En la divina historia de la Mística Ciudad de Dios se dice, que son muy contados aquellos que en llegando al uso de la razón no pierden luego la estimable gracia del bautismo, y se hacen del bando del demonio contra su Dios y Señor.
Es imponderable la malicia y astucia del enemigo infernal, para inducir a las criaturas, y derribarlas en algún pecado grave, al punto que llegan a entrar en el uso de la razón. Para esto toma de lejos la corrida, procurando que en los años de la niñez se acostumbren á muchas acciones viciosas; que oigan y vean acciones malas en sus padres y en quien los cria, y en las compañías de otros de mayor edad; y que los padres se descuiden en aquellos tiernos años en prevenir este daño.
En consiguiendo el demonio que la criatura cometa algún pecado mortal, luego toma posesion de su alma, y adquiere otros pecados; como de ordinario, por desdicha nuestra sucede, llamando un abismo a otro abismo (Psalm. XLI, 8).
Al mismo tiempo que el dragón infernal se desvela tanto para que las criaturas pierdan la gracia del santo bautismo, trabajan infatigables los ángeles del Señor, para que las mismas criaturas no pierdan este tesoro estimable de la primera gracia. Para esto alegan en la presencia divina las virtudes de sus padres y las de sus pasados, y las mismas acciones buenas de las criaturas; y aunque no sea mas de haber pronunciado el nombre de Jesús o de Maria santísima, cuando se le enseñan a nombrar, alegan los ángeles esta obra para defender con ella a las criaturas, por haber comenzado a honrar el nombre santo del Señor y de su santísima Madre. Si las han enseñado algunas devociones, y saben las oraciones cristianas , y las dicen, también lo alegan los ángeles en su favor.
Si el demonio consigue que la criatura cometa alguna culpa mortal cuando ya tiene uso de razón, entónces trabaja mas para acabarla de perder, o bien quitándola la vida antes que haga penitencia, o precipitándola en mayores vicios y pecados, para que no alcance su remedio, ni consiga la misericordia divina. En esto hay un abismo de secretos infernales, que si los hombres lo conociesen, quedarían asombrados, y muchos dejarían los empleos, oficios y dignidades que apetecen, ignorando su propio riesgo, y viviendo mal, seguros en el descuido que tienen de desvelarse por las criaturas que están á su cargo.
Los ángeles custodios trabajan infatigables para el bien de las criaturas, las libran innumerables veces del peligro de la muerte; y esto es tan cierto, que apenas hay alguno que no lo baya podido conocer en el discurso de su vida. Nos envían continuas inspiraciones y llamamientos, y mueven todas las causas y medios que convienen para avisarnos y apartarnos de nuestros mayores peligros. En los justos es poderosísima esta defensa de los santos ángeles; mas con aquellas almas tibias y frágiles que andan cayendo y levantando en sus pecados, trabajan mucho los espíritus celestiales, para que la caña quebrantada, como dice Isaías profeta, no se acabe de romper, y la estopa que humea no se acabe de extinguir.
Con aquellas almas infelices y depravadas que no tienen obra buena, y parece han rematado cuentas con su Dios, y viven y obran como sin esperanza do otra vida, es imponderable lo que trabajan los santos ángeles; porque los demonios alegan el derecho que tienen sobre ellas, y están velocísimos, como aves de rapiña, para quitar luego de sus corazones la santa semilla de las inspiraciones divinas, como se dice en el sagrado evangelio de san Lucas (VIII, 12).
Procuran también los enemigos infernales, que tales almas depravadas multipliquen sus pecados, y acaben de llenar el número para su condenación eterna; pero los santos ángeles, cuando con otras diligencias no pueden defender a semejantes pecadores en sus vicios, se valen de la intercesión poderosa de María santísima; y para que de algún modo se acuerden los pecadores de su clementísima Madre, solicitan los ángeles la tengan alguna especial devoción; y aunque todas las obras buenas hechas en pecado mortal son muertas, siempre tienen alguna congruencia, aunque remota, y con ellas está menos indispuesto el pecador, que sin ellas.
