Por Antonio Rius Facius
Ave María InviolataRespondo de buena voluntad a la amable invitación que me dirigen los discípulos y amigos del querido padre Joaquín Sáenz Arriaga. Yo debo, por otra parte, pagar una deuda de reconocimiento respecto a un clarividente precursor, que fue un gran testigo de la muy Santa Fe.
Volví a encontrar al padre Sáenz en Roma, en él curso de los años 1970-1972, en las reuniones internacionales que inspiraban el común y vehemente deseo de "salvar" la MISA Yo vuelvo a ver y revivo evocando la mirada ardiente y los vehementes acentos por los cuales el padre Sáenz quería compartir su fervor y comunicar sus convicciones.
Los contactos que yo tuve con el padre Sáenz fueron, sin embargo, bastante escasos.
Algunos otros expresarán mejor que yo al respecto lo que sólo llegué a entrever.
Pero hay un punto sobre el cual debo insistir, ya que queda envuelto en la oscura certidumbre del Misterio de la Fe.
El padre Sáenz era tenido, entre los medios de fieles a la Tradición, por un "extremista". Pues se distinguía de entre los participantes a esas reuniones de la primera hora que se resistían por instinto a la "autoridad" y además estaban conscientes del deber de resistir, el padre Sáenz y el profesor Reinhard Lauth fueron entonces, que yo recuerde, los primeros y por lo tanto los únicos que planteaban la cuestión de saber si la "autoridad" era todavía la Autoridad. En este asunto el padre Sáenz (y además, igualmente, el doctor Lauth) respondió NO. Asimismo, a ejemplo de Jesús que clamaba la Verdad, el padre Sáenz clamó ese ¡NO! Aquello le valdría el honor de la excomunión.
Yo ignoro cuáles fueron los sentimientos que despertó en él esta severa "sanción". De lo que estoy seguro es ante todo del dogma de la comunión de los Santos. Es igualmente que el padre Sáenz que se ha vuelto, nosotros lo esperamos, un "vidente", ha obtenido y continúa obteniendo la luz y la fuerza para que sus hermanos de combate que aspiran a ver, pero a quienes Dios ordena quedarse en la tierra y ahí ser de los creyentes.
Defuntus adhue loguitur.Pongámonos en comunión con el padre Sáenz y por su intercesión seamos dóciles al Espíritu y testigos de la Verdad.
M. I. G. des Lauriers, O. P.*
En la fiesta de la Inmaculada Concepción
Sábado 8 de diciembre 1979
* El R. P. Guérard des Lauriers, O. P. ha consagrado su vida al servicio de la Verdad dentro de la hondura e inteligibidad de la Fe, según la más pura tradición de la Orden de Predicadores.
Antiguo alumno de la Escuela Normal Superior, recibió el doctorado en matemáticas cuando ya era religioso.
Durante mucho tiempo fue profesor de Teología en Saulchoir, el Escolasticado de los dominicos en Francia, y después en la Universidad Pontificia de Letrán, en Roma.
Posee el grado excepcional de Maestro Laureado en Sagrada Teología.
CapituloI.- ORÍGENES DEL NEOMODERNISMO
La crisis por la que atraviesa la Iglesia postconciliar tiene múltiples facetas que han sido expuestas en diversas formas por sin número de escritores eclesiásticos y laicos, haciendo más confuso el conocimiento de sus orígenes y su real significado. Ocurre ahora algo similar a lo sucedido hace cuatro siglos, cuando se consumó el cisma de la Reforma, al que está ligado el cisma actual, con la agravante de que no es la Sede Apostólica la que, como en aquella época, pudo permanecer incontaminada de todo error doctrinal, sino que, dando un giro de 180°, se ha convertido en el principal impulsor del neoprotestantismo, tratando reunir las fuerzas dispersas del cristianismo en una nueva concepción religiosa que dé cabida a todas las sectas anteriormente condenadas por el magisterio pontificio y ahora, paso a paso, reconocidas como iguales a la Iglesia Católica.
