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miércoles, 6 de febrero de 2013

La Santísima Virgen en la distribución de las gracias, adquiridas en el Calvario

En el que la cooperación universal de la Santísima Virgen en la distribución de las gracias, adquiridas en el Calvario, se confirma por el testimonio de la Liturgia, de los Padres, de los Doctores y Pontífices, tanto en Oriente como en Occidente.

     I. Al testimonio de la Escritura se añade el de la Santa Iglesia, expresado por sus oraciones litúrgicas, por sus Padres y Doctores. Decidnos, si podéis, ¿cuándo esta Esposa de Cristo ha creído que debía prescindir en las oraciones que dirige a su Esposo de la intercesión de María? ¿Qué género de gracias pide sin emplear para conseguirlas el patrocinio de esta Divina Madre? ¿En qué época de su vida, en qué circunstancias ha olvidado el mirarla como intermediaria y mediadora cerca del Mediador?
     En vano hemos recorrido su Liturgia, bajo las diferentes formas que ha revestido durante el curso de los tiempos, para comprobar en ella semejante olvido. Siempre y en todas partes la Iglesia, por medio de sus himnos y de sus oraciones, tanto en el más augusto de los misterios como en las otras partes de su culto, atestigua prácticamente la gran verdad que queremos dejar bien asentada. Muchas veces se presentará la ocasión de comprobarlo, y no es necesario aducir aquí los textos. Hállase el resumen de ellos en esta oración de un Oficio recientemente concedido por la Santa Sede: "Señor, Dios todopoderoso, que habéis querido que lo recibamos todo por intercesión de la Madre de vuestro Hijo, dadnos, por la mediación de esta gran Madre, etc.".
     "Domine Deus omnipotens qui per immaculatam Genitricem Filii tui omnia nos habere voluisti, da nobis, tantae matris auxilio, etc." Postcom. Manifest. ImmacuL. M. a sacro numismate (27 nov.). Ya en la Secreta de la Misa de la Asunción, María se nos representaba subiendo al cielo para orar allí por nosotros, así como Nuestro Señor mismo había ascendido ad interpellandum pro nobis

     Ahora bien; esta frase, así introducida en la Liturgia, se la puede hallar reproducida, con muchas otras de parecida significación, a través de los escritos de los Doctores y de los Padres, así en Oriente como en Occidente. Al final del Libro siguiente trataremos de exprimir su significado para hacer brotar cuanto encierra. Ahora, lo que se trata de probar es que, hablando en general, la Santísima Virgen tiene el cargo de mediadora universal, cargo secundario, es cierto, pero incontestable, en la dispensación de las gracias. La misma proposición, expresada en estos términos o en otros equivalentes: Todo por María, todo bien por María, ha llegado a ser, podemos afirmarlo con seguridad, como un lugar común en los autores ascéticos, al menos desde San Bernardo, que lo modeló en esa fórmula, a la vez tan breve y tan compendiosa, que todos los siglos repiten tras él.
     Escuchad a este gran servidor de la Reina del cielo. La inteligencia que adquiramos de su pensamiento nos hará comprender mejor el pensamiento general. La ha consignado con más claridad en el sermón de la Natividad de la Santísima Virgen, generalmente titulado Del Acueducto.
     Después de haber presentado a Cristo Jesús como el manantial de la vida, que desde la Ciudad de Dios se ha desviado hacia nosotros para darnos a beber de sus aguas: "El Acueducto está lleno —prosigue— a fin de que se tome de su misma plenitud. Ya habréis comprendido, si no me engaño, cuál es este acueducto que, yendo a buscar en el corazón del Padre la plenitud del manantial, la ha puesto a nuestro alcance, si no como es en sí misma, a lo menos en la medida en que podíamos recibirla, pues sabéis a quién ha sido dicho: "Salve, llena de gracias..." Si durante tantos siglos los arroyos de la gracia han corrido con tanta parsimonia sobre el género humano, es porque el precioso acueducto de que hablamos aún no existía... (
Y, sin embargo, ya lo diremos más adelante, la gracia que nunca faltó al género humano, aun antes de la venida de Cristo y de la existencia de su Madre, era también distribuida dependientemente del uno y de la otra).
