Secta de herejes que defienden que no se debe bautizar a los niños antes de la edad de la discreción, o que a esta edad se les debe reiterar el bautismo, porque, según ellos, estos niños deben hallarse en estado de dar razón de su fe para recibir válidamente este sacramento.
Esta voz está compuesta del griego que significa de nuevo, y de que significa bautizar, lavar, porque el uso de los anabaptistas es el de rebautizará aquellos que han sido bautizados en su infancia. En los principios rebautizaban también a todos los que abrazaban su secta, y que en otra parte habian recibido el bautismo.
Los novacianos, los catafrigas y los donatistas fueron en los primeros siglos los predecesores de los nuevos anabaptistas, con los cuales, sin embargo, es preciso no confundir a los obispos católicos de Asia y de Africa, quienes, en el siglo III, sostuvieron que el bautismo de los herejes no era válido, y que era necesario rebautizar a los herejes que volvían al seno de la Iglesia.
Los valdenses, los albigenses, los petrobrusianos, y la mayor parte de las sectas que se levantaron en el siglo XIII, pasan por haber adoptado el mismo error; mas no se les ha dado el nombre de anabaptistas; y parece por otra parte que no creian fuese muy necesario el bautismo.
Los anabaptistas, propiamente dichos, son una secta de protestantes que apareció por primera vez hácia el año 1525 en algunas comarcas de Alemania, y particularmente en Wesfalia,en donde cometieron horribles excesos, sobre todo en la ciudad de Munster, de donde fueron llamados monasterianos y munsteríanos. Enseñaban que el bautismo administrado a los niños era nulo e inválido; que era un crimen el prestar juramento y llevar las armas; que un verdadero cristiano no puede ser magistrado; inspiraban aborrecimiento hácia las autoridades y la nobleza; querían que todos los hombres fuesen libres e independientes, y prometían una suerte dichosa a los que se uniesen a ellos, para exterminar a los impíos, es decir, a los que se oponían a sus opiniones.
No se sabe a punto fijo quien fue el primer autor de esta secta: unos atribuyen su origen a Carlostadio; otros a Zuinglio, etc.; pero la opinion mas común es que debe su origen a Thomás Muncero, de Zwikan, ciudad de Misnia, y a Nicolás Storchon Pelargo, de Stolberg, en Sajonia, quienes habían sido discípulos de Lutero, del cual se separaron en seguida bajo pretexto de que su doctrina no era bastante perfecta; que no había hecho mas que preparar las vias a la reforma, y que para llegar a establecer la verdadera religión de Jesucristo, era menester que la revelación viniese en apoyo de la letra muerta de la Escritura: por consecuencia estos entusiastas se creyeron inspirados, y comunicaron el mismo fanatismo a sus prosélitos.
Sleidan observa que Lutero habia predicado con tanta energía en favor de lo que llamaba libertad evangélica, que los paisanos de Suebia se reunían bajo pretexto de defender la doctrina evangélica y sacudir el yugo de la esclavitud. Cometieron grandes desórdenes: la nobleza, a quien se proponían exterminar, tomó las armas contra ellos, y esta guerra fue sangrienta. Lutero les escribió muchas veces para persuadirles dejasen las armas, mas inútilmente; le argüyeron con su propia doctrina sosteniendo que puesto que habían sido declarados libres por la sangre de Jesucristo, era ultrajar demasiado el nombre de cristiano el reputarlos esclavos de la nobleza, y que si tomaban las armas lo hacían por orden de Dios. Tales eran las consecuencias del fanatismo en que Lutero mismo había sumido a la Alemania. Creyó remediar estos males publicando un libro, en el cual invitaba a los príncipes a tomar las armas contra estos sediciosos. El conde de Mansfeld, sostenido por los príncipes y la nobleza de Alemania derrotó y prendió a Muncero y a Pfiffer, los cuales fueron ejecutados en Mulhausen el año 1525; mas la secta solo fue dispersada y no destruida; Lutero, siguiendo su carácter inconstante, desaprobó en cierto modo su primer libro por otro, a solicitud de los hombres de su partido, quienes consideraban dura y aun un poco cruel su primera conducta.
Sin embargo los anabaptistas se multiplicaron y consideraron bastante fuertes para apoderarse de Munster, en 1534, y sostener un sitio, bajo las órdenes de Juan de Leida, maestro sastre, y el cual se hizo declarar su rey. Se los desalojó de la ciudad por el obispo de Munster el 24 de Junio de 1535. El pretendido rey y su confidente Knisperdollin perecieron en el cadalso; y después de esta desgracia la secta de los anabaptistas no ha osado manifestarse abiertamente en Alemania.