Por este camino son sin número las almas que salen de sus pecados, y se escapan de la tirana potestad del demonio; y aunque ningún favor hace el Altísimo a la Iglesia y a las almas en que no intervenga María santísima, como dice el dulcísimo san Bernardo, con todo eso, en muchas ocasiones pelea por nosotros la humanidad santísima del Verbo encarnado, y nos defiende de Lucifer y sus secuaces, declarándose con su madre soberana en nuestro favor, y confundiendo a los demonios con la vara fuerte de su inmenso poder, con que triunfa de sus enemigos, como dijo David (Psalm. CIX, 2).
Sabiendo los padres temerosos de Dios este desvelo imponderable del demonio para perder sus hijos, será justo apliquen mayor cuidado, para que el enemigo infernal no consiga sus depravados intentos; porque durmiendo quien habia de velar, nos dice el santo evangelio, vino el enemigo, y perdió la heredad de los descuidados (Matth.,XIII, 2o).
El Espíritu Santo dice, que si tuvieres hijos, los enseñes cuidadoso, y les hagas humillar la cerviz desde sus primeros años; no sea que vayan creciendo, y llores sin remedio cuando ya no los puedas regular (Eccli, VII, 23).
Lo mismo disponía Dios en el sagrado libro del Exodo, mandando a los padres que instruyesen bien a sus hijos, para que el Altísimo no les quitase la vida, por mal criados, y rebeldes a su Dios y Señor (Exod., IV, 23).
El sabio Salomon encarga lo mismo a los padres, animándolos para que no desesperen; pero advirtiéndoles, que si se descuidan mucho en la virtuosa enseñanza de sus hijos, expondrán su alma y las de sus hijos a la perdición eterna (Prov., XIX, 18).
En el sagrado libro del Eclesiástico se dice a los padres, que enseñen bien a sus hijos, y los corrijan ántes que se endurezcan; porque muchos cosas son fáciles en la juventud, que corriendo los años, con la mala costumbre se hacen imposibles (Eccl., XXX, 12).
En el libro cuarto de Esdras se hace una digna prevención a los padres; y es, que tengan cuidado, no sea que sus hijos sean menores en la virtuosa educación y en las buenas costumbres que sus antecesores, para que su casa no se disminuya en la buena fama y conveniencias temporales, sino que de dia en dia se aumente mas en el servicio de Dios, de quien viene toda la prosperidad (IV Esd., V,52).
El sabio Salomon tuvo fin con sus padres, dice el Espíritu Santo, y tú también morirás, como todos los antecesores de tu casa; por lo cual conviene te desveles miéntras vives, para dejar a tus hijos bien criados, no sea que te pierdas, y te condenes por ellos.
Educarás a tus hijos en santa disciplina, dice el apóstol san Pablo, y los corregirás en el Señor con templanza racional; pero advierte, que no los castigues indiscretamente, no sea que los aterres de modo que se vuelvan pusilánimes (Ephes., VI, 4).
Cuando vieres inquietos a tus hijos, los pacificarás de tal modo, con autoridad y razón, que ni los dejes sin castigo, ni los precipites en su ira comenzada; porque los extremos viciosos no tienen virtud (Luc., XV, 28).
Salomon dice, que no apartes la disciplina del niño, ni temas se morirá por azotarle; porque en aquellos primeros años de la niñez no corre el peligro de la precipitación referida (Prov., XXIII, 13).
El que perdona a la vara y a la disciplina, aborrece a su hijo, dice el mismo sabio (Prov., XII, 23); y el padre que verdaderamente ama a su hijo, le enseña con instancia en el tiempo mas oportuno, conoce bien que el castigarle templadamente es amarle.
Lo mismo dice el Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico, que el padre virtuoso frecuenta las correcciones de su hijo, y le castiga con amor para tener en él sus delicias en los años de su vejez, y para que no le vea pedir limosna de puerta en puerta, como les sucede á los necios padres, que por el amor desordenado dejan de castigar a sus hijos en sus primeros años.
Deben desengañarse los padres, que primero es Dios que sus hijos, y en sus mismos hijos es primero el alma que su cuerpo; por lo cual no han de perdonar a sus hijos unigénitos en el castigo racional de sus cuerpos, interponiéndose el respeto a Dios nuestro Señor, y al buen eterno de sus almas.