     "Considera, ¡oh, hombre!, el plan de Dios y reconoce en él el designio de la sabiduría, el designio de la bondad. Antes de cubrir la era del celestial rocío, comienza por impregnar de él al vellocino. Queriendo rescatar al género humano, pone todo su rescate en María..." Omitamos una parte de la página siguiente, porque la hemos dado en otro lugar. "Pero —dice el Santo— es preciso ahondar en el misterio y considerar con cuánto ardor de afecto quiere Dios que honremos a esta Virgen, ya que en ella ha puesto la plenitud de todo bien. Por consiguiente, todo cuanto hay en nosotros de esperanza, lo que hay de gracia y de salud, todo, repito, no lo dudemos, nos viene de Aquella que se eleva al cielo, inundada de delicias (
Palabras adoptadas por el Breviario Romano en la fiesta de María Auxiliadora, 24 de mayo, 7 lección).
     "Si, ciertamente, Ella es un jardín de delicias que el viento del Austro divino no sólo ha acariciado una vez con su aliento, sino que sobre él ha tornado con su cálido y fecundo hálito, a fin de que de él brotaran continuamente en abundancia los más gratos perfumes, quiero decir las riquezas de la gracia (
Can., IV, 6). Quitad esa mole solar que ilumina al mundo. ¿Dónde estaría el día? Quitad a María, esa Estrella del Mar, del vasto y dilatado mar del mundo. ¿Qué quedaría sino una inmensa niebla, la sombra de la muerte, y las más espesas tinieblas? Así, pues, con toda la ternura de nuestros corazones, con toda nuestra potencia afectiva, con nuestros más ardientes votos, honremos y veneremos a María: tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo tengamos por María: sic est voluntas eius qui totum nos habere voluit per Mariam. Tal es, repito, su voluntad, pero una voluntad que cede toda en nuestra ventaja" (San Bernard., de Aquaeductu. n, i, sqq. P. I... CLXXXIII, 440, sq. El santo dice en otra parte, en términos iguales: Nihil nos Deus habere voluit, quod per Mariae manus non transiret, "Dios ha querido que no tengamos nada eme no pase por las manos de María." Serm. vro Vigil. Nativ. Dom.., 3. n. 10, P. L„ CLXXXIII, 100).
     Nosotros tenemos, en verdad, todos los bienes por María, por este solo hecho de que Ella nos haya dado al autor de la gracia, Jesucristo, nuestro Redentor. Pero no está ahí sólo todo el pensamiento de San Bernardo. Lo que él quiere sobre todo enseñarnos aquí, es el oficio universal de esta divina Madre en la distribución de las gracias. Para convencerse de ello, basta leer las siguientes palabras del mismo texto: "Ella se apresura siempre y en todas partes a asistirnos en nuestras miserias, a consolarnos en nuestros temores, reavivando nuestra fe, afianzando nuestra esperanza, desvaneciendo la desconfianza, alentando la pusilanimidad. No os atrevéis a acercaros al Padre. Temblando al eco solo de su voz, os refugiáis entre la fronda. Os ha dado su Hijo como Mediador... Mas quizá en Jesús teméis la majestad divina, porque aunque se ha hecho hombre, no ha dejado de ser Dios. ¿Quisierais un abogado cerca de El? Recurrid a María. En María está la naturaleza pura, no solamente pura de toda mancha, sino exenta de toda otra naturaleza que no sea la vuestra. Lo digo sin vacilar: Ella también será escuchada, por la consideración que merece. El Hijo escuchará a la Madre, el Padre escuchará al Hijo. Hijitos míos, he aquí la escala de los pecadores, he aquí mi esperanza más firme, he aquí toda la razón de mi confianza. Porque, al cabo, ¿puede el Hijo dar o recibir una repulsa? ¿Es posible que el Hijo no atienda, o que El mismo no sea atendido? Ni una cosa ni otra, seguramente. Habéis, dice el Angel, hallado gracia delante de Dios. ¡Oh, dicha! Ella siempre hallará gracia, y nosotros sólo necesitamos de la gracia... ¡Ah! Busquemos la gracia, busquémosla por medio de María, porque lo que Ella busca, lo encuentra indefectiblemente" (
San Bernardo, de Acpiaeductu). Aunque esta cita parece larga, no la hemos abreviado sin sentimiento, tan a propósito es para poner en evidencia, juntamente con el pensamiento de San Bernardo, esta idea tan gloriosa para María, que, en el orden de la Redención y en el orden de la aplicación de los méritos de Jesucristo, todo nos viene por su mediación: Sic est voluntas Eius qui totum nos habere voluit per Mariam. Ahora bien; y una vez más el axioma formulado por el santo abad de Claraval ha sido recogido y repetido por los maestros de la ciencia sagrada que le han sucedido desde el siglo XII hasta nuestros días.


