Pbro. Dr. Joaquin Saenz Arriaga
Año 1971 (Página 12-18)
Bogotá, Colombia. Agosto 18-28 de 1968.
Alocución de Paulo VI en la que anunció su venida a Colombia para el Congreso Eucarístico Internacional
"Amadísimos hijos e hijas:
"Queremos anunciar en esta audiencia que, Dios mediante, iremos en el próximo agosto a Colombia para asistir a la conclusión del Congreso Eucarístico Internacional y para comenzar la Conferencia General del Episcopado de América Latina, lamentando sinceramente no poder aceptar las amables invitaciones que otros países de ese continente nos han hecho.
"¿Qué significado tienen los viajes del Papa? Quieren decir que los caminos del mundo están abiertos a su ministerio, son índice de una mayor circulación de caridad, ponen en evidencia la unidad y la catolicidad de la Iglesia.
"Con el viaje a Bogotá deseamos testimoniar, en forma inequívoca, la fe de toda la Iglesia en la triple virtud santificadora de la Eucaristía: memorial de la Pasión Redentora, prodigio real de la presencia sacramental de Cristo, promesa de su venida final.
"Y nos place que esta afirmación religiosa tenga lugar en la queridísima América Latina, donde la fe está despertando una gran caridad social y donde esperamos una creciente justicia civil y mayor prosperidad cristiana.
"Ya desde ahora alargamos al inmenso mundo latinoamericano la bendición apostólica, que a vosotros de todo corazón os otorgamos".
"Queremos anunciar en esta audiencia que, Dios mediante, iremos en el próximo agosto a Colombia para asistir a la conclusión del Congreso Eucarístico Internacional y para comenzar la Conferencia General del Episcopado de América Latina, lamentando sinceramente no poder aceptar las amables invitaciones que otros países de ese continente nos han hecho.
"¿Qué significado tienen los viajes del Papa? Quieren decir que los caminos del mundo están abiertos a su ministerio, son índice de una mayor circulación de caridad, ponen en evidencia la unidad y la catolicidad de la Iglesia.
"Con el viaje a Bogotá deseamos testimoniar, en forma inequívoca, la fe de toda la Iglesia en la triple virtud santificadora de la Eucaristía: memorial de la Pasión Redentora, prodigio real de la presencia sacramental de Cristo, promesa de su venida final.
"Y nos place que esta afirmación religiosa tenga lugar en la queridísima América Latina, donde la fe está despertando una gran caridad social y donde esperamos una creciente justicia civil y mayor prosperidad cristiana.
"Ya desde ahora alargamos al inmenso mundo latinoamericano la bendición apostólica, que a vosotros de todo corazón os otorgamos".
En esta alocución de Paulo VI, en la que anuncia Urbi et Orbi su decisión de volar hacia América Latina, para participar en el XXXIX Congreso Internacional Eucarístico, el Papa nos declara sus intenciones: además de los motivos generales de los viajes pontificios, que han caracterizado su pontificado (mostrar al mundo que todos los caminos están abiertos a su ministerio pastoral; intensificar la circulación de la caridad; y dar una evidencia de la unidad y catolicidad de la Iglesia); el Papa vino a Bogotá "a testimoniar la triple virtud santificadora de la Eucaristía: memorial de la Pasión Redentora, prodigio real de la presencia sacramental de Cristo, promesa de su venida final". Su Santidad, siguiendo los objetivos y las directrices de los anteriores Congresos Eucarísticos Internacionales, quería con su presencia y su palabra, intensificar en América Latina la vida eucarística, fuente indeficiente de toda santidad en la Iglesia, ya que por la Eucaristía llegan principalmente hasta nosotros los frutos preciosísimos de la Redención de Cristo. El proyectado Congreso de Bogotá, según estas palabras, parecía tener, pues, en la mente del Papa, una finalidad decididamente eucarística, no una finalidad social, ni política. Nos llama, sin embargo, la atención y, desde ahora debemos notarlo que el Papa no mencione el SACRIFICIO, sin el cual la Eucaristía no existiría en la Iglesia.
Las circunstancias, mencionadas por Su Santidad, de que "esta afirmación religiosa" tuviese lugar en la América Latina, en donde el Pontífice veía "una creciente justicia civil y mayor prosperidad cristiana", no parecen que pudieron cambiar la finalidad específica de estas reuniones internacionales, que siempre han sido una reafirmación solemne y pública de nuestras creencias eucarísticas, de los dogmas vitales de nuestra fe católica: Eucaristía Sacrificio, Eucaristía Sacramento y Eucaristía Presencia Real de Cristo en las especies consagradas.