El Sabio dice, que la estulticia y necedad se halla encastillada en el corazon del niño; y no hay otro medio para hacerla salir y desterrarla, sino la vara y la disciplina (Prov., XXII, 15). Es proverbio metafórico de Salomon, que debe entenderse de la corrección discreta y castigo prudente de los niños.
En otro proverbio dice el misino sabio, que el padre diligente y virtuoso, dándole a su hijo con la vara y con la disciplina, libra a su alma del infierno; porque la corrección amorosa y templada en los tiernos años hace esta grande maravilla del bien del alma con el castigo del cuerpo.
Humilla la cerviz de tu hijo en la juventud, dice el Espíritu Santo, y golpéale sus lados cuando tiene pocos años; no sea que se endurezca, y no te crea, y entre el dolor hasta tu alma, considerándole sin remedio por no haberle castigado en su principio (Eccl., XXX, 12).
Libra a tus hijos de malas compañías, y los librarás de muchos males. Castiga al pestilente de tu casa, y se hará sabio tu hijo, dice Salomon; y considera, que mejor es castigar a tu hijo, que condenarle al infierno (Prov., XXI, 11).
El hijo necio y estulto es íntimo dolor de su padre, dice Salomon; por lo cual importa desvelarse los padres, para que corriendo los tiempos, no digan sin remedio que les duele la cabeza, según el vaticinio, que dice: Caput meum doleo, caput meum dolco. ¡Harto dolor de cabeza tiene un pobre padre con el hijo insipiente !
Procuren los padres no ser de aquellos infelices hombres, de los cuales dice la divina Escritura, que sacrificaron sus hijos a los demonios; y desengáñense, que hacen ese mal sacrificio todos los que no crian sus hijos para Dios.
Aquellos padres indignos, que crian sus hijos con regalos viciosos, y no los castigan por no contristarlos, tengan por cierto que los dejarán con gemidos y llantos, conforme se lo anuncia un profeta del Señor (Bar., IV, 11).
No te gloríes, hombre necio, en tus hijos impíos y mal criados, dice el Espíritu Santo; porque no los verás con prosperidad en esta vida mortal, si no pusieres el santo temor de Dios en ellos, como sólido fundamento de sus vidas (Eccl., XVI, 1).
Por los graves pecados de los escandalosos hijos de Helí, y por el amor nimio que les tuvo, le fue dicho de parte de Dios, que aquellos malos hijos destruirían su casa; y así se vió cumplida la amenaza divina (I Reg., II, 31).
C0n tus hijos has de ser prudentemente severo; de tal manera, que ni los acobardes con tus terribilidades, ni los cries disolutos. No juegues con ellos, y no te contristarán. No te rias excesivamente con ellos, y no llorarás por su desventura y por tu desgracia. Este es divino consejo (Eccli, XXX, 9).
Algunos padres indignos disponen a sus infelices hijos el camino de su perdición con su mal ejemplo; porque la acción escandalosa del padre hace al instante operacion y efecto en el hijo. Esto quiso decir con lamentos el profeta Jeremías, cuando dijo que el padre comia las uvas en agraz, y los dientes del hijo se aceraron; porque el mal ejemplo del padre luego tiene correspondencia en el hijo.
Aun dice mas el Espíritu Santo, que los malos padres enseñaron a sus hijos el camino de pecar; y de ese mal principio redundaron muchísimos pecados para la perdición eterna y temporal de los padres y de los hijos (Eccl., XLVII, 29).
En el mismo sagrado libro se dice, que la herencia de los hijos de los padres ignominiosos se desaparecerá en poco tiempo, y la ignominia y el oprobio irá pasando de generación en generación; y todo este mal de consecuencia viene de la raíz viciada de los malos padres, que criaron sin temor de Dios a sus hijos.
Otros padres inconsiderados atendieron mas a sus hijos, que a su Dios y Señor; y en pena de su pecado perdieron a Dios y a sus hijos, y arruinaron su desventurada casa (I Reg., II, 29).
Así le sucedió al infeliz Helí, cuyos bijos en la divina Escritura se dicen hijos del diablo; porque eran hijos de un indigno padre, que los amaba demasiado, y no supo criarlos en temor santo del Altísimo, y atendía mas a sus hijos, que al mismo Dios que se los había dado.