Para adaptar esta disforme teología a los ritos católicos, se hizo necesario una profunda transformación litúrgica que afectó los sacramentos y el sacrificio eucarístico. Como es fácil advertir, existe un largo proceso que es necesario estudiar desde sus remotos orígenes y así poder arribar a la plena comprensión del problema relacionado con la aparición y desarrollo del protestantismo. La Reforma en el siglo XVI resultó factor decisivo en la historia de la humanidad, ya que interrumpió el proceso religioso, cultural y social de Occidente. Sufrimos las consecuencias y habremos de padecerlas durante un tiempo cuyo fin no se avizora.
La inició Martín Lutero en Alemania con su protesta, hasta cierto punto justificada, contra las execciones establecidas por la corte pontificia para cubrir el crecido gasto que significaba la construcción del templo mayor de la cristiandad. Su reto a la autoridad eclesiástica posibilitó el latrocinio de los bienes y las rentas: de la Iglesia. Las clases poderosas, movidas por la ambición, se rebelaron contra la autoridad pontificia, y su contagiosa actitud degeneró en un sentimiento anticatólico hasta culminar con el rechazo de la misa y el misterio de la Encarnación.
El más lejano antecedente del protestantismo se encuentra en los comienzos del Cristianismo. Existen lazos sutiles que dan continuidad a todos los cismas. A principios del siglo IV, cuando se desarrolla el gran movimiento de conversión del Imperio Romano, aparece la herejía arriana; esta era, en esencia, racionalista. No rechazaba abiertamente al catolicismo sino que lo cuestionaba ante la razón que excluye toda causa natural de la existencia, tal y como ocurre, en buena medida, con el progresismo religioso de nuestros días.
No fue un fenómeno aislado; tuvo sus obispos, su propia organización y gran influencia sobre las clases dirigentes durante trescientos años.
Dominada esta escisión surgió, en el siglo vil, una nueva herejía que adquirió dimensiones insospechadas y permanentes: el islamismo. Se extendió, por razones políticas y raciales, a los pueblos de Asia menor, Egipto, África del Norte y, en el siglo IX, se aventuró a conquistar España.
No es posible advertir cuan terrible fue el asalto musulmán y las brechas que abrió en las filas cristianas hasta que España pudo realizar la reconquista. Sin embargo, quedó sólidamente establecido en una parte de Asia, en el Medio Oriente y en vastas naciones africanas.
Los ataques a la religión católica han resultado prueba de fuego a su divinidad. No han cesado desde el día en que Cristo murió en la cruz para resucitar triunfal y definitivamente el tercer día de su inmolación.
El movimiento albiguense aparecido en Albí, Francia, a principios del siglo VII, alcanzó poderosa organización. Contaba con numerosos obispos, sacerdotes y capacidad para realizar concilios. Condenaba el uso de los sacramentos, el culto externo y la jerarquía eclesiástica. Fue una perversión puritana que rechazaba la belleza exterior y arruinaba la bondad interior en aras de una supuesta vuelta a la sencillez evangélica.
La Reforma en el siglo XVI, impulsada por la avaricia de los príncipes del Renacimiento y sostenida por mercaderes y hacendados, algunos de origen nebuloso, constituyó exteriormente un movimiento doctrinal, que pudo ser realizado gracias al debilitamiento de la autoridad temporal de la Santa Sede, debilitamiento originado al instalarse en Aviñón, desde 1305 a 1377, la corte pontificia bajo la hegemonía del rey de Francia. Entonces sucedió lo que se conoce como el Gran Cisma de Occidente: dos papas que se enfrentan, uno en Roma, otro en Aviñón, contando ambos con la lealtad de distintos sectores de influencia política en Europa, hasta que Santa Catalina de Sena hizo que el papado volviese a Roma. Cuarenta años duró este enredo antes que hubiese un solo jefe supremo de la Iglesia.
Cuando en 1517 se inició el quebranto de la unidad católica, la nueva comunidad religiosa adquirió dimensiones insospechadas de odio contra la común, la antigua y única religión cristiana, odio que se manifestaba en insultos abominables contra la Eucaristía, los santos, la Madre de Dios, y alentaba la vileza del hombre que lo degenera en anarquista y en iconoclasta.
A los treinta y cinco años de edad, Martín Lutero había alcanzado cierto renombre local. Distaba de ser un humanista, aunque poseía ciertos conocimientos de teología. Le fue confiada la dirección activa de su monasterio agustiniano y realizó algunos trabajos en la Universidad de Wittenberg.
Cuando León X subió al solio pontificio continuó el mismo sistema de su antecesor, Julio II, para allegarse fondos destinados a la construcción de la grandiosa Basílica de San Pedro.
Más por negligencia que por falla doctrinal perpetráronse abusos con la venta de indulgencias. El dogma de la Iglesia no había cambiado, no podía cambiar: los méritos de los santos pueden sernos aplicados para la remisión del castigo, no para el perdón del pecado. Sin embargo, los hombres de aquella época, mal informados, se sintieron cómodamente dispuestos a comprar la remisión del pecado en lugar de ofrecer una limosna, como sacrificio, para merecer la disminución del castigo.
Este error de interpretación no era general. El otorgamiento de indulgencias, desvirtuado por el abuso, fue rechazado por el cardenal arzobispo de Toledo, jefe de la Iglesia en España, sin que su actitud pudiese ser considerada como desafío a Roma. Martín Lutero hizo lo mismo y, según costumbre de la época, compuso noventa y cinco tesis y las pegó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Hasta aquí su actitud no se apartaba de las reglas establecidas: sus tesis podían ser libremente discutidas, aprobadas o rechazadas según fuese el caso, sin poner en peligro la autoridad del papado y la ortodoxia de la Iglesia. Pero la reacción popular sobrepasó los límites del propósito inicial y degeneró en abierto desafío a la autoridad pontificia. Lutero fue, sin duda, el primer sorprendido de la importancia que alcanzó, en poco tiempo, su protesta, pues no pudo prever la reacción que producirían los distintos factores que, como mezcla explosiva, se activaron para producir ese terrible cisma.
Lutero experimentó vertiginoso encumbramiento; en dos años se vio arrastrado por fuerzas extrañas que modificaron sustancialmente su pensamiento. Era el héroe de una insurrección religiosa y afrontó con soberbia la excomunión contenida en la bula Exurge Domine, expedida en 1520.
Para entonces, en el cantón suizo de Zurich, un sacerdote que gozaba de crédito científico y disfrutaba de una dote papal, se unió a Lutero, convirtiéndose en un decidido revolucionario doctrinal, muy semejante a esa infinidad de eclesiásticos contemporáneos al servicio de la anti-Iglesia. Su desafío a Roma propició la expropiación de los bienes eclesiásticos y la derogación del celibato sacerdotal.
Zwinglio avanzó rápidamente; estableció el principio de la libre interpretación de la Biblia y negó todo misterio a la Eucaristía. Entonces se inició en Zurich violenta inconoclasia que destruyó la belleza de los templos católicos y su simbolismo teológico.
El virus de la herejía saltó de un pueblo a otro, como peste mortal. En Inglaterra se incubó en un rey muy católico, casi fanático, devoto sincero del Santísimo Sacramento y de la Virgen María.
Tomás Cromwell, ministro de Enrique VIII, vio la posibilidad de llenarse los bolsillos con el producto de los bienes conventuales y, aprovechando el lío de faldas en que andaba metido el rey, lo indujo a romper con Roma. El conflicto personal entre Enrique VIII y la Santa Sede pudo haberse resuelto satisfactoriamente, pero las interferencias cortesanas lo impidieron. Durante la tercera década del siglo XVI se asentaron las bases del rompimiento definitivo al que siguió la disolución de monasterios y conventos, y la confiscación de todos sus bienes para provecho de terratenientes, especuladores y aventureros.
Coincidió la disolución de los monasterios con la aparición del libro más importante en la transformación y consolidación de la Reforma: Christianae Religionis Institutes, escrito por Jean Gauvin, originario de Noyon, Francia.
Juan Calvino, como es conocido, creó una nueva concepción religiosa, una disciplina eclesiástica para oponerla a la Iglesia Católica.
No todos los grandes grupos de cismáticos de Europa quisieron seguir a Calvino; ni los ingleses ni los luteranos se sumaron a la rígida organización calvinista, "sin embargo —advierte Hilario Belloc en Cómo aconteció la Reforma— no cabe duda de que el calvinismo, hasta el día de hoy, es el alma del protestantismo."
En 1546, diez años después de la aparición de su libro, surgió en Roma la primera iglesia calvinista importante. En poco tiempo se establecieron otras más que constituyeron pequeños estados dentro del Estado.
La situación oscilaba entre el temor a la rebelión religiosa que acabaría por destruir el arte y la cultura occidental originada en el catolicismo. "Por el otro lado —precisa Belloc—, se había despertado un intenso, feroz creciente odio contra la misa, el Santísimo Sacramento y todo el sistema trascendental; un odio tal que quienes lo sentían se hallaban, a pesar de millones de divergencias, en alianza común. Dicho odio se alimentaba de la indignación popular original contra la corrupción del clero, y en especial contra sus exigencias económicas, pero era mucho más antiguo que esa perturbación, nacida en el último periodo medieval; era tan antiguo como la presencia de la Iglesia Católica en este mundo. Era tan antiguo como los comienzos de la predicación de Jesucristo en Galilea. El genio de Calvino le había proporcionado una organización, una filosofía, un plan de acción, y alma." (1)
Este odio satánico había de prolongarse a través de los años y, a fuerza de embestidas cada vez más agudas, más sutiles, penetraría la muralla vaticana para destruir, desde adentro, la tradición, la doctrina y la liturgia, en un intento, hasta ahora exitoso, de protestantizar la Iglesia, actualizando los métodos puestos en práctica hace cuatro siglos.
A partir de 1559 hasta 1572 se resolvió en un empate, equivalente a la derrota de la unidad europea, el conflicto planteado por la Reforma. La Iglesia no pudo hacer otra cosa que definir la doctrina verdadera. No más desviaciones dogmáticas, no más interpretaciones particulares de los misterios divinos. Cuando se hizo evidente el avance del cisma, la cristiandad sintió la necesidad urgente de convocar a un concilio ecuménico que aclarase dudas y confirmase los principales dogmas católicos. Los primeros intentos para convocarlo datan del año 1537, durante el pontificado de Paulo III. Por distintas circunstancias tuvo que aplazarse una y otra vez, así como la sede escogida, hasta llegar el año 1545, el 13 de diciembre y en la ciudad alemana de Trento, donde al fin fue abierto el Sacrosanto y Ecuménico Concilio.
Larga y accidentada es su historia, así como importantes y trascendentales fueron sus conclusiones. Tres pontífices tomaron parte en él: Paulo III, Julio III y Pío IV. Trece años, recesos y presiones políticas no pudieron torcer los propósitos iniciales. El Concilio de Trento quedó consagrado como uno de los más importantes en la historia de la Iglesia.
Se desarrolló en tres etapas, los teólogos más sabios de aquellos tiempos aportaron su saber y, con la inspiración del Espíritu Santo, el Concilio estudió y definió cuestiones dogmáticas de sustancial importancia: el canon de la Escritura, el valor de la tradición, el pecado original, la justificación y la gracia, los sacramentos, el purgatorio, las indulgencias, el valor y el significado de la Misa; cuestiones todas que habían sido objetadas, en diversas formas, por el multiforme protestantismo.
El capítulo IX, sesión XXII del citado Concilio, dice así: "Por cuanto se han esparcido en este tiempo muchos errores contra estas verdades de fe, fundadas en el sacrosanto Evangelio, en las tradiciones de los Apóstoles, y en la doctrina de los santos Padres; y muchos enseñan y disputan muchas cosas diferentes; el sacrosanto Concilio, después de graves y repetidas ventilaciones, tenidas con madurez, sobre estas materias; ha determinado por consentimiento unánime de todos los Padres, condenar y desterrar de la Santa Iglesia por medio de los Cánones siguientes todos los errores que se oponen a esta purísima fe, y sagrada doctrina." (2)
Importa subrayar la interpretación que la Reforma daba al santo Sacrificio del altar. Aunque con marcadas variantes, hicieron de la misa un "memorial de la Cena", "asamblea eucarística", "reunión de fieles para invocar al Señor"; todo menos "un sacrificio visible, según requiere la condición de los hombres, en el que se representase el sacrificio cruento que por una vez se había de hacer en la cruz y permanecer su memoria hasta el fin del mundo