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jueves, 19 de enero de 2012

EL DOCUMENTO QUE ACOMPAÑO LA CARTA DEL CARDENAL OTTAVIANI A PAULO VI.

(páginas 13-29)
Por el Pbro. Joaquín Saenz y Arriaga
El documento que el Cardenal Ottaviani presentó a la consideración del Santo Padre, y que fue también enviado a la Conferencia Episcopal y a todos y cada uno de los obispos de Italia, es el que nosotros vamos a dar a conocer a nuestros lectores, como una ratificación del folleto publicado hace unos meses sobre el "Novus Ordo Missae", es decir, sobre la nueva Misa, que "Ya no es una Misa Católica". Es un estudio hecho conscienzudamente por un grupo de teólogos y liturgistas de Roma, de diferentes nacionalidades y diferentes tendencias.
Ya que este documento fue presentado como una base evidente de los puntos expuestos en la carta del Cardenal a Paulo VI, la versión original italiana ha sido traducida con la mayor fidelidad al español, y fácil es de comprender que nuestra traducción no sea perfecta en nuestro idioma. Ya que en este escrito se plantean problemas de suma importancia, de hondo sentido teológico y considerablemente complejos, sería indebido apartarnos en lo más mínimo del texto italiano. La evidencia es cumulativa, no está de lleno en las partes. Para ayudar a los lectores, presentaremos un breve sumario de la exposición hecha en este memorable documento.

SUMARIO
I. Historia del cambio.
La nueva forma de la Misa fue substancialmente rechazada por el Primer Sínodo Episcopal; nunca fue puesta a consideracion a todas las Conferencias Episcopales y nunca fue demandada por el pueblo. Tiende a satisfacer, hasta donde es posible, a los más modernistas de los protestantes.
II. La definición de la Misa.
Por una serie de equivocaciones se hace énfasis obsesivo sobre la "Cena" y el "Memorial", en vez de la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario.
III. Presentación de los fines.
Los tres fines de la Misa están alterados; no se hace la debida distinción entre el Sacrificio Divino y el sacrificio humano; el pan y el vino solamente se cambian "espiritualmente", (no substancialmente).
IV. Presentación de la esencia.
En ninguna parte se alude la Real Presencia de Cristo, y la creencia de esta verdad católica es implícitamente repudiada.
V. Presentación de los cuatro elementos del Sacrificio.
La posición del sacerdote y del pueblo está falsificada y el celebrante aparece lo mismo que un ministro protestante, y toda la verdadera naturaleza de la Iglesia es intolerable y falsamente representada.
VI. Destrucción de la unidad.
El abandono del latín destruye para todos los buenos creyentes la unidad del culto. Esta falta de unidad en el culto repercute en la fe, y el Nuevo "Ordo de la Misa" no parece tener la intención de mantener la fe como fue enseñada por el Concilio de Trento, la que todos cátólicos estamos obligados a profesar en conciencia.
VII. Nos alejamos más de los Ortodoxos.
Aunque con el "Novus Ordo Missae" agradásemos a varios grupos disidentes, nos hemos alejado más de la Iglesia Ortodoxa de Oriente.
VIII. Pérdida de nuestras defensas.
El Nuevo "Ordo Missae" abunda en insinuaciones o errores manifiestos contra la pureza de la religión católica y la desmantela de todas las legítimas defensas del depósito de la Fe.

-o O o-

Un estudio crítico del "Novus Ordo Missae".

Por un grupo selecto de teólogos de Roma,
señalados y dirigidos por S.E. Alfredo Ottaviani.

(Primera parte)

I
En octubre de 1967, se pidió al Sínodo Episcopal, reunido en Roma por Paulo VI, que emitiese un juicio sobre la celebración experimental de una "Misa, así llamada, normativa", ideada por el Consilium para establecer la Constitución sobre la Liturgia Sagrada. La Misa provocó los más serios recelos. La votación demostró una oposición considerable. 71 votos (non placet) negativos; 62 (juxta modum) con muchas reservas substanciales; y 4 de los 187 votantes se abstuvieron de emitir juicio alguno. La prensa internacional habló de que la "Misa normativa" había sido rechazada por el Sínodo. Los periódicos o revistas de tendencia progresista no hicieron mención de esto.
El "Novus Ordo Missae" recientemente promulgado por la Constitución Apostólica Missale Romanum, nos encontramos de nuevo con la "Misa normativa", substancialmente idéntica, y no se nos indica que en el período de tiempo, entre el experimento condenado por le Sínodo y la promulgación de la dicha Constitución Apostólica, hayan sido consultadas a lo menos las Conferencias Episcopales, como tales, para que emitiesen sus juicios sobre el particular.
En la Constitución Apostólica se afirma que el antiguo Misal, promulgado por San Pío V, el 13 de julio de 1570, pero que en su mayor parte se remontaba hasta San Gregorio el Grande y a una más remota antigüedad fue durante cuatro siglos la norma de la celebración del Santo Sacrificio para todos los sacerdotes del rito latino, y que (ese antiguo Misal) llevado a todas partes del mundo "ha sido además una abundante fuente de alimento espiritual a muchas almas santas, en su devoción hacia Dios".
Las oraciones de nuestro Canon se encuentran en el Tratado De Sacramentis (IV y V siglo)... Nuestra Misa, sin un cambio esencial, se remonta a la época, en la cual ella evolucionó por vez primera de la más antigua liturgia común (en la iglesia). Todavía conserva la fragancia de aquella primitiva liturgia de los tiempos en que el César gobernaba el mundo y esperaba extinguir la fe cristiana: tiempos en que nuestros antecesores en la fe reuníanse antes del alba para entonar un himno a Cristo, como a su Dios... (cf. Pl. jr. Ep. 96)... No hay, en en toda la cristiandad, un rito tan venerable, como el Missal Romano" (A. Fortescue).
'El Canon Romano, tal como existe hoy, se remonta a Gregorio el Grande. No hay, ni en Oriente ni en Occidente, ningún rito eucarístico, que esté en uso aún y que pueda alardear de una semejante antigüedad. Para la Iglesia Romana el arrojarla al mar sería lo mismo, a los ojos no sólo de los ortodoxos, sino de los anglicanos, y aún de los otros protestantes, que todavía conservan en algún grado el sentido de la tradición, como negar toda pretensión en adelante de ser la verdadera Iglesia Católica". (Fr. Louis Bouyer).
Sin embargo la presente reforma, que definitivamente ha puesto fuera de uso (el antiguo Misal Romano) se pretende que fue necesaria, "dado que el estudio de la Sagrada Liturgia se ha extendido e intensificado entre los cristianos".
Esta afirmación nos parece encerrar una seria equivocación. Porque el deseo del pueblo se expresó, si alguna vez, cuando, —gracias a San Pío X— empezó a descubrir los verdaderos e inmortales tesoros de la liturgia. Jamás el pueblo, por ningún motivo, pidió el cambio de la liturgia o su mutilación, para poder así comprenderla mejor. Los fieles pedían una mejor comprensión de una inalterable liturgia, de una liturgia que ellos nunca quisieron fuese mudada.
El Misal Romano de San Pío V era religiosamente venerado, como lo más sagrado para todos los católicos, lo mismo sacerdotes que laicos. Nos sentimos impotentes para comprender por qué su uso, juntamente con la catequesis apropiada pudieran impedir una mayor participación de los fieles en el Santo Sacrificio y un mayor conocimiento del mismo; ni podemos ver cómo, después de haber reconocido sus muchas y destacadas virtudes, no haya sido considerado este Misal Romano de San Pío V digno de continuar nutriendo la piedad litúrgica de los cristianos.
Ya que la "Misa normativa", recientemente introducida e impuesta como el "Novus Ordo Missae" fue rechazada en substancia por el Sínodo de Obispos, y nunca fue sometido al juicio colegial de las Conferencias Episcopales, y nunca el pueblo, menos que nadie en los países misionales, pidió jamás una reforma de la Santa Misa, no podemos comprender los motivos que impulsaron la nueva legislación, que viene a echar por tierra una tradición inmutable en la Iglesia, desde el siglo cuarto o quinto, como la misma Constitución Apostólica lo reconoce. Y, puesto que ninguna demanda popular existe para fundamentar esta reforma, parece desprovista de toda base lógica, que la justifique y la haga aceptable al pueblo católico.
El Concilio Vaticano II, es verdad, expresa su deseo de que las diferentes partes de la Misa fuesen reordenadas "a fin de que el carácter distintivo de cada una de esas partes y su relación con la otra parte apareciese más claramente". Veremos ahora cómo el "Ordo" recientemente promulgado, corresponde a esta original intención.
Un atento examen del "Novus Ordo" nos hace ver cambios de tal magnitud, que justifican por sí mismos el juicio ya pronunciado respecto a la "Misa normativa". Ambas Misas, en muchos puntos, tienen todas las posibilidades de complacer a los protestantes más modernistas.

II
Empecemos con la definición de la Misa, que se nos da en el N° 7 de la "Institutio Generalis", al principio del capítulo II del "Novus Ordo": "De structura Missae", (de la estructura de la Misa).
"La cena del Señor o la Misa es una reunión sagrada o asamblea del pueblo de Dios, que se junta, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor" (Para justificar tal definición, el "Novus Ordo" menciona en una nota dos textos del Vaticano II. Pero al leer esos textos, no encontramos nada que pueda justificar la definición). De esta manera la promesa de Cristo "donde quiera que dos o tres estén congregados en mi nombre, allí estaré Yo en medio de ellos" es eminentemente verdadera de la asamblea local en la Iglesia (Mt. XVIII, 20)".
La definición de la Misa está, de este modo, limitada a la de una "cena", y este término se encuentra constantemente repetido en toda la Institutio Generalis (Nos. 8, 48,55d, 56). Esta "cena" está además caracterizada como una asamblea, presidida por un sacerdote, y celebrada como un memorial del Señor, recordando lo que El hizo en el primer Jueves Santo. Nada de esto implica, en lo más mínimo, ni la Presencia Real, ni la realidad del sacrificio, ni la función sacramental del sacerdote que consagra, ni el valor intrínseco del Sacrificio Eucarístico, independientemente de la presencia o ausencia de la asamblea del pueblo de Dios. (El Concilio de Trento reafirma la Real Presencia en las siguientes palabras:"Principio docet Sancta Synodus et aperte et simpliciter profitetur in almo Santae Eucaristiae sacramento, post panis et vini consecrationem, Dominum nostrum Jesum Christum, verum Deum atque hominem, realiter et substantialiter (can. I) sub specie illarum rerum sensibilium, contineri" (D. B. 874). (Enseña ante todo este Santo Sínodo y confiesa abierta y llanamente, que en el Sacramento nutritivo de la Santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, está real y substacialmente presente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre). En la sesión XXII, que directamente nos interesa (De Sanctissimo Missae Sacrificio), la aprobada doctrina está sintetizada en nueve cánones (D. B. 937-956) de una manera clara y definitiva). En una palabra, esta definición no implica ninguno de los valores dogmáticos esenciales de la Misa, que reunidos deben darnos su verdadera definición. Esa deliberada omisión de estos valores dogmáticos, en este lugar, equivale a su eliminación deliberada y, por lo tanto, a su negación, por lo menos en la práctica. (Es superfluo afirmar que, si un solo dogma definido fuese negado, caerían ipso facto todos los dogmas, ya que con esa negación sería destruido el principio de la infalibilidad del Supremo Magisterio jerárquico, sea papal o conciliar).
El primer texto está tomado del Decreto Presbyterorum Ordinis, N° 5, que dice: "... por medio del ministerio del Obispo, Dios consagra a los sacerdotes, para que ellos puedan participar, por un título especial, en el sacerdocio de Cristo. Así, al cumplir las funciones sagradas, ellos pueden actuar como ministros de Aquel, que en la liturgia ejerce continuamente Su oficio sacerdotal, a favor nuestro, por la acción de Su Espíritu... y especialmente por la celebración de la Misa, los hombres ofrecen sacramentalmente el sacrificio de Cristo".

Nota del traductor mexicano: En este texto conciliar, que encontramos honradamente impreciso y confuso, como otros muchos de los documentos del Vaticano II, se afirma claramente la consagración de los sacerdotes y su participación en el sacerdocio de Cristo, aunque no se especifica, de una manera clara, la esencial diferencia que existe entre esa participación jerárquica, potestativa de los elegidos y ungidos del Señor y la participación analógica que tienen todos los fieles, en el sacerdocio de Cristo. La última parte de la cita de este documento conciliar, que la "institutio Generalis" del "Novus Ordo" cita del mencionado documento del Concilio Ecuménico Vaticano II, puede prestarse todavía más a deplorables equívocos, que soslayan la doctrina dogmática del Concilio de Trento. En síntesis expondremos esta doctrina:
a) La Misa es un verdadero sacrificio: repetición incruenta del Sacrificio cruento del Calvario.
b) La acción sacrifical la hace solamente el sacerdote, ministro de Cristo, con el poder de Cristo, quien, al pronunciar, imperativa, no narrativamente, las palabras de la consagración, hace, por la transubstanciación, que el mismo Cristo esté en el altar, en estado de Víctima acepta. Después los fieles con el sacerdote ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo. En El, con El y por El se da la gloria a Dios, y nuestra acción de gracias, nuestra expiación y nuestras impetraciones llegan hasta el Padre.

El segundo texto conciliar está tomado de la Constitución Sacrosanctum Concilium, N° 33: "...en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración".
"Más aún, las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes".
Uno se pierde al tratar de explicar cómo, de estos textos conciliares, pueda deducirse la definición que de la Misa, en el N° 7 de la instítutio Generalis, nos da el "Novus Ordo".
Notamos, desde luego, una alteración radical en esta definición de la Misa, de la que nos dió el Vaticano II (Presbyterorum Ordinis N° 5): "la sinaxis eucarística es el centro de toda la asamblea de los fieles". Se ha removido el centro, en el nuevo "Ordo Missae"; la asamblea ocupado su lugar.
Indiscutiblemente, los textos citados del Vaticano II, que fueron habilmente preparados por los "expertos", pusieron las bases de la liturgia presentada en el "Novus Ordo". Estudiando a fondo esos documentos conciliares nos encontramos con la paradógica e inexplicable ambigüedad, que pueden conformarse con la doctrina del Concilio de Trento, precisa, concreta, definida, y pueden también servir de base al "Novus Ordo", que, como advierte el Cardenal Ottaviani, impresionantemente se aparta de la teología dogmática e inmutable de la Iglesia, con relación a la Eucaristía.
Esta ambigüedad, este patente aquívico, en un punto tan importante y tan sagrado, hacen que la nueva Misa no sea ya una Misa Católica. No es posible un equívoco autorizado en la esencia de lo que es el corazón y el centro del Catolicismo.
Misa puede haber, según sea la intención del sacerdote progresista, como habría también Misa si un sacerdote, apóstata y excomulgado, pero ordenado debidamente, pronunciase con intención sacrifical las palabras consecratorias, sobre un poco de pan y un poco de vino; esa Misa sería ilícita, sacrilega e inadmisible para formar parte, para ser considerada como un culto católico.
Volvamos a recordar esa teología dogmática e inmutable, que, bajo la luz inconfundible del Espíritu Santo, nos ofrecieron aquellos teólogos solidísimos del Concilio de Trento:
1) La Misa es un verdadero y visible Sacrificio—no una representación simbólica— "en el cual se representa el Sacrificio cruento, que una sola vez había de ser consumado en la Cruz... y para que la virtud salvífica de aquel sacrificio nos fuese aplicada, para remisión de los pecados, que diariamente son por nosotros cometidos". (D.B. 938).
2) Jesucristo Nuestro Señor, declarando haber sido constituido "Sacerdote, según el orden de Melquisedec y en eterno" (Ps. 109, 4) ofreció su Cuerpo y Sangre, bajo las especies del pan y vino, a Dios Padre, y, bajo los símbolos de esas mismas cosas, dió a sus apóstoles (a los que constituyó entonces sacerdotes del Nuevo Testamento) su (Cuerpo) para que lo comiesen y (Su Sangre) para que la bebiesen, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, ordenó que ofreciesen (este Sacrificio) por estas palabras: "Hoc facite in meam commemorationem". (Lc. XXII, 19; I Cor. XI, 24), como siempre lo entendió y enseñó la Iglesia Católica" (D B. ibid). El celebrante, el que ofrece, el que sacrifica, es el sacerdote, consagrado para esto, no el pueblo de Dios, no la asamblea. "Si quis dixerit illis verbis: 'Hoc facite' etc. Christum non instituisse Apostolos sacerdotes, aut non ordinasse, ut ipsi aliique sacerdotes offerent Corpus et Sanguinem suum: anathema sit". (Canon 2.— D B. 949). (Si alguno dijere que por aquellas palabras 'Haced esto en memoria mía' (Lc. XXII, 19; 1 Cor. XI, 24), Cristo no instituyó sacerdotes a los Apóstoles, y que no mandó que ellos y los otros sacerdotes (sucesores suyos) ofreciesen su Cuerpo y su Sangre, que sea anatema).
3) El Sacrificio de la Misa es un verdadero sacrificio propiciatorio y NO una "simple conmemoración del Sacrificio del Calvario". "Si alguno dijere que el Sacrificio de la Misa es solamente (un sacrificio) de alabanza y de acción de gracias o una mera conmemoración del Sacrificio de la Cruz; o que solo aprovecha al que lo recibe; y que no debe de ofrecerse por los vivos y difuntos, para (alcanzar misericordia) por los pecados o por las penas, satisfaciones y otras necesidades, que sea anatema". (D. B. 950) (Canon 3).
El Canon sexto, debemos también recordarlo, nos dice: "Si alguno dijere que el Canon de la Misa contiene errores y debe, por lo mismo, ser anulado, que sea anatema". Y el Canon 8: "Si alguno dijere que las Misas, en las que sólo comulga sacramentalmente el sacerdote, son ilícitas y que deben ser abrogadas, que sea anatema".
En la segunda parte de este número y de la "Institutio Generalis", agravando las serias equivocaciones, que hemos expuesto, se confirma la definición de la Misa, dada por el Concilium, con la promesa de Cristo, que "eminenter", de una manera eminente se aplica a esta asamblea: "Ubi sunt duo vel tres congregati in nomine meo; ibi sum in medio eorum" (Mt. XVIII, 20) (En donde se congregan dos o tres en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos). Esta promesa, que solamente se refiere a la presencia espiritual de Cristo con su gracia, se pone en un plan cualitativamente igual, salvo la mayor intensidad, a la realidad substancial y física de la Presencia Eucarística Sacramental.
Se establece en el número 8, una subdivisión de la Misa en dos partes: "la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística"; y se afirma que en la Misa se prepara la mesa "así de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo", "para que los fieles puedan encontrar el mensaje y el alimento cristiano". Asimilación totalmente impropia de las dos partes de la liturgia, como si fuesen ambas dos puntos de igual valor simbólico. Más adelante volveremos a tocar este punto.
Se designa la Misa con muchas y muy diferentes expresiones, inaceptables todas, si se emplean, como lo hace el "Novus Ordo", separadamente y en un sentido absoluto. Citemos algunas: "la acción de Cristo y del pueblo de Dios", "La cena del Señor o Misa", "el Banquete Pascual", "la participación común en la Mesa del Señor", "el memorial del Señor", "la Oración Eucarística", "la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística", etc.
Evidentemente, se pone, con obsesión manifiesta, mayor énfasis sobre la "Cena", "el memorial", que sobre la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. La fórmula "el memorial de la Pasión y Resurrección del Señor" es, además, inexacta. La Misa es sólo el Memorial del Sacrificio, en sí redentivo, mientras que la Resurrección es el fruto consecuente de la Pasión y Muerte del Redentor (Debería añadirse la Ascensión, si queremos recordar (Unde et memores), que no asocia, sino clara y terminantemente distingue... tam beatae pasionis, nec non et ab inferís Resurrectionis, sed et in caelum gloriasae Ascensionis". (Recordando, puc. Señor, así tu Santa Pasión, como tu Resurrección..., como tu gloriosa ascensión al cielo).
Más adelante veremos cómo, en la misma fórmula de la consagración, y en todo el "Novus Ordo" estas equivocaciones se renuevan y repiten.

III
Vengamos ahora a los fines de la Misa.
1) El último fin. Es el de un Sacrificio de alabanza a la Santísima Trinidad, según la declaración explícita de Cristo, en el primordial propósito de su misma Encarnación: "Al venir al mundo, dijo: Hostiam et oblationem noluisti, corpus autem aptasti mihi, no te agradaron la hostia y las oblaciones, por eso me diste un cuerpo" (Ps. XXXIX, 7-9, Heb. X, 5).
Este fin ultimo ha desaparecido en el Ofertorio, al desaparecer la oración "Suscipe, Sancta Trinitas", del fin de la Misa, al quitar la oración "Placeat tibi, Sancta Trinitas", y del Prefacio, que en los domingos no será ya el Prefacio de la Santísima Trinidad, y así, en el futuro, solo será dicho una vez al año.
2) El fin ordinario. Es el del Sacrificio propiciatorio. Este fin también ha sido velado, porque en vez de hacer incapié en la remisión de los pecados de los vivos y muertos, pone el énfasis en el alimento y santificación de los que están presentes (N° 54). "Ahora es cuando tiene lugar el centro y culmen de toda la celebración, cuando se llega a la plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y santificación..." Cristo ciertamente instituyó el Sacrificio y Sacramento Eucarístico, en la Ultima Cena, poniéndose a sí mismo en estado de Víctima, para que nosotros podamos estar unidos a El en ese estado, pero su propia inmolación precede a poder nosotros comer la Víctima y tiene un pleno valor redentor antecedente (la aplicación de la inmolación sangrienta). Esto está confirmado por el hecho que los fieles presentes al Santo Sacrificio no están obligados a comulgar sacramentalmente (Este ardid se descubre también en la eliminación sorprendente, en los nuevos Cánones, del Memento (o conmemoración) de los difuntos y de cualquier mención de las almas que sufren en el Purgatorio, a las que se aplicaba antiguamente el Sacrificio propiciatorio).
3) El fin inmanente. Cualquiera que sea la naturaleza del Sacrificio, es absolutamente necesario que sea agradable y acepto a Dios. Después de la caída del primer hombre, ningún sacrificio podía pretender ser acepto, por sí mismo y sin tener en cuenta el Sacrificio de Cristo. El "Novus Ordo" cambia la naturaleza del ofertorio, convirtiendo a éste en una especie de intercambio de dones entre el hombre y Dios: el hombre da el pan, (fruto de la tierra y del trabajo del hombre) y Dios lo convierte en "el pan de la vida"; el hombre ofrece el vino (fruto de la vid y de su propio trabajo) y Dios hace que ese vino se convierta en una "bebida espiritual":
"Bendito seas, Señor, Dios del Universo,
por este pan
(o vino) fruto de la tierra
(o de la vid) y del trabajo del hombre...
El será para nosotros "pan de vida"
(o 'espiritual bebida").

* Cf. Mysterium Fidei de Paulo VI. El Papa condena el error del simbolismo, juntamente con las nuevas teorías de la "transignificación" y la "transfinalización"... "Ni es correcto el estar tan preocupados en la consideración de la naturaleza del signo sacramental, que la impresión es repetida que el simbolismo —y nadie niega su existencia en la Santísima Eucaristía— expresa y agota todo el significado de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni es tampoco correcto tratar del misterio de la transubstanciación, sin mencionar el maravilloso cambio de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en Su Sangre, de la cual habla el Concilio de Trento, y con este lenguaje hacer que esos cambios consistan solamente en una "transignificación" o "transfinalización" para usar sus propios términos. (Mysterium Fidei, art II)

No es necesario comentar las manifiestas indeterminaciones de estas fórmulas "pan de vida" y "bebida espiritual", que pueden significar cualquier cosa. El mismo intolerable equívoco, que señalamos en la definición de la Misa, se repite aquí. En la definición comentada, Cristo está presente tan sólo de una manera espiritual entre los suyos; aquí, el pan y el vino son cambiados únicamente de una manera espiritual, no substancial.
* El introducir nuevas fórmulas o expresiones, que, como ocurre en los textos de los Santos Padres y Concilios y del mismo Magisterio de la Iglesia, debe hacerse en un sentido univoco, subordinado a la substancia de la doctrina, con la cual forman esas fórmulas o expresiones un todo inseparable (por ejemplo, 'banquete espiritual", "alimento espiritual", "bebida espiritual", etc., etc.). En su Encíclica Mysterium Fidei, Paulo VI afirma: "Cuando la integridad de la fe ha sido preservada, también debe salvarse una apropiada manera de expresión. De lo contrario el uso cotidiano o nuestro impreciso lenguaje puede, aunque esperamos que no suceda, dar ocasión a falsas opiniones en la fe, en muy hondas materias. . ." y citando a San Agustín, añade: "Hay una exigencia en nosotros a hablar según una regla fija, para que las palabras no bien seleccionadas y fijas no hagan surgir también una comprensión errónea de los asuntos que expresamos". Y continua el Paulo VI: "Esta regla de lenguaje ha ido introducida por la Iglesia en el largo trabajo de siglos, con la protección del Espíritu Santo. Ella la ha confirmado con la autoridad de los Concilios. Ha sido más de una vez la prueba de garantía de la fe ortodoxa. Debe observarse religiosamente. Nadie debe presumir alterarla a su capricho o con el pretexto do un nuevo conocimiento... Es igualmente intolerable que cualquiera, por propia iniciativa, se atreva a modificar las formulas con las que el Concilio de Trento ha propuesto la doctrina rucarfitlca de la fe".

En la preparación del ofrecimiento, encontramos un equívoco semejante, como consecuencia de la supresión de las dos grandes oraciones. Lo que, en el antiguo Misal decía: "Deus qui humanae substantiae dignitatem mirabiliter considisti et mirabilius reformasti" que era una referencia al estado de la justicia original en que Dios creó al hombre y a la obra redentora, que con la Sangre de Cristo, vino a restaurar superabundantemente lo que por el pecado había perecido: una magnífica recapitulación de toda la economía del Sacrificio, desde Adán hasta el presente momento. El ofrecimiento final y propiciatorio del Cáliz del antiguo Misal decía: "te ofrecemos, Señor, este Cáliz de salud, implorando tu clemencia, para que, ante el acatamiento de tu Divina Majestad, suba cum odore suavitatis, para salud nuestra y de todo el mundo". Esta oración reafirmaba admirablemente el plan divino. Con la supresión de esta continua referencia a Dios en las oraciones eucarísticas, ya no existe una clara distinción entre el Divino y el humano Sacrificio.
Después de remover la piedra angular, los reformadores tenían que poner un andamiaje; al suprimir los fines reales, tienen que sustituir con fines ficticios, por ellos escogidos, empezando con gestos que acentúan la unión del sacerdote y de los fieles, y la unión de los fieles entre sí. De allí la nueva rúbrica: "Es conveniente que los fieles manifiesten su participación en la oblación, llevando el pan o el vino para la celebración eucarística, u otros dones con que se socorran las necesidades de la Iglesia o de los pobres". Los dones a la Iglesia y a los pobres están antepuestos o equiparados a la Hostia Divina, que debe ser inmolada. Hay el peligro de que la singularidad de este ofertorio sea tan confusa, que la participación en la inmolación de la Víctima se convierta en algo así como una reunión filantrópica o un banquete de caridad.

1 comentario:

Miguel Angel dijo...

Buenas tardes, alguien sabe donde se pueden conseguir los libros del Padre Saenz y Arriaga en físico. Alguna librería, en Argentina, en México, etc. O bien si es muy complicado, tan siquiera en digital. Muchas gracias de antemano, Miguel Angel González. ma.gzl@hotmail.com Saludos.