De tales padres indignos, dice Cristo Señor nuestro en su santo evangelio, que si aman al hijo o la hija mas que al Señor, tienen exclusiva de la compañía eterna de su divina Majestad; porque amaron mas a la criatura que al Criador (Matth., X, 37).
De esta clase maldita son aquellos ciegos padres, que por dejar mas bienes temporales a sus hijos no restituyen lo que deben de justicia, y toda su vida se les pasa en atesorar de usuras y rapiñas, para la perdición eterna de sus almas, y aun de sus infelices casas y familias.
De aquí resulta, que si los padres son malos, los hijos se hacen peores que sus padres; y procediendo de aumento las iniquidades, se heredan los vicios, y se multiplican los pecados, hasta que el Altísimo Dios acaba con los padres y con los hijos, y todo se pierde.
Por esto dice un santo profeta, que Dios acabará con la cabeza de la casa del impío pecador, que es el mal padre de la familia, y se le quitará de la falsa alegría que tenia con sus hijos mal criados; porque ha determinado su divina Majestad no dejar reliquias de los ingratos a sus celestiales favores (Habac., III, 13).
Así se verifica lo que está escrito en el sagrado libro del Exodo, que Dios es fuerte celador de su honra, y visitará la maldad de los padres en los hijos (Exod., X, 5); porque de los malos padres pasarán a los hijos las malas costumbres; y en llegando las maldades a su término prefinido, se arruinará toda la casa de los impíos pecadores.
Con esta verdadera doctrina, dice la sentencia del Espíritu santo, que los nietos de los impíos y perversos padres no multiplicarán sus generaciones y sucesiones; porque la ira del Señor acabará con ellos en castigo digno de sus graves culpas (Eccl., XL, 15).
Lo mismo continua el vaticinio de Amos profeta, que hablando con los hijos infelices de los padres viciosos, les dice, que si no se apartan de las iniquidades de sus padres, se condenarán con ellos, y así trasplantará toda su mala generación a los abismos.
En el divino libro de la Sabiduría también se dice son infelices todos aquellos que en la crianza de sus hijos se apartan de la divina ley, y si malos son los padres, peores son los hijos; y con la herencia de las maldades se hace una casa infeliz de condenados.
Para no llegar a esta suprema desventura, importa mucho no ser desordenados los padres en el amor de los hijos; porque tal vez, por no contristarlos, dejan de corregirlos con la aspereza que deben; de lo cual se sigue la ruina del hijo, y el intimo dolor del padre, que ya considera perdido a su desdichado hijo.
El hombre justo (que dispone el gobierno de su casa con santa simplicidad, conforme a la ley santa del Señor) deja después de sí a sus hijos bienaventurados, según dice un proverbio de Salomón; porque dispone el Altísimo Dios, que por la bondad del padre difunto prospere la casa de sus hijos (Prov., XX, 7).
Así se verifica lo que dice el apóstol san Pablo, que si la raíz es santa, los ramos se criarán santificados, porque saben a la raíz de donde proceden (Rom., I, 16); y regularmente sucede en los hijos, que si el padre es virtuoso, los hijos heredan sus virtudes, y prosperan con ellas.
Así también se verifica lo que dice el Espíritu Santo, que en sus hijos se conoce el varón virtuoso (Eccl., XI, 16); porque con su ejemplo santo edifica, y los hace semejantes a sí mismo, enseñándolos con sus palabras y con sus obras, y corrigiéndolos siempre que conoce tienen necesidad.
Si los podres conocieren que se desvían sus hijos del camino verdadero del temor santo de Dios, pongan luego conveniente remedio, y atiéndanles hasta el movimiento de sus ojos, como se dice en el libro del Eclesiástico; y no se admiren si sus mismos hijos los desprecian; porque si a Dios nuestro Señor le pierden el respeto con sus malas obras, cerca estarán de perderles también la reverencia a sus padres, que despues de Dios les dieron el ser que tienen.
