El águila está herida,
El águila altanera
Acostumbrada a devorar serpientes
por más que entre sus garras se retuerzan...
El águila de Anáhuac
Que hizo temblar al mundo al verse presa.
Con un grito de rabia, e hizo añicos
De un aletazo las enormes rejas
Del pueblo más potente de la tierra;
El águila gloriosa
Que se batió con el León de Iberia,
Y lo supo obligar a picotazos
A arrastrar por el polvo las melenas...
El águila está herida,
La sangre le chorrea...
Sobre los peñascales de la cumbre
Con dolores horribles se revuelca.
Ya se apaga la luz de sus pupilas...
Sus alas que vencían a las tormentas
Ya no pueden abrirse.
Con el soplo de vida, apenan tiemblan.
Y despunta la aurora de este día;
Dora su luz las empinadas cuestas
En que agoniza la doliente águila...
Y ella levanta altiva la cabeza...
Sacude los plumones de sus alas
Que recobran, de súbito, las fuerzas.
Hiende los aires más veloz que el viento,
Atrás los montes y las cimas deja,
Cruza en línea rectísima el océano.
Como si fuese disparada flecha,
y, volando, volando, sin descanso.
Va rumbo de las costas japonesas.
Llega por fin, y en los triunfales campos
Ebria de gloria, y de entusiasmo ebria.
En los aires se mece, dando gritos.
Los gritos que exhalaba en la pelea
Cuando soplaban vientos de victoria.
Cuando rompió las seculares rejas,
Cuando con el León entró en combate
Y al León arrastró por la melena.
En espiral gloriosa Desciende...
y baja a la extranjera arena.
Se esponjan sus plumones.
Se abre su pico, todo el cuerpo tiembla,
Y el suelo de la costa
Una y mil veces delirante besa.
Allí, en aquel lugar, un aguilucho
Abrió sus alas por la vez primera.
Cruzó el espacio y empapó sus plumas
Del áureo sol, en la candente hoguera.
Siguió volando, y espantó a su paso
Al inmenso tropel de las estrellas;
Llegó a los cíelos, y, parando el vuelo
Junto al trono esplendoroso de la Reina
Así dijo:
"El Aguila de Anáhuac, que es mi Madre
Te envía conmigo su primera ofrenda"
Y le entregó un riquísimo tesoro:
¡Era la sangre toda de sus venas!
De allí voló, de aquella costa extraña.
El águila, por eso, enamorada tiembla.
Mons. Vicnte M. Camacho
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