     II. ¿Queréis las pruebas? Escuchad estos textos escogidos entre mil. He aquí primero un autor bastante próximo a los tiempos ilustrados por San Bernardo: "Considerad, mis muy amados, que María es la soberana de los hombres en este mundo. De Ella es de quien está escrito en el libro de los Salmos: "Como los ojos de la sierva están fijos en las manos de su ama..." (Psalm., CXXII, 2). La sierva de María, nuestra Señora, es toda alma fiel; mejor dicho, es la Iglesia entera. Los ojos de la sierva deben estar siempre fijos en las manos de su ama, porque debemos siempre poner nuestras miradas en las manos de María, ya sea para recibir el bien, ya sea para ofrecer a Dios por ellas todas nuestras buenas obras. En efecto, de manos de esta Ama muy querida es de donde recibimos todo el bien que hay en nosotros; sean testimonio estas palabras de San Bernardo: Dios no ha querido darnos nada que no pasara por las manos de María".     Speculum 11. M. V., sect. 3. Opp. S. Bonavent., t. XIV, pp. 240 y sigs. (ed. Vives). Ya hemos dicho cómo la critica disputa a San Buenaventura la paternidad de esta obra: lo que. por otra parte, nada le quita ni de su antigüedad, ni de su mérito. Hay las mismas ideas en un sermón atribuido, como el Speculum, a San Buenaventura, y de una autenticidad igualmente dudosa. Se halla este último texto en el tomo de nuestra primera parte, 1. VII, c. 4, p. 438 y sigs. El pensamiento de San Bernardo se encuentra de nuevo en el libro titulado De la Corona de la Virgen, c. 15, P. L., XCVI, 304. "Todos los bienes Que la Majestad Soberana determina comunicar al mundo los ha depositado en vuestras manos. Así Dios os ha confiado los tesoros de la sabiduría, las joyas de los carismas, las bellezas de las virtudes, todos los ornamentos de la gracia. Cuando los sembráis en nosotros, nuestra esterilidad se vuelve fecunda." San Ildefonso no ha podido escribir este libro, aunque se le atribuya, porque contiene fragmentos de San Bernardo, y porque el estilo es del siglo XII. Si lo hemos citado, como los textos precedentes, es porque demuestra cuan generalmente esparcida estaba la fórmula del gran abad de Claraval y la doctrina que expresa, desde el duodécimo, décimotercero y décimocuarto siglos. 
     Después del autor del Espejo de la Virgen María, consultemos al piadoso sabio Dionisio de Cartujano. He aquí cómo termina una magnífica descripción de la dignidad preeminente y de los privilegios inherentes a la maternidad de María:
     "En fin, el Rey Mesías, Cristo Nuestro Señor, celoso de ensalzar a su propia Madre y de honrarla sin medida, la ha constituido mediadora entre El, el Juez, y nosotros, los culpables. La ha puesto junto a Sí, para que sea nuestra Abogada; le ha confiado la Iglesia militante y sometido todo el ejército de los elegidos, de suerte que nada no es dado si no es por Ella. Por tanto, si somos escuchados, si nos vienen indulgencias y gracias, sepámoslo bien, todo nos viene por María; entre sus manos está nuestra salvación" (L. de via et fine solitar., a 7). La alusión en este texto a las palabras de San Bernardo es evidente. Estas mismas hizo suyas el canciller Gerson, refiriéndolas a su autor: "Vos, ¡oh Madre de gracia, Virgen incomparable; Vos, por las manos de quien, según atestigua San Bernardo, nos es dado por Dios todo cuanto nos es dado; Vos, rica en misericordias para con aquellos que os invocan, os rogamos saludándoos, y os saludamos al rogaros" (
Gerson, Serm. in Coena Domini. sub initio. Opuse, t. II, p. 196).
     Ya hemos oído a San Bernardino de Sena; pero, puesto que no ha temido repetirse, no temamos nosotros escucharle de nuevo. Hablando de las estrellas que coronan la frente de la Virgen, "la cuarta, dice, es la dispensación. A partir de la hora en que concibió en sus entrañas al Verbo de Dios, obtuvo, por decirlo así, una cierta jurisdicción, una cierta autoridad sobre toda procesión temporal del Espíritu Santo; en tal forma, que no se reciben las gracias de Dios sino por su intervención. Por lo cual el devotísimo Bernardo ha dicho: Ninguna gracia viene del cielo a la tierra que no pase por manos de María" (
San Bernardin. Sen., Serm. de Nativ. B. M. V.. 5. a. un., c. 8. Opuse, t. V, p. 196).
     Recordáis, sin duda, a aquel a quien se designaba con el nombre del Sabio Idiota, antes de que el P. Teófilo Raynaud hubiera descubierto su verdadero nombre, que es el de Ramón Jordán. El también repite el axioma de San Bernardo: "Vos sois, ¡oh, Señora nuestra!, la dispensadora de las gracias divinas: nada nos es concedido por vuestro. Hijo que no haya pasado por vuestras manos"
(Raimundo Jordán, Contempl. de B. M. V., p. IV, contempl. 14, de dilect. V. Mariae).
     La misma afirmación general se encuentra en el libro de las Alabanzas de la bienaventurada María, compuesto por Ricardo de San Lorenzo. Habiendo explicado refiriéndoles a la Madre de Dios varios textos en que el escritor sagrado hace el más espléndido elogio de la divina Sabiduría, llega a este versículo: "Todos los bienes me han venido con ella" (Sap. VII, 11). "Lo cual, dice, es preciso entenderlo principalmente de los bienes de la gracia, que son los verdaderos bienes. Ellos nos vienen de la inagotable largueza de Dios, que hace pasar por manos de María todo el bien que otorga a sus criaturas" (
Le Laud. B. M.. 1. II, c. 3. Opp. Alberti M., t. XX, p. 61). Por otra parte, el piadoso autor habla de la dispensación de las gracias, y no solamente de su primera adquisición, porque añade: "Por lo cual es necesario dedicarse a conocer a María, porque el que la conozca la amará, y quien la ame recibirá de su Hijo, por su mediación, ipsa mediante, todos los bienes necesarios al presente, y en el futuro, la vida eterna, de la cual las gracias y virtudes son las arras y la prenda" (De Laud. B. M.). El mismo axioma en San Antonio de Florencia: "Es por María por la que toda gracia venida del cielo baja sobre la tierra" (Summ., p. IV. tit. 15, c. 20, $ 12).

     Adán de Perseigne expresa al mismo tiempo la idea de que María nos ha dado toda gracia al darnos al Autor de la gracia, y la idea de que, en su aplicación, toda gracia nos viene también por intercesión suya. "Como está llena de gracia, como de toda ella rebosan las delicias de la misericordia, no hay gracia alguna que su parto no nos traiga. Es nuestra esta Virgen y nuestros son todos los misterios celestiales que en Ella se operan. Eh, pues, soberanamente peligroso el separarse, aunque no sea más que un instante, de Aquella a quien están confiadas todas las delicias de nuestrar suavidad, de Aquella en quien están reservadas para uso nuestro las riquezas de la salvación, la sabiduría y la ciencia de los Santos" (Fragmenta Mariana, fragm. 7 P. L. CCXI, p. 754), y después: "¡Oh, salvación asegurada! ¡Oh!, compendio de la vida! ¡Oh, esperanza única nuestra de perdón! ¡Oh, suavidad singular! Vos lo sois todo para mí, única Reina mía; en Vos está depositada la plenitud de todos los bienes... ¿Tenéis necesidad de misericordia? La hallaréis en sus entrañas virginales. ¿Buscáis la paz?, etc., etc." (idem). Enumeración que manifiestamente se refiere a la distribución de las gracias.
     ¿Queréis aún otro autorizado testimonio, procedente de la Iglesia latina? Es un texto del bienaventurado Alberto el Magno. No es extraño a la ley formulada por San Bernardo, puesto que sigue puntualmente el extracto de un sermón, en el que nuestro Santo ha celebrado con gran elocuencia la eficacia universal de las intercesiones de María, considerada bajo el nombre de Estrella (Hom. 2 super Missus est, P. L. CLXXXIII). "Y el nombre de la Virgen era María. María, según las diversas interpretaciones, significa Soberana, Estrella del Mar, Iluminada, Iluminadora... Soberana: ¿acaso no es Ella la Señora y Dueña de todo aquello de que Dios es Dueño y Señor?... Luminosa, Iluminadora, porque recibe inmediatamente las iluminaciones divinas y todos los favores del cielo son universalmente distribuidos por Ella, ipsa omnium bonitatum universaliter distributiva. Estrella del Mar, porque es y será siempre la plenitud de todas las gracias de la vida presente" (Quaest super Missus est, q. 29). Si este texto no parece bastante claro, he aquí otro que no permite vacilación alguna. El bienaventurado Alberto trata de la plenitud de las gracias en María. Señala, entre otras plenitudes, "la que recibe únicamente para dar, y es la plenitud, porque todas las gracias, en cuanto a su número (es decir, sin exceptuar ninguna), pasan por sus manos. Y he aquí por que se dice en el Libro del Eclesiástico: "Yo soy como el canal del río, y como el acueducto que sale del Paraíso de Dios" (Eccl. XXIV, 41); es decir, de las delicias de la divina misericordia (ibid. q. 164, p. 116). Viene en seguida una alusión muy expresiva a la fórmula de San Bernardo y la aplicación hecha a María de las palabras de la Sabiduría: "Todos los bienes me vinieron con Ella y he recibido de sus manos una riqueza incalculable".
     La Edad Media ofrecía muchos más testigos a quien se tomara el tiempo preciso para interrogar a los ascetas y a los predicadores. He aquí, por ejemplo, al franciscano Bernardino de Busti diciendo de María: "Dios la ha amado tanto, que no ha querido hacernos beneficio alguno que no pase por sus manos. Ahora bien; ella no es avara, sino liberal y generosa. Dios la ha constituido su tesorera y la dispensadora de sus gracias." Marial parte III, de nomine Mariae, serm. 2.

     Ved aquí también a Pelbart de Themeswar: que repite, después de San Bernardino de Sena: Que a partir del momento en que la Virgen concibió al Verbo de Dios, tuvo una suerte de jurisdicción sobre todas las procesiones temporales del Espíritu Santo, de suerte que ninguna criatura recibe virtud o gracia, cualquiera que sea. del Espíritu Santo, de que Ella no sea la dispensadora. Y no temo decir —añade— que... del seno de esta Virgen como de un océano de la Divinidad, salen todon los arroyuelos y los ríos de todas las gracias... Asi, pues, el manantial de toda gracia está en ella, a fin de que la invoquemos en todas nuestras necesidades.. porque es Ella la dispensadora de toda gracia" (Stellarii, I. II p 21 Ved, asimismo, a Cornelio de Luckis, que proclama a María "tesorera de las gracias divinas, porque ha sido del agrado de Dios el darnos todo por sus manos, y nada sin ella" (Rosarium, serm. 4).
     Por ahora no miremos lo que haya a veces de exagerado en las expresiones, y no tomemos mas que el pensamiento que quieren poner de relieve; es siempre la idea formulada por San Bernardo, con menos mesura, tal vez, pero sin la menor vacilación : tan natural y verdadera parece.

     Omitimos una multitud de testimonios para detenernos en un texto de León XIII. Con él ha cerrado su Carta Encíclica Iucunda semper, sobre el Rosario de María: "Venerables hermanos, dice el Pontífice a sus cooperadores en el Episcopado, que Dios, que nos ha dado, en su bondad misericordiosa, tal Mediadora, y que ha querido que todo lo recibamos por María, se digne por su intercesión y su favor escuchar nuestros comunes votos...' Y para que nadie se llame a engaño sobre la fuente de donde ha sacado esta fórmula, León XIII tiene cuidado de señalar a San Bernardo con una cita expresa. Por otra parte, había, en el curso de la misma Encíclica, copiado otras palabras análogas, extraídas de un sermón de San Bernardino de Sena, pero escritas por este último bajo la influencia del santo abad de Claraval: "Toda gracia comunicada a este siglo viene a él por un triple proceso: de Dios a Cristo, de Cristo a la Virgen y de la Virgen a nosotros."
     Ahora bien; León XIII, al hablar así de María, no hacía más que seguir el ejemplo de su glorioso predecesor, porque Pío IX, escribiendo desde Gaeta a los obispos del mundo católico para preguntarles cuáles eran sus sentimientos y los de todas sus Iglesias con respecto a la Inmaculada Concepción, les decía: "Vosotros bien sabéis, venerables hermanos, que toda nuestra confianza reposa en la Santísima Virgen, porque Dios ha puesto en Ella la plenitud del bien. Sepámoslo, pues, que todo cuanto hay en nosotros de esperanza, todo cuanto hay de gracia y de salud emana de Ella... Tal es la voluntad del que quiso que todo lo tuviésemos por María" (
Ubi primam, data Caietae. 2 feb. 1849). Constantemente, por otra parte, Pío IX, así en sus Encíclicas como en sus Alocuciones, expresa este pensamiento, que la bienaventurada Virgen es Madre de todos nosotros, una Madre amantísima, una Madre que puede obtenerlo todo, que encuentra cuanto busca, y no cabría que fuese desatendida en su oración (Allocut. 20 abril 1849, 20 dic. 1867, Encícl. Nostis nobiscum. 8 dic. 1849 y Quanta cura. 8 dic. 1864).


     III. Y no creamos que sean sólo los Escritores y Padres de la Iglesia latina los que emplean este lenguaje. El Oriente nos ofrecería una multitud de testimonios tan claros como los anteriores y no menos explícitos. Recordemos como memorial dos categorías de textos que reaparecen a cada instante en las homilías de los Padres. Hemos hecho frecuentes citas de la primera al principio del segundo libro (II parte, I. II. c. 1). Por vos, dicen a la Madre de Dios, por vos..., enumerando detalladamente con San Cirilo de Alejandría todos los frutos pasados y presentes de la Redención. La segunda categoría comprende las brillantes series de Ave por las cuales se terminan gran número de sus sermones en honor de María. Tiempo llegará de que hablemos de ello con más detenimiento. Lo que importa anotar aquí es que no hay don alguno de la gracia, concedido por la divina misericordia, que no sea en ellos atribuido a la Madre de Dios. No negamos que nuestros doctores tienen a menudo ante la vista al don mismo del principio de la gracia, principio en el cual todo lo hemos recibido; mas también vemos en sus mismos textos o por sus contextos que hacen depender la actual dispensación de las gracias de la asistencia y del poder imperativo de María. "¡Oh, Virgen!; ¡oh, Madre de Dios!; vuestra intercesión es tan poderosa, que para obtener la salvación, no necesitan otros intercesores ante Dios que Vos... Nadie, ¡oh, Santísima!, será salvo sino por Vos... Nadie, ¡oh, inmaculada!, es libre del mal sino por Vos... Nadie, ¡oh, Purísima!, hay que reciba los dones de Dios sino por Vos. Nadie, ¡oh, Exaltadísima!, hay a quien la bondad divina conceda sus gracias, si no es por Vos" (27).     San Germán, Const., hom. in S. M. Zonam, n. 5. P. G.. XCVIII, 380, 381. Item, In Praesentat. SS. Deip., n. 19, ibid-, p. 308. Cf. S. Joan. Damasc., S. Andrés Cret., passim.
     Sobre todo cuando hablan de la gloriosa Asunción de María, es cuando los Padres de Oriente celebran esta universal y perpetua mediación. Si la Virgen ha subido al cielo, si ha sido admitida con más intimidad que otra alguna persona al beso del Señor, es para que interceda más constante y poderosamente en favor de sus hijos desterrados. Quizá no haya discurso alguno sobre la Dormición y la glorificación de la Madre de Dios en que esta idea no aparezca en una u otra forma.
     ¿Queréis algunos ejemplos? Leed este pasaje de Juan, arzobispo de Eucaita, en el Asia Menor: "Ella sube a la morada de la paz eterna; mas no debe creerse que nuestros intereses le vayan a resultar ahora desgraciada tierra... Por Ella tenemos el ser, el movimiento y la vida (
II corr., V, 8). Por Ella morimos con la confianza de encontrar la bienaventuranza después de nuestro tránsito, y, para decirlo de una vez, todo lo que hay de feliz para nosotros en la vida presente y en la vida futura, todo, digo, nos viene por Ella, porque en todo tiempo y de todas maneras Ella nos torna propicios así al Hijo como al Padre de las misericordias, de suerte que nos consigue y nos conseguirá de El todos los bienes; tan inextinguible es en Ella la sed de hacernos bien. Así, pues, os saludamos, ¡oh, Soberana nuestra; así os glorificaremos a la hora de vuestra partida, porque habéis sido benemérita de nuestra naturaleza, pues nos habéis traído la salvación a todos, habéis engendrado nuestra vida, habéis derramado la alegría sobre nuestra miserable raza. Benditos sean los dones de que nos habéis enriquecido; benditas tantas gracias de las que hemos sido gloriosamente coronados por vuestra mediación. Desde ahora, ya no estamos bajo la sentencia de condenación que pesaba sobre nuestros primeros padres; no somos ya malditos entregados a la corrupción; de ahora en adelante, la muerte ha perdido su imperio. Y todo esto es gracias a Vos, por Vos y por medio de Vos, si lo tenemos. Per te, propter te, et ex te ista omnia... Os habéis colocado como mediadora entre el cielo y la tierra y lo habéis mejorado todo por maravillosa manera" (Joann. Euchait, arch.. Serm. in S. Deip. Dormit., n. 32, 33, P. G., CXX 1109, 1112).
     Texto tanto más notable cuanto que distingue con nitidez las dos partes que tiene María en la obra de nuestra salvación: la que le corresponde en la adquisición de la gracia, como Madre del Salvador y su asociada en el sacrificio de la Cruz, y la que tiene como abogada cerca de Dios perpetuamente. Los distingue, decimos, para asegurarnos que por una y otra función de su ministerio la Virgen purísima es para nosotros canal universal de las gracias.
     Leed también este elocuente apostrofe de San Andrés Cretense a la Virgen moribunda:
     "Toda la creación está llena de vuestra gloria. La suavísima esencia de vuestros perfumes lo ha santificado todo. Por Vos ha perdido su aguijón el pecado; por Vos se cambia en alborozo la maldición que pesa sobre nuestro primer padre; por Vos los ángeles cantan con nosotros: "Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra..." Partid, pues, partid en paz; dejad esta morada terrena para ir a hacer propicio a Dios para con nosotros, sus criaturas. Viviendo entre nosotros no estabais poseída sino por una mínima parte de nuestra tierra. Ahora que subís a los cielos, el mundo entero os abrazará como su universal propiciatoria" (
Serm. 3 in Dormit. B. M. V., P. G., XCVII, 1100).
     "Y ahora la Madre de Dios, Reina y Soberana del Universo, que ya es para siempre inmortal, tiende hacia el Señor aquellas manos corporales que llevaron a Dios... Paloma dulcísima, levantada en vuelo inefable hacia la región de lo alto, no cesa por eso de proteger nuestras bajas regiones. Desde la altura de los cielos pone en fuga a los demonios, porque es allí nuestra constante mediadora cerca de Dios" (
San Theodor. Studit, Orat. in Dormit. SS. Deiparae, P. G., XCIX, 720).
     San Juan Damasceno comparaba la muerte de la Santísima Virgen a un eclipse de sol. Aun cuando esté algún tiempo velado para nosotros por la interposición de la luna, el astro del día no ha perdido su luz, y pronto reaparecerá en todo su esplendor, inundando al mundo con sus rayos. Así ocurre con la Dormición de la Virgen Inmaculada: "Manantial de la luz verdadera, tesoro inagotable de vida, fuente caudalosa de bendición. Vos nos habéis traído todos los bienes, y heos ahí oculta ahora durante algunos días por las sombras de la muerte. Mas ésta no puede guardaros bajo de su imperio, y Vos derramaréis perpetuamente sobre el mundo los puros, inmortales y siempre inagotables rayos de la luz y de la vida, los ríos de la gracia, el manantial de las curaciones y de las bendiciones celestiales" (
San Joan. Damasc., Hom. in Dormit. Deip. Virg., a. 10, P. G., XCVI, 716. Cf. Georg. Nicom., Or in SS. Deip. ingressum, P. G., C. 1437 y sigs.).     Estos textos, a los cuales sería fácil añadir otros muchos, prueban con holgura que la fórmula empleada por San Bernardo y llegada a ser clásica después de él, no era, a lo menos en substancia, ignorada por los Padres griegos.
     Los libros litúrgicos son de ello nueva demostración; sirven de prueba estos fragmentos tomados de las Meneas: "¡Oh, Vos, que habéis llevado en vuestros brazos a Cristo, que lleva todas las cosas por un solo acto de su voluntad, ofrecedle vuestras poderosas oraciones para que me libre de las manos de mis enemigos y me encierre entre los brazos de su divina misericordia" (
Ex Men., S. Joseph. Conf. od. 9, 17 feb. de S. Archippo. in Claus. Pietas Mariana, Graec. .., P. I.. n. 230).
     "Lejos de olvidarnos, ahora que reina en el cielo, la Virgen Madre extiende suplicante sus manos divinas hacia el Criador que ellas llevaron" (
Ex Mens.. S. Theophan., 13 feb., post. od. 3, de S. Martininav., Pietas Mariana..., P. I.. n. 230).
     Y en otro lugar: "Ofrezcamos nuestras aclamaciones a la purísima y santísima Virgen María; porque de ella y por ella corren sobre nosotros, más allá de cuanto puede concebirse, las gracias celestiales: ella es el torrente de la bondad divina" (
Ex Men., S. Theophan., 17 enero, od. 21 de S. Antón, in Claus. Pietas, etc., n. 114).     No es necesario decir que las Iglesias orientales, no menos que la Iglesia latina, al referir a María todos los bienes espirituales que concurren a la santificación de los hombres, no se los atribuye como a fuente primera, ni aun como a su cansa principal; su poder está en la virtud de su intercesión. "Gloriosa Madre de Dios, siempre Virgen, cantan en sus himnos, llevad nuestra plegaria a Dios, vuestro Hijo, a fin de que, por vos, salve nuestras almas" (Cosmas Hierosol., Hymn. pro magna feria 5, P. G., XCVI1I, 481).
     "Mi voz suplicante clama a vos, ¡oh, soberana mía"; salvadme por vuestra intercesión; despertadme de mi pesado sueño para vuestra gloria, y en virtud de Aquel que en vos se hizo carne".
     Aun no es momento oportuno de hablar de los monumentos del culto de los primeros cristianos a la Madre de Dios, tal como nos lo revelan las Catacumbas. Pero entre esos monumentos arqueológicos hay uno que merece que fijemos en él la atención de antemano, porque expresa con exactitud teológica no solamente la naturaleza del culto tributado por la primitiva Iglesia a la Madre de Dios, sino también la idea que entonces se tenía de su universal mediación. Es una piedra labrada de peregrina elegancia, proviniente del Museo Vettori (
Num. aer. explic. p. 61). Vese en ella a la augustísima Virgen en actitud de orar, es decir, con los brazos extendidos y la cabeza nimbada y velada. Contra su pecho, según el tipo bizantino, está el Niño Jesús con el nimbo crucifero. Ahora bien; la Madre y el Hijo aparecen de pie, en una especie de urna, que de cada uno de sus lados deja escapar un arroyo. En el campo de la piedra están grabadas las siglas MP 0Y, Mater Dei, y más abajo, en la parte inferior, la palabra HIIHTH, Fons. la fuente. ¿Podíase expresar mejor que de Jesucristo, "fuente principal", manan perpetuamente sobre el mundo todos los favores celestiales; pero gracias a la intercesión siempre presente y por mediación de su Madre? (Is„ XII, 3. Martigny. Dict. de, Antiq. chrét. La Sainte Vierge, VIII).


J. B. Terrien S.J.
LA MADRE DE DIOS Y MADRE DE LOS HOMBRES

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