Vivir feliz es la ambición suprema. Sucede, en efecto, que quien no posee la felicidad, no posee nada, y que el destino del hombre es alcanzarla algún día.
El joven, sobre todo, tiene de ella hambre y sed: la llama, la busca, la persigue con todo el ardor de un alama nueva y que ninguna ilusión ha desflorado aun.
Se la pide a los placeres, se la pide a la ciencia, se la pide al movimiento, a todo, -¡ay! muy a menudo a todo lo que solo podrá darle un precoz hastío de la vida y de sí mismo.
¡Oh! ¿Quién le hará comprender que la felicidad no está más que en el amor de Dios, en el respeto de su conciencia, en la abnegación voluntaria y en el sacrificio a sus semejantes?
¿Quien le forzará a prestar oido a esta lamentación desesperada de las víctimas del mundo: "Buscamos la felicidad y no encontramos más que miseria y muerte"? (Pascal)
¿Quién le hará oír, en fin, la voz de los cantos de todas las edades, que han pasado por la tierra cantando, porque su corazón se desbordaba en éxtasis?
No; no hay felicidad aquí abajo sin la pureza del alma y fuera de la justicia de las obras. Cualquiera que la busque en otra parte, yerra el camino y no llega a la meta.
Recuerda tú mismo, hijo mío, esas primeras decepciones tan crueles a tu corazón, cuando, cediendo a la fiebre de la curiosidad o del placer, te dejaste caer en el precipicio del mal.
Tus primeras faltas ocasionaron tus primeros sufrimientos morales: en lugar de la felicidad esperada, pobre joven, no encontraste más que remordimientos, rencores y lágrimas.
Así sucede a todos aquellos que pasan por la misma prueba; así te sucederá en cada una de tus caídas: toda esperanza culpable está de antemano traicionada.
Busca, pues, la felicidad, es tu derecho, ya que has sido creado para ella. Pero búscala donde está, y no donde no está; y acuérdate toda la vida que Dios, que sólo puede darla, no la da más que a la sola virtud.
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