Si los padres conocieren que siguen sus hijos el camino santo del servicio de Dios, procuren darle mil gracias a su divina Majestad; y consuélense, que aunque pasen de esta vida mortal, dejan en sus hijos el buen logro de su cuidado, y el Señor los llenará de bendiciones del cielo.
Así se cumple lo que se dice en el sagrado libro del Eclesiástico, que el padre justo se alegra en el hijo sabio, y en la hora de su muerte se va con mucho consuelo, porque deja bien asegurado el crédito de su casa, y no padecerá confusion de sus enemigos.
Regularmente los hijos son como sus padres, aunque no siempre es regla general; porque muchas veces hemos visto de buenos padres hijos perversos. Mas en lo regular sucede seguir en todo los hijos a los padres, así en el bien, como en el mal; por lo cual se dice en el libro de los Números, que fue grande milagro no pereciesen los hijos de Coré, pereciendo su padre.
El profeta Jeremías dice, que los hijos congregarán la leña, y los padres aplican el fuego para sus maldades, y asi los padres y los malos hijos se coadyuvan para mal, y unos y otros perecen con una mala fortuna.
En semejantes hijos y padres perversos se verifica la sentencia de Cristo Señor nuestro, cuando a los ingratos hebreos les decia hijos de víboras: Filii viperarum (Matth., III, 7); porque el veneno de los padres pasa a los hijos en herencia maldita, como el veneno de las víboras pasa de unas a otras, y así los hijos y los padres mueren con su común veneno.
De la misma manera se discurre en el vicio, que en la virtud; porque si los padres son virtuosos, regularmente los hijos siguen los buenos ejemplos de sus padres. Por esto dice la divina Escritura, que en un mismo dia se circuncidó Abrahan, y también su hijo, mas primero el padre que el hijo, y aunque la circuncisión era sangrienta, no dudó el hijo virtuoso seguir el buen ejemplo de su padre.
Si por negligencia del padre perece el hijo, será reo el padre del pecado de su hijo, dice un proverbio de Salomon (XXIII, 29); porque no hizo el padre lo que debia, y el delito del hijo primero se halló en el padre, y del padre pasó a su hijo.
Por esto se dice en un salmo de David, que a los descuidados en sus obligaciones los juntará Dios con los que obran la maldad (Psalm. CXXIV, 5); porque faltando en lo que debían enseñar y corregir, todos los malos efectos que se siguen de su omision culpable se les cuentan por delitos propios. No se olviden los padres de confesarse de sus omisiones, cuando de ellas se sigue la perdición de sus pobres hijos.
En la ley antigua disponía Dios, que si algún padre infeliz hallaba a su hijo inobediente, contumaz y protervo, que despreciaba los consejos virtuosos de su padre, le denunciase al juez de la república, para que fuese castigado conforme a su rebeldía; de que se infiere no seria bastante excusa del padre en la mala crianza de su hijo la protervidad de su mal natural, ni cumpliría con Dios ni con los hombres, dejándole de corregir por omision.
Algo se puede disimular en atención a los pocos años de una criatura; porque la edad perfecciona las operaciones, como dice san Pablo: Cum essem parvulum, loquebar ut parvulus, etc. (I Cor., XIII, 11). Pero nunca se na de tolerar cosa alguna que sepa a terquedad y soberbia, porque estos vicios van de aumento, corriendo los años; y si luego no se remedian, pasan a dureza inflexible, que apénas tiene curación.
Verdad es que conviene huir el prudente padre del indiscreto rigor, que hace a las criaturas pusilánimes, como lo advierte el mismo apóstol (Colos., III, 21), y ya lo dejámos notado en otra parte, salvo siempre, que a los niños ni a los jóvenes no se les deje salir jamas con sus temas y terquedades, por las malas consecuencias que de esto se siguen para en adelante.
Los hijos muy amados de los padres llevan gran peligro de perderse, y de no verse bien logrados, como le sucedió a David con Adonías y Absalon: que ambos llegaron a ser desatentos con su padre, y el uno murió colgado de un árbol, y el otro acabó su vida con los filos de mía espada.
Temed, padres cristianos, no perdáis a vuestros hijos por amor desordenado; y temed mas, no perdáis vuestras propias almas eternamente por faltar a vuestras obligaciones. No lo permita el Señor. Amen.
R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA
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