Por Monseñor José F. Urbina Aznar
¿Quién está edificando a la Iglesia remanente?, porque es evidente que no es Cristo. Cuando El entrega el gobierno de Su Iglesia a Pedro, le dice con claridad "...y sobre esta piedra yo edificaré mi Iglesia". Fuera, ¿quién construye?, es evidente que Satanás, que se viste de ángel de luz. Quieren construirla grupos que quieren poder para el manipuleo de gentes, o quienes quieren un poder autónomo particularista, o quienes hacen alarde de construirla con el fin de inhibir las fuerzas debilitadas del resto fiel, o ya sean quienes estos sean, todos estos tienen un común denominador: Satanás.
La Doctrina católica nos enseña que así como en el cuerpo humano hay una cabeza que rige a todos los demás miembros -pues un cuerpo sin cabeza es un cuerpo muerto-, que influye en cada uno de ellos por las emanaciones que les envía; un corazón de donde la sangre parte y a donde vuelve para purificarse y tomar calor y para partir otra vez; y un espíritu que lo anima y vivifica y que le comunica el movimiento, la hermosura y el vigor, así mismo, en el cuerpo de la Iglesia hay una cabeza que es nuestro Señor Jesucristo. El cual rige a todos Sus miembros que influye en cada uno de ellos por medio de Su gracia; un corazón que es la santa Eucaristía, de donde el amor parte y a donde vuelve para purificarse, para tomar calor y para partir de nuevo, y finalmente, un alma, que es el Espíritu Santo -que no puede estar en un cuerpo muerto sin cabeza-, El cual diseminándose por todas partes en tan admirable cuerpo, le comunica Su hermosura, fuerza y la vida de la gracia divina en la Tierra y en la vida eterna. Por lo tanto se dice: Cristo es cabeza de la Iglesia. El es quien dirige a la Iglesia.
FALSISIMO. Este es un gravísimo error. La Iglesia es también un cuerpo social, visible, que vive y se desarrolla en este mundo al que Cristo no gobierna por una constante inspiración divina. Esto es lo que dicen los tontos protestantes. Sólo imáginar a un Dios dando a cada hombre en lo particular inspiraciones para obrar o para creer o interpretar, es algo estúpido. Para el gobierno de Su Iglesia en este mundo, dejó a Pedro como la cabeza visible y a sus sucesores, y a los Apóstoles y a sus sucesores para colaborar con él en ese gobierno. A Pedro le concede, no la impecabilidad, pero sí la infalibilidad. Cristo es la Piedra angular, en lugar de la cual nadie puede ponerse. Pero Cristo mismo le da a Pedro Su propio nombre haciéndolo con El una sola piedra, y obligadamente, esto significaba la infalibilidad. Una cosa trae la otra. Una cosa, obliga a la otra. Y Dios lo hace, para que los hombres sean gobernados, y para que oigan la Voz de Dios en la de Pedro o sus sucesores. Si esto no fuera así, la Iglesia sería un pandemónium sujeto a las opiniones, caprichos y pasiones de todos los hombres. Los de la ignorancia ilustrada que salen por todas partes como los termes, tendrían su paraíso.
Santo Tomás de Aquino, en su Comentario al Evangelio de San Mateo, v. 18 del Cap. 16, dice: "...esta piedra es Cristo, y por esta unión, todos son llamados cristianos POR LO CUAL NO NOS DECIMOS CRISTIANOS SOLO POR CRISTO, SINO POR LA PIEDRA".
También el Papa Pío XII en su Encíclica MYSTICI CORPORIS, Núm. 35, enseña: "Cristo y Su vicario, constituyen una sola cabeza".
En CONTROVERSIARUM DE SUMMO PONTIFICE, San Roberto Belarmino escribe: "Sólo con Pedro comunica Cristo SU NOMBRE, el nombre que lo significa a El mismo, para indicar que a Pedro, LO HACE FUNDAMENTO Y CABEZA DE LA IGLESIA, CON EL".