Sin embargo, la designación del Cardenal Lercano, antiguo Arzobispo de Bolonia, como Legado Papal para el Congreso, hizo temer a muchos observadores, italianos y de otros países, que el magno acontecimiento iba a tener otra finalidad muy distinta de la que pregonaban los membretes y la propaganda que estaba circulando. Como el documento de John F. Kennedy sobre el establecimiento de la "ALIANZA PARA EL PROGRESO", firmado en Bogotá, fué la planeación solapada para establecer el "socialismo" en América Latina; y ese documento coincide casi literalmente con la "POPULARUM PROGRESSIO" de Paulo VI; así el Congreso Eucarístico Internacional podría ser el arranque, el movimiento inicial de esa continental revolución, que viniese a dar a todos los países latinoamericanos cambios audaces y rápidos de "estructuras", para sacarlos del subdesarrollo en que se hallaban.
Las circunstancias, mencionadas por Su Santidad, de que "esta afirmación religiosa" tuviese lugar en la América Latina, en donde el Pontífice veía "una creciente justicia civil y mayor prosperidad cristiana", no parecen que pudieron cambiar la finalidad específica de estas reuniones internacionales, que siempre han sido una reafirmación solemne y pública de nuestras creencias eucarísticas, de los dogmas vitales de nuestra fe católica: Eucaristía Sacrificio, Eucaristía Sacramento y Eucaristía Presencia Real de Cristo en las especies consagradas.
Sin embargo, la designación del Cardenal Lercano, antiguo Arzobispo de Bolonia, como Legado Papal para el Congreso, hizo temer a muchos observadores, italianos y de otros países, que el magno acontecimiento iba a tener otra finalidad muy distinta de la que pregonaban los membretes y la propaganda que estaba circulando. Como el documento de John F. Kennedy sobre el establecimiento de la "ALIANZA PARA EL PROGRESO", firmado en Bogotá, fué la planeación solapada para establecer el "socialismo" en América Latina; y ese documento coincide casi literalmente con la "POPULARUM PROGRESSIO" de Paulo VI; así el Congreso Eucarístico Internacional podría ser el arranque, el movimiento inicial de esa continental revolución, que viniese a dar a todos los países latinoamericanos cambios audaces y rápidos de "estructuras", para sacarlos del subdesarrollo en que se hallaban.
He aquí la carta del Papa al Cardenal Lercano:
"Eminentísimo Señor Cardenal
Giocomo Lercaro
Legado a Latere.
"Hemos querido confiarte la misión de representarnos en calidad de Legado al XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Bogotá, Colombia, el próximo mes de agosto, con la certeza de que aportarás a este Congreso, el primero después del Concilio, tu voz de maestro y tu ardor apostólico".
"Deseamos que la Iglesia pueda gozar aún durante largos años de tu preciosa experiencia, también en esta nueva fase de tu vida, rica en obras de doctrina y de experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral, ejercido con fidelidad. Tu nombramiento como Legado en Bogotá constituye una nueva confirmación publica de nuestros sentimientos y un signo de nuestra partícular deferencia".
"Eminentísimo Señor Cardenal
Giocomo Lercaro
Legado a Latere.
"Hemos querido confiarte la misión de representarnos en calidad de Legado al XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Bogotá, Colombia, el próximo mes de agosto, con la certeza de que aportarás a este Congreso, el primero después del Concilio, tu voz de maestro y tu ardor apostólico".
"Deseamos que la Iglesia pueda gozar aún durante largos años de tu preciosa experiencia, también en esta nueva fase de tu vida, rica en obras de doctrina y de experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral, ejercido con fidelidad. Tu nombramiento como Legado en Bogotá constituye una nueva confirmación publica de nuestros sentimientos y un signo de nuestra partícular deferencia".
Paulo VI.
