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viernes, 3 de febrero de 2012

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA Y LA NUEVA MISA. (2) b


(Páginas 29-45)
IV
Vamos a estudiar ahora la esencia del Sacrificio.
El misterio de la Cruz ya no está explícitamente expresado. Está tan sólo, en la nueva liturgia, de una manera oscura, velada, inperceptible para el pueblo (Contradiciendo lo que expresamente prescribe el Vaticano I Sacro Con. N°48); y esto es así, por las siguientes razones:

1)
El sentido dado en el "Novus Ordo" a la así llamada "prex eucharistica" ("plegaria eucarística") es: "que toda la congregación de los fieles se una con Crísto en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio" (N° 54).

¿A cuál sacrificio se refieren estas palabras? ¿Quién es el que lo ofrece? Ninguna respuesta se da a estas pieguntas. La definición inicial de lo que el "Novus Ordo" entiende por "prex eucharistica", plegaria eucaristía es la siguiente: "el centro y el culmen de toda la celebración (es) cuando se llega a la plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y santificación" (N° 54). Los efectos, pues, se ponen en lugar de las causas, de las que ni de una sola se dice una palabra. La mención explícita del objeto de la ofrenda, que se encontraba en el "Suscipe", no ha sido remplazada por nada. Este cambio en la formulación revela un cambio en la doctrina.

2
) La razón para esta falta de explícita referencia o mención del sacrificio es manifiesta, ya que la Real Presencia ha sido removida de la posición central, que ocupaba tan resplandecientemente en la antigua Liturgia Eucarística. Sólo hay una mención de la Presencia Real (una cita, en una nota marginal, del Concilio de Trento), y de nuevo en el contexto se habla de "banquete eucarístico", "banquete escatológico". (N° 241, nota 63).

En ninguna parte se alude a la Real y permanente Presencia de Cristo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en las especies transubstanciadas. La misma palabra consagrada en la doctrina de la Iglesia, de transubstanciación es totalmente ignorada.
La supresión de la invocación de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad ("Veni Sanctificator") para que descienda sobre las oblaciones, como una vez antes bajó sobre la Virgen Santísima para realizar el milagro de la Divina Presencia, es una instancia más de la sistemática, aunque tácita negación de la Real Presencia.
Notamos aquí también la eliminación
a) De las genuflexiones (sólo quedan tres para el sacerdote, y una, con ciertas excepciones, para el pueblo, a la hora de la Consagración).
b) De la purificación de los dedos del sacerdote en el Cáliz.
c) De la preservación de todo contacto profano de los dedos del sacerdote, después de la consagración.
d) De la purificación de los copones y vasos sagrados que no tiene que hacerse luego, ni sobre un corporal.
e) Del paño para proteger el Cáliz.
f) Del dorado interno de los vasos sagrados.
g) De la consagración de los altares móviles.
h) De la piedra sagrada y reliquias (el ara) del altar movido sobre la "mesa", "cuando la celebración no ocurre en recintos sagrados"; (esta distinción lleva directamente "a las cenas eucarísticas", en las casas privadas).
i) De los manteles del altar, que se reducen ahora a uno.
j) De la acción de gracias de rodillas (reemplazada por una oración de gracias sentados, tanto de parte del sacerdote como de parte del pueblo; complemento por lo demás, lógico de la recepción de pie por los fieles de la Sagrada Comunión).
k) De todas las antiguas prescripciones, en el caso de que cayase al suelo una hostia consagrada, que han quedado reducidas a un "reverenter accipiatur" (sea levantada con reverencia) N° 239.
Todas estas omisiones sólo sirven para hacer más enfático el repudio del dogma de la Real Presencia de Cristo en la divina Eucaristía.

3) La función que se da hoy al altar. (N° 262). El altar en el "Novus Ordo" casi siempre se llama "mesa" (La función primaria del altar es reconocida una sola vez (N9 259): "el altar en el cual se renueva el Sacrificio de la Cruz, bajo las señales eucarísticas". Esta única referencia no ; XII, Alocución al Congreso Internacional Litúrgico, Asis-Roma, Septiembre 18-23 de 1956) (cf. Mediator Dei, N° 5, nota 28). El "altar o mesa" del Señor, que es el centro de toda la liturgia eucarística" (N° 49, cf. 262). Se ordena que el altar esté separado de la pared, para que sea posible caminar a su alrededor y la celebración pueda hacerse de cara al pueblo (N° 262); se dice también que el altar debe ser el centro de la asamblea de los fieles, "hacia el que espontáneamente converja la atención" de todos. Pero una comparación de lo que se dice en el N° 262 y lo que se dice en el N° 276 parece sugerir que la reservación del Santísimo Sacramento sobre el altar está prohibida. Esto marcaría una irreparable separación entre la presencia del Eterno Sumo Sacerdote y aquella otra presencia sacramental. Antiguamente eran las dos una misma presencia ("El separar del altar el tabernaculo es como separar dos cosas que, por su misma naturaleza, deben de estar unidas")(Pío XII, Alocución al Congreso Internacional Liturgico, Asis-Roma, sep. 18-23 de 1956) (cf. Mediator Dei, N° 5, nota 28)
Se recomienda ahora que el Santísimo Sacramento sea guardado en un lugar aparte para la devoción privada de la gente (casi lo mismo como si se tratara de la devoción a una reliquia o a una imagen). Así, al entrar en el templo, la atención no se concentra ya en el Tabernáculo, sino en una desnuda mesa. Una vez más notemos el contraste establecido entre la piedad privada y la piedad litúrgica: un altar se coloca enfrente de otro altar.
En la insistente recomendación de que la comunión sea distribuida con hostias consagradas en la misma Misa; el consagrar una hogaza de pan (Rara vez el "Novus Ordo" usa la palabra "hostia", tradicional en los libros litúrgicos con su precisa significación de "víctima". Inútil es decir que esto lo hacen los reformadores para enfatizar solamente los aspectos de "cena", "alimento") para que el sacerdote pueda distribuir de ese pan a lo menos a algunos de los fieles, encontramos reafirmada una menospreciativa actitud hacia el Tabernáculo, lo mismo que a toda otra manifestación de piedad eucarística, fuera de la Misa. Y esto constituye un nuevo y violento ataque a nuestra fe católica en la Presencia Real de Cristo, mientras las especies eucarísticas perduren.
De acuerdo con el acostumbrado hábito de los reformadores de sustituir una cosa por otra, la Presencia Real, es equivalente en el "Novus Ordo" a la Presencia de la Palabra (N° 7, 54). Pero esta última presencia es realmente de muy diversa naturaleza, que no tiene otra realidad, excepto el uso; mientras que la primera presencia es, de una manera estable, objetiva e independiente de la recepción que en el sacramento hagamos de la Sagrada Comunión. Las fórmulas "Dios habla a su pueblo"... "Por su palabra Cristo está presente en medio de los fieles" (N° 33 cf. Sacros. Conc. N9 33 y 7) son fórmulas típicamente proles tantes, que estrictamente hablando no tienen significación, ya que la presencia de Dios en la palabra es mediata, condicionada por un acto del alma, por la condición espiritual de cada individuo y limitada por el tiempo. Este error tiene gravísimas consecuencias: la afirmación o insinuación de que la Real Presencia esta ligada al usus y termina con él.
Nota del traductor Mexicano: En el Colegio de las Damas del Sagrado Corazón, en Sarria, (Barcelona), hace dos años, iba a predicar la novena del Sagrado Corazón un jesuíta "de la nueva ola". En la capilla, frente al altar, todavía antiguo, se colocó el reclinatorio para que el Reverendo Padre se arodillase a rezar las preces preliminares de costumbre. A un lado, se hallaba la mesilla y el sillón para que predicase el sacerdote. A la hora señalada, llegó el jesuita, vestido de exótico "clergyman"; sin arrodillarse, ni hacer siquiera una genuflexión, saludó a la asamblea de monjas y alumnas, retiró el reclinatorio a la sacristía; puso el sillón y la mesa de espaldas al altar y al Tabernáculo, y empezó así su increíble plática: "Estáis sorprendidas por mi proceder y por los cambios que he hecho. Es que ignoráis que el Concilio evolucionó todo en la Iglesia. En el altar está Cristo, durante la Misa; pero, eso de que esté todo el día en esa caja, como en conserva, eso ya es otra cosa. Ahora nadie lo cree en la Iglesia". La Reverenda Madre Superiora, aunque progresista, se escandalizó justamente de las teologías de aquel jesuíta de la nueva ola y dió imperiosa señal para que monjas y alumnas abandonasen luego la capilla. Y así terminó el episodio y la novena.

4) Las fórmulas de la consagración. La fórmula antigua de la consagración era con toda propiedad y evidencia una fórmula sacramental no una narración conmemorativa de hechos ya pasados. Esto se expresaba, sobre todo, por tres cosas:
a) El texto de la Sagrada Escritura, no tomado palabra por palabra: la inserción paulina "Mysterium Fidei" es una inmediata confesión de la fe del sacerdote en el misterio realizado por la Iglesia, a través del sacerdocio jerárquico.
b) La puntuación y la escritura tipográfica: el detenimiento y el nuevo párrafo hacían que el pasaje cambiase de un tono y sentido meramente narrativo a un tono sacramental, imperativo, potestativo. Las palabras sacramentales estaban impresas con caracteres grandes, en el centro de la página, y, con frecuencia, en diferente color, destacados claramente del contexto histórico. Combinando estos elementos, la fórmula adquiría un valor propio y autónomo.
c) La anamnesis (Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis), que en griego es "eis tén emón anamnesim" (dirigido a mi memoria) se refiere a Cristo que actúa, no a una mera memoria o recuerdo de El y de lo que sucedió en su Pasión. Es una invitación a recordar y un mandato de hacer lo mismo que El hizo y como lo hizo, (haec in mei memoriam facietis). La fórmula paulina (Hoc facite in meam commemorationem), que ahora suplirá la fórmula antigua hará inmediatamente que los que escuchan se concentren en la memoria de Cristo como si ese fuera el fin de la acción eucaristía, cuando en realidad, es tan sólo el comienzo. La idea final de conmemoración una vez más tomará el lugar de la idea central, según la voluntad de Cristo, de la acción sacramental o sacrifical.
La acción sacramental de la instrucción está enfatizada como habiendo ocurrido, cuando N. Señor dió a sus apóstoles su Cuerpo y su Sangre "a comer", bajo las especies de pan y vino, no en el acto de la consagración y en la mística separación, por ese acto originado, de la Sangre y del Cuerpo de Cristo, esencia del Sacrificio Eucarístico. (cf. Mediator Dei de Pío XII).

El tono narrativo es acentuado con la fórmula "narratio institutionis" (N° 55 d.) y reafirmado por la definición, que el "Novus Ordo" nos da, de anamnesis, en la que se dice que "la Iglesia recuerda la memoria del mismo Cristo" (N° 556).
En breve, la teoría que quieren imponernos por la epiclesis, la modificación de las palabras de la consagración y de la anamnesis, tiene el efecto de modificar el modus significandi de las palabras de la consagración. Las fórmulas consecratorias son ahora pronunciadas por el sacerdote como partes componentes de una narración histórica, y ya no enunciadas como expresando el juicio categórico y afirmativo, pronunciadas por Aquel, en cuya persona actúa el sacerdote: Hoc est Corpus Meum (no "Hoc est Corpus Christi").
Las palabras de la Consagración, como aparecen en el "Novus Ordo" pueden ser válidas, en virtud de la intención del ministro. Pero pueden también ser inválidas, porque ya no son válidas ex vi verborum, o, para hablar con más precisión, en virtud del "modus significandi", que ellas tenían en la Misa hasta el presente día.
¿Consagrarán válidamente, en un futuro próximo, los sacerdotes, que no han recibido la formación tradicional de hacer lo que hace la Iglesia? Tenemos razón positiva para dudarlo.

Más todavía: la aclamación que debe hacer el pueblo, inmediatamente después de la consagración: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!" o, como dice el texto latino: "Anunciamos tu muerte, Señor, y confesamos tu resurrección, hasta que vengas", introduce una vez mas, bajo el manto de la escatología, la misma ambigüedad respecto de la Real Presencia. Sin ningún intervalo o distinción, la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos es proclamada, precisamente en el mismo momento, cuando está substancialmente presente sobre el altar, casi como si la segunda venida, y no ésta que ocurre en la Eucaristía, fuese la verdadera venida.
Esta ambigüedad surge de nuevo y de una manen más fuerte, en la fórmula de la aclamación optativa, expuesta en el apéndice, N° 2: "Cuantas veces comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, oh Señor, hasta que vengas"; la yuxtaposición de diferentes realidades: de la inmolación, del comer, de la Real Presencia y de la segunda venida de Cristo alcanza aquí su ambigüedad mayor.
Y no se diga, según el modo crítico, bien conocido, de proceder de los protestantes, que las frases citadas forman parte del mismo contexto de la Sagrada Escritura. La Iglesia ha evitado siempre estas yuxtaposiciones o super-posiciones para evitar precisamente cualquier confusión de las realidades que ellas expresan.

Hablemos ahora de la realización del Sacrificio. Los cuatro elementos que debemos distinguir son estos: 1) Cristo, 2) el sacerdote, 3) la Iglesia, 4) los fieles presentes.

En el "Novus Ordo" la posición atribuida a los fieles es autónoma (absoluta); de aquí que sea falsa desde el principio, desde la definición que el N° 7 de la "Institutio Generalis" nos da: Misa est sacra sinaxis seu congregatio populi Dei" (la Misa es la asamblea o congregación del pueblo de Dios). Como falso es también que el saludo del sacerdote presidente manifieste la presencia del Señor, y que "con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada".
Una verdadera presencia, ciertamente, de Cristo, pero solamente espiritual, y un misterio de la Iglesia, pero tan sólo como una asamblea, que manifiesta y solicita una tal presencia.

Nota del Traductor Mexicano: Es obscura la expresión, en el contexto en que se halla, del "misterio de la Iglesia congregada". Yo veo no un misterio, sino muchos misterios en la congregación o reunión espiritual de todos los que estamos unidos o formamos una misma Iglesia Católica, regida por Cristo y el Papa su Vicario; pero no veo en sí ningún misterio en la congregación material, local, del pueblo de Dios. El saludo sacerdotal podrá ser un acto de cortesía, un gesto social, pero nunca la clave para representar e interpretar el misterio de la Iglesia congregada. Por otra parte, el misterio o los misterios de la Iglesia se dan también, en una sola alma regenerada por Cristo, aunque no esté material, localmente congregada con los otros fieles. En una Misa privada celebrada por un sacerdote con ayudante, se da también plenamente el misterio de la Iglesia congregada. El texto, que venimos presentando, explica después la tendencia del equívoco.

Una interpretación colectivista está constantemente subrayada, a) por las persistentes referencias al carácter comunal de la Misa (Nos. 74-152); por la distinción asta ahora inaudita entre la "Misa cum populo" (la Misa con el pueblo) y la "Misa sine populo" (Nos. 203-23l); por la definición de la "oratio universalis seu fidelium" (N° 45), en la que una vez más encontramos reafirmado "el oficio sacerdotal" del pueblo ("populus sui sacerdotii munus excercens" el pueblo ejercitando su oficio sacerdotal), presentado en una manera equívoca, ya que ni siquiera se hace mención a su subordinación al sacerdocio jerárquico del celebrante; tanto más cuanto el sacerdote, como un mediador consagrado, se hace así el intérprete de todas las intenciones del pueblo, así en la oración "Te igitur", como en los dos mementos.
En la "Prex eucharistica III" ("Vere Sanctus", p. 123), las siguientes palabras son dirigidas al Señor: "Santo eres en verdad, Señor, y con razón te alaban todas tus creaturas, ya que... das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo, sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha, desde donde sale el sol hasta el ocaso". Congrega el Señor a su pueblo para ofrecer el sacrificio: el pueblo, no el sacerdote, no Cristo, es el elemento indispensable en la celebración. Esta obscuridad o imprecisión en señalar quien es el que ofrece, hace que el pueblo mismo aparezca y se crea revestido con poderes autónomos sacerdotales. Puesta esta base, no sería remoto ni sorprendente que el pueblo, antes de mucho tiempo, fuese autorizado a unirse al sacerdote para pronunciar con él las fórmulas consecratorias, como de hecho ya se está haciendo en algunas partes.
La posición del sacerdote está minimizada, cambiada y falsificada. En primer lugar, con relación al pueblo, para quien es ahora, a lo más, un presidente, o un hermano, no un ministro consagrado, que celebra (sacrifica, actúa) en nombre de Cristo, con el poder de Cristo. En segundo lugar, con relación a la Iglesia, como "quídam de populo" (uno de tantos del pueblo). En la definición de la "epiclesis" (N° 55), las invocaciones son anónimamente atribuidas a la Iglesia: la parte del sacerdote ha sido eliminada. "Epiclesis: con la que la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora el poder divíno, para que los dones que han ofrecido los hombres, queden consagrados...".
Para los luteranos, todos los cristianos son sacerdotes y, por lo mismo, todos son oferentes de la "cena". Tanquerey en su "Synopsis Theologiae dogmaticae", dice: "Todos y cada uno de los sacerdotes, estrictamente hablando, son un ministro secundario del Sacrificio de la Misa. Cristo mismo es el ministro principal. Los fieles, por medio del sacerdote intermediario, ofrecen también, aunque no en un sentido estricto, el Sacrificio.
En el Confíteor, que ahora se hace colectivo, el sacerdote no es ya un juez, un testigo e intercesor con Dios. Es lógico, pues, que ya no tenga poder para dar la absolución, que ha sido del todo suprimida. El sacerdote, un miembro del pueblo de Dios, uno de todos los hermanos que asisten al sacrificio. Aun el ayudante lo llama así, en el Confíteor de la "Missa sine populo".
Ya antes de esta última reforma litúrgica, había sido suprimida la significativa distinción entre la comunión del sacerdote —el momento en que el Eterno y Sumo Sacerdote y aquél que actuaba, en su nombre y con su poder, se unían en la más sagrada y sublime unión— y la comunión de los fieles.
Ni una sola palabra encontramos ahora acerca del poder del sacerdote, para sacrificar, o de su acción de la consagración, por la cual se realiza la transubstanciación, la Real Presencia de Cristo. En el "Novus Ordo" no aparece distinto a un ministro protestante.
La supresión o el uso optativo de muchas sagradas vestiduras (en algunos casos son suficientes al alba y la estola) (N° 298) destruye todavía más la conformidad original con Cristo. El sacerdote no está ya simbólicamente revestido con todas sus virtudes, y se convierte en un mero "graduado", al que una o dos señales pueden distinguir de la masa del pueblo (Debemos notar de paso una increíble innovación, que ciertamente tiene que traer los efectos sicológicos más serios: ornamentos rojos, en vez de negros, en la liturgia del Viernes Santo. (N° 308 b). La conmemoración, digamos, de cualquier mártir, en vez del luto de toda la Iglesia por la muerte de su Divino Fundador, (cf Mediator Dei)): "un poco más hombre que el resto", para citar la involutaria humorística definición de un predicador dominico. (Padre Roquet, O. P.). Lo mismo como hiciera en la "mesa" y el altar, han establecido una separación entre lo que Dios había unido: el solo sacerdocio de la Palabra de Dios, del sacerdocio jerárquico, que ofrece el Sacrificio.
Finalmente, está la posición de la Iglesia con relación a Cristo. En un caso, a saber, en la "Misa sine populo" (en la Misa sin asamblea) se reconoce que la Misa es "Actio Christi et Ecclesiae", la acción de la Iglesia y Cristo (N° 4, cf. Preb. Ord. N° 13), mientras que en el caso de la "Misa cum Populo", de la Misa con pueblo, esto no se menciona, exceptuando el propósito de "recordar a Cristo" y santificar a los que están presentes. Las palabras usadas son éstas: "asocia a sí mismo al pueblo, al ofrecer el sacrificio por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre". En vez de estas palabras, debería decir que asocia al pueblo a Cristo, que se ofrece a sí mismo "per Spiritum Sanctum Deo Patri".
En el contexto de estas palabras, hay que notar las siguientes cosas: 1) La muy grave omisión de la frase: "Per Christum Dominum Nostrum" (por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina etc.), la garantía dada a la Iglesia, en todos los siglos, de que sus plegarias son oídas. (Joan. XIV, 13-14,15,16,23). 2) El "pascalismo", que todo lo invade, casi como si no existiesen otros aspectos, muy diferentes e igualmente importantes de la comunicación de la gracia. 3) El muy extraño y dudoso escatologismo, por el cual la comunicación de la gracia sobrenatural, una realidad que es permanente y eterna, se abaja a las dimensiones del tiempo: oímos de un pueblo en peregrinación, la Iglesia peregrina —ya no se habla de la Iglesia Militante contra el poder de las Tinieblas—, que busca un futuro, que, habiendo perdido su vínculo con la eternidad, es concebido en términos puramente temporales.
La Iglesia —Una, Santa, Católica, Apostólica— está tan disminuida, como claro aparece en la IV Plegaria Eucarística, cuya fórmula ha sustituido aquellas sublimes palabras del Canon Romanum "et ómnibus ortodoxis atque catholicae, et apostolicae fidei cultoribus" (y todos los que profesan la fe ortodoxa, católica y apostólica), con estas palabras de un ecumenismo incomprensible; e inadmisible, que literalmente, ni más, ni menos, dice así: "todos los que te buscan con un sincero corazón".
Lo mismo en el Memento de los difuntos, cuando lo hay, no se dice ya "a aquellos que han muerto con la señal de la fe y duermen el sueño de la paz", sino "aquellos que han muerto en la paz de Cristo", y se añade, con manifiesto detrimento del concepto de la unidad visible, la multitud de todos los difuntos, "cuya fe sólo Tu conoces".
Más todavía, en ninguna de estas tres nuevas Oraciones Eucarísticas, hay ninguna referencia, como ya se ha dicho, al estado de sufrimiento de los que ya murieron; en ninguno hay la posibilidad de un Memento particular; todo esto, es evidente, tiene que minar la fe en la naturaleza propiciatoria y redentora del Sacrificio. (En algunas traducciones del Canon Romano, el "locus refrigerii, lucis et pació" era interpretado como un simple estado ("de bendiciones, de luz y de paz"). ¿Que debemos entonces decir, de la eliminación de toda explícita referencia de la Iglesia purgante?).
Omisiones desacralizantes rebajan y oscurecen en todas partes el misterio de la Iglesia. Ya no es presentada como una jerarquía sagrada: los ángeles y los Santos son silenciados y reducidos al anonimato, en la segunda parte del Confíteor colectivo; han desaparecido, como testigos y jueces, en la persona de San Miguel, en la primera parte de ese así llamado "acto penitencial" (En todo este tumulto de abreviaciones, hay tan sólo un punto positivo, que enriquece, no destruye: la mención de los pecados de omisión, en la acusación de los pecados, en el Confíteor). Han desaparecido también las varias jerarquías de los ángeles (y esto sin precedente alguno), en el nuevo Prefacio de la "Plegaria Eucarística II". En el Communicantes ha sido suprimido el recuerdo de los Pontífices y Santos Mártires, sobre quienes la Iglesia de Roma está fundada y que fueron sin duda alguna, los que nos legaron las tradiciones apostólicas, destinadas a ser completadas en lo que, con San Gregorio, llegó a ser la Misa Romana. En el Libera nos, no se menciona ya a la Virgen Santísima, los Apóstoles y todos los santos: la intercesión de María y de los bienaventurados no es ya demandada aún en tiempos de peligro.
La unidad de la Iglesia está gravemente comprometida con la omisión verdaderamente incomprensible e intolerable, en todo el "Novus Ordo", incluyendo las tres nuevas "Plegarias Eucarísticas", de los nombres de los Príncipes do los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma, y los nombres de los otros Apóstoles, fundamento y distintivo de la Iglesia, una y universal. La única mención que de ellos queda está en el Communicantes del Canon Romano.
Un claro ataque al dogma de la Comunión de los Santos es la omisión, cuando el sacerdote celebra sin ayudante, de todos los saludos, y de la bendición final, para no mencionar el Ite Missa est, (En la conferencia de prensa en la que presentó el "Novus Ordo" el P. Lecuyer en una explicación, que parece ser una profesión de fe puramente racionalista, dijo que había que suprimir esos saludos en la "Missa sine populo", cuando sólo estaba presente el ayudante, para que no haya nada que no corresponda a la realidad) que ahora no se dice, ni en las Misas celebradas con un ayudante.
En el doble Confíteor (el del Sacerdote y el de los asistentes) se mostraba cómo el sacerdote, en su papel de Ministro de Cristo, inclinándose profundamente reconociendo su indignidad en tan sublime misión del "tremendo misterio", que iba a celebrarse por él; en el "Aufer a nobis", que pronunciaba al entrar al Santo de los Santos, invocaba la intercesión (en la Oración Oramus te, Domine) y los méritos de los mártires, cuyas reliquias están sobre el altar. Todo esto ha sido ahora suprimido en la nueva liturgia. Lo que dijimos antes sobre el doble Confíteor y la doble comunión puede aplicarse aquí de nuevo.
Todo el aspecto exterior del Santo Sacrificio, evidencia de su carácter sagrado, ha sido profanado. Véase, por ejemplo, lo que se ordena, para las ocasiones en que la Misa ha de ser celebrada, fuera de los recintos sagrados; en esos casos, el altar puede ser remplazado por una simple "mesa", sin piedra consagrada o reliquias, y sin mantel alguno (Nos 260, 265). Ya comentamos previamente estas cosas, en relación a lo que se refiere a la Real Presencia, la disociación del "convivium", de la cena, y del sacrificio, de la misma Real Presencia.
El proceso de desacralización queda completado, gracias a los nuevos procedimientos de hacer las ofrendas: la referencia al pan ordinario, no al pan ázimo; los ayudantes que sirven en el altar (los laicos que comulgan sub utraque specie ahora pueden tomar en sus manos así el purificador, como los vasos sagrados (N° 244 d); la atmósfera de distracción creada por la incesante entrada y salida del sacerdote, del diácono, sub-diácono, salmista, comentador (el sacerdote, en realidad, se ha convertido en un comentador, ya que constantemente tiene que estar dando explicación acerca de lo que hace y va a hacer), de los lectores (hombres y mujeres), de los ayudantes o laicos, de los que van entrando al templo y son conducidos a sus lugares, de los que llevan y clasifican las ofrendas. Y en medio de todas estas actividades prescritas, "la mujer idónea" (antiescriturística y antipaulina), que, por vez primera en la tradición de la Iglesia, está ya autorizada para leer las lecciones y también para hacer "ministerio quae extra preabyterium peraguntur", los ministerios que se ejecutan fuera del presbiterio. Finalmente, hay la manía de la concelebración, que acabará destruyendo la piedad eucaristía en el sacerdote, encubriendo y velando la figura central de Cristo, el solo sacerdote y la sola Víctima, con la colectiva presencia de los concelebrantes.
Notemos de paso que parece lícito que los sacerdotes, obligados a celebrar solos, ya sea antes, ya sea después de la concelebración, el comulgar de nuevo sub utraque specie, durante la concelebración.

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