Los reverendos señores archiveros del cabildo de la iglesia mayor de esta ciudad demostraron un milagro bien autenticado con cinco testigos contestes, tomados por mandato del vicario general y oficial de Valencia. El cual pasó de esta manera: Jaime Lombart, carpintero, vecino de esta ciudad, en el año de 1517, en la fiesta del Santísimo Sacramento, o en sus octavas, hizo el León en una representación que entonces se hacía de San Jerónimo, y quedó tan fatigado que le dió una como landre, y tras ella le vino una terrible calentura y se le hinchó el cuello y perdió la habla, hinchándosele mucho la lengua, de forma que ni pudo confesar ni comulgar. Viniéronle también unos espasmos y bascas paroxismales en todos los miembros. Pensando, pues, que se le acababa la vida, le oleó un clérigo de San Bartolomé. Era éste buen hombre y muy devoto de San Vicente, y cada día le rezaba ciertas oraciones, y así en aquel paso se encomendó en su corazón a él porque de palabra no podía, y con gran trabajo y fuerza dijo una vez: Ferrer. Pasada la media noche entró San Vicente por la cámara, y tocándole en la cabeza y en los pechos le dijo estas palabras formales: Llevat, fill, no ages por de res, anem a matines, que hora es. En romance castellano quiere decir: "Levántate, hijo, no hayas miedo de cosa alguna, vamos a maitines, que ya es hora". Levantóse luego el enfermo de la cama, y sintiéndose ya con fuerzas y sin calentura y que ni tenía el cuello hinchado ni la lengua atada, miró a todas partes, y no viendo a su médico bienaventurado decía a voces a su madre y a la gente que allí estaba: ¿Qué es del fraile? ¿Qué es de él? Los otros creyeron que le había tomado frenesía o locura, y dijéronle: ¿Qué cosa es ésta, por qué fraile preguntáis? Respondió él entonces: El bienaventurado San Vicente Ferrer, el del claustro de Predicadores, es venido, y como veis me ha librado de la muerte; y en reconocimiento de esta merced se confesó luego, y el día siguiente depuso con otros testigos este milagro.
Alguno deseará saber qué San Vicente del claustro es éste, y por qué dijo el enfermo que le había aparecido aquél, no otro. A esto respondo que es una imagen suya, de medio cuerpo arriba, puesta en son de hombre que predica, la cual hoy tenemos puesta dentro de su celda enfrente de otra imagen de Nuestra Señora, la cual habló al dicho Santo, como parece por una letra que hay encima de ella. Porque sola esta imagen de San Vicente estaba el año de 1517 en el claustro, que todas las demás se han puesto desde entonces acá, y esto lo sé yo muy bien, porque las he visto poner casi, y hacer alguna de ellas. A esa imagen de que hablamos se trasladó pocos años ha dentro de la celda del mesmo Santo, la cual celda está en nuestro dormitorio y es tenida en grande veneración en este reino, y los enfermos acuden cada día a tomar agua de un pozo que en ella hay, por ser del tiempo de San Vicente y haber él bebido de aquella agua. Y volviendo a la imagen, digo que es sacada al vivo de San Vicente; y esto lo sabían y decían algunos padres ancianos antes que yo descubriese este milagro de la Seu. Y uno de ellos me contó cómo un caballero de los Marradas, que pocos años ha murió, le había certificado que estando a la muerte un niño del mesmo linaje y no mejorando con las medicinas que los médicos le aplicaban, se enojó mucho su padre y dijo que había de despedir todos los médicos. Oyó esto el niño, que apenas sabía bien hablar, y díjole presto: A los médicos, sí; pero al fraile, no. Pensó el padre que su hijo desvariaba, y díjole: ¿Qué fraile, mis ojos? A lo que parece un fraile era venido algo antes allí y le había dado esperanzas Resanarle. y así el niño, pensandoque todos le habían visto, no sabia más que decir sino el fraile, por más preguntas que le hicieron. Pasó la noche. Y a la mañana el enfermo estuvo sano del todo; y preguntándole con todo el cuidado del mundo quién le había sanado, respondía solas estas palabras: El fraile. Entendió el padre lo que podía ser, y pensando que era San Francisco, le llevó a su iglesia y altar y le preguntaba si era aquel el que le había dado salud. Pero no hizo el niño ningún movimiento. Llevóle a Santo Domingo, y a la imagen de San Vicente que estaba en su capilla, y tampoco mostró allí ninguna señal de placer, con lo cual quedó el caballero muy desconsolado viendo que no podía salir al cabo de aquel negocio; acaso paseándole por el claustro grande a la parte de poniente levantó el niño los ojos y dijo con grande alegría, señalando una imagen de San Vicente pintada en un lienzo: ¡Señor padre, el fraile, el fraile, señor padre! Entonces entendió que le había aparecido San Vicente con la mesma forma que en aquel lienzo está retratado. Y cierto parece que cuadra con el proceso, en el cual se dice que era de mediano cuerpo y estatura, y calvo; y algunos autores dicen que tenía el rostro y semblante alegre, y todas estas señales concurren en aquella imagen. Otro milagro y testimonio bien semejante al pasado se halla de otro niño a quien habló un fraile dominico y dijo a su madre que si no fuese por Nuestra Señora, de quien los valencianos son devotísimos, y por fray Vicente Ferrer, ya Valencia sería asolada, y que en señal de ello aquella mesma noche se quemaría el reloj de la ciudad, y fué así. Después también aquel niño dió en decir que según aquella imagen era el rostro del fraile que le habló.