Como Legado a Latere había, pues, sido nombrado el Cardenal "rojo", como mundialmente es conocido el antiguo Arzobispo de Bolonia. Su abierta simpatía o "cristiana comprensión" hacia el Comunismo, su democrático acercamiento a las clases desheredadas, su no siempre discreta colaboración con las actividades marxistas en su diócesis, la actividad desplegada para eliminar o suavizar los antiguos rigores y las intolerables condenaciones contra el marxismo ateo, habían convertido en uno de los máximos exponentes del "progresismo religioso", al Cardenal nombrado por Paulo VI como su Legado en Bogotá. Ni debe olvidarse la radical reforma litúrgica, que prácticamente ha borrado todos los antiguos ritos y ceremonias de la Iglesia preconciliar, para hacer posible, en el cambio completo, la eliminación de los prejuicios y la aceptación ferviente de las nuevas ideas y de la nueva religión: obra también de su Eminencia Giocomo Lercaro.
La carta del Papa, que hemos citado, no es tan sólo un nombramiento; su redacción rompe los moldes usados en estas ocasiones. El Papa designa como su Legado a Lercaro con la certeza de que aportará a este Congreso su voz de maestro y su ardor apostólico. Fuera de los méritos que el Cardenal tiene hechos en su amplísima apertura hacia el comunismo y de la liberalidad con que supo destruir los ritos venerables de muchos siglos, en los que la ciencia y la santidad de la Iglesia habían cristalizado, bajo la luz del Espíritu Santo, el culto católico, no conocemos otros méritos especiales, por los que su Eminencia merezca ser tan solemnemente proclamado maestro y apóstol de América Latina y del mundo entero. ¿Que aportación esperaba el Papa de la ciencia y de la actividad apostólica del antiguo Arzobispo de Bolonia?
Y como si todavía fueran pocos estos encomios, el Sumo Pontifice termina su carta haciendo votos porque la "Iglesia pueda gozar aún durante largos años" de la "preciosa experiencia" de Su Eminencia el Cardenal Lercaro, también en esta fase de su vida, "rica en obras de doctrina y de experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral, ejercido con fidelidad".
En tan magnífico elogio, Su Santidad reconoce que la edad avanzada no es impedimento para que los Cardenales, Obispos y sacerdotes puedan seguir prestando sus servicios a la Iglesia, a la causa de Dios y a la salvación de las almas, contradiciendo su política postconciliar y el famoso "Motu Proprio" sobre la edad de los cardenales. Y esto, que él afirmó del Cardenal Lercaro, podría con idéntica razón, aplicarlo a todos esos venerables prelados que, por el pecado imperdonable de su edad, han sido removidos de sus sedes, a pesar de la preciosa experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral. Para ellos, sin embargo, (Pastores destituidos, sin oficio ni beneficio, confiados a la caridad de los fieles, en su pobreza y en su vejez, que parecen ser el testimonio viviente de la Iglesia del pasado), no hubo un signo de la particular deferencia del Vicario de Cristo.
La carta del Papa, que hemos citado, no es tan sólo un nombramiento; su redacción rompe los moldes usados en estas ocasiones. El Papa designa como su Legado a Lercaro con la certeza de que aportará a este Congreso su voz de maestro y su ardor apostólico. Fuera de los méritos que el Cardenal tiene hechos en su amplísima apertura hacia el comunismo y de la liberalidad con que supo destruir los ritos venerables de muchos siglos, en los que la ciencia y la santidad de la Iglesia habían cristalizado, bajo la luz del Espíritu Santo, el culto católico, no conocemos otros méritos especiales, por los que su Eminencia merezca ser tan solemnemente proclamado maestro y apóstol de América Latina y del mundo entero. ¿Que aportación esperaba el Papa de la ciencia y de la actividad apostólica del antiguo Arzobispo de Bolonia?
Y como si todavía fueran pocos estos encomios, el Sumo Pontifice termina su carta haciendo votos porque la "Iglesia pueda gozar aún durante largos años" de la "preciosa experiencia" de Su Eminencia el Cardenal Lercaro, también en esta fase de su vida, "rica en obras de doctrina y de experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral, ejercido con fidelidad".
En tan magnífico elogio, Su Santidad reconoce que la edad avanzada no es impedimento para que los Cardenales, Obispos y sacerdotes puedan seguir prestando sus servicios a la Iglesia, a la causa de Dios y a la salvación de las almas, contradiciendo su política postconciliar y el famoso "Motu Proprio" sobre la edad de los cardenales. Y esto, que él afirmó del Cardenal Lercaro, podría con idéntica razón, aplicarlo a todos esos venerables prelados que, por el pecado imperdonable de su edad, han sido removidos de sus sedes, a pesar de la preciosa experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral. Para ellos, sin embargo, (Pastores destituidos, sin oficio ni beneficio, confiados a la caridad de los fieles, en su pobreza y en su vejez, que parecen ser el testimonio viviente de la Iglesia del pasado), no hubo un signo de la particular deferencia del Vicario de Cristo.
