I
Allá van!... Con la noche en las pupilas
y el invierno en el alma...;
Caminan paso a paso, temblorosos,
palpando sombras y pisando escarcha
y tiñendo de rojo, con su sangre,
los filosos colmillos de las zarzas...!
¡Son los niñosl ¡Los niños! ¡mis hermanos!
Los hijos de mi Patria...
¡Pobrecitos! El borde del abismo
en que van asentando sus pisadas,
es resbaloso, y en el fondo, se oye
un torrente impetuoso que rebrama...!
¡Pobrecitos! Su cielo no conoce
ni la naciente claridad del alba,
ni siquiera el fulgor de las estrellas...!
Apenas ven brillar, como dos ascuas,
los ojos de los tigres en acecho
que, a un lado del camino, se agazapan
para saltar sobre ellos, y clavarles
las uñas y colmillos en la espalda...!
las uñas y colmillos en la espalda...!
¡Pobrecitos! En vano con sus voces
la soledad desgarran...!
A sus padres, en vano, una y mil veces
con ronco grito llaman:
con ronco grito llaman:
¡Los feroces rugidos de los tigres
dan la contestación a su plegaria...!
¡Son los niños! ¡los niños! ¡mis hermanos! ¡los hijos de mi Patria!
II
II
¡Oh Felices nosotros...! Tú presides
nuestra gloriosa marcha:
La Cruz que Tú enarbolas,
con luz de Cielo nuestra frente baña:
en tus pies, al pisarlos, las espinas
y los cardos se clavan:
y los cardos se clavan:
el fuego de la sangre de tus venas
ha deshecho la escarcha;
tu mano nos sostiene: y así, vamos
posando nuestras plantas
posando nuestras plantas
en la alfombra caliente de tu sangre,
y fijas en el cielo las miradas...!
¿Rugen los tigres? ¡Pero en vano rugen!
¡Tu mano a los leones desquijara...!
¿Muge el abismo, y a su fondo oscuro
vertiginosamente nos arrastra?
¡Pero tu haces nacer en nuestro hombros
de la esperanza y del amor las alas,
y podemos merecernos libremente
sobre el abismo, cual potentes águilas...!
¿Se agotan nuestras fuerzas? Pero, entonces
el cielo con tu diestra nos señalas,
y nos dices sonriendo...; Allí, en la gloria,
con los brazos abiertos, nos aguardan...!
III
III
Allá van, ¡pobrecitos! ¡mis hermanos!
Los hijos de mi Patria
con la noche más negra en las pupilas
y el invierno en las alas...!
IV
¡Oh no nos abandones, ni un momento,
hasta que estemos en la eterna Patria!
Mientras llega ese instante, prosigamos
nuestra gloriosa marcha,
con la vista en el Cielo, y en los labios
el sublime cantar de la esperanza!!
Mons. Vicente M. Camacho
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