Año de 1453 hizo San Vicente un grande milagro acerca del mal de piedra, el cual contaré a la larga como está en el proceso, por ser muy notable. Juan de Capite Nemoris, de edad de diecinueve años, poco más o menos, vino de Normandía en el año de 1452 a casa de su padre, y en llegando bebió de cierta agua que no le fue poco dañosa. Luego se le hinchó el vientre y le caía hasta las rodillas, y el ombligo la salía grueso como un brazo, y la garganta se le hinchó de tal manera que no podía mirar a tierra. Llevóle el padre a muchos médicos y todos le desahuciaron. Llevóle a las capillas de San Eutropio y San Germán y a otros lugares píos e hizo algunos votos; pero (permitiéndolo Dios) no alcanzó de ellos lo que pretendía; antes se estuvo así el mozo un año y tres meses, en los cuales llegó a tal extremo que no se podía ayudar de miembro alguno. Y finalmente estuvo tres semanas que ni hablaba, ni veía, ni oía, ni se meneaba, ni comía sino cuando le abrían por fuerza con la punta de un cuchillo la boca y por allí en un día o dos apenas le hacían tomar una hostia y un poco de vino. Esperando ya su muerte, le velaron algunas noches y le tuvieron aparejada la mortaja. Mas, un día entre otros, subiendo su padre a visitarle y viéndole ya como muerto, enterneciósele el corazón y no supo más qué decir sino lamentar su desdicha con estas palabras: ¡Ah hijo mío, que así te tengo de perder! ¡Oh, si placiese al maestro Vicente rogar a Dios por tu vida y salud, ciertamente yo te llevaría a su sepulcro! Dichas estas palabras, el mancebo abrió los ojos y miró a su padre. El cual, maravillado de una cosa tan súbita, le dijo: Juan, ¿quieres que roguemos por ti al maestro Vicente? Entonces el mozo habló, y de allí adelante tuvo la lengua tan suelta como antes solía. Hizo que le levantasen en pies y le diesen sus muletas para sostenerse en ellas. Rogaba también a los que estaban allí que rogasen por el a San Vicente. Y haciendo los otros lo que él les pedía, a deshora se le reventó el ombligo y saltaron por él sesenta piedras como unas yemas de huevos duros, juntamente con otros humores. Y, luego, el mancebo estuvo bueno y pidió de comer, y se paseó, como si nunca tal cosa hubiera pasado por él. De allí a pocos días fué diez leguas a pies descalzos y vestido de blanco a visitar el sepulcro del Santo; y él y su padre atestiguaron esto delante de los que tomaron las deposiciones para canonizar al maestro Vicente.
Nicolao Boce, de Vannes, tenía un hijo de dos años y medio, al que se le atravesó en la vía ordinaria de naturaleza una piedra y no podía despedir las aguas, y así vino a la muerte; y daba muy tristes gemidos el padre, que antes de gozar de los placeres de esta vida, ya sentía tan bravas penas como son las de semejante enfermedad. Su padre y madre, después de buscados vanamente y sin ningún efecto otros remedios, le encomendaron al maestro Vicente, prometiendo una imagen de cera y cada semana una candela. Apenas habían acabado de decir esto, cuando se le saltó del cuerpo del niño una piedra mayor que una nuez de avellana.
Tres años después de la muerte del Santo, una mujer recién casada estuvo quince días sin poder hacer aguas, y hecho un voto a San Vicente, dentro de dos días cobró salud.
Fray Justiniano Antist O. P.
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
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