I. El Señor Jesús no sólo instruyó a sus mártires con su doctrina, sino que los fortaleció con su ejemplo. Y fue así que, para que tuvieran a quién seguir en su pasión, sufrió Él antes por ellos; señaló el camino y dejó en él las huellas. La muerte es o del alma o del cuerpo. Mas el alma no puede morir y puede morir. No puede morir, porque jamás se pierde su conciencia; y puede morir si pierde a Dios. Porque a la manera que el alma misma es la vida del cuerpo, Dios lo es del alma misma. Ahora bien, como muere el cuerpo cuando le abandona el alma, que es su vida, así también muere el alma cuando la abandona Dios. Mas para que Dios no abandone al alma, manténgase siempre en tal fidelidad, que no tema morir por Dios y no muere abandonada de Dios. Resta, pues, que la muerte que se haya de temer, para el cuerpo se ha de temer. Mas aun en ésa quiso Cristo asegurar a sus mártires. Pues ¿cómo podían estar inciertos de la integridad de sus miembros quienes habían recibido seguridad sobre el número de sus cabellos? Vuestros cabellos—dice el Señor—están todos contados (Mt. X, 30). Y en otro lugar, más claramente, dice: Dígoos, en efecto, que no perecerá un cabello de vuestra cabeza (Lc. XXI, 18). ¿Lo dice la verdad y teme la debilidad?
II. Bienaventurados los santos, en cuyas memorias celebramos el día de su martirio. Ellos recibieron por la salud temporal la corona eterna, la inmortalidad sin fin; a nosotros nos dejaron en estas solemnidades su exhortación. Cuando oímos cómo padecieron los mártires, nos alegramos y glorificamos en ellos. Dios y no sentimos que hayan sufrido el martirio. Y a la verdad, si no hubieran muerto por Cristo, ¿acaso hubieran vivido hasta hoy? ¿Por qué no podía hacer la confesión de la fe lo que haría la enfermedad? Habéis oído los interrogatorios de los perseguidores, habéis oído las respuestas de los confesores, cuando se leía la pasión de los santos. Entre otras cosas, ¿qué decir de aquello de San Fructuoso obispo? Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de él y rogara por él, respondió el santo: "Yo tengo que orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente". Y, en efecto, ¿quién es capaz de orar por cada individuo en particular? Mas a nadie pasa por alto el que ora por todos. A ninguno de los miembros descuida aquel cuya oración se difunde por todo el cuerpo. ¿Qué os parece, pues, que quiso el mártir advertir a ése que le pedia rogara por él? ¿Qué pensáis? Sin duda alguna lo entendéis. Yo sólo os lo quiero recordar. Le pedía el otro que rogara por él. "Yo, le contesta, ruego por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente. Tú, si quieres que por ti ore, no te apartes de aquélla por quien oro."
III. ¿Y qué diremos de aquello otro del santo diácono que sufrió y fue coronado juntamente con su obispo? El juez le dijo: "¿Acaso tú también adoras a Fructuoso?" Y él: "Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo Dios a quien adora Fructuoso." En lo que nos advirtió que honremos a los mártires y con los mártires adoremos a Dios. No debemos, en efecto, ser tales como nos dolemos que son los paganos. Y es así que ellos adoran a hombres muertos. Porque todos aquellos cuyos nombres oís, a quienes se han construido templos, hombres fueron. Oís el nombre de Júpiter, oís el de Hércules, oís el de Neptuno, oís el de Plutón, el de Mercurio, el de Libero y tantos más: hombres fueron. Y esto no sólo se declara en las fábulas de los poetas, sino también en la historia de las naciones. Los que lo han leído lo saben; los que no lo han leído, creen a quienes lo leyeron. Así, pues, aquellos hombres, por determinados beneficios temporales, se ganaron las cosas humanas, y hombres vanos y que seguían la vanidad, empezaron a rendirles tal culto, que recibieron nombres de dioses y fueron tenidos por dioses; como a dioses se les edificaron templos, como a dioses se les dirigieron públicas súplicas, como a dioses se les construyeron altares, como a dioses se les consagraron sacerdotes, como a dioses se les inmolaron víctimas.
IV. Ahora bien; templo, sólo debe tenerle el verdadero Dios; sacrificio, sólo debe ser ofrecido al verdadero Dios. Así, pues, todo esto que de ley y rigurosamente se le debe al solo Dios verdadero, lo ofrecían aquellos miserables engañados a muchos dioses falsos. De ahí que un perverso error tenía como sitiada la humana miseria; de ahí que el diablo estuviera tendido sobre las derribadas almas de todos. Mas apenas la gracia del Salvador y la misericordia de Dios miró por fin a los indignos, cumplióse lo que profeticamente fue predicho en el Cantar de los Cantares: Levántate, aquilón, y ven, austro, y sopla por mi huerto y correrán los aromas (Cant. IV, 16). Como si dijera: "Levántate, aquilón." Aquilonia es la parte fría del mundo. Bajo el imperio del diablo, como bajo el aquilón, se enfriaron las almas y, perdido el calor de la caridad, quedaron heladas. Mas ¿qué se le dice al diablo? "Levántate, Aquilón." Bastante tiempo has estado echado, bastante tiempo has estado tendido sobre los derribados: "Levántate." "Y ven tú, austro", viento de la parte de la luz y del calor: "y sopla por mi huerto y correrán los aromas". Estos aromas se leían hace un momento.
V. ¿Qué aromas son éstos? Aquellos de los que la misma Esposa del Señor dice: Tras el olor de tus ungüentos correremos. Recordando ese olor dice el apóstol Pablo: Somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto para los que se salvan como para los que perecen. Gran misterio: somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto para los se salvan como para los que perecen. Para unos, en efecto, olor de vida para vida; para otros, olor de muerte para muerte. ¿Y quién será idóneo para entender esto? (2 Cor. II, 14-16). ¿De qué modo el buen olor a unos les da vigor y a otros los mata? El buen olor, no el malo. Porque no dice: "El buen olor da vigor a los buenos, y el mal olor mata a los malos." No dice: "Para unos somos buen olor para vida; para otros, mal olor para muerte." No, sino: "Somos buen olor de Cristo en todo lugar." ¡Ay de los míseros, a quien el buen olor mata! Si, pues, sois buen olor, ¡oh, Pablo! ¿por qué ese olor da vigor a unos y mata a otros? Que a unos dé vigor, lo oigo y lo entiendo; que a otros mate, me cuesta comprenderlo, y más que tú mismo dijiste: "Y para esto, ¿quién será idóneo?". No es de maravillar que no seamos idóneos. Háganos idóneos Aquel de quien era buen olor éste de quien hablamos. Y, en efecto, el Apóstol me responde prontamente: "Entiende. Somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto para quienes se salvan como para quienes perecen. Sin embargo, nosotros, que somos buen olor, para unos somos olor de vida para vida; para otros, olor de muerte para muerte." Este olor da vida a los que aman y mata a los que envidian. Si no se diera, en efecto, la gloria de los tantos, no se surgiría la envidia de los impíos. Empezó a ser perseguido el olor de los santos; mas, a manera de frascos de ungüentos, cuanto más se los rompía, tanto mas se difundía el olor.
VI. Bienaventurados los mártires cuya pasión acaba de ser leída. Bienaventurada Santa Inés, cuyo martirio se conmemora el día de hoy. Esta virgen, era lo que se llamaba. Agnes, Inés, en latín, significa cordero, y en griego, casta. Era lo que se llamaba; con razón era coronada. ¿Qué os diré, pues, hermanos míos; qué os diré de aquellos hombres a quienes los paganos adoraron como a dioses, a quienes ofrecieron templos, sacerdocios, altares y sacrificios? ¿Qué os voy a decir? ¿Que no deben ser comparados con nuestros mártires? Ya el solo hecho de decirlo es una injuria. Cualesquiera sean nuestros fieles, por muy carnales que sean y que se alimenten aún con leche y no comida fuerte, Dios nos libre comparemos con ellos aquellos sacrilegos. Al lado de una corderilla fiel cristiana, ¿qué vale una Juno? Al lado de un viejo cristiano flaco, a quien le tiemblan todos los miembros, ¿qué vale Hércules? Hércules venció a Caco, venció Hercules al león, venció Hércules al can Cerbero; venció Fructuoso al mundo entero. Compara hombre con hombre. Inés, niña de trece años, venció al diablo. A aquél venció esta niña, que sobre Hércules engañó a muchos.
VII. Y, sin embargo, a nuestros mártires, con quienes por ningún concepto se pueden aquellos dioses comparar, nosotros no los tenemos por dioses, no los adoramos como a dioses. No les ofrecemos templos, no altares, no sacrificios. No les ofrecen a ellos los sacerdotes el sacrificio. ¡Dios nos libre! A Dios se dan; digo mal, a Dios se ofrecen estas cosas, por quien todas las cosas se nos dan. Aun en el caso de celebrarse el sacrificio en las "memorias" de los santos mártires, ¿no es cierto que sólo a Dios es ofrecido? Ocupan honroso lugar los santos mártires. Atended. En la recitación, junto al altar de Cristo, en lugar preferente se los nombra; pero en modo alguno se los adora en lugar de Cristo. ¿Cuándo oíste decir junto a la "memoria" de Teógenes, a mí o algún colega y hermano mío o a algún presbítero: "Te ofrezco, Teógenes", o: "Te ofrezco, Pedro", o: "Te ofrezco, Pablo"? Jamás lo oísteis. No se hace. No es lícito hacerlo. Y si se te dice: "¿Es que adoras a Pedro?", responde lo que de Fructuoso respondió Eulogio: "Yo no adoro a Pedro, sino que adoro al mismo Dios a quien adora Pedro." Entonces te ama Pedro. Pues si quieres tener a Pedro por Dios, tropiezas en la piedra y corres riesgo de romperte el pie, tropezando en la piedra.
VIII. Para que os déis cuenta ser verdad lo que os digo, os ruego que me escuchéis. Se cuenta en los Hechos de los Apóstoles que habiendo hecho el apóstol Pablo un gran milagro en Licaonia, los ciudadanos de aquella comarca o provincia pensaron que habían bajado dioses entre los hombres y creyeron ser Bernabé Júpiter y Pablo Mercurio, por ser él quien llevaba la palabra. Con esta idea en sus cabezas fueron a traer cintas y víctimas y quisieron ofrecerles un sacrificio. Los Apóstoles, sorprendidos, no lo tomaron a risa, sino que se llenaron de horror; rompieron al punto sus vestiduras y dijeron: Hermanos, ¿qué estáis haciendo? También nosotros somos, al igual vuestro, hombres pasibles; pues os anunciamos al Dios verdadero. Convertios de esos dioses vanos (Act. XIV, 10-14). Ya veis qué horror sintieron los santos de ser adorados como dioses. De modo semejante, el evangelista San Juan, que escribió el Apocalipsis, estupefacto ante aquellas maravillas que se le mostraban, lleno de pavor, cayó en cierto lugar a los pies del ángel que se las mostraba. Y el ángel, a quien ningún hombre puede ser comparado, le dijo: Levántate. ¿Qué estás haciendo? Adora a Dios. Pues yo, consiervo tuyo soy y de tus hermanos (Apoc. XIX, 10). Aborrecen los mártires vuestras botellas; aborrecen los mártires vuestras sartenes; aborrecen los mártires vuestras borracheras. Dígolo sin ánimo de ofender a quienes tales no son; aplíquenselo a sí los que tales cosas hacen. Aborrecen todo eso los mártires; no aman a quienes lo hacen; pero mucho más os aborrecen, si son adorados.
IX. Por lo tanto, carísimos, regocijaos en los días de los santos mártires; mas orad para que sigáis las pisadas de los mártires. Porque no sois vosotros hombres y ellos no lo fueron; no sois vosotros nacidos y ellos vinieron de otra parte; no llevaron ellos carne de distinta especie que la que lleváis vosotros. De Adán venimos todos; en Cristo nos esforzamos por vivir todos. El mismo Señor nuestro, la misma cabeza de la Iglesia, el Unigénito Hijo de Dios, el Verbo del Padre por quien fueron hechas todas las cosas, no tuvo carne de otra especie que nosotros. Por eso quiso tomar de una virgen la naturaleza de hombre, nacer de una carne del género humano. Pues de haber tomado de otra carne su cuerpo, ¿quién creyera que llevaba la misma carne que nosotros llevamos? Notemos, sin embargo, que Él llevó carne en semejanza de carne de pecado; nosotros llevamos carne de pecado. Pues no tomó su carne de semen viril o de deseo de hombre y mujer. Pues ¿de dónde? Del mensaje del Padre. Y, sin embargo, aun habiendo maravillosamente nacido, se dignó nacer mortal y morir por nosotros v redimirnos con su sangre, según que es hombre. Atended lo que digo, hermanos. El mismo Cristo, aun siendo Dios, aun siendo Verbo del Padre, Unigénito, igual y coeterno con el Padre; sin embargo, en cuanto se dignó ser hombre, prefirió ser dicho sacerdote que exigir el sacerdocio; prefirió ser sacrificio que pedirlo. Eso en cuanto es hombre. Porque en cuando es Dios, todo lo que se le debe al Padre se le debe por igual al Unigénito Hijo. Por tanto, carísimos, venerad a los mártires, alabadlos, amadlos, ensalzadlos, honradlos; pero adorad sólo al Dios de los mártires.
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