Maravillosa armonía del Estado y la Iglesia.
Una de las circunstancias que más llamaron la atención a muchos extranjeros, que asistieron al trigésimo nono Congreso Eucarístico Internacional, fué la completa colaboración y perfecta armonía, que las autoridades civiles brindaron a las autoridades eclesiásticas en la realización de este acontecimiento de proyecciones internacionales. Creo que no es exagerado afirmar que desde el Presidente de la República hasta el último soldado de Colombia estuvieron al servicio de los promotores y organizadores del Congreso.
Parecía paradógico, después de las opiniones maritenianas, que arrolladoramente han invadida a los eclesiásticos y a los mismos organismos episcopales, que ya no quieren concordatos, ni privilegios para la Iglesia, ni colaboración alguna con los gobiernos, para poder así, con un espíritu más independiente y más evangélico, desarrollar la obra apostólica de la Iglesia; parecía paradógico, digo, aquel espectáculo, en el que la púrpura cardenalicia, las sotanas vistosas de los Obispos y Monseñores, los hábitos de los religiosos, los vestidos "aggiornamentados" de las monjas y los uniformes de las alumnas y alumnos de los colegios católicos contrastaban y se mezclaban con los uniformes de los generales, de los soldados, de la policía y de los miembros encargados del tránsito. Al lado del Papa estaba el Presidente de la República; al lado de los Cardenales, los Ministros de Estado, los altos oficiales del ejercito colombiano. Y yo pensaba: ¿hubiera sido posible, sin esta unión, sin esta armonía, sin este respaldo, la celebracion del Congreso, la presencia de tantos miembros del Sacro Colegio de Cardenales, de tantos Obispos, de tantos religiosos, del mismo Papa? ¿Hubiera sido posible la visita y las declaraciones del M.R.P. Pedro Arrupe, S.J.? ¿Sin esas estructuras ya vetustas, que audazmente habían decretado demoler, hubieran podido los eclesiásticos de Colombia, los Venerables miembros del CELAM y todo el "progresismo" mundial haber tenido esa ocasión brillante para dar la señal de empezar el fuego en esa revolución pacífica que audazmente habían resuelto establecer en los pueblos de América?
La oligarquía dominante, la que muchos piensan que debe ser eliminada para el establecimiento del cristianismo auténtico, fué la que hizo factible y dió esplendor y seguridad a la celebración de ese Congreso, en un ambiente de inquietudes, en el que la sombra de Camilo Torres parecía reflejarse siniestramente sobre los Andes Colombianos. Los ricos explotadores fueron también los que, con sus generosos donativos, sufragaron los cuantiosos gastos que necesariamente exigieron la preparación, la organización y la realización de todos los actos del Congreso.
Para citar tan sólo un renglón de las cuantiosas erogaciones, que el Estado Colombiano tuvo que hacer para acondicionar debidamente al país para la recepción de tantos miles de personas, procedentes de diversas regiones y países, copio a continuación unas palabras del informe médico escritas por el Dr. Juan Mendoza Vega: "... El Congreso Eucarístico Internacional es para Bogotá y el país entero una emergencia de salud pública. ... El Ministerio de Salud Pública formó, desde enero pasado, un comité especial, encargado de prever, hasta donde la ciencia lo permite, las complicaciones sanitarias del Congreso Eucarístico Internacional, para tomar por anticipado los caminos de la prevención mas eficaz. El ministro en persona lo preside... y luego están los seis grandes grupos, cada uno con subdivisiones, que afrontan diez y nueve aspectos específicos del gran problema general, la salud... A partir de enero, todo el equipo empezó a realizar la planeación general de servicios...; se dedicaron luego algunas semanas a conseguir la financiación, y se reunieron así los diez millones de pesos que se han invertido, y gran parte de los cuales quedará -una vez terminado el CEI— como ambulancias, instrumental y otros elementos, que serán repartidos a hospitales de todo el país..."
