Nuestro Señor Jesucristo dice en su santo evangelio, que los enemigos del hombre son sus domésticos: Inimici hominis domestici ejus (Matth., X, 36). Y así se halla comprobado por la experiencia cotidiana, que las amarguras de mayor molestia, y enfadosas pesadumbres regularmente las ocasionan los que viven juntos en una misma casa; verificándose el proloquio vulgar, que dice: Es la peor astilla la del propio madero.
Verdad es que los domésticos son los enemigos del hombre; pero cada uno de los domésticos ha de procurar no serlo por su culpa. Asi discurre san Gregorio el Grande, hablando de los escándalos; que aunque es necesario los haya en el mundo, como dice el Señor: Necesse est, ut veniant scandala (Matth., XVIII, 7), es infeliz el que los causa, haciendo que por él se cause el escándalo, que no era necesario que por él sucediese.
Por lo mismo que los domésticos regularmente son los enemigos de la casa, y ya tienen por común esa mala fama, debe cada uno desvelarse para no incurrir en tan fea ingratitud, porque siempre se siente mas la ofensa del mas allegado, y es mayor vileza la infidelidad del mas favorecído. Séneca dijo, que la torpe ingratitud es un agregado feísimo de todos los males: Cum ingratum dicis, omnia mala dicis.
Que un hombre honrado padezca injurias de los extraños, trabajo molesto es para nuestra inmortificada naturaleza; pero experimentar ruindades de aquellos mismos que favorece en su casa, esto se hace mucho mas sensible. Si me maldijese mi enemigo, decía un profeta santo, seria terrible; pero que me sea alevoso el que come el pan de mi mesa, esto tiene fuerte motivo para agravar mi doloroso sentimiento, y ejercitar mi paciencia. (Psalm. XIV, 13 et seq.)
Los domésticos ingratos, que comiendo el pan de la mesa de su señor, le son contrários a la debida estimación y crédito de su casa, estos se hacen compañeros infelices del maldido y alevoso Judas; el cual, despues de la misteriosa cena, dió lugar al demonio en su prevaricado corazón, y apartándose de sus condiscípulos, cometió la suprema de las ruindades, afrentando y entregando con beso de falsa paz a su divino Maestro, y amoroso Señor.
Para que de ningún modo se verifique de los domésticos semejante ruindad, sea la regla general que todos cuantos componen una familia honrada hablen siempre con la estimación debida de su señor y de todos los de su casa, sin dejarse arrebatar villanamente de sentimientillos y afectillos particulares; y háganse cargo de lo que dice el santo profeta, que para vivir con paz, es grande remedio el refrenarla lengua (Psalm. XXXIII, 14).
El mismo sano consejo les da a todos los fieles el príncipe de los apóstoles san Pedro; porque viviendo con criaturas es mortalmente imposible dejar de padecer algunas molestias; y nunca conviene dar mal por mal, ni maldición por maldición, sino armarse de paciencia cristiana, y de silencio discreto, que todo se pasa luego; y el que es pronto en hablar, quejarse y decir desconciertos, tiene mucho trabajo.
Muchas veces con la fuerza del sentimiento se dice una palabra sin consideración, que despues para deshacer lo dicho apenas se halla camino fácil; verificándose lo que dice el Espíritu Santo, que una pequeña centella enciende un grande fuego, y el mismo que le encendió no le puede apagar.
Principalmente, si el mal que se dice de la casa toca en la honra, dificultosamente se remedia; porque los borrones en papel blanco rara vez ó nunca se quitan del todo, sin dejar alguna sombra ó mancha donde cayeron; y no pocas veces se rompe el papel para quitarlos, y se hacen irremediables las fisuras. Por esto se dicen tantos horrores en las divinas Letras de las lenguas murmuradoras.
Algunos domésticos que tienen dobladas las lenguas, y hacen a dos caras, son en las casas muy perniciosos; porque en presencia de sus señores y consiervos hablan como unos ángeles, y en las casas ajenas tienen sus lenguas como de serpientes, que ponen veneno mortífero aun en lo mas sano y justificado de la casa donde viven. Estas criaturas infelices son la abominación de Dios, y las detesta y aborrece la divina Sabiduría: Os bilingüe detestor. Y son tanto mas perniciosas, cuanto mas se fian de ellas en las casas y familias,
Este suele ser vicio feo de criadas infelices, y mujercillas insipientes, que todo cuanto oyen en la casa donde sirven, lo dicen sin reparo alguno en otras casas extrañas; y no saben las simples mujeres el mal que hacen, porque muchas veces convierten en fábula y conversación común la casa honrada de sus señores; y como dejámos dicho, con mucha dificultad se deshace y se quita el daño que ellas ocasionan. Estas son amigas de traer y llevar, y regularmente en todas partes dicen lo peor, y muchas veces ocasionan disensiones irremediables en familias honradas, como dice un sagrado texto (Eccli., XXVIII, 19).
Estas perniciosas criaturas son como aquellas palomas simples, de quien escriben los antiguos, que servían de traer y llevar cartas; y por los malos efectos que de ellas se seguían, eran con el tiempo perseguidas de todos, costándolas a muchas muy caro el mal oficio; porque por último las desplumaban, y aun las quitaban la vida.
En estas infelices criaturas suele hallarse la lengua tercera tan abominable, que de ella dice el Espíritu Santo destruye las casas, y pone cisma y discordia perniciosísima que muchas veces desune a los bien casados, y causa otros innumerables males, de lo cual ya tenemos escrito en otro capítulo: Mulieres viratas ejecit, etc.
Los discretos padres de familia deben precautelar mucho estos gravísimos daños de su casa, poniendo ley inviolable a todos sus domésticos, y desengañándolos claramente, que si se les comprueba decir fuera de casa lo que oyen en ella, se les arrojará sin remedio, para que quitando la zizaña, descansen todos con sosiego y paz cristiana, y no tendrán que quejarse del áspero rigor, pues ellos se perderán por su misma culpa: y se cumplirá en su mala fortuna la sentencia del Espíritu Santo, que dice: «sentirán sus daños las criaturas inconsideradas en sus palabras » (Prov., xm, 3).
Con esta ley justificada compondrán su casa los prudentes padres de familia, a imitación de las sábias abejas, alabadas en la divina Escritura; de las cuales dicen los naturalistas, y lo vemos por la experiencia, que su primer cuidado es embetunar bien el vaso, para que nadie vea lo que trabajan y lo que hacen dentro de su casa.
Verdad es que los domésticos son los enemigos del hombre; pero cada uno de los domésticos ha de procurar no serlo por su culpa. Asi discurre san Gregorio el Grande, hablando de los escándalos; que aunque es necesario los haya en el mundo, como dice el Señor: Necesse est, ut veniant scandala (Matth., XVIII, 7), es infeliz el que los causa, haciendo que por él se cause el escándalo, que no era necesario que por él sucediese.
Por lo mismo que los domésticos regularmente son los enemigos de la casa, y ya tienen por común esa mala fama, debe cada uno desvelarse para no incurrir en tan fea ingratitud, porque siempre se siente mas la ofensa del mas allegado, y es mayor vileza la infidelidad del mas favorecído. Séneca dijo, que la torpe ingratitud es un agregado feísimo de todos los males: Cum ingratum dicis, omnia mala dicis.
Que un hombre honrado padezca injurias de los extraños, trabajo molesto es para nuestra inmortificada naturaleza; pero experimentar ruindades de aquellos mismos que favorece en su casa, esto se hace mucho mas sensible. Si me maldijese mi enemigo, decía un profeta santo, seria terrible; pero que me sea alevoso el que come el pan de mi mesa, esto tiene fuerte motivo para agravar mi doloroso sentimiento, y ejercitar mi paciencia. (Psalm. XIV, 13 et seq.)
Los domésticos ingratos, que comiendo el pan de la mesa de su señor, le son contrários a la debida estimación y crédito de su casa, estos se hacen compañeros infelices del maldido y alevoso Judas; el cual, despues de la misteriosa cena, dió lugar al demonio en su prevaricado corazón, y apartándose de sus condiscípulos, cometió la suprema de las ruindades, afrentando y entregando con beso de falsa paz a su divino Maestro, y amoroso Señor.
Para que de ningún modo se verifique de los domésticos semejante ruindad, sea la regla general que todos cuantos componen una familia honrada hablen siempre con la estimación debida de su señor y de todos los de su casa, sin dejarse arrebatar villanamente de sentimientillos y afectillos particulares; y háganse cargo de lo que dice el santo profeta, que para vivir con paz, es grande remedio el refrenarla lengua (Psalm. XXXIII, 14).
El mismo sano consejo les da a todos los fieles el príncipe de los apóstoles san Pedro; porque viviendo con criaturas es mortalmente imposible dejar de padecer algunas molestias; y nunca conviene dar mal por mal, ni maldición por maldición, sino armarse de paciencia cristiana, y de silencio discreto, que todo se pasa luego; y el que es pronto en hablar, quejarse y decir desconciertos, tiene mucho trabajo.
Muchas veces con la fuerza del sentimiento se dice una palabra sin consideración, que despues para deshacer lo dicho apenas se halla camino fácil; verificándose lo que dice el Espíritu Santo, que una pequeña centella enciende un grande fuego, y el mismo que le encendió no le puede apagar.
Principalmente, si el mal que se dice de la casa toca en la honra, dificultosamente se remedia; porque los borrones en papel blanco rara vez ó nunca se quitan del todo, sin dejar alguna sombra ó mancha donde cayeron; y no pocas veces se rompe el papel para quitarlos, y se hacen irremediables las fisuras. Por esto se dicen tantos horrores en las divinas Letras de las lenguas murmuradoras.
Algunos domésticos que tienen dobladas las lenguas, y hacen a dos caras, son en las casas muy perniciosos; porque en presencia de sus señores y consiervos hablan como unos ángeles, y en las casas ajenas tienen sus lenguas como de serpientes, que ponen veneno mortífero aun en lo mas sano y justificado de la casa donde viven. Estas criaturas infelices son la abominación de Dios, y las detesta y aborrece la divina Sabiduría: Os bilingüe detestor. Y son tanto mas perniciosas, cuanto mas se fian de ellas en las casas y familias,
Este suele ser vicio feo de criadas infelices, y mujercillas insipientes, que todo cuanto oyen en la casa donde sirven, lo dicen sin reparo alguno en otras casas extrañas; y no saben las simples mujeres el mal que hacen, porque muchas veces convierten en fábula y conversación común la casa honrada de sus señores; y como dejámos dicho, con mucha dificultad se deshace y se quita el daño que ellas ocasionan. Estas son amigas de traer y llevar, y regularmente en todas partes dicen lo peor, y muchas veces ocasionan disensiones irremediables en familias honradas, como dice un sagrado texto (Eccli., XXVIII, 19).
Estas perniciosas criaturas son como aquellas palomas simples, de quien escriben los antiguos, que servían de traer y llevar cartas; y por los malos efectos que de ellas se seguían, eran con el tiempo perseguidas de todos, costándolas a muchas muy caro el mal oficio; porque por último las desplumaban, y aun las quitaban la vida.
En estas infelices criaturas suele hallarse la lengua tercera tan abominable, que de ella dice el Espíritu Santo destruye las casas, y pone cisma y discordia perniciosísima que muchas veces desune a los bien casados, y causa otros innumerables males, de lo cual ya tenemos escrito en otro capítulo: Mulieres viratas ejecit, etc.
Los discretos padres de familia deben precautelar mucho estos gravísimos daños de su casa, poniendo ley inviolable a todos sus domésticos, y desengañándolos claramente, que si se les comprueba decir fuera de casa lo que oyen en ella, se les arrojará sin remedio, para que quitando la zizaña, descansen todos con sosiego y paz cristiana, y no tendrán que quejarse del áspero rigor, pues ellos se perderán por su misma culpa: y se cumplirá en su mala fortuna la sentencia del Espíritu Santo, que dice: «sentirán sus daños las criaturas inconsideradas en sus palabras » (Prov., xm, 3).
Con esta ley justificada compondrán su casa los prudentes padres de familia, a imitación de las sábias abejas, alabadas en la divina Escritura; de las cuales dicen los naturalistas, y lo vemos por la experiencia, que su primer cuidado es embetunar bien el vaso, para que nadie vea lo que trabajan y lo que hacen dentro de su casa.
En prueba de esta admirable propiedad de las abejas, escribe un autor grave, que habiéndolas puesto cierto caballero en un vaso grande de cristal, para ver como hacian su primorosa labor, la primera diligencia que hicieron fue darle al vaso un oscuro baño para que nadie viese lo que despues trabajaban. Verdaderamente son maestras de los hombres estas criaturas irracionales.
Un libro grande y muy precioso hay escrito de la maravillosa república de las abejas, con grandes enseñanzas para los hombres; porque ciertamente tienen raras y excelentes propiedades, de que pueden y deben aprender todos los mortales. La que al presente nos hace al caso es la que ya tenemes dicha de cerrar bien su casa para que salga perfecta su maravillosa fábrica. Muchos defectos y faltas se pueden y deben tolerar en los domésticos; pero esta de decir fuera de casa los defectos y desazones que en ella suceden, no conviene tolerarse por los graves inconvenientes que de ello se siguen.
Todos los domésticos han de llevar siempre esta máxima de no decir a los extraños (ni aun a los propios, que viven en distinta familia) lo que no sea de mucha estimación de la casa donde comen el pan; y desengáñense, que aunque los oigan con gusto, no sacarán de su inconsideración sino su mismo desprecio, y aun su temporal detrimento; y se perderán por su mala lengua, como se dice en la divina Escritura (Eccli., V, Í5).
Pueden los domésticos racionales aprender de los perros irracionales, alabados de fidelísimos en las divinas letras, que por un pedazo de pan que les dan sus dueños, no permiten que nadie los ofenda; y se deshacen en ladridos contra los que desprecian a sus amos; y los que no tienen esta noble propiedad, la misma divina Escritura dice que los arrojen fuera: Canes muti, non valentes latrare, etc. (Isai LVI, 40).
El fiel doméstico que oye decir mal de la casa de su señor, o sea de sus compañeros y consiervos, con quienes vive de familia, y no tiene corazon para hablar en su cristiana defensa, no da buen testimonio de su persona, y mas pierde que gana de su estimación propia; porque no tiene reputación ni buena conciencia quien aplaude con silencio vicioso la detracción ajena, tocándole aun en política cristiana la justa defensa del ausente ofendido. Bien es verdad, que en tales casos importa no pasar los términos limitados de la ira sin pecado, y de la virtuosa modestia.
Un libro grande y muy precioso hay escrito de la maravillosa república de las abejas, con grandes enseñanzas para los hombres; porque ciertamente tienen raras y excelentes propiedades, de que pueden y deben aprender todos los mortales. La que al presente nos hace al caso es la que ya tenemes dicha de cerrar bien su casa para que salga perfecta su maravillosa fábrica. Muchos defectos y faltas se pueden y deben tolerar en los domésticos; pero esta de decir fuera de casa los defectos y desazones que en ella suceden, no conviene tolerarse por los graves inconvenientes que de ello se siguen.
Todos los domésticos han de llevar siempre esta máxima de no decir a los extraños (ni aun a los propios, que viven en distinta familia) lo que no sea de mucha estimación de la casa donde comen el pan; y desengáñense, que aunque los oigan con gusto, no sacarán de su inconsideración sino su mismo desprecio, y aun su temporal detrimento; y se perderán por su mala lengua, como se dice en la divina Escritura (Eccli., V, Í5).
Pueden los domésticos racionales aprender de los perros irracionales, alabados de fidelísimos en las divinas letras, que por un pedazo de pan que les dan sus dueños, no permiten que nadie los ofenda; y se deshacen en ladridos contra los que desprecian a sus amos; y los que no tienen esta noble propiedad, la misma divina Escritura dice que los arrojen fuera: Canes muti, non valentes latrare, etc. (Isai LVI, 40).
El fiel doméstico que oye decir mal de la casa de su señor, o sea de sus compañeros y consiervos, con quienes vive de familia, y no tiene corazon para hablar en su cristiana defensa, no da buen testimonio de su persona, y mas pierde que gana de su estimación propia; porque no tiene reputación ni buena conciencia quien aplaude con silencio vicioso la detracción ajena, tocándole aun en política cristiana la justa defensa del ausente ofendido. Bien es verdad, que en tales casos importa no pasar los términos limitados de la ira sin pecado, y de la virtuosa modestia.
R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA
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