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sábado, 18 de febrero de 2012

SABER LEER

Lo que vas a leer sucedió hace más o menos seiscientos años. Es pues, antiguo, pero siempre de actualidad por motivos que tú misma podrás comprender.
Alrededor del año 1400, Gutenberg (Juan Gensfleisch) terminaba su primera máquina tipográfica, después de veinte años de trabajos y fatigas indecibles.
Las pruebas habían resultado satisfactorias. Se trataba de dar a la luz la primera obra.
¿Cuál escoger entre tantas?
Gutenberg reflexionó: El genio humano ha dado muchas obras de inestimable valor. Pero por encima de ella está un libro divino que tiene al mismo Dios por autor. A la Biblia pues el honor de precedencia.
Entonces del rudimentario taller salió el primer libro impreso: La Sagrada Biblia.
Imagínate la satisfacción de Gutenberg, cuando extrajo de debajo de la prensa su primera copia. La tomó con mano temblorosa, la besó y la estrechó contra su corazón con la felicidad de un padre que abraza a su pequeño recién nacido.
Pero ¿qué sucedió?
Mientras el inventor de la imprenta se embriagaba con la alegría que le había proporcionado el gran éxito, se turbó por una escena terrorifica.
De improviso se le aparece Satanás burlándose de él y, dándole un golpe sobre la espalda, le grita:
— ¡Muy bien, amigo! !Hoy tú has prestado a nuestra causa el más grande de los servicios! ¡En recompensa te ofrezco la mitad de mi reino!
Gutenberg no tuvo tiempo de orientarse, pues pronto se le presentó otra visión extraña.
En un inmenso taller, como nunca lo había visto, centenares de obreros trabajaban con rapidez vertiginosa. Máquinas enormes como monstruos, engullían inmensos pliegos de papel blanco, que pronto devolvían ya impresos. Todos horriblemente asquerosos.
¡Imagínate la consternación del pobre Gutenberg!
¿Podría él asumirse aquella terrible responsabilidad? Su conciencia no se lo permitía.
¡Indigno y miserable! —increpó al príncipe de los infiernos—. ¡No, tú no te burlarás de mí! ¡No te servirá mi obra!
¿Y qué hizo?Cogió una maza, la levantó sobre el precioso invento. Pocos golpes y todo habría quedado reducido a fragmentos... pero Satanás no se burlaría de él.
Mientras la maza estaba para desplomarse, arrojada por la energía de un hombre desesperado, una mano invisible la detuvo y una voz gritó:
— ¡No, Gutenberg! No eches a perder la obra de Dios. Es verdad que en manos de Satanás la prensa será instrumento de perversión, de corrupción y de mentira. Pero en manos de Dios será algo poderoso para la difusión de la verdad y de la luz; será un sol que ahuyentará las tinieblas del error, será otra victoria que el triunfador del Gólgota podrá escribir en su álbum de oro.
Gutenberg volvió el rostro para mirar... y su interlocutor era un Angel.
Cayó entonces de rodillas, agradeciendo y adorando el poder y la sabiduría de Dios.
Satanás, que se había escondido en un rincón, quiso decir todavía una palabra: —¡Pues bien, yo acepto el desafío! Demos principio a un gran duelo: ¡Tú, Dios, contra mí, Satanás!— Y desapareció lanzando una horrible carcajada.

Desde entonces el príncipe de las tinieblas no olvidó su pacto. Antes bien, parece que lo haya renovado con más odio en los tiempos modernos, en los cuales, la lectura se ha convertido para muchos en una necesidad irresistible, en una verdadera obsesión.
Y entre estos tienen un lugar importante las jovencitas.
Frivolas, amantes de novedad, de falsa poesía muchas leen un poco de todo; los periódicos que entran en la casa, las revistas ilustradas de todos los tipos; las novelas que encuentran en las bibliotecas y escaparates, los libros prestados por las amigas...
A semejanza de aquellos niños que tienen la deplorable costumbre de llevarse todo a la boca: lo que encuentran por la calle, lo que descubren en la despensa, lo que cuelga de los árboles.
He aquí por qué algunas, o más bien muchas, son a menudo víctimas de dolores y de penas más graves que las que sufren los niños golosos: dolores y desdichas morales y espirituales.
Observémoslas: se desalientan y poco a poco se vuelven tristes e inquietas. Es el primer paso hacia el abismo.
Después, casi inconscientemente, pierden el gusto por la oración, se acercan con repugnancia a los sacramentos, especialmente al de la confesión.
Si pudiésemos entonces penetrar en su mente, veríamos que está turbada por fantasías vanas, obscenas, que las atormentan hasta en el sueño.
El abismo está ya cerca.
Y cuántas que, también entonces, no teniendo la fuerza y el valor de determinarse, llegan a la orilla de él y se precipitan.
Entonces, demasiado tarde, comprenden las funestas consecuencias de las lecturas imprudentes.
-Si es así, ¿es mejor no leer nada?
—Todo lo contrario. Pero es necesario saber leer.
"Un buen libro —escribe el Padre Lacordaire- es para el alma cristiana un ser viviente con el cual ella conversa. Leer un buen libro, tenerlo, gustarlo, embriagarse de su perfume, respirar su esencia es para el alma una de las alegrías más íntimas".
"El tiempo transcurre rápidamente en estos agradables coloquios intelectuales con una mente superior, y se agradece a Dios, por haber sido tan bueno en dar al fugaz pensamiento la duración del bronce, y la vida de la eternidad".
Una buena lectura ha sido muchas veces ocasión querida y preparada por Dios, el medio para convertir a ciertas almas, para hacerlas volver por el sendero recto o para impulsarlas a ideales superiores.
San Ignacio de Loyola, se convirtió en el santo que admiramos, después de una buena lectura. San Agustín dio sus primeros pasos en el camino de la conversión motivado por la lectura de las Epístolas de San Pablo. Muchos santos han encontrado en el estudio y en la lectura el camino de su ascensión a Dios.
Pero el libro también puede ser veneno que intoxica el alma.
Es tal, cuando es insulso y malo.
Es insulso el libro que te habla de un mundo distinto del tuyo en que vives; que te describe la vida como un sueño color de rosa, sin fatiga, sin lucha y sin sacrificio; que te hace reir y llorar sin enseñarte nada.
Malo es en cambio el libro que no leerías con gusto en alta voz, delante de tu mamá, o de tu maestra; que tiene páginas, o sólo frases que te hacen sonrojar y sobresaltar la primera vez que lo lees.
Para que en la práctica sepas distinguir las lecturas buenas de las que no lo son, te doy algunas reglas que debes tener presentes antes de comenzar cualquier lectura.
Nunca leas libros que estén señalados en el "Indice", esto es condenados por la Iglesia. Sería como si bebieses de un frasco que tiene escrito: ¡"Veneno! ¡peligro de muerte"!
Nunca leas nada sin saber de lo que se trata. En la duda, pide consejo a personas sabias, prudentes y temerosas de Dios.
Si cae en tus manos un libro o periódico considerado bueno, o al menos inocuo, pero para ti peligroso, suspende la lectura en cuanto sientas que te turba.
La conciencia avisa cuando asoma el peligro. Infeliz de ti si no la escuchas.
No te detengas ante los escaparates de libros y revistas que hay en las esquinas de las calles.
Hay en ellos veneno y el demonio está siempre allí para ofrecértelo a poco precio y disfrazado bajo colores brillantes.
Recuerda: la lectura puede ser tu salvación, pero también tu ruina.
Si es buena enriquece tu inteligencia de conocimientos útiles; te prepara para la misión que la Providencia te ha asignado en la vida; te fortifica la voluntad adiestrándola en las virtudes indispensables para la joven; guía rectamente tu corazón, rico de tantas energías, pero ciego e inclinado al mal.
Si es frivola te hace desperdiciar el tiempo precioso de tu juventud, apartándote de los verdaderos tesoros de la vida y de la virtud.
Si es mala te ofusca poco a poco la conciencia y te arrastra inconscientemente de abismo en abismo.
Aprende pues a escoger tus lecturas: aprende a leer.

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