Corrobora esta doctrina el Papa San León en su Ep. 89 ad Vienn. prov.: "Esto dijo Cristo, expresando una asociación de INDIVISIBLE UNIDAD, lo que El mismo quiso significar diciendo: Tu eres piedra...". Y en el sermón que pronunció para conmemorar el tercer aniversario de su elevación al Sumo Pontificado, dijo: "Así como mi Padre te reveló mi divinidad, así también yo te hago notar tu excelencia, porque tu eres Pedro -no hay que olvidar que este Apóstol se llamaba Simón y Cristo le cambia su nombre a Pedro-; esto es, de la misma manera que yo soy piedra, invulnerable, yo la piedra angular, QUE DE UNA Y OTRA HAGO UNA SOLA, yo el fundamento, en lugar del cual ninguno puede ponerse, con todo, TU TAMBIEN ERES PIEDRA y para que afirmado con mi virtud, las cosas que son propias de mi poder, sean también tuyas en participación conmigo".
Y el Papa Bonifacio VIII en UNAM SANCTAM enseña: "La "Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, UNA SOLA CABEZA Y NO DOS COMO UN MONSTRUO, ES DECIR, CRISTO Y EL VICARIO DE CRISTO, PEDRO Y SU SUCESOR, pues que dice el Señor: apacienta a mis ovejas".
No es posible decir que la Iglesia tiene dos cabezas: Cristo y el papa, o Pedro y su sucesor. El papa, quien quiera que sea, en el tiempo que sea constituye una sola cabeza con Pedro, el cual igualmente constituye una sola cabeza con Cristo, porque la cabeza de la Iglesia es UNA SOLA.
La Iglesia está gobernada por Cristo y por el sucesor de Pedro que forman una sola cabeza. Constituyen así la misma piedra. Si como dice Santo Tomás de Aquino nos llamamos cristianos no solamente por Cristo, sino también por la piedra, y esta adhesión a la piedra significa también adhesión y amor a los Apóstoles y a sus sucesores unidos a Pedro porque así participan de la misma infalibilidad, ¿dónde encontrarán el apoyo a su doctrina los que quieren gobernar a la Iglesia sin el papa, ateniéndose sólo a las leyes escritas, a los libros, a las propias inspiraciones, a su voluntad, a su capricho o a su propia soberbia, esperando para elegir al papa supuestas circunstancias más favorables o inspiraciones y ayudas del Cielo, cuando la lógica más tonta dicta obrar con más premura y urgencia en las grandes crisis?. Oponerse a ser gobernado por el papa, es negarse a escuchar a Jesucristo, porque la Iglesia necesita de un MAGISTERIO VIVO inspirado por el Espíritu Santo. Es recurrir a motivos fútiles o vanos para dar lugar sin duda alguna a la propia dirección, al propio capricho o a la propia soberbia. Oponerse a la reconstrucción de la Iglesia que UNICAMENTE podrá darse sobre la roca de Pedro, es oponerse a Dios.
Por otra parte, el Concilio de Constanza que condenó los errores de Juan Hus, en la sesión XV del 6 de julio de 1415, condenó también la siguiente afirmación: "No tiene una chispa de evidencia la necesidad de que haya una sola cabeza que rija a la Iglesia en lo espiritual, que halla de hallarse y conservarse siempre en la Iglesia militante". También condenó la siguiente afirmación: "Los apóstoles y los fieles sacerdotes del Señor, gobernaron valerosamente a la Iglesia en las cosas necesarias para la salvación antes de que fuera introducido el oficio de papa; y así lo harían si por caso sumamente posible, faltara el papa hasta el día del juicio". Quienes se niegan actualmente a la elección en este momento en el que la Sede de Pedro ha sido usurpada, ¿no son unos herejes que pueden condenar hipócritamente de palabra estás doctrinas, pero que de hecho las están siguiendo al pie de la letra?.
