En tierra de Vannes hurtaron una taza de plata, la víspera de San Pedro, a Pedro Meteón, el cual hizo cierto voto a San Vicente; y luego vino una persona y se la trajo, diciéndole que un amigo suyo se la había hurtado y la había puesto en un campo, y que después no pudo salir de él, y que visto esto, la hubo de restituir. Fue en el año 1453.
Juan Cire, platero, yendo de un pueblo a otro, perdió veinte escudos de oro y unos vasos de plata y otra plata así cuñada, como por cuñar; y hecho que hubo un voto a San Vicente, al otro día se lo restituyó llanamente todo la persona que lo había recogido.
Bonabio Deicolendon, señor de un lugar de Bretaña, perdió su caballo, y después de haberle buscado tres días con grande solicitud, hizo un voto a San Vicente, y el mesmo día le halló. Pongo estos milagros así desnudos, como los halla en el proceso, porque la verdad en la historia es cosa hermosísima, y asi desdeña los muchos afeites; como entre las damas, las que son muy hermosas menos se afeitan, pero las que no son tales, cargan de colores y albayalde para tomar prestado lo que no tienen de su cosecha.
Oliva, mujer de Oliverio, ciudadano de Vannes, halló menos dos vasos de cobre, que valían dos escudos, y al otro día fuese al sepulcro del Santo, que estaba cerca de su casa, y allí le prometió dos imágenes de los vasos si se los restituía; y hecha la oración se fué a casa, y a la que quería entrar en ella, vino un hombre que tenía en la mano uno de ellos, y preguntándole cómo lo tenía, dijo que un hombre se lo había vendido. De esta manera fué descubierto el ladrón y cobró la mujer el otro vaso también.
Juan de Metayer, clérigo de Vannes, un dia del año 1443, dichas Completas en el coro, se dejó allí su breviario, y de allí a poco volviendo por él no le halló. (En aquel tiempo se ha de suponer que un breviario valía muchos ducados, porque como consta de muchos historiadores, no se había introducido aún la impresión en Europa, y así todos los libros eran de mano, y valían a peso de oro, que dicen.) Hizo el clérigo todas las diligencias y publicaciones necesarias en aquella iglesia y en las demás parroquias de Vannes y no pudo descubrirse en cinco años; al cabo de los cuales acordó de encomendarse a San Vicente prometiéndole un breviario de cera. No eran pasados quince días después del voto, cuando ciertas personas le dieron su breviario que le habían hallado en una parroquia.
Un ladrón hurtó de casa de una señora de la ciudad de Vannes dos copas de plata, cada una de peso de un marco y una onza. Cuando la mujer se acató del hurto, prometió a San Vicente un escudo de oro, si le descubriese. Y así las cobró, aunque hechas pedazos. Fué esto cerca del año 1441.
A Juan Anaelet, de Vannes, le hurtaron un caballo, y le llevó el ladrón siete leguas de allí. Antes de irle a buscar, hizo voto a San Vicente de presentarle un caballo de cera, si le descubría el hurto. Hecho esto, fuése a Dios y a la ventura, que dicen, buscándole. A la que pasaba por la casa donde el caballo estaba detenido (proveyéndolo San Vicente), el mesmo caballo (como si dijera: veis-me aquí) se tomó a relinchar, y su amo, oyéndole, hizo abrir las puertas y cobró lo que era suyo.
En otras muchas partes del proceso se atestigua de muchos que perdieron otras cosas, y encomendándolas a San Vicente las cobraron. Y aunque es verdad que algunos de los milagros sobredichos pudieron ser cosas natural, pero pues aquéllos por quien se hicieron los reconocieron por milagros, algo debe de ser.
Juan Cire, platero, yendo de un pueblo a otro, perdió veinte escudos de oro y unos vasos de plata y otra plata así cuñada, como por cuñar; y hecho que hubo un voto a San Vicente, al otro día se lo restituyó llanamente todo la persona que lo había recogido.
Bonabio Deicolendon, señor de un lugar de Bretaña, perdió su caballo, y después de haberle buscado tres días con grande solicitud, hizo un voto a San Vicente, y el mesmo día le halló. Pongo estos milagros así desnudos, como los halla en el proceso, porque la verdad en la historia es cosa hermosísima, y asi desdeña los muchos afeites; como entre las damas, las que son muy hermosas menos se afeitan, pero las que no son tales, cargan de colores y albayalde para tomar prestado lo que no tienen de su cosecha.
Oliva, mujer de Oliverio, ciudadano de Vannes, halló menos dos vasos de cobre, que valían dos escudos, y al otro día fuese al sepulcro del Santo, que estaba cerca de su casa, y allí le prometió dos imágenes de los vasos si se los restituía; y hecha la oración se fué a casa, y a la que quería entrar en ella, vino un hombre que tenía en la mano uno de ellos, y preguntándole cómo lo tenía, dijo que un hombre se lo había vendido. De esta manera fué descubierto el ladrón y cobró la mujer el otro vaso también.
Juan de Metayer, clérigo de Vannes, un dia del año 1443, dichas Completas en el coro, se dejó allí su breviario, y de allí a poco volviendo por él no le halló. (En aquel tiempo se ha de suponer que un breviario valía muchos ducados, porque como consta de muchos historiadores, no se había introducido aún la impresión en Europa, y así todos los libros eran de mano, y valían a peso de oro, que dicen.) Hizo el clérigo todas las diligencias y publicaciones necesarias en aquella iglesia y en las demás parroquias de Vannes y no pudo descubrirse en cinco años; al cabo de los cuales acordó de encomendarse a San Vicente prometiéndole un breviario de cera. No eran pasados quince días después del voto, cuando ciertas personas le dieron su breviario que le habían hallado en una parroquia.
Un ladrón hurtó de casa de una señora de la ciudad de Vannes dos copas de plata, cada una de peso de un marco y una onza. Cuando la mujer se acató del hurto, prometió a San Vicente un escudo de oro, si le descubriese. Y así las cobró, aunque hechas pedazos. Fué esto cerca del año 1441.
A Juan Anaelet, de Vannes, le hurtaron un caballo, y le llevó el ladrón siete leguas de allí. Antes de irle a buscar, hizo voto a San Vicente de presentarle un caballo de cera, si le descubría el hurto. Hecho esto, fuése a Dios y a la ventura, que dicen, buscándole. A la que pasaba por la casa donde el caballo estaba detenido (proveyéndolo San Vicente), el mesmo caballo (como si dijera: veis-me aquí) se tomó a relinchar, y su amo, oyéndole, hizo abrir las puertas y cobró lo que era suyo.
En otras muchas partes del proceso se atestigua de muchos que perdieron otras cosas, y encomendándolas a San Vicente las cobraron. Y aunque es verdad que algunos de los milagros sobredichos pudieron ser cosas natural, pero pues aquéllos por quien se hicieron los reconocieron por milagros, algo debe de ser.
Fray Justiniano Antist O. P.
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
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