a la criatura bautizada para que conserve la gracia recibida en el bautismo, y se arme de fortaleza para confesar sin temor de los tormentos la fe de Jesucristo.
Segun esta doctrina, la confirmación es un aumento espiritual del ser de gracia que nos dió el sagrado bautismo, aumentándonos esa misma gracia, y dándonos especial gracia y fuerzas con que confesemos la fe cristiana; por lo cual en el santo bautismo somos reengendrados en la vida sobrenatural, y con el sacramento de la confirmación nos armamos para la pelea en defensa de la fe católica. Así lo dice san Cipriano con otros santos padres de la Iglesia.
Verdad es, que sin el sacramento de la confirmación cualquiera se puede salvar; pero si el salvarnos, ha de ser batallando y peleando con tantos enemigos, y en pelear bien esta nuestra corona, como dice san Pablo: Non coronabitur, nisi qui legitime certaverit (II Tim., II, 5), mucho peligro llevará nuestra victoria, si no recibimos las armas que nos da el santo sacramento de la confirmación. Así discurre el insigne Hugo de Sancto Victore, y dice es peligroso morir el hombre cristiano de muchos años sin recibir este santo sacramento.
Los padres de las criaturas han de tener el cuidado de llevarlas a los señores obispos para que las confirmen; y también es obligación de los ilustrísimos prelados socorrer a sus ovejas con este santo sacramento. Uno y otro se confirma con un caso raro que escribe Surio, y es de una mujer piadosa que tenia un niño muy enfermo, y le llevó al obispo para que le confirmase; pero tardando un poco, se murió la criatura sin este santo sacramento; por lo cual el justo prelado hizo asperísima penitencia, y él mismo se desterró de su iglesia, hasta que el Señor le restituyó con un patente milagro: resucitó el niño, y fué confirmado, y así quedó con el deseado consuelo el santo obispo.
También se ofrece prevenir a las madres, que armen a sus hijos con la santa cruz, defendiéndolos con esta arma poderosa de los insultos del demonio, que nunca duerme, y siempre se desvela para perseguir a las pobres criaturas. Siempre que las ponen a dormir, procuren signarlas con la señal de la cruz, para que el demonio no se acerque a ellas, como ya en otra parte dejámos prevenido.
El glorioso padre de la Iglesia san Juan Crisóstomo persuade fervoroso a las madres, que no busquen para sus criaturas a las viejas santeras, sino que las santigüen con la señal de la cruz, que es lo que la santa Iglesia de Dios nos enseña, y las hagan decir los santos evangelios, que en esto no se puede errar; y las otras santiguaciones llevan mucho peligro de ser supersticiosas.
De san Bernardo se refiere en su maravillosa vida, que siendo niño, y estando enfermo de un grave dolor de cabeza, sin saberlo el santo, le trajeron una de las viejas santeras, para que le curase; mas apenas la vió el santo niño, se arrojó de la cama con tanto fervor, que fue asombro de todos los de su casa. Al punto le quitó el Altísimo su dolor de cabeza, y quedó sano.
Las sagradas imágenes y reliquias de los santos, y devociones a María santísima, han de ser también los poderosos defensivos de las criaturas para que se libren del demonio de los hechizos y de las brujas. Con una pasta de Agnus se libró un niño inocente de unas perversas brujas, como se refiere en el docto libro de las Disquisiciones mágicas (Delr., lib. VI, sect. 3).
En otro libro curioso también se refiere, que pasando una bruja por el aire al tiempo que en un lugar tocaron las campanas del alba, para invocar y saludar a la Reina de los ángeles María santísima, espantado con esto el demonio, soltó a la bruja, y la miserable mujer cayó en un zarzal, donde la hallaron; y presentándola a los jueces, confesó todo lo sucedido, y fué castigada, aunque no tanto como merecía (Reyn., t. XV, Esther., 1, fol. 413).
También es digno prevenir a los padres, que miren como hacen los votos, ofreciendo los hijos para ser religiosos; porque el Espíritu Santo dice, que mejor es no prometer ni hacer el voto, que retractarle y no cumplirle despues de haberle prometido (Prov., XX, 25).
En las crónicas de la religión de nuestro glorioso padre y patriarca santo Domingo se refiere, que una señora noble, deseosa de tener hijos, le hizo voto a san Pedro mártir, que si la alcanzaba de Dios un hijo, le prometía hacerle religioso de su órden. Concedióselo al punto este glorioso santo; pero viéndole la señora tan hermoso y agraciado, teniéndole en sus brazos, le dijo: en verdad, hijo mió, que me ha de perdonar san Pedro mártir, y no has de ser fraile. Al punto que la simple y estulta madre dijo estas palabras, comenzó a enfermar la criatura, y murió dentro de pocas horas.
Otros muchos ejemplos semejantes se hallarán en dicha crónica, y en la de nuestro seráfico padre san Francisco, para que los padres escarmienten; y una de dos, ó no ofrezcan los hijos por voto, ó se dispongan a cumplirle: porque según la doctrina del eximio Suárez, los padres no pueden obligar a los hijos a que sean religiosos; pero si los han ofrecido por voto, deben no impedirles el estado, y hacer de su parte todas las prudentes diligencias para encaminarlos, sin violentarlos, al estado religioso de que hicieron el voto.
Ultimamente se previene a los padres, que en el caso fuerte y desconsolado de no tener hijos ni sucesión para su casa, recurran a los santos, y sea como hicieron aquellos insignes barceloneses, de los cuales refiere el devoto Mercancio, que en veneración de los doce apóstoles consagraron a los altares doce cirios, grabando en cada uno el nombre, de un apóstol, purificando sus almas, confesándose, y comulgando con mucha devocion; y corriendo los años tuvieron la especiosa fecundidad de doce hijos, y a cada uno le iban poniendo el nombre del apóstol que le tocaba; y los santos apóstoles dieron bien a entender cuan grato les había sido el obsequio de aquellos devotos caballeros; pues aun en la muerte de los hijos se vió la circunstancia notable de que cada uno pasaba a la eternidad en el dia del santo apóstol que le habia tocado por nombre. Esta historia verdadera enseña mucho. Dios ilustre los corazones de los padres. Amen.
R. P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA
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