Nos vienen a la memoria las palabras de San Pío X que tienen un valor perpetuo para todos los miembros de la Iglesia: "Nos, queremos que vuestra mayor preocupación consista -es cosa de capital importancia- en que en todos los proyectos que tracéis para la defensa de la Iglesia, OS ESFORCEIS POR REALIZAR LA UNION MAS PERFECTA DE CORAZONES Y VOLUNTADES... Bien comprenderéis que TENEIS EL DEBER de consagraros a la defensa de vuestra Fe con todas las energías de vuestra alma Y CON TODOS VUESTROS RECURSOS; pero tened presente esta advertencia: TODOS LOS ESFUERZOS Y TODOS LOS TRABAJOS RESULTARAN INUTILES, SI PRETENDEIS RECHAZAR LOS ASALTOS DEL ENEMIGO, MANTENIENDO DESUNIDAS VUESTRAS FILAS. Rechazad, por lo tanto, todos los gérmenes de desunión, si existen entre vosotros, y procurad que la unidad de pensamiento y la unidad de la acción -qué significa la unidad en el mando-, sean tan grandes como se requiere en hombres que pelean por una misma causa, máxime cuando esta causa es de aquellas cuyo triunfo EXIGE DE TODOS el generoso sacrificio, si es necesario, DE CUALQUIER PARECER PERSONAL. Es necesario totalmente, que déis grandes ejemplos de abnegada virtud, si queréis, en la medida de vuestras posibilidades, como es VUESTRA OBLIGACION, librar a la Religión de vuestros mayoresde los peligros en los que actualmente se encuentra".
Igualmente, el Papa Benedicto XV en su Encíclica AD BEATISSIMI, escribió: "Ante todo, como quiera que en toda sociedad de hombres, sea cualquiera el motivo por el cual se han asociado, lo primero que se requiere para el éxito de la acción común, ES LA UNION Y CONCORDIA DE LOS ANIMOS, Nos preocuparemos resueltamente que cesen las disensiones y discordias que hay entre los católicos y que no nazcan otras en lo sucesivo, de tal manera que entre los católicos no haya más que UN SOLO SENTIR Y UN SOLO OBRAR".
¿Seremos culpables de impedir la unidad que requieren los papas en este momento de gran urgencia?. Pero esa unidad a la cual estamos gravemente obligados, puede requerir muchos requisitos como veremos después.
¿No podríamos ver la actual situación reflejada en aquellas palabras de Gregorio XIV en su Bula del 21 de marzo de 1591?: "...muchos por avidez o por miedo a perder dinero, tratan ilegalmente de impedir o atrazar elecciones y promociones, directa o indirectamente, por sí mismos o por otros medios".
Creemos que hoy, muchos han sido ofuzcados o engañados por un falso espejismo; frases brillantes de prudencias humanas difundidas por nuestros enemigos, por la falacia de la ciencia mundana tratando de las cosas del espíritu; no previeron las amargas consecuencias de lo que hoy tenemos frente a los ojos y esta lamentable actitud les ha cambiado la doctrina de algún particular con la Doctrina católica a la cual renunciaban, infinitamente sabia y paterna para entregarse al arbitrio de una doctrina humana y mundanamente prudente, indudablemente pobre y mudable. Hablaron de triunfo, cuando eran arrastrados a la derrota; de lucha cuando eran maniatados y vencidos porque Dios no estaba con ellos; hablaron de progreso cuando retrocedían; de elevación cuando se degradaban; de guardar y conservar la ortodoxia, cuando la iban perdiendo o se las arrebataban, porque ¿cómo se puede conservar la ortodoxia si no está Pedro, y porque en sí misma, la negación a elegirlo es una herejía de las obras que expulsa de la Iglesia?; de madurez cuando eran deformados por pastores y a veces por laicos soberbios e infiltrados en el rebaño; de unidad cuando no la tenían ni con el más próximo ni la podían lograr porque entre ellos mismos se encargaron de destruir la buena voluntad de quienes se les acercaron o incluso los favorecieron; y no percibían la vanidad de todo ese esfuerzo puramente humano que sustituía la Ley de Cristo por algo que pudiera igualarla, y así, como dice San Pablo en Ro. 1, 21, "se entontecieron en sus razonamientos" .
Satanás, si no puede impedir siempre el triunfo de los ejércitos de Dios, va a tratar indudablemente de que sean menores en todo lo posible. ¿Y quiénes van a ser sus aliados?, los mismos hombres. Ellos son llenos de pasiones los que destruyen los planes de Cristo.