En la villa de Onteniente han acontecido algunas cosas bien notables, las cuales me refirieron muchos testigos. Una mujer había movido algunas veces, echando siempre la criatura muerta, y como en aquella villa hay un suntuoso templo de San Juan Bautista y de San Vicente, ella se encomendó muy de veras a este Santo, ofreciéndole de pesar de cera al hijo que pariría primero, si acertaba a salir vivo. Llegada la hora del parir, echó una cosa muerta como las otras veces, y así lo juzgaron más de diez personas que allí estaban, y así decían que la echasen en un muladar. Al cabo de rato dijo una mujer que le parecía que resollaba. Pero para quitar quistión trajeron un peso, y cargándola una balanza de cera y poniendo el parto en la otra, luego mostró con evidentes señales que vivía; y así la parida, que estaba muy triste, hizo muchas gracias a Dios y a San Vicente.
En la mesma villa, cuando se comenzaba a edificar un convento que hay de nuestra Orden por el venerable maestro fray Felipe Escarner, valenciano, ofreciéronse tantos estorbos y contradicciones que determinó este buen padre irse y dejar aquella empresa; mas apareciósele el Santo y mandóle que volviese a su obra, que Dios le ayudaría y saldría con ella, porque había de ser en grande provecho de aquella tierra. Esto es muy sabido entre personas ancianas de la mesma villa, que conocieron al maestro Felipe y tuvieron noticia de su buena vida. Sería gran prolijidad si quisiese yo poner aquí muchos otros milagros que hace Nuestro Señor en este reino por intercesión de su siervo San Vicente, y por eso los dejo. A lo menos puedo decir que siendo yo niño hizo conmigo un grande milagro, porque estando yo a la muerte el día que se hacía su fiesta, vino mi madre aquí a su capilla y le rogó con lágrimas por mi salud, ofreciéndole de no estorbármelo, siempre que siendo mayor quisiese tomar el hábito de los Predicadores; y vuelta a casa me halló fuera de peligro y muy regocijado. Y como si el Santo quisiera cobrar su ropa, de allí a algunos años, viniendo yo a visitar su capilla y celda en su fiesta, me determiné de tomar el hábito de Santo Domingo, dejando los intentos y designios que llevaba de estudiar leyes. En memoria de este beneficio he querido escribir la presente obra, a lo cual estaba por muchos otros títulos inclinado, es a saber: por ser nacido en su patria, bautizado en la mesma pila de San Esteban y llamado Vicente Ferrer en el bautismo y ser fraile de su Orden e hijo de su mesma casa y convento, sin otras razones que por ahora callo.
