Jesús Eucaristía:
No te viene a cantar la lengua mia
himnos de gloria: ¿Miras el espanto
asomarse a mis ojos?. . . ¿Ves la ira,
tan grande como santa,
que mi pecho respira,
que ha secado mi llanto. . .
Y hace ronca la voz de mi garganta?. . .
No te viene a cantar la lengua mia
himnos de gloria: ¿Miras el espanto
asomarse a mis ojos?. . . ¿Ves la ira,
tan grande como santa,
que mi pecho respira,
que ha secado mi llanto. . .
Y hace ronca la voz de mi garganta?. . .
Perdóname que turbe el misterioso
silencio de tu vida
con el ronco estallar de mi sollozo:
con el ronco estallar de mi sollozo:
¡tengo el alma transida,
y es tan grande y tan honda mi tristeza,
y es tan grande y tan honda mi tristeza,
que, si no te la digo,
a Ti que eres Amigo, el Buen Amigo,
de los que sufren ¡ay! se me figura
que me hinca en la cabeza
sus garras la locura. . .
a Ti que eres Amigo, el Buen Amigo,
de los que sufren ¡ay! se me figura
que me hinca en la cabeza
sus garras la locura. . .
La viuda de Naim, la Cananea,
Jairo, Martha, los ciegos,. . . los leprosos,
¡no pueden darte ¡todos! una idea
de lo que, con mis labios temblorosos,
va a decirte mi pecho,
inmensamente triste,
en el extracto de la hiél deshecho. . .
Jairo, Martha, los ciegos,. . . los leprosos,
¡no pueden darte ¡todos! una idea
de lo que, con mis labios temblorosos,
va a decirte mi pecho,
inmensamente triste,
en el extracto de la hiél deshecho. . .
sobre un Calvario, en una Cruz Clavada
está una madre como Tú estuviste
en la cumbre del Gólgota; De espinas
está una madre como Tú estuviste
en la cumbre del Gólgota; De espinas
su frente coronada:
es un jardin de rosas purpurinas
en plena floración, su cuerpo entero;
en plena floración, su cuerpo entero;
de su boca y mejillas.
De sus brazos y manos, de su frente,
de su pecho y sus pies y sus rodillas
De sus brazos y manos, de su frente,
de su pecho y sus pies y sus rodillas
gotea lentamente l
la poca sangre que en las venas queda,
como gotean, después de un aguacero,
las perlas de la luvia en la arboleda...
La vida se le acaba: su honda leve
el pecho dolorido
apenas mueve,
para morir en lánguido gemido
al llegar a los labios. ..
La sombra de la muerte, que ya inunda
el rostro de la madre moribunda,
no ha podido apagar de sus pupilas
ni el fuego ni la luz...;
Se miran ellas,
en lo alto de la Cruz,
apacibles, tranquilas,. . .
parecen dos estrellas
en una noche obscura!. . .
¿Hacia dónde esos ojos están fijos?...
¿Miran al cielo? ¿Ven la lontananza?. . .
¿Es lumbre de esperanza
la que en ellos fulgura?. . .
Es cariño, es amor, es calentura
maternal. . .: es perdón para los hijos
que en la Cruz la enclavaron!
¡para ellos
que, dementes, su rostro abofetearon,
y amasaron con lodo sus cabellos
y le abrieron las fuentes de la vida
y pagaron su amor y sus cariños
abriéndole una herida
por cada beso que les dió de niños.. .!
El fulgor de esos ojos, que asi miran,
como luceros en obscura noche,
es ruego, es queja, es grito de reproche,
para los otros hijos, los que vieron
con los brazos cruzados,
la infamia de los pocos,
el atroz parricidio de los locos
que a su madre asesinan ¡desalmados!.. .
y acaso sonrieron,
o cual mujeres débiles suspiran. . .
o lloran como niños. . ., mientras muere
la madre. .., a quien más hiere
el hielo de esa infame cobardía
que el frío sepulcral de la agonía. . .!
la poca sangre que en las venas queda,
como gotean, después de un aguacero,
las perlas de la luvia en la arboleda...
La vida se le acaba: su honda leve
el pecho dolorido
apenas mueve,
para morir en lánguido gemido
al llegar a los labios. ..
La sombra de la muerte, que ya inunda
el rostro de la madre moribunda,
no ha podido apagar de sus pupilas
ni el fuego ni la luz...;
Se miran ellas,
en lo alto de la Cruz,
apacibles, tranquilas,. . .
parecen dos estrellas
en una noche obscura!. . .
¿Hacia dónde esos ojos están fijos?...
¿Miran al cielo? ¿Ven la lontananza?. . .
¿Es lumbre de esperanza
la que en ellos fulgura?. . .
Es cariño, es amor, es calentura
maternal. . .: es perdón para los hijos
que en la Cruz la enclavaron!
¡para ellos
que, dementes, su rostro abofetearon,
y amasaron con lodo sus cabellos
y le abrieron las fuentes de la vida
y pagaron su amor y sus cariños
abriéndole una herida
por cada beso que les dió de niños.. .!
El fulgor de esos ojos, que asi miran,
como luceros en obscura noche,
es ruego, es queja, es grito de reproche,
para los otros hijos, los que vieron
con los brazos cruzados,
la infamia de los pocos,
el atroz parricidio de los locos
que a su madre asesinan ¡desalmados!.. .
y acaso sonrieron,
o cual mujeres débiles suspiran. . .
o lloran como niños. . ., mientras muere
la madre. .., a quien más hiere
el hielo de esa infame cobardía
que el frío sepulcral de la agonía. . .!
Mons. Vicente M. Camacho
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