Pero esta misma situación se dio también en las comunidades entre los fieles. Una profunda división entre ellos y hacia los pastores pulverizó la acción eficaz que debía distinguir a los miembros de la Iglesia de Cristo. Se actuó contra toda doctrina y contra toda lógica. El particularismo los hizo su presa. Ese mal contra el cual el Papa Pío XII se quejaba y advertía. El particularismo es la preferencia excesiva que se da al interés particular, sobre el general. También se llama individualismo. Lo puede haber en la acción y en la opinión. Es terriblemente destructivo. Está basado en la soberbia, aunque se presenta como interés, Como entrega o amor a la causa común. La Iglesia remanente fue invadida por este mal como un vaho maligno de arriba a abajo.
Si alguien, siendo un buen violinista ingresa en una orquesta, pero no está dispuesto voluntariamente a ponerse a las órdenes del director, lo que va a suceder es que emita chirridos destemplados que paran el pelo, y todo el concierto se arruina.
Igualmente, aunque se sea un buen administrador, si no se está dispuesto a ponerse a las órdenes de un gerente, la empresa fracasa. Lo mismo que si se es un buen soldado pero no se está dispuesto a seguir fielmente las órdenes de un general y esto voluntariamente, cualquier misión ha de fracasar. Lo mismo sucede con los marineros que antes que obedecer las órdenes del capitán, incitan al motín, lo critican por todo ni lo obedecen. Ese barco no llegará a un puerto seguro. ¿Puede haber una forma más efectiva de hacer fracasar cualquier empresa, aun si todos trabajan con las mejores intenciones pero de una manera particularista?.
La Iglesia no es distinta. Siendo una organización de hombres, necesita de un dirigente general que es el papa, y necesita de otras cabezas unidas al papa a las cuales se van sumando y obedeciendo los estratos inferiores. Esta obediencia a la jerarquía eclesiástica, fiel, delicada amorosa incluye un elemento más que es más fuerte y más recio que en otras organizaciones humanas. No se obra por la ganancia personal, sino por amor a Dios a quien se quiere dar gloria. Se renuncia entonces a todo reconocimiento personal, porque es Dios mismo el que construye la casa y así, las glorias personales se entregan con amor al Dios a quien se sirve. Obrar con particularismo en los trabajos y en los esfuerzos por la Iglesia, es nada menos que destruir el templo de Dios. Es obrar por los propios intereses porque antes que poner a los pies de los Apóstoles -como hacían los primeros cristianos- todos los recursos a fin de unificar esfuerzos, se obra paralelamente al superior construyendo otra iglesia que no es de Dios, sino del Diablo. Esta actitud expulsa el deseo de Cristo que preseptuó la unidad para Su Iglesia y es ignorar los consejos papales sabios y urgentes. San Pablo decía que la Iglesia debe ser un cuerpo con un mismo espíritu, con un solo corazón, para que así haya un solo Señor.
El particularismo más esforzado, le arranca a Dios la dirección de Su Iglesia que ejerce por Sus representantes. El particularista le entrega a Satanás una parte de la dirección de la Iglesia de Dios pues obra al margen de la unidad que debe recaer en el jefe y comienza a obedecer el capricho particular detrás del cual siempre está el Demonio. En la Iglesia, como en cualquier organización humana, todos los trabajos y los recursos deben estar unidos a una cabeza porque así, todas las potencias serán de más provecho. Porque tendrán un elemento contra el cual no puede ni el mismo Infierno: la unidad. Donde ha fallado esto, los éxitos se han alejado o han sido muy limitados. Donde se ha dicho: si no lo doy para lo que yo quiera, no lo he de dar, se ha tenido que saborear lo amargo del fracaso.
Cuando vino la crisis espantosa de la Iglesia, muchos se entregaron a la tarea de "salvarla". Pero obraron independientemente, y así lo hicieron pastores, comunidades o laicos separados. El caos fue completo y mundial. Una chusma de salvadores de la Iglesia, sin control ni dirección corrieron desaforados al triunfo, pero iban al fracaso más espantoso. ¡El Cielo se ha puesto en oferta!, gritaron a una y en tropel escandaloso corrieron a la defensa de la Iglesia y se empujaron y se condenaron mutuamente y la muchedumbre desordenada, se abalanzó como se entra a un mercado. Y los resultados están a la vista: desunión entre los pastores, desunión entre las comunidades, desunión entre los fieles y desunión entre esos fieles y sus pastores. Mezclados y bien ubicados entre todo este caldo heterogéneo, los criticones, los jueces de horca y cuchillo, los de la ignorancia ilustrada, los tibios o indiferentes y los marranos.
