Hijo mío, no hay método más seguro para llegar a ser bueno, —quizá también para llegar a ser grande— que vivir desde temprano en relaciones con hombres grandes y buenos; no hay elocuencia en el mundo por infalible que se le suponga, que pueda igualar al buen ejemplo.
En tanto que los vemos vivir y obrar, una voz nos habla, una voz potente como la de los torrentes: —"Ve, dice, y haz lo mismo. Lo que el uno puede hacer, el otro también lo puede"
El teatro de tu acción no es ni será nunca tal vez el suyo, y además, el hombre no tiene siempre la oportunidad de realizar cosas grandes; pero ¿no puedes tú, en un escenarlo menos vasto o menos elevado, desplegar la misma virilidad y persistencia en el bien?
Es un grave error medir el mérito de los hombres según la importancia del teatro de su acción, o según el estruendo, el ruido de su genio a través del mundo.
Desde el momento que uno aplica todo su esfuerzo a la cosa más pequeña, se puede tener tanta habilidad y talento como un Napoleón en aquellos famosos planes de batalla que cambiaron la faz de Europa, y un joven que doma sus pasiones y se inmola a la virtud, es tan heroico como los santos más ilustres.
El más elevado mérito es a menudo aquel del cual el mundo menos habla, y los que son más grandes ante los hombres, no son siempre los más grandes a los ojos de Dios.
Si no encuentras en tu camino esas criaturas escogidas, pues son raras, vuelve tus ojos hacia aquella multitud de testimonios gloriosos cuyo recuerdo la historia ha guardado y consagrado.
Ellos viven en sus obras y en sus libros; resucita tú de las sombras del pasado su varonil figura, hazlas revivir en tu pensamiento e imita sus acciones y hechos memorables.
En la intimidad del hombre grande por la inteligencia, grande sobre todo por el corazón, las más altas cumbres de la naturaleza humana se descubrirán a tus ojos. La virtud de estas nobles almas te bañarán como la ardiente luz del sol y te sentirás vivir más largamente, porque la savia cristiana que corre por tus venas será más abundante y rica.
Aprende de ellos, sobre todo cómo supieron querer, cómo supieron —a despecho de tantos obstáculos— perseverar infatigablemente en sus sublimes empresas.
Si se te dice que esos grandes hombres eran de una naturaleza distinta a la tuya, no lo creas. Eran hijos de mujer como nosotros; como nosotros debieron luchar contra las malas inclinaciones, a veces teniendo vergüenza de ellos mismos, y combatiendo fuertemente para vencerse.
Sin embargo, fueron hombres de bien. ¿No puedes tú como ellos defenderte de la perversidad y ennoblecerte por las virtudes que les han merecido la admiración del mundo?
Entra, pues, hijo mió, en la comunidad de esos héroes. Si tienes la dicha de conocer a algunos contemporáneos, acércate a ellos con respeto y míralos vivir y obrar; si no conoces a ninguno de ellos, búscalos en los libros.
Yo quisiera que tuvieras como libros de cabecera una Vida de los Santos y una vida de los grandes hombres.
¡Qué provecho to sacarías de tales relaciones!
En esa pura y vivificante atmósfera de fuerza, de sabiduría y de virtud, tu alma se reanimará como el pecho de un enfermo en la atmósfera balsámica de un bosque de pinos.
Y si es cierto que uno llega a asemejarse a aquellos con quienes se junta, oh hijo mío, qué dicha y qué honor para ti el acercarte, aunque sea un poco a esos nobles modelos, gloria de la religión y de la humanidad.
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