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miércoles, 6 de febrero de 2013

¿BAILE TERAPEUTICO?

 CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE 
 (11)  
 ¿BAILE TERAPEUTICO? 

OBJECION:  Tiene razón o yerra Cronin cuando habla así por boca de P. Chisholmen en las Llaves del Paraíso: «No podéis suprimir la Naturaleza. Si intentáis hacerlo será para mal vuestro. Es perfectamente natural que jóvenes, muchachos y muchachas se reúnan a bailar juntos. Es una introducción al cortejar y al matrimonio. No podéis mantener el sexo en una renunciación opaca como si fuesen cadáveres. De ir contra él se corre el riesgo de preferir las cosas ilícitas a las lícitas.» (A. D.—Imperia.)

     Una vez un conferencista lanzó esto: que en cierto bosque había un león con una cola de diez metros. «¡Imposible!» —gritó el público, burlándose de él. Y replicó: «¿Queréis, pues, que aquel león no tuviese cola?» «¡No!» Y así logró que le dieran la razón. Es el método clásico de afirmar excesivamente lo contrario para reconquistar terreno en la discusión.
     Cuando P. Chisholmen se opone a quien suprime la Naturaleza, a quien hace al sexo opaco a fuerza de renunciaciones y cadáver, a quien pone a los jóvenes en el peligro de preferir las cosas ilícitas a las lícitas, ¿quién puede negarle la razón? Pero todo esto no hace más que crear el equívoco. Se trata, en cambio de mortificar el egoísmo de las pasiones para hacer el sexo más esplendoroso en virtudes y más capaz de dar la vida; se trata de evitar hoy el peligro de pecar para preparar al más completo gozo lícito de mañana. Y es un pésimo sistema literario el esconder tras un montón de palabras la dolorosa realidad de la más segura experiencia.
     A saber: es dificilísimo que un joven vuelva de un baile moderno sin el alma manchada. Y es imposible que la costumbre de bailar no irrite la ya tan excitada esfera sexual de los jóvenes de hoy haciendo tanto más difícil la resistencia contra las caídas más humillantes.
     Estos son los hechos. Lo demás son palabras bonitas efectistas. Y en esas palabras se esconde el habitual olvido de la función elevadora de la renunciación después del pecado original.
     Por lo demás, el mismo P. Chísholmen descubre cándidamente el juego: Baile, «introducción al cortejar y al matrimonio».
     Exactísimo. Pero, ¡ojo! ¿Cortejar a quién? A esta o a aquella muchacha —hoy una, mañana otra— encontrada por casualidad en el baile. Por consiguiente, el cortejar «por juego», o sea el «juego del amor». La introducción al matrimonio vivida no con la futura compañera de la vida, sino con una cualquiera, por pura diversión. No la introducción al matrimonio, sino al amor libre. ¡Extraña introducción con personajes por completo diferentes de los del drama!
     Para dar así finalmente a la esposa —si se deciden a hacerla suya— un corazón quién sabe cuántas veces estrujado y vuelto a estrujar.
¿He respondido claro, queridísimo objetante imperial?

BIBLIOGRAFIA

San Francisco de Sales: La filotea, III, cap. 33; 
P. Palazzini: Danza, EC., IV, págs. 1212-16; 
P. Vuillemert: Les catholiques et les dances nouvelles, París, 1924.

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