Alguno deseará saber qué San Vicente del claustro es éste, y por qué dijo el enfermo que le había aparecido aquél, no otro. A esto respondo que es una imagen suya, de medio cuerpo arriba, puesta en son de hombre que predica, la cual hoy tenemos puesta dentro de su celda enfrente de otra imagen de Nuestra Señora, la cual habló al dicho Santo, como parece por una letra que hay encima de ella. Porque sola esta imagen de San Vicente estaba el año de 1517 en el claustro, que todas las demás se han puesto desde entonces acá, y esto lo sé yo muy bien, porque las he visto poner casi, y hacer alguna de ellas. A esa imagen de que hablamos se trasladó pocos años ha dentro de la celda del mesmo Santo, la cual celda está en nuestro dormitorio y es tenida en grande veneración en este reino, y los enfermos acuden cada día a tomar agua de un pozo que en ella hay, por ser del tiempo de San Vicente y haber él bebido de aquella agua. Y volviendo a la imagen, digo que es sacada al vivo de San Vicente; y esto lo sabían y decían algunos padres ancianos antes que yo descubriese este milagro de la Seu. Y uno de ellos me contó cómo un caballero de los Marradas, que pocos años ha murió, le había certificado que estando a la muerte un niño del mesmo linaje y no mejorando con las medicinas que los médicos le aplicaban, se enojó mucho su padre y dijo que había de despedir todos los médicos. Oyó esto el niño, que apenas sabía bien hablar, y díjole presto: A los médicos, sí; pero al fraile, no. Pensó el padre que su hijo desvariaba, y díjole: ¿Qué fraile, mis ojos? A lo que parece un fraile era venido algo antes allí y le había dado esperanzas Resanarle. y así el niño, pensandoque todos le habían visto, no sabia más que decir sino el fraile, por más preguntas que le hicieron. Pasó la noche. Y a la mañana el enfermo estuvo sano del todo; y preguntándole con todo el cuidado del mundo quién le había sanado, respondía solas estas palabras: El fraile. Entendió el padre lo que podía ser, y pensando que era San Francisco, le llevó a su iglesia y altar y le preguntaba si era aquel el que le había dado salud. Pero no hizo el niño ningún movimiento. Llevóle a Santo Domingo, y a la imagen de San Vicente que estaba en su capilla, y tampoco mostró allí ninguna señal de placer, con lo cual quedó el caballero muy desconsolado viendo que no podía salir al cabo de aquel negocio; acaso paseándole por el claustro grande a la parte de poniente levantó el niño los ojos y dijo con grande alegría, señalando una imagen de San Vicente pintada en un lienzo: ¡Señor padre, el fraile, el fraile, señor padre! Entonces entendió que le había aparecido San Vicente con la mesma forma que en aquel lienzo está retratado. Y cierto parece que cuadra con el proceso, en el cual se dice que era de mediano cuerpo y estatura, y calvo; y algunos autores dicen que tenía el rostro y semblante alegre, y todas estas señales concurren en aquella imagen. Otro milagro y testimonio bien semejante al pasado se halla de otro niño a quien habló un fraile dominico y dijo a su madre que si no fuese por Nuestra Señora, de quien los valencianos son devotísimos, y por fray Vicente Ferrer, ya Valencia sería asolada, y que en señal de ello aquella mesma noche se quemaría el reloj de la ciudad, y fué así. Después también aquel niño dió en decir que según aquella imagen era el rostro del fraile que le habló.
En la villa de Onteniente han acontecido algunas cosas bien notables, las cuales me refirieron muchos testigos. Una mujer había movido algunas veces, echando siempre la criatura muerta, y como en aquella villa hay un suntuoso templo de San Juan Bautista y de San Vicente, ella se encomendó muy de veras a este Santo, ofreciéndole de pesar de cera al hijo que pariría primero, si acertaba a salir vivo. Llegada la hora del parir, echó una cosa muerta como las otras veces, y así lo juzgaron más de diez personas que allí estaban, y así decían que la echasen en un muladar. Al cabo de rato dijo una mujer que le parecía que resollaba. Pero para quitar quistión trajeron un peso, y cargándola una balanza de cera y poniendo el parto en la otra, luego mostró con evidentes señales que vivía; y así la parida, que estaba muy triste, hizo muchas gracias a Dios y a San Vicente.
En la mesma villa, cuando se comenzaba a edificar un convento que hay de nuestra Orden por el venerable maestro fray Felipe Escarner, valenciano, ofreciéronse tantos estorbos y contradicciones que determinó este buen padre irse y dejar aquella empresa; mas apareciósele el Santo y mandóle que volviese a su obra, que Dios le ayudaría y saldría con ella, porque había de ser en grande provecho de aquella tierra. Esto es muy sabido entre personas ancianas de la mesma villa, que conocieron al maestro Felipe y tuvieron noticia de su buena vida. Sería gran prolijidad si quisiese yo poner aquí muchos otros milagros que hace Nuestro Señor en este reino por intercesión de su siervo San Vicente, y por eso los dejo. A lo menos puedo decir que siendo yo niño hizo conmigo un grande milagro, porque estando yo a la muerte el día que se hacía su fiesta, vino mi madre aquí a su capilla y le rogó con lágrimas por mi salud, ofreciéndole de no estorbármelo, siempre que siendo mayor quisiese tomar el hábito de los Predicadores; y vuelta a casa me halló fuera de peligro y muy regocijado. Y como si el Santo quisiera cobrar su ropa, de allí a algunos años, viniendo yo a visitar su capilla y celda en su fiesta, me determiné de tomar el hábito de Santo Domingo, dejando los intentos y designios que llevaba de estudiar leyes. En memoria de este beneficio he querido escribir la presente obra, a lo cual estaba por muchos otros títulos inclinado, es a saber: por ser nacido en su patria, bautizado en la mesma pila de San Esteban y llamado Vicente Ferrer en el bautismo y ser fraile de su Orden e hijo de su mesma casa y convento, sin otras razones que por ahora callo.
Fray Justiniano Antist
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
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