Vistas de página en total

viernes, 24 de agosto de 2012

MARTIRIO DE SAN MAXIMILIANO, BAJO DIOCLECIANO, AÑO 295

A decir verdad, leídas las actas de San Maximiliano, nos asalta casi la duda de que se trate de un verdadero mártir. Maximiliano era hijo de un veterano del ejército, obligado por el mero hecho a seguir la carrera de lar armas: Sciant veterani -dice un texto legal—quibus quies post arma concessa est, liberos suos offerendos esse militiae.
Maximiliano opone a la ley, que no tenía para nada en cuenta la vocación individual, lo que en tiempos modernos se ha llamado la objeción de conciencia. Maximiliano, presentado por su padre para ser incorporado al ejército, objeta que no puede ser soldado porque es cristiano. Cree, pues, incompatible la profesión de las armas y la de cristiano, en lo que no hace sino continuar una tradición que arranca de Tertuliano y se mantuvo señaladamente viva en Africa. Entre las obras del ardiente y extremoso africano, es célebre y muy característica la De corona militis. Con ocasión de un reparto (largitio) que parece haberse hecho a la guarnición de Lambesa el año 211, a la muerte de Septimio Severo y advenimiento al trono de Caracalla y Geta, un soldado cristiano se niega a ceñir la corona de laurel, que era de rito llevar sobre la cabeza al acercarse a recibir la dádiva imperial. Interrogado sobre la razón de su conducta, responde: "A mí no me está bien adornarme la cabeza de la misma manera que los demás, porque soy cristiano." 
"¡Oh, soldado glorioso del Señor!, exclama arrebatado Tertuliano. Se delibera sobre lo que haya de hacerse; se remite la causa al tribunal, y el reo es llevado a presencia de los prefectos. Allí depone el pesadísimo manto, pareciéndole así haberse vuelto más ligero; se desata los incomodísimos calzados, comenzando a poner el pie sobre una tierra santa; restituye la espada, por ser inútil para la defensa del Señor, y deja caérsele de la mano la inútil corona. Desde aquel día, rojo por la esperanza de su sangre, calzado según la prescripción del Evangelio, ceñido de la palabra de Dios, más afilada que una espada; revestido de toda la armadura de que habla el Apóstol y digno de recibir la Cándida corona del martirio, mucho más gloriosa que la otra, espera en la cárcel el donativum o reparto de Cristo." Las opiniones, sin embargo, sobre la conducta del soldado cristiano se dividieron en la comunidad de Cartago.
Tertuliano, según su temperamento, sigue la extrema. Para él, la conducta del soldado, que arroja al suelo su corona, fue heroica; la de sus compañeros, que creyeron podía a la par servirse a dos señores, altamente censurable. La cuestión gira primero sobre si es o no licito llevar una corona en la cabeza, y aquí sofistiquea el maestro africano; pero luego entra la cuestión de fondo, que, innegablemente, hubo de inquietar a más de una conciencia cristiana y dió lugar a actitudes como la de Maximiliano y otros soldados cristianos. Éste proclama que no puede ser soldado, porque no puede hacer el mal (malefacere), pues es cristiano.

¿Qué males hacen los que militan?- pregunta el pro cónsul.