Estamos indudablémente ante la tribulación extrema que según anunció el Señor, no ha habido otra ni la habrá.
La historia de la Iglesia de Cristo, es una página de esplendorosos triunfos, pero también de dolor, de esfuerzo, de sufrimiento, de sangre, de sudor, de lágrimas y de martirio. El pueblo todo se entregaba a las más grandes privaciones y sacrificios para hacer posible el triunfo y la perpetuidad de la Religión de Dios en este mundo. Fueron capaces de entregarlo todo y no pocas veces también entregaron la vida. ¡Cuántos millones de mártires ignorados han pasado pero que en la Patria de Dios brillan refulgentes con una gloria inmarcesible que ya nadie les puede arrancar!. El pueblo todo, unido en un solo espíritu, hacia un solo propósito defendía al papa, a sus pastores y a Dios.
Hoy las cosas han cambiado. El pueblo se hunde en el hedonismo -que considera que el placer es el fin de esta vida- y en la indiferencia. La crisis actual le queda grande al pueblo de nuestro tiempo, que solo tiene ojos para lo cómodo, para el lujo, para lo próspero, para el viaje, para el almacenamiento de bienes, para el figurado social, para la moda, para todo lo cual se impone grandes privaciones y sacrificios, pero nunca para la Iglesia de Dios, para lo cual se muestra eternamente remiso e indiferente. Esta es una batalla perdida indudablemente. La pierde un pueblo apóstata, tibio, que no es capaz de sacrificios, pero ni siquiera de esfuerzos que puedan arrancarle alguna comodidad.
Avidos de pasiones, enfangados en sus pecados, no admiten corrección alguna sin ofenderse. Esta es una triste situación que está destruyendo a la Iglesia del resto fiel. Si todo esto durara más tiempo, "nadie se salvaría". Lo dijo Cristo. Pues la Iglesia puede obtener la ayuda de Dios, cuando la fe aumenta, cuando la penitencia se practica, y cuando la recepción de los Sacramentos es frecuente. Una comunidad que ora, que hace penitencia, que se acerca a la gracia de los Sacramentos, es una comunidad que prospera y que crece. Dios da el crecimiento. Cristo no hizo milagros allá donde, no encontró la fe en el pueblo. "Yo construyo mi casa" ha dicho el Señor. Y El así lo hará si encuentra en los hombres las disposiciones adecuadas. Entonces, puede decirse con toda propiedad que quienes se mantienen lejos de esas prácticas, están socavando la estabilidad de la Iglesia y son responsables de la desgracia de sus prójimos. Porque la Iglesia es un cuerpo cuyas células influyen en la salud de las otras. No se piense que los pecados particulares no han de afectar a los demás.
Es doloroso hablar sobre estas cosas y encontrarse con ojos desvaídos e indiferentes que miran al techo y que no se sienten aludidos sino agredidos. Obtienen un rico material así para criticar, para divertirse, para la sedición, para demostrar ante los tontos, que siempre encuentran los profundos conocimientos que tienen. El pueblo remanente ¿sería capaz de los mayores sacrificios para poner en el Trono de San Pedro a un verdadero papa cuando no son capaces de conmoverse cuando oyen que muchos de sus pastores a veces no tienen ni para su sustento?. Esta es una batalla perdida. La perdió un pueblo apóstata, hedonista, indiferente, arreligioso y enfangado en toda clase de crímenes y pecados. No la perdió Dios. Las armas poderosas que proporcionó fueron tiradas al basurero. El va a ganar la guerra y a cada uno le dará lo que se merece. Que no haya duda.
Vuela mi pensamiento hacia el resto fiel del resto fiel. Esos que han sido apretados, arrinconados por algo que los ha rebasado. Los de la soledad, los de la incomprensión, los de la tribulación. Los que ven. Los de las lágrimas y los desvelos. Los que levantan sus ojos al Cielo para clamar: ¡Ven, Señor Jesús!
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