Ahora bien, teniendo en cuenta esta incansable participación, este completo respaldo que las autoridades colombianas ofrecieron constantemente a la jerarquía, al clero y a los organizadores laicos del Congreso, vuelvo a preguntar: ¿hubiera sido posible, sin esta ayuda, la planificación y la ejecución del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional? Si el Gobierno y los ricos de Colombia no hubieran aportado su generosa contribución económica, ¿hubieran podido pensar siquiera el Papa y la Jerarquía en un proyecto de tal envergadura?
Parecía paradógico, después de las opiniones maritenianas, que arrolladoramente han invadida a los eclesiásticos y a los mismos organismos episcopales, que ya no quieren concordatos, ni privilegios para la Iglesia, ni colaboración alguna con los gobiernos, para poder así, con un espíritu más independiente y más evangélico, desarrollar la obra apostólica de la Iglesia; parecía paradógico, digo, aquel espectáculo, en el que la púrpura cardenalicia, las sotanas vistosas de los Obispos y Monseñores, los hábitos de los religiosos, los vestidos "aggiornamentados" de las monjas y los uniformes de las alumnas y alumnos de los colegios católicos contrastaban y se mezclaban con los uniformes de los generales, de los soldados, de la policía y de los miembros encargados del tránsito. Al lado del Papa estaba el Presidente de la República; al lado de los Cardenales, los Ministros de Estado, los altos oficiales del ejercito colombiano. Y yo pensaba: ¿hubiera sido posible, sin esta unión, sin esta armonía, sin este respaldo, la celebracion del Congreso, la presencia de tantos miembros del Sacro Colegio de Cardenales, de tantos Obispos, de tantos religiosos, del mismo Papa? ¿Hubiera sido posible la visita y las declaraciones del M.R.P. Pedro Arrupe, S.J.? ¿Sin esas estructuras ya vetustas, que audazmente habían decretado demoler, hubieran podido los eclesiásticos de Colombia, los Venerables miembros del CELAM y todo el "progresismo" mundial haber tenido esa ocasión brillante para dar la señal de empezar el fuego en esa revolución pacífica que audazmente habían resuelto establecer en los pueblos de América?
La oligarquía dominante, la que muchos piensan que debe ser eliminada para el establecimiento del cristianismo auténtico, fué la que hizo factible y dió esplendor y seguridad a la celebración de ese Congreso, en un ambiente de inquietudes, en el que la sombra de Camilo Torres parecía reflejarse siniestramente sobre los Andes Colombianos. Los ricos explotadores fueron también los que, con sus generosos donativos, sufragaron los cuantiosos gastos que necesariamente exigieron la preparación, la organización y la realización de todos los actos del Congreso.
Para citar tan sólo un renglón de las cuantiosas erogaciones, que el Estado Colombiano tuvo que hacer para acondicionar debidamente al país para la recepción de tantos miles de personas, procedentes de diversas regiones y países, copio a continuación unas palabras del informe médico escritas por el Dr. Juan Mendoza Vega: "... El Congreso Eucarístico Internacional es para Bogotá y el país entero una emergencia de salud pública. ... El Ministerio de Salud Pública formó, desde enero pasado, un comité especial, encargado de prever, hasta donde la ciencia lo permite, las complicaciones sanitarias del Congreso Eucarístico Internacional, para tomar por anticipado los caminos de la prevención mas eficaz. El ministro en persona lo preside... y luego están los seis grandes grupos, cada uno con subdivisiones, que afrontan diez y nueve aspectos específicos del gran problema general, la salud... A partir de enero, todo el equipo empezó a realizar la planeación general de servicios...; se dedicaron luego algunas semanas a conseguir la financiación, y se reunieron así los diez millones de pesos que se han invertido, y gran parte de los cuales quedará -una vez terminado el CEI— como ambulancias, instrumental y otros elementos, que serán repartidos a hospitales de todo el país..."
Ahora bien, teniendo en cuenta esta incansable participación, este completo respaldo que las autoridades colombianas ofrecieron constantemente a la jerarquía, al clero y a los organizadores laicos del Congreso, vuelvo a preguntar: ¿hubiera sido posible, sin esta ayuda, la planificación y la ejecución del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional? Si el Gobierno y los ricos de Colombia no hubieran aportado su generosa contribución económica, ¿hubieran podido pensar siquiera el Papa y la Jerarquía en un proyecto de tal envergadura?
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