La respuesta la da Tertuliano: el mal fundamental es que la vida de la milicia estaba, como no podía ser menos, impregnada de idolatría. "¿Creemos nosotros — dice Tertuliano— que esté permitido a un cristiano juntar al juramento prestado a Dios el juramento prestado a un hombre, y ponerse al servicio de otro amo, después de haberse puesto al de Cristo?... ¿Le será permitido vivir con la espada al lado, cuando el Señor advierte que quien a espada hiere, a espada perecerá? ¿Irá a combatir él, hijo de la paz, a quien no es siquiera lícito pleitear? ¿Hará sufrir a otros las cadenas, la cárcel, las torturas, los suplicios, él que no debe vengarse ni de las propias injurias? ¿Hará guardia por otro que por Jesucristo? ¿Velará delante de aquellos templos a los que ha renunciado? ¿Cenará en los lugares prohibidos por el Apóstol? Apoyándose y descansando sobre aquella lanza que traspasó el costado de Cristo, ¿defenderá durante la noche aquellos demonios que él mismo, durante el día, habrá puesto en fuga mediante los exorcismos? ¿Llevará una bandera enemiga de Cristo?... ¡Y cuántos otros actos se cumplen en el servicio militar, que han de considerarse como otros tantos pecados!" (De cor., 11).
En su tratado De idolatria, que debió de seguir muy de cerca al De corona militis, Tertuliano sentó de modo tajante su sentir en la cuestión viva de si era o no lícita al cristiano la profesión de las armas: "... Mas la cuestión que al presente se plantea es ésta: si un cristiano puede abrazar la milicia, y también si la milicia puede ser admitida a la fe, siquiera la del soldado raso y grado ínfimo, que no ha de verse forzada a ofrecer sacrificios o dictar sentencias capitales. No hay acuerdo entre el juramento a Dios y el juramento a los hombres, entre la bandera de Cristo y la bandera del diablo, entre los campamentos de la luz y los campamentos de las tinieblas; no puede una misma alma deberse a dos señores, a Dios y al César.
Las ideas rigoristas de Tertuliano son, en realidad, las dominantes en los maestros cristianos, como Orígenes en el siglo III y Lactancio en el siglo IV. Las ideas, decimos, porque en la práctica los cristianos formaron parte del ejército, y cada cual, como siempre, resolvería su caso de conciencia como Dios le inspirara. La vida arrolla siempre las teorías. Este heroico quinto Maximiliano, que, africano él, bien pudo haberse formado en los escritos del presbítero cartaginés, o por lo menos recibir su nunca muerta influencia, representa la teoría pura, sin contemporizaciones ni componendas, y por ello merece nuestra simpatía y admiración. Sin embargo, volviendo a lo que inicialmente dijimos, casi, casi nos asalta la duda de que se trate de un mártir. El procónsul no le exige, ni por un momento, que reniegue su fe; ante sus escrúpulos por abrazar la milicia, le recuerda el ejemplo de tantos cristianos que sirven en los ejércitos de los cuatro emperadores; en fin, la sentencia de muerte no recae sobre motivo religioso, sino sobre el acto de deslealtad —indeuoto animo- que supone la actitud del hijo de un veterano. Por otra parte, por las fechas del martirio de Maximiliano, 295, la gran persecución no había estallado todavía ni se había siquiera iniciado la depuración del ejército, que fué su preludio.
"Sin embargo —dice Allard—, al condenar a muerte al joven Maximiliano, el procónsul parece haberse pasado de la raya. La ley pronunciaba contra los reclutas refractarios un castigo más ligero."  
"Los que antiguamente -dice un jurisconsulto de comienzos del siglo III— no respondían a la incorporación a filas, eran reducidos a servidumbre como traidores a la libertad; mas, cambiada la situación del ejército, ya no se pronunció la pena capital, pues las más de las veces se cubren los escuadrones con voluntarios".
Al hacer caer la cabeza del joven quinto, que, mal instruido tanto de los deberes del cristiano como de las obligaciones del soldado, pero animado de ardiente fe, había tan audazmente confesado a Jesús, el procónsul parece haber cedido a un movimiento de odio religioso... Maximiliano merecía castigo; pero probablemente no se le hubiera condenado a muerte si hubiera invocado en apoyo a sus repugnancias motivo distinto de su título de cristiano. Así, no tiene usurpado el de mártir con que le venera la Iglesia.

Martirio de San Maximiliano.

I. Siendo por cuarta vez cónsules Tusco y Anulino, los ídem de marzo, en Teveste, presentándose en el foro Fabio Víctor juntamente con Maximiliano, y admitido Pompeyano, abogado, éste dijo:
Fabio Víctor, temonario, está ante tu presencia, con Valeriano Quinciano y el excelente quinto Maximiliano, hijo de Víctor. Pues, apto, ruego que se le aliste.
 El procónsul Dión dijo: ¿Cómo te llamas? 
Maximiliano respondió:
¿Para qué quieres saber mi nombre? A mí no me es licito ser soldado, porque soy cristiano.
El procónsul Dión dijo:
Tállalo.
Al tallársele, Maximiliano respondió:
Yo no puedo ser soldado; yo no puedo hacer el mal. porque soy cristiano.
El procónsul Dión dijo: Mídasele.
Una vez medido, los empleados del tribunal dijeron en voz alta:
Tiene cinco pies y diez pulgadas
Dión dijo a los empleados: Márquesele.
Maximiliano se resistía, diciendo: 
No lo consiento; yo no puedo ser soldado. 

II.  Dión dijo:
Sé soldado; si no, estás perdido. 
Maximiliano respondió:
No quiero serlo. Córtame la cabeza, pero yo no milito para el siglo, sino para Dios. 
El procónsul Dión dijo:
¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? 
Maximiliano respondió: 
Mi propia alma y Aquel que me llamó. 
Dión se dirigió a Víctor, padre de Maximiliano, y le dijo:
Aconseja a tu hijo. 
Víctor respondió:
Allá él; él sabrá tomar consejo sobre lo que le convenga.
Dión dijo nuevamente a Maximiliano: 
Sé soldado y recibe la marca. 
Respondió él:
Yo no recibo marca alguna, pues ya llevo sobre mí la señal de Cristo, mi Dios.
Dión dijo:
Lo que voy a hacer es mandarte inmediatamente a ese tu Cristo.
Respondió él: 
Ojalá lo hagas ahora mismo, pues ésa es mi gloria.
Dión dijo a los empleados: 
Márquesele.
Resistiéndose, Maximiliano dijo:
Yo no recibo la marca del mundo, y si me la imponen, la haré pedazos, porque nada vale. Yo soy cristiano, y no me es lícito llevar colgado al cuello un pedazo de plomo, después que llevo la señal salvadora de mi señor Jesucristo, hijo de Dios vivo, a quien tú desconoces, que padeció por nuestra salvación y a quien Dios entregó por nuestros pecados. A éste es a quien todos los cristianos servimos; a éste seguimos, príncipe que es de la vida y autor de la salvación.
Dión dijo:
Sé soldado y recibe la marca, si no quieres perecer miserablemente.
Maximiliano respondió:  
Yo no perezco; mi nombre está ya junto a mi Señor. Yo no puedo ser soldado.
Dión dijo:
Mira tu juventud y entra en el ejército, pues esto es lo que a un joven conviene.
Maximiliano respondió:
Mi milicia es la de mi Señor. Yo no puedo ser soldado del mundo. Ya te lo he dicho: soy cristiano.
El procónsul Dión dijo:
En la sacra comitiva de nuestros señores Diocleciano y Maximiano, Constancio y Máximo, hay soldados cristianos, y sirven sin escrúpulo en el ejército.
Maximiliano respondió:
Ellos sabrán lo que les conviene. Yo, sin embargo, soy cristiano y no puedo hacer mal alguno.
Dión dijo:
¿Qué mal hacen los que militan?
Maximiliano respondió:
Tú sabes muy bien lo que hacen.
El procónsul Dión dijo:
Acepta el servicio, no sea que, si desprecias la milicia, empieces a perderte de mala manera.
Maximiliano dijo:
Yo no me pierdo; y si saliera del siglo, mi alma vive con Cristo, mi Señor.

 III. Dión dijo:
Borra su nombre.
Borrado el nombre, Dión dijo:
Puesto que con ánimo desleal has rehusado la milicia, recibirás la conveniente sentencia, para escarmiento de los demás.
Y seguidamente leyó de su tablilla la sentencia:
Mando que Maximiliano, que con ánimo desleal ha rehusado el juramento de soldado, sea pasado a filo de la espada.
Maximiliano respondió:
¡Gracias a Dios!
Tenía el mozo veintiún años, tres meses y dieciocho días.

Cuando le condujeron al lugar del suplicio, dijo así:
Hermanos amadísimos: con la mayor fuerza que pudiereis apresuraos con ávido deseo por alcanzar la dicha de ver al Señor, y que Él os conceda también a vosotros corona semejante.
Y con rostro risueño, le dijo a su padre:
Dale a este verdugo el vestido nuevo que me habías preparado para la milicia. Así te reciba yo acrecentado en número de ciento, y juntos con el Señor nos gloriemos.
Y así, inmediatamente, sufrió el martirio.
Y la matrona Pompeyana obtuvo del juez el cuerpo, y, colocándolo en su litera, lo llevó a Cartago y lo sepultó al pie del montículo, junto al mártir Cipriano, cerca del palacio. Y sucedió que de allí a trece días murió la misma matrona, y fué también allí enterrada.
El padre de Maximiliano se volvió a su casa, henchido de gozo por haber enviado al Señor, delante de sí, tal presente, al que luego había él de seguir. Gracias a Dios. Amén.

No hay comentarios: