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martes, 28 de febrero de 2012

El daño que hacen algunas madres insipientes y necias

La unión perfecta del marido y la mujer es convenientísima para todo lo bueno, y mas principalmente para la cristiana educación y buena crianza de sus hijos y de sus hijas; porque si en este punto principal se discordan, se siguen graves inconvenientes, y se cumple a la letra la sentencia del Espíritu Santo, que dice, que si uno edifica y otro destruye, no se sacará sino dolor y pesadumbre (Eccl., XXXIV, 28).
Con las dos lumbreras mayores del cielo, que son el sol y la luna, gobierna Dios a todo el mundo, y con el marido y la mujer, bien concertados, se ha de gobernar discretamente la casa; y así como el sol y la luna se eclipsan cuando se miran con aspectos encontrados, y todas las plantas se desmedran con los malos efectos del eclipse; así también toda la casa se contrista, y se siguen malísimos efectos en mirándose con discordia el marido y la mujer; porque los hijos no pueden ser bien educados estando con discordia y pesadumbre sus padres.
Para asistencia del marido crió Dios a la mujer, diciendo le daba quien le ayudase, y le fuese su semejante: Facíamus ei adjutorium simile sibi (Gen., II, 18).
Pero si la mujer inconsiderada se hace contrária a su marido para la buena crianza de sus hijos, no solo no le servirá de asistencia, sino de mucha molestia, ni le será su semejante, sino su mayor y mas pernicioso contrario, obrando en todo contra la divina voluntad, y contra el fin principal para que Dios la crió. Suponemos lo que debe ser cierto, y es, que el padre diligente ha de criar a sus hijos con la rectitud y severidad que ya dejámos dicho en los capítulos antecedentes; porque si fuese lo contrário, que el hombre ignominioso es el descuidado en corregir a sus hijos, y darles cristiana educación, y la mujer es la verdaderamente cuidadosa de que sus hijos y sus hijas se crien con la rectitud justificada que Dios manda; en este caso, cuanto mal decimos de las madres, que se oponen a la buena crianza de sus hijos, se entenderá de los padres descuidados; y las dignas alabanzas recaerán sobre las madres diligentes.
Lo regular no es esto, sino que los padres corrigen como deben a sus hijos, y las madres (que los aman desordenadamente) los defienden, y a un golpe leve que les dan, levantan las voces, como leonas desaforadas, conturban la casa, desconsuelan al marido, y desprecian al maestro; y sus hijos infelices, por su mala madre, se crian sin la educación debida, y se hacen como brutos insipientes, que no tienen entendimiento sino para hacer mal.
Así fué la maldita Atalía, de quien dice la divina Escritura, que impelió a su hijo infeliz para que fuese malo y cometiese muchas impiedades; pero no tardó en llegar la justa venganza de Dios omnipotente, que confundió a la maldita madre, y acabó también con el hijo mal criado.
Así se cumplió el profético proverbio de Salomon, el cual dice, que la corrección y la vara dan a los hijos sabiduría (Prov., XXIX, l5); pero el hijo que se deja criar vicioso a su voluntad, confunde a su madre, y esto es en pena de su pecado, si su madre impidió la justificada corrección de su hijo. Quien tal hace, que tal pague.
No la sucedió así a la madre dichosa del santo Job, el cual dice en el sagrado texto, que sacó del vientre de su madre la misericordia, y después fué creciendo con los años, tomando el mayor vuelo desde su infancia: laudable juventud, en la cual los buenos padres les dan con la virtud el mejor ser a sus hijos, que es el ser virtuosos y santos.
En otro proverbio de Salomon se dice, que el hijo necio y estulto es la ruina de mi padre, y dolor intimo de la madre que le engendro, porque se hallan inconsolables los padres con la necedad notoria del hijo que sustentan. Y siendo tan grande dolor de la madre la estulticia ignominiosa de su hijo, vean las señoras como se oponen a la corrección y buena crianza de sus hijos, siendo cierto que después han de tener una continua afrenta con ellos.
En otro misterioso proverbio del mismo Sabio se dice, que la justificación y buenos procederes del hijo son alegría de su padre; y que el mismo hijo, condecorado con la sabiduría, será consolacion y alegría de su madre que le engendró. Y no parece quieren este digno consuelo aquellas bárbaras mujeres, que por no tener un poco de paciencia, y reprimir su amor de fieras, quieren que sus hijos se crien para necios, embarazando que el padre los corrija, y que el maestro los castigue, como lo merecen sus travesuras.
Por esto se dice maldito el fruto del vientre coinquinado de la injusta madre, que ni guarda los mandatos del Señor, ni quiere que en sus hijos se cumpla la divina voluntad (Deut., XXVIII, 18); solo desea que sus hijos se crien con regalo, salgan como salieren, y que nadie les toque un pelo de la cabeza.
No quieren semejantes mujeres insipientes ser alabadas en sus hijos justificados, como lo fué la digna madre del insigne obispo san Timoteo, discípulo estimado del apóstol san Pablo, el cual dice en una de sus cartas, que la gran fe y devocion de su santo discípulo, primero se habia visto en su virtuosa madre, que crió bien a su hijo, para que fuese tan graude santo (II Tim., I, 5).
El profeta Oséas dice, que la gloria de los hijos de Efrain les vino del vientre, y la ignominia de los espurios les proviene de su pecaminosa generación. Consideren las madres lo que sus virtudes ó vicios influyen en sus hijos, y no quieran poner mácula cu su gloria, estorbando con su amor desordenado el feliz progreso que pueden tener sus hijos con la enseñanza de sus maestros, que sin castigarles sus descuidos y travesuras, no los podrán hacer personas.
Para que sus hijos nazcan a la vida mortal, padecen sus madres tan atroces dolores, que las ponen a punto de morir, y todo lo llevan bien por la vida natural del hijo, como lo dice el santo evangelio (Joan.,XVI, 21). ¡Con cuánta mas razón han de sufrir, que su padre y maestro le den al hijo un leve castigo, que no le matará, para hacerle sabio y discreto, y darle un ser tan noble y estimable, que llene de gloria y prosperidad humana, y destierre la ignorancia con que nació por la original culpa!
Las indignas madres clamaban y decían: Ventrem meum doleo, ventrem meum doleo, según lo escribe el santo profeta Jeremías. Y con mayor sentimiento clamarán cuando vean que han de dar estrecha cuenta a Dios nuestro Señor de lo que embazaron con sus impertinencias la buena crianza y educación de sus hijos, que fueron infelices por tener tan malas madres, y que ya no tiene remedio, porque el tiempo estimable de la enmienda se les ha pasado.
Escarmiénten las señoras en aquella madre desventurada, que con mucho amor le daba dineros a su hijo para su perdición eterna, pues dicela divina Escritura, que con aquellos dineros que su mala madre le daba, lo que hizo fué comprarse un ídolo para condenar su alma, y así empleaba en graves ofensas de su verdadero Dios y Señor los dineros superabundantes que su maldita madre le ofrecía (Judic., XVII, 3).
Día vendrá, infelices madres, y día fuerte y terrible, en que digan las que tuvieron hijos, que ojalá no los hubieran tenido (Luc., XXIII, 29); y juzgarán por dichosas a las que fueron estériles, como el Señor se lo anunció. Esto ha de llegar infaliblemente, y no conviene aumentar leña para el fuego del infierno. Si las duele a las madres el castigo justo del hijo, adviertan y consideren, que es para su mayor bien; y tengan siquiera paciencia, ya que no tienen valentía cristiana de corazón generoso para darle al maestro las gracias.
Mejor es no tener hijos, que tenerlos malos, y criarlos para condenarse. Mejor es, dice un santo profeta, tener el vientre sin hijos, y los pechos áridos y secos, que tener hijos indómitos y contumaces, que ellos se condenen, y condenen a sus padres, porque no los corrigieron y castigaron en el tiempo oportuno. (Oseae, IX, 14 et seq.)
El apóstol san Pablo hace mención de la profecía de Isaías, que dice: alégrate, mujer estéril, que no tienes hijos. Da mil gracias a Dios de que te deja libre. Celebra tu felicidad con saltos de placer y voces de alegría que lleguen al cielo; porque te libra el Señor de un tan grande cargo de conciencia (Gal., IV, 27; Isai., liv, 1). Muchas almas se condenarán por los pecados de sus hijos, que no se condenarían por sus pecados propíos.
La mayor lástima es, que no reparan las malas madres en estos graves pecados, de impedir con su nimio amor la buena crianza de mis hijos, ni hacen mención de la pesadumbre grande de su infeliz marido, ni del desprecio y desconsuelo del maestro, ni de la tribulacion de su casa, y se pasan a comulgar, como si fuesen unas santas. No hay quien las entienda, ni ellas se entienden a sí mismas, porque esta es materia gravísima; pero se la tragan como agua dulce.
Una pobre madre no tuvo corazon para ver morir a su hijo, dice la sagrada Escritura (Gen., XXI, 16); y estas malas madres, de las cuales hablamos, ven que se pierden sus hijos, y nada sienten, ó por decirlo con mas propiedad, sienten que les embaracen su perdición, oponiéndose como frenéticas a los que los corrigen y los castigan para su deseado aprovechamiento, y para el bien espiritual de sus almas, y aun para su prosperidad temporal y estimación de sus personas.
En el sagrado libro de la Sabiduría se dice, que si tus hijos han de ser malditos, mejor seria no tenerlos. Mejor la seria a la señora impaciente no tener hijos, que verlos malogrados, despreciados por incultos, reputados por necios, relajados por vinosos, rebeldes por mal criados, desatentos por contumaces, y perdidos por sus feos vicios y torpes pecados. Estas son las fatales consecuencias que comunmente se siguen de la mala crianza de los hijos.
El Señor dice en su santo evangelio, que quien mas ama a sus hijos que a su divina Majestad, no es digno de hacerle compañía en su gloria (Matth., X, 37). Vean las señoras madres, que embarazan con su terrible condicion la buena crianza de sus hijos, qué camino llevan para el cielo, obrando tan expresamente contra la divina voluntad, y dando a entender, que aman mas a sus hijosque a su Dios, el cual les manda que los corrijan y castiguen, para que no se condenen.
El Espíritu Santo dice, que si tienes hijos, los enseñes, y les hagas inclinar la cabeza desde sus primeros años (Eccli., VII, 25). Las tales madres, locas de amor desordenado de sus hijos, no quieren que les toquen un pelo de la cabeza, ni que los contristen. ¡Véase cómo estas malas mujeres cumplen la voluntad de Dios, y el mandato del Espíritu Santo! Y sobre esto pleitos y pesares, que es un horror; y vámonos a la iglesia, y comulguemos con frecuencia, sin enmienda alguna. Es un escándalo pernicioso lo que sobre esto pasa.
En otra parte de la divina Escritura dice un proverbio de Salomon, que del niño no se aparte la disciplina, y que el padre esté cierto y no tema, y se asegure que su hijo no se morirá porque le pegue y le amague con la vara (Prov., XIII, 13). Si la madre perdida con el amor excesivo de su hijo oye disciplina, y oye vara, ya tenemos la molestia doble. Allí es el gritar, el rugir como una leona de los montes de África; allí es el topar con todas, y atropellarlo todo, y hablar desconciertos contra su marido, y contra el pobre maestro, como una mujer delirante que pierde el juicio.
Es una plaga insanable lo que sobre esto sucede en algunas casas desgraciadas. A mi me llegó en cierto lugar un caballero honrado, de buena naturaleza, con tan amargos desconsuelos sobre el trabajo imponderable que padecia con su mujer en esta materia, que apénas hallé remedió para templar su justo dolor, porque ya presentía el santo varón la desventura fatal que habían de padecer sus pobres hijos por su mala madre, y que se habia de llegar el dolor del alma que les anuncia el Espíritu Santo a los padres por la mala crianza de sus hijos (Eccli., XXX, 12). No digo el fin desgraciado que tuvieron los de la tal casa, porque no se discurra mas de lo que conviene.
Lo que debe notarse mucho es, que la buena crianza de los hijos, aunque obliga a los padres y a las madres, estas son las que mas hacen en la ejecución, ó para bien, ó para mal, porque están mas frecuentemente con ellos, y deben considerar lo que dice el Espíritu Santo, que mas vale un hijo bueno, que mil hijos impíos y malos, y mas vale morir sin hijos, que dejarlos mal criados (Eccli., XLVI, 3).
Atiendan las señoras a aquellas insignes matronas que ha tenido la Iglesia de Dios, y las dejaron glorioso ejemplo para la buena crianza de sus hijos. La célebre santidad del admirable san Luis de Francia, honroso crédito de la Venerable Orden Serafica, se atribuye en mucha parte a la cristiana educación con que le crio su virtuosa madre la grande reina española doña Blanca (In Vita S. Lud. Regis).
A san Edmundo de Inglaterra le hizo virtuoso desde niño su santa madre, que desde aquella primera edad le enseñaba a guardar discreto silencio, a tomar una moderada disciplina, a compadecerse de los pobres de Cristo Señor Nuestro, y le ejercitaba en muchas devociones, como se refiere en su prodigiosa vida.
Al insigne San Andres Corsino le ganó para su Dios su venerable madre, que con animo varonil y celo cristiano, supó reprender sus travesuras, y castigar sus vicios de la juventud con raro ejemplo del mundo. (Ecclce. in of).
Del grande san Elzeario se refiere en su vida por digno, fundamento de su rara santidad, que habiéndole ofrecido Dios su virtuosa madre desde su nacimiento, le pedia repetidas veces al Señor la santa matrona, que si su hijo habia de ser rebelde a sus divinos mandamientos, le quitara la vida antes de perder la gracia del sagrado bautismo, la pagó Dios esta oferta meritoria de tal manera, que le llenó de bendiciones del cielo, como se experimentó bien en el progreso maravilloso de su pasmosa vida.
El gran doctor de la Iglesia san Agustín a su santa madre debió toda su felicidad, como se dice en sus lecciones eclesiásticas, intitulándola la Iglesia con el glorioso nombre de dos veces madre de su hijo Agustino: Monica, dupliciter mater. Tenia constante y ansioso corazon de azotar a su hijo cuando faltaba a la escuela, como el mismo santo lo refiere (In Of. S. Monicae, S. Aug. lib. í, Conf., cap. 9).
Así han de criar las madres a sus hijos, y no apadrinarle: ni defenderles sus travesuras, y embarazar su buena crianza turbando su casa, y desconsolando a su marido, y despreciando con injurias al maestro, porque justificadamente lo corrige y le castiga con moderación a su hijo. Con estas leves mortificaciones se evitarán muchos displaceres en le restante de sus vidas, como lo advierte el Espíritu Santo (Eccli. XXX).
R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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