Hacia el mismo tiempo, Calvino escribió contra ellos un tratado. Como fundaban especialmente su doctrina sobre esta parábola de Jesucristo, Marc. XVI, 17. «El que creyere y fuere bautizado, se salvará» y como solo los adultos son capaces de tener la fe actual, inferían de esto que solamente ellos son los que deben recibir el bautismo, y que no hay pasaje alguno en el nuevo Testamento en que el bautismo de los niños esté expresamente mandado: de donde deducían, que se debia reiterar a aquellos que le habían recibido antes de haber llegado a la edad de la razón. Calvino y otros autores, viéndose muy embarazados con este sofisma, recurrieron a la tradición y a la práctica de la primitiva Iglesia. Opusieron a los Anabaptistas a Orígenes, el cual hace mención del bautismo de los niños; el autor de las cuestiones atribuidas a San Justino; un concillo celebrado en Africa, que, segun San Cipriano, mandaba que se bautizasen los niños tan luego como hubiesen nacido; la práctica del mismo santo doctor con referencia a este objeto; los concilios de Autun, de Macón, de Gerona, Londres, Viena, etc. y una multitud de autoridades de Padres, como San Ireneo, San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustin, etc.
Así Calvino y sus secuaces, despues de haber desacreditado la tradición, se vieron obligados a admitirla; mas habían enseñado a sus adversarios a despreciarla. Por otra parte Calvino, sosteniendo la validez y utilidad del bautismo de los niños, contradecía su propio sistema, puesto que, según decía, toda la virtud de los sacramentos consiste en excitar la fe.
Se les opone a los anabaptistas, que los niños son juzgados capaces de entrar en el reino de los cielos, Marc, IX, 44; Luc. XVIII, 16. El mismo Salvador hace que se le aproximen algunos niños y los bendice. Y en otra parte, III, 5, asegura San Juan «que cualquiera que no sea bautizado no puede entrar en el reino de Dios»; de donde se sigue que se debe administrar el bautismo a los niños.
A esto responden los anabaptistas, que los niños de quienes habla Jesucristo, eran ya adultos, lo que es falso; en San Mateo y San Marcos son llamados jóvenes niños, y en San Lucas, pequeños niños; el mismo evangelista dice expresamente que fueron aproximados a Jesucristo; por loque se infiere que no se hallaban en estado de ir por sí solos.
Se saca otra prueba de estas palabras de San Pablo a los Romanos, v, 17 «Si la muerte tuvo poder para reinar en el mundo por el pecado de un hombre solo, mas justamente reínarán por medio de Jesucristo, y tendran vida espiritual todos los que reciben la abundante gracia del beneficio de su redención y de su justicia. De aquí se debe inferir, que así como por el pecado de uno solo fueron todos los hombres condenados a muerte, de la misma suerte todos han sido justificados, y destinados a la vida de la gracia por la justicia de uno solo, que es Jesucristo». (Epístolas de San Pablo, traducidas de la Vulgata e ilustradas con notas sacadas de los Santos Padres y expositores sagrados, por D. Francisco Jiménez, presbítero). Así es, que si todos se han hecho criminales por uno solo, los niños son también criminales; e igualmente si todos han sido justificados por uno solo, también los niños son justificados por él: nadie puede ser justificado sin la fe: por consiguiente los niños tienen la fe necesaria para recibir el bautismo; no precisamente una fe actual, tal como la que se exige a los adultos, sino una fe suplida por la de la Iglesia, de sus padres y madres, de sus padrinos y madrinas. Esta es la doctrina de San Agustin, Serm. 170, de verb. apost. I. 3, de libero arb. c. 23, n. 67.
A este error capital los anabaptistas han añadido otros muchos de los gnósticos y de los antiguos herejes: algunos negaron la divinidad de Jesucristo y su descensión a los infiernos; otros sostuvieron que las almas de los difuntos dormían hasta el día del juicio, y que las penas del infierno no eran eternas. Sus entusiastas profetizaban que el juicio último se aproximaba, y llegaban hasta fijar el término.
El sumario de su doctrina era, «que el bautismo de los niños es una invención del demonio; que la Iglesia de Jesucristo debe estar exenta o libre de todo pecado; que todas las cosas deben ser comunes entre todos los fieles; que se debe abolir enteramente la usura, el diezmo y toda especie de tributo; que todo cristiano tiene derecho para predicar el Evangelio; que de consiguiente la Iglesia no tiene necesidad de pastores: que los magistrados civiles son absolutamente inútiles en el reino de Jesucristo; que Dios continúa revelando su voluntad a ciertas personas escogidas, por medio de sueños, visiones, inspiraciones, etc.» Mas no podia existir una creencia uniforme entre una turba de fanáticos ignorantes, de los cuales cada miembro juzgaba tener derecho de creerse inspirado.
Así que a medida quese aumentó el número de los anabaptistas, se multiplicaron las sectas entre ellos, y se les dieron diferentes nombres, sacados o de sus jefes, o de sus moradas, de sus opiniones particulares, o de su conducta. Además de los nombres de monesterianos, munsterianos y miuncerianos, han sido llamados entusiastas, cataristas, silenciosos, adamistas, georgianos o davídicos, hutitas, independientes, melchoristas, nudipedalianos, menonitas, bockholdianos, augustinianos, libertinos, derelictianos, poligamitas, semperoranos, ambrosianos, clancularios, manifestarlos, pacificadores, pastoricidas, sanguinarios, waterlandianos, etc. Los partidarios de una de estas sectas pretendieron que para salvarse es necesario no saber leer ni escribir, ni aun conocer las primeras letras del alfabeto, lo que les hizo ser llamados abecedarios o abecedarianos.
Se pretende que Carlostadio acabó por abrazar este partido, que renunció de su título de doctor, se hizo mozo de cordel, y se nombró hermano Andrés. Pero la distinción mas común es la de los anabaptistas rígidos, y anabaptistas moderados. Estos últimos fueron conocidos bajo los nombres de gabrielitas, de hulteritas o hermanos de Morabia, y finalmente bajo el de menonitas. Hé aquí el origen de estos nombres.
Esta voz está compuesta del griego que significa de nuevo, y de que significa bautizar, lavar, porque el uso de los anabaptistas es el de rebautizará aquellos que han sido bautizados en su infancia. En los principios rebautizaban también a todos los que abrazaban su secta, y que en otra parte habian recibido el bautismo.
Los novacianos, los catafrigas y los donatistas fueron en los primeros siglos los predecesores de los nuevos anabaptistas, con los cuales, sin embargo, es preciso no confundir a los obispos católicos de Asia y de Africa, quienes, en el siglo III, sostuvieron que el bautismo de los herejes no era válido, y que era necesario rebautizar a los herejes que volvían al seno de la Iglesia.
Los valdenses, los albigenses, los petrobrusianos, y la mayor parte de las sectas que se levantaron en el siglo XIII, pasan por haber adoptado el mismo error; mas no se les ha dado el nombre de anabaptistas; y parece por otra parte que no creian fuese muy necesario el bautismo.
Los anabaptistas, propiamente dichos, son una secta de protestantes que apareció por primera vez hácia el año 1525 en algunas comarcas de Alemania, y particularmente en Wesfalia,en donde cometieron horribles excesos, sobre todo en la ciudad de Munster, de donde fueron llamados monasterianos y munsteríanos. Enseñaban que el bautismo administrado a los niños era nulo e inválido; que era un crimen el prestar juramento y llevar las armas; que un verdadero cristiano no puede ser magistrado; inspiraban aborrecimiento hácia las autoridades y la nobleza; querían que todos los hombres fuesen libres e independientes, y prometían una suerte dichosa a los que se uniesen a ellos, para exterminar a los impíos, es decir, a los que se oponían a sus opiniones.
No se sabe a punto fijo quien fue el primer autor de esta secta: unos atribuyen su origen a Carlostadio; otros a Zuinglio, etc.; pero la opinion mas común es que debe su origen a Thomás Muncero, de Zwikan, ciudad de Misnia, y a Nicolás Storchon Pelargo, de Stolberg, en Sajonia, quienes habían sido discípulos de Lutero, del cual se separaron en seguida bajo pretexto de que su doctrina no era bastante perfecta; que no había hecho mas que preparar las vias a la reforma, y que para llegar a establecer la verdadera religión de Jesucristo, era menester que la revelación viniese en apoyo de la letra muerta de la Escritura: por consecuencia estos entusiastas se creyeron inspirados, y comunicaron el mismo fanatismo a sus prosélitos.
Sleidan observa que Lutero habia predicado con tanta energía en favor de lo que llamaba libertad evangélica, que los paisanos de Suebia se reunían bajo pretexto de defender la doctrina evangélica y sacudir el yugo de la esclavitud. Cometieron grandes desórdenes: la nobleza, a quien se proponían exterminar, tomó las armas contra ellos, y esta guerra fue sangrienta. Lutero les escribió muchas veces para persuadirles dejasen las armas, mas inútilmente; le argüyeron con su propia doctrina sosteniendo que puesto que habían sido declarados libres por la sangre de Jesucristo, era ultrajar demasiado el nombre de cristiano el reputarlos esclavos de la nobleza, y que si tomaban las armas lo hacían por orden de Dios. Tales eran las consecuencias del fanatismo en que Lutero mismo había sumido a la Alemania. Creyó remediar estos males publicando un libro, en el cual invitaba a los príncipes a tomar las armas contra estos sediciosos. El conde de Mansfeld, sostenido por los príncipes y la nobleza de Alemania derrotó y prendió a Muncero y a Pfiffer, los cuales fueron ejecutados en Mulhausen el año 1525; mas la secta solo fue dispersada y no destruida; Lutero, siguiendo su carácter inconstante, desaprobó en cierto modo su primer libro por otro, a solicitud de los hombres de su partido, quienes consideraban dura y aun un poco cruel su primera conducta.
Sin embargo los anabaptistas se multiplicaron y consideraron bastante fuertes para apoderarse de Munster, en 1534, y sostener un sitio, bajo las órdenes de Juan de Leida, maestro sastre, y el cual se hizo declarar su rey. Se los desalojó de la ciudad por el obispo de Munster el 24 de Junio de 1535. El pretendido rey y su confidente Knisperdollin perecieron en el cadalso; y después de esta desgracia la secta de los anabaptistas no ha osado manifestarse abiertamente en Alemania.
Hacia el mismo tiempo, Calvino escribió contra ellos un tratado. Como fundaban especialmente su doctrina sobre esta parábola de Jesucristo, Marc. XVI, 17. «El que creyere y fuere bautizado, se salvará» y como solo los adultos son capaces de tener la fe actual, inferían de esto que solamente ellos son los que deben recibir el bautismo, y que no hay pasaje alguno en el nuevo Testamento en que el bautismo de los niños esté expresamente mandado: de donde deducían, que se debia reiterar a aquellos que le habían recibido antes de haber llegado a la edad de la razón. Calvino y otros autores, viéndose muy embarazados con este sofisma, recurrieron a la tradición y a la práctica de la primitiva Iglesia. Opusieron a los Anabaptistas a Orígenes, el cual hace mención del bautismo de los niños; el autor de las cuestiones atribuidas a San Justino; un concillo celebrado en Africa, que, segun San Cipriano, mandaba que se bautizasen los niños tan luego como hubiesen nacido; la práctica del mismo santo doctor con referencia a este objeto; los concilios de Autun, de Macón, de Gerona, Londres, Viena, etc. y una multitud de autoridades de Padres, como San Ireneo, San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustin, etc.
Así Calvino y sus secuaces, despues de haber desacreditado la tradición, se vieron obligados a admitirla; mas habían enseñado a sus adversarios a despreciarla. Por otra parte Calvino, sosteniendo la validez y utilidad del bautismo de los niños, contradecía su propio sistema, puesto que, según decía, toda la virtud de los sacramentos consiste en excitar la fe.
Se les opone a los anabaptistas, que los niños son juzgados capaces de entrar en el reino de los cielos, Marc, IX, 44; Luc. XVIII, 16. El mismo Salvador hace que se le aproximen algunos niños y los bendice. Y en otra parte, III, 5, asegura San Juan «que cualquiera que no sea bautizado no puede entrar en el reino de Dios»; de donde se sigue que se debe administrar el bautismo a los niños.
A esto responden los anabaptistas, que los niños de quienes habla Jesucristo, eran ya adultos, lo que es falso; en San Mateo y San Marcos son llamados jóvenes niños, y en San Lucas, pequeños niños; el mismo evangelista dice expresamente que fueron aproximados a Jesucristo; por loque se infiere que no se hallaban en estado de ir por sí solos.
Se saca otra prueba de estas palabras de San Pablo a los Romanos, v, 17 «Si la muerte tuvo poder para reinar en el mundo por el pecado de un hombre solo, mas justamente reínarán por medio de Jesucristo, y tendran vida espiritual todos los que reciben la abundante gracia del beneficio de su redención y de su justicia. De aquí se debe inferir, que así como por el pecado de uno solo fueron todos los hombres condenados a muerte, de la misma suerte todos han sido justificados, y destinados a la vida de la gracia por la justicia de uno solo, que es Jesucristo». (Epístolas de San Pablo, traducidas de la Vulgata e ilustradas con notas sacadas de los Santos Padres y expositores sagrados, por D. Francisco Jiménez, presbítero). Así es, que si todos se han hecho criminales por uno solo, los niños son también criminales; e igualmente si todos han sido justificados por uno solo, también los niños son justificados por él: nadie puede ser justificado sin la fe: por consiguiente los niños tienen la fe necesaria para recibir el bautismo; no precisamente una fe actual, tal como la que se exige a los adultos, sino una fe suplida por la de la Iglesia, de sus padres y madres, de sus padrinos y madrinas. Esta es la doctrina de San Agustin, Serm. 170, de verb. apost. I. 3, de libero arb. c. 23, n. 67.
A este error capital los anabaptistas han añadido otros muchos de los gnósticos y de los antiguos herejes: algunos negaron la divinidad de Jesucristo y su descensión a los infiernos; otros sostuvieron que las almas de los difuntos dormían hasta el día del juicio, y que las penas del infierno no eran eternas. Sus entusiastas profetizaban que el juicio último se aproximaba, y llegaban hasta fijar el término.
El sumario de su doctrina era, «que el bautismo de los niños es una invención del demonio; que la Iglesia de Jesucristo debe estar exenta o libre de todo pecado; que todas las cosas deben ser comunes entre todos los fieles; que se debe abolir enteramente la usura, el diezmo y toda especie de tributo; que todo cristiano tiene derecho para predicar el Evangelio; que de consiguiente la Iglesia no tiene necesidad de pastores: que los magistrados civiles son absolutamente inútiles en el reino de Jesucristo; que Dios continúa revelando su voluntad a ciertas personas escogidas, por medio de sueños, visiones, inspiraciones, etc.» Mas no podia existir una creencia uniforme entre una turba de fanáticos ignorantes, de los cuales cada miembro juzgaba tener derecho de creerse inspirado.
Así que a medida quese aumentó el número de los anabaptistas, se multiplicaron las sectas entre ellos, y se les dieron diferentes nombres, sacados o de sus jefes, o de sus moradas, de sus opiniones particulares, o de su conducta. Además de los nombres de monesterianos, munsterianos y miuncerianos, han sido llamados entusiastas, cataristas, silenciosos, adamistas, georgianos o davídicos, hutitas, independientes, melchoristas, nudipedalianos, menonitas, bockholdianos, augustinianos, libertinos, derelictianos, poligamitas, semperoranos, ambrosianos, clancularios, manifestarlos, pacificadores, pastoricidas, sanguinarios, waterlandianos, etc. Los partidarios de una de estas sectas pretendieron que para salvarse es necesario no saber leer ni escribir, ni aun conocer las primeras letras del alfabeto, lo que les hizo ser llamados abecedarios o abecedarianos.
Se pretende que Carlostadio acabó por abrazar este partido, que renunció de su título de doctor, se hizo mozo de cordel, y se nombró hermano Andrés. Pero la distinción mas común es la de los anabaptistas rígidos, y anabaptistas moderados. Estos últimos fueron conocidos bajo los nombres de gabrielitas, de hulteritas o hermanos de Morabia, y finalmente bajo el de menonitas. Hé aquí el origen de estos nombres.
Cuando los anabaptistas fueron derrotados y proscritos en Alemania, a causa de su conducta sanguinaria, Gabriel y Huter, dos de sus principales jefes, se retiraron a Morabia. Reunieron el mayor número de sus partidarios que les fue posible. Huter les dio un símbolo y algunas leyes; les enseñó: 1° que ellos eran la nación santa que Dios habia escogido para hacerla depositaría del verdadero culto; 2° que todas las sociedades que no ponen los bienes en común son impías, que un cristiano no debe poseer cosa alguna en particular; 3° que los cristianos no deben reconocer otros magistrados que los pastores eclesiásticos; 4° que Jesucristo no es Dios, sino profeta; 5° que casi todas las señales exteriores de religión son contrarias a la pureza del cristianismo, que debe existir en el corazon; 6° que todos los que no son rebautizados son infieles, y que el nuevo bautismo anula los matrimonios contraidos anteriormente; 7° que el bautismo no se administra para borrar el pecado original, ni para dar la gracia, sino que es un signo por el cual se une un fiel a la Iglesia; 8° que Jesucristo no está realmente presente en la Eucaristía; que el sacrificio de la misa, el culto de los santos e imágenes, el purgatorio, etc. son supersticiones y abusos; así las opiniones de los protestantes han sido siempre la base de las de los anabaptistas.
Huter no conservó entre sus secuaces ninguna otra práctica de religión, mas que el bautismo de los adultos; no les hizo celebrar la cena sino dos veces al año; y los persuadió aponer en común todos sus bienes, aun a los niños, a fin de que todos fuesen educados del mismo modo. Esta república singular formó desde luego una sociedad de excelentes cultivadores, laboriosos, sobrios, pacíficos, y muy arreglados en sus costumbres; mas la discordia, la corrupción y la irreligión no tardaron mucho tiempo en introducirse entre ellos. Huter y Gabriel no pudieron permanecer de acuerdo largo tiempo; el primero no cesaba de dirigir invectivas contra los magistrados y contra toda especie de autoridad, el segundo, mas moderado, quería que conformase con las leyes del país en que ne hallaba. Así que se formaron dos partidos, el uno de gabrielitas, y el otro de hutteritas, los cuales se excomulgaron mutualmente Despues de la muerte de Huter, que fue castigado con el último suplicio, como hereje sedicioso, las dos sectas se reunieron bajo el gobierno ó dirección de Gabriel; mas este no pudo restablecer el orden ni la regularidad de costumbres, y se hizo odioso a toda la secta que le hizo arrojar de la Morabia. Retirado a Polonia, acabó su vida en la miseria. Despues de la muerte de estos dos hombres los hermanos de Morabia se dispersaron, y la mayor parte se reunió a los socinianos, quienes tuvieron con corta diferencia la misma creencia. (Catrou. Hist. de los anabaptitas).
Hacia el año de 1536, Menno Simón, o Simon Menno, sacerdote apóstata, natural de la Frisia, ensayó hacer en Holanda lo que Gabriel y Huter habían hecho en Morabia, y se propuso reunir las diferentes sectas de anabaptistas. Por sus predicaciones, por sus escritos y viajes continuos, alcanzó su objeto, al menos hasta cierto punto, y les ínspiró ciertos sentimientos mas moderados que los de sus jefes anteriores. Los hizo comprender la necesidad de excluir de su doctrina, no solamente todas las máximas licenciosas que muchos de ellos habían enseñado relativas al divorcio y a la poligamia, sino también todas las que tendían a destruir el gobierno civil, y a perturbar el orden público, y las pretendidas inspiraciones, que hacían ridicula su secta. Si conservó el fondo de sus doctrinas, halló por lo menos el secreto de proponer sus opiniones, bajo unas expresiones menos irritantes.
Por consecuencia se pretende que creencia actual de los menonitas se reduce a los puntos siguientes: No administran el bautismo a los niños, sino solamente a los adultos capaces de dar razón de su fe; sobre la Eucaristía, han abrazado la opinion de los calvinistas; respecto a la gracia y a la destinación, no siguen las opiniones riguidas de Calvino, sino mas bien las de Melanchton y Arminio, que se aproximan al pelagianismo. Se abstienen del juramento, y sostienen su simple palabra ante los magistrados. Consideran la guerra y la profesión de las armas como ilícitas; mas contribuyen con sus bienes a la defensa de su patria. No condenan absolutamente los empleos de la magistratura, y solamente se abstienen de ejercer alguno de ellos. Como decididos partidarios de la tolerancia, mas bien por necesidad que por convicción, toleran entre ellos todas las opiniones que les parece no atacan a lo esencial del cristianismo: y se conoce, que según sus principios, lo que tienen por esencial se reduce a bien poca cosa.
Se dice que en general sus costumbres son dulces y puras; como sin embargo muchos se enriquecieron por medio de la agricultura y del comercio, se han separado de la moral severa de sus mayores, y no escrupulizan en gozar las comodidades de la vida. Existen en muchas partes de la Alemania, hay un gran número en Holanda, y muchos en Inglaterra y en los Estados Unidos, donde son llamados baptistas. Aunque su doctrina se asemeja mucho a la de los cuáqueros, sin embargo no fraternizan cuando se hallan unidos.
Mosheim, que escribió la historia de los anabaptistas y de los menonitas, hizo todo lo posible por obscurecer el origen de esta secta; no quiso confesar que sus dos primeros fundadores eran dos discípulos de Lutero, y se avergonzó, sin duda, de esta posteridad del luteranismo. (Hist. ecles. del siglo XVI, sect. 3 part. c. 3). Mas ¿cómo se ha de desconocer una genealogía tan clara? Lutero fue el que abrió el camino a Muncero y a Storch, con su libro de la libertad cristiana, con sus declamaciones fogosas contra los pastores de la Iglesia, contra las potestades seculares que los sostenían, contra la autoridad y las rentas del clero; con el principio que estableció de que la sola regla de nuestra fe es el texto de la Sagrada Escritura, entendido según el sentido de cada particular, y que Dios concede a todos la gracia o la inspiración necesaria para su buena inteligencia. Con semejantes armas, ¿podría contenerse el fanatismo por alguna de las barreras que se le quisiera oponer ?
Mosheim no disimula ninguno de los excesos ni crímenes que se permitieron los jefes de los anabaptistas de Wesfalia, y confiesa que no se podia dispensar el emplear contra ellos las armas y los suplicios: la buena fe parecia exigir que reconociese también la primera causa de toda la sangre que se derramó. Era demasiado inútil el remontarse hasta los valdenses, petrobrusianos, wiclefitas y a los husitas, para descender hasta los anabaptistas; su verdadero padre es Lutero; no se ha podido menos de conocer en ellos su obra; y en vano procuró extinguir un fuego que él mismo habia encendido.
Mosheim no parece tener muy buena opinion de los menonitas, aun tales como son en el dia; pretende que en sus diferentes confesiones de fe, los artículos que se refieren a la autoridad de los magistrados y al orden de la sociedad civil, están propuestos con mayor destreza que sinceridad, bajo unos términos capciosos que hacen desaparecer lo que estos artículos pueden tener de picante ú ofensivo: estas confesiones según él, son mas bien unas apologías que declaraciones ingénuas de lo que cada uno debe creer, (Ibid. § 12 y 13). Sin embargo observa que los menonitas exponen la mayor parte de los artículos de su creencia en los propios términos de la Escritura santa. ¿Cómo puede esta Escritura, siendo tan clara, según el juicio de los protestantes, suministrar a todos los herejes términos capciosos para disfrazar y disimular la verdadera fe? He aquí una cosa que no concebimos.
Ocúrrense otras muchas observaciones sobre el embarazo en que se encuentran los protestantes, cuando tienen que tratar con las diferentes sectas que han salido de su seno.
Los incrédulos que ensalzaron la dulzura, la regularidad y la sencillez de la costumbres actuales de los menonitas, con el objeto de hacer odiosos los rigores que se emplearon contra sus padres en Wesfalia, y los edictos sangrientos que Carlos quinto hizo publicar contra ellos, manifestaron muy poca buena fe en sus declamaciones. ¿Qué tenian de común las costumbres y la conducta de los anabaptistas sediciosos y sanguinarios, con las de los menonitas, tales como se nos pintan al presente? Los edictos fueron publicados, y se verificaron las ejecuciones inmediatamente después de los estragos, que los primeros habían cometido a mano armada en Munster y la Wesfalia. Si sus descendientes les imitaban, merecían ser tratados del mismo modo. Fue preciso emplear todos estos rigores para que cesase el fanatismo destructor de aquella secta tan animada en aquella época. Si hubo algo de odioso en este procedimiento, debió recaer todo sobre los primeros autores del mal. Los anabaptistas habían ejercido su furor no solamente en Alemania sino también en Suiza, en Flandes y en la Holanda: los protestantes se encruelecieron contra ellos con tanta violencia por lo menos como los católicos, y no fueron tolerados hasta que se mostraron pacíficos.
Si hemos de creer a Mosheim, es absolutamente necesario que la tolerancia sea el espíritu general de los menonitas, ó anabaptistas modernos. En Inglaterra, bajo el reinado de Cromwel, tuvieron algunos jefes que eran nada menos que moderados; aun al presente se dividen en dos sectas principales, a saber, la de los anabaptistas groseros; o moderados, los cuales, propiamente hablando, no tienen creencia alguna fija, y no escrupulizan fraternizar con los socinianos; y la de los anabaptistas rígidos o menonitas propiamente dichos, que hacen profesion de conservar la doctrina de Menno, y no separarse de ella en nada. Estos últimos emplean la excomunión mas rigurosa no solo contra todos los pecadores públicos, sino también contra todos los que se apartan de la sencillez de modales de sus antepasados, y hacen profesion de despreciar las ciencias humanas, etc. No se puede llevar mas lejos la intolerancia, pues que entre ellos un excomulgado no puede ya esperar ninguna señal de afecto, ni auxilio alguno de su esposa, de sus hijos, ni de sus parientes mas cercanos. Conviene saber que los socinianos arrojados de Polonia, se aprovecharon de la tolerancia concedida a los menonitas en Holanda, para introducirse allí y establecerse bajo este nombre. Así que la mayor parte de los hombres instruidos que tornaban en Holanda o en otras partes el nombre de menonitas, fueron unos verdaderos socinianos, y esta es la causa por la que se hizo tan numerosa esta secta, y que la granjeó la protección de nuestros incrédulos modernos. (Mosheim, Hist. ecles. de siglo XVII, sect. 2, 2° part. c. 5; Hist. del socinianismo 11 part. c. 18 y sig.)
Huter no conservó entre sus secuaces ninguna otra práctica de religión, mas que el bautismo de los adultos; no les hizo celebrar la cena sino dos veces al año; y los persuadió aponer en común todos sus bienes, aun a los niños, a fin de que todos fuesen educados del mismo modo. Esta república singular formó desde luego una sociedad de excelentes cultivadores, laboriosos, sobrios, pacíficos, y muy arreglados en sus costumbres; mas la discordia, la corrupción y la irreligión no tardaron mucho tiempo en introducirse entre ellos. Huter y Gabriel no pudieron permanecer de acuerdo largo tiempo; el primero no cesaba de dirigir invectivas contra los magistrados y contra toda especie de autoridad, el segundo, mas moderado, quería que conformase con las leyes del país en que ne hallaba. Así que se formaron dos partidos, el uno de gabrielitas, y el otro de hutteritas, los cuales se excomulgaron mutualmente Despues de la muerte de Huter, que fue castigado con el último suplicio, como hereje sedicioso, las dos sectas se reunieron bajo el gobierno ó dirección de Gabriel; mas este no pudo restablecer el orden ni la regularidad de costumbres, y se hizo odioso a toda la secta que le hizo arrojar de la Morabia. Retirado a Polonia, acabó su vida en la miseria. Despues de la muerte de estos dos hombres los hermanos de Morabia se dispersaron, y la mayor parte se reunió a los socinianos, quienes tuvieron con corta diferencia la misma creencia. (Catrou. Hist. de los anabaptitas).
Hacia el año de 1536, Menno Simón, o Simon Menno, sacerdote apóstata, natural de la Frisia, ensayó hacer en Holanda lo que Gabriel y Huter habían hecho en Morabia, y se propuso reunir las diferentes sectas de anabaptistas. Por sus predicaciones, por sus escritos y viajes continuos, alcanzó su objeto, al menos hasta cierto punto, y les ínspiró ciertos sentimientos mas moderados que los de sus jefes anteriores. Los hizo comprender la necesidad de excluir de su doctrina, no solamente todas las máximas licenciosas que muchos de ellos habían enseñado relativas al divorcio y a la poligamia, sino también todas las que tendían a destruir el gobierno civil, y a perturbar el orden público, y las pretendidas inspiraciones, que hacían ridicula su secta. Si conservó el fondo de sus doctrinas, halló por lo menos el secreto de proponer sus opiniones, bajo unas expresiones menos irritantes.
Por consecuencia se pretende que creencia actual de los menonitas se reduce a los puntos siguientes: No administran el bautismo a los niños, sino solamente a los adultos capaces de dar razón de su fe; sobre la Eucaristía, han abrazado la opinion de los calvinistas; respecto a la gracia y a la destinación, no siguen las opiniones riguidas de Calvino, sino mas bien las de Melanchton y Arminio, que se aproximan al pelagianismo. Se abstienen del juramento, y sostienen su simple palabra ante los magistrados. Consideran la guerra y la profesión de las armas como ilícitas; mas contribuyen con sus bienes a la defensa de su patria. No condenan absolutamente los empleos de la magistratura, y solamente se abstienen de ejercer alguno de ellos. Como decididos partidarios de la tolerancia, mas bien por necesidad que por convicción, toleran entre ellos todas las opiniones que les parece no atacan a lo esencial del cristianismo: y se conoce, que según sus principios, lo que tienen por esencial se reduce a bien poca cosa.
Se dice que en general sus costumbres son dulces y puras; como sin embargo muchos se enriquecieron por medio de la agricultura y del comercio, se han separado de la moral severa de sus mayores, y no escrupulizan en gozar las comodidades de la vida. Existen en muchas partes de la Alemania, hay un gran número en Holanda, y muchos en Inglaterra y en los Estados Unidos, donde son llamados baptistas. Aunque su doctrina se asemeja mucho a la de los cuáqueros, sin embargo no fraternizan cuando se hallan unidos.
Mosheim, que escribió la historia de los anabaptistas y de los menonitas, hizo todo lo posible por obscurecer el origen de esta secta; no quiso confesar que sus dos primeros fundadores eran dos discípulos de Lutero, y se avergonzó, sin duda, de esta posteridad del luteranismo. (Hist. ecles. del siglo XVI, sect. 3 part. c. 3). Mas ¿cómo se ha de desconocer una genealogía tan clara? Lutero fue el que abrió el camino a Muncero y a Storch, con su libro de la libertad cristiana, con sus declamaciones fogosas contra los pastores de la Iglesia, contra las potestades seculares que los sostenían, contra la autoridad y las rentas del clero; con el principio que estableció de que la sola regla de nuestra fe es el texto de la Sagrada Escritura, entendido según el sentido de cada particular, y que Dios concede a todos la gracia o la inspiración necesaria para su buena inteligencia. Con semejantes armas, ¿podría contenerse el fanatismo por alguna de las barreras que se le quisiera oponer ?
Mosheim no disimula ninguno de los excesos ni crímenes que se permitieron los jefes de los anabaptistas de Wesfalia, y confiesa que no se podia dispensar el emplear contra ellos las armas y los suplicios: la buena fe parecia exigir que reconociese también la primera causa de toda la sangre que se derramó. Era demasiado inútil el remontarse hasta los valdenses, petrobrusianos, wiclefitas y a los husitas, para descender hasta los anabaptistas; su verdadero padre es Lutero; no se ha podido menos de conocer en ellos su obra; y en vano procuró extinguir un fuego que él mismo habia encendido.
Mosheim no parece tener muy buena opinion de los menonitas, aun tales como son en el dia; pretende que en sus diferentes confesiones de fe, los artículos que se refieren a la autoridad de los magistrados y al orden de la sociedad civil, están propuestos con mayor destreza que sinceridad, bajo unos términos capciosos que hacen desaparecer lo que estos artículos pueden tener de picante ú ofensivo: estas confesiones según él, son mas bien unas apologías que declaraciones ingénuas de lo que cada uno debe creer, (Ibid. § 12 y 13). Sin embargo observa que los menonitas exponen la mayor parte de los artículos de su creencia en los propios términos de la Escritura santa. ¿Cómo puede esta Escritura, siendo tan clara, según el juicio de los protestantes, suministrar a todos los herejes términos capciosos para disfrazar y disimular la verdadera fe? He aquí una cosa que no concebimos.
Ocúrrense otras muchas observaciones sobre el embarazo en que se encuentran los protestantes, cuando tienen que tratar con las diferentes sectas que han salido de su seno.
Los incrédulos que ensalzaron la dulzura, la regularidad y la sencillez de la costumbres actuales de los menonitas, con el objeto de hacer odiosos los rigores que se emplearon contra sus padres en Wesfalia, y los edictos sangrientos que Carlos quinto hizo publicar contra ellos, manifestaron muy poca buena fe en sus declamaciones. ¿Qué tenian de común las costumbres y la conducta de los anabaptistas sediciosos y sanguinarios, con las de los menonitas, tales como se nos pintan al presente? Los edictos fueron publicados, y se verificaron las ejecuciones inmediatamente después de los estragos, que los primeros habían cometido a mano armada en Munster y la Wesfalia. Si sus descendientes les imitaban, merecían ser tratados del mismo modo. Fue preciso emplear todos estos rigores para que cesase el fanatismo destructor de aquella secta tan animada en aquella época. Si hubo algo de odioso en este procedimiento, debió recaer todo sobre los primeros autores del mal. Los anabaptistas habían ejercido su furor no solamente en Alemania sino también en Suiza, en Flandes y en la Holanda: los protestantes se encruelecieron contra ellos con tanta violencia por lo menos como los católicos, y no fueron tolerados hasta que se mostraron pacíficos.
Si hemos de creer a Mosheim, es absolutamente necesario que la tolerancia sea el espíritu general de los menonitas, ó anabaptistas modernos. En Inglaterra, bajo el reinado de Cromwel, tuvieron algunos jefes que eran nada menos que moderados; aun al presente se dividen en dos sectas principales, a saber, la de los anabaptistas groseros; o moderados, los cuales, propiamente hablando, no tienen creencia alguna fija, y no escrupulizan fraternizar con los socinianos; y la de los anabaptistas rígidos o menonitas propiamente dichos, que hacen profesion de conservar la doctrina de Menno, y no separarse de ella en nada. Estos últimos emplean la excomunión mas rigurosa no solo contra todos los pecadores públicos, sino también contra todos los que se apartan de la sencillez de modales de sus antepasados, y hacen profesion de despreciar las ciencias humanas, etc. No se puede llevar mas lejos la intolerancia, pues que entre ellos un excomulgado no puede ya esperar ninguna señal de afecto, ni auxilio alguno de su esposa, de sus hijos, ni de sus parientes mas cercanos. Conviene saber que los socinianos arrojados de Polonia, se aprovecharon de la tolerancia concedida a los menonitas en Holanda, para introducirse allí y establecerse bajo este nombre. Así que la mayor parte de los hombres instruidos que tornaban en Holanda o en otras partes el nombre de menonitas, fueron unos verdaderos socinianos, y esta es la causa por la que se hizo tan numerosa esta secta, y que la granjeó la protección de nuestros incrédulos modernos. (Mosheim, Hist. ecles. de siglo XVII, sect. 2, 2° part. c. 5; Hist. del socinianismo 11 part. c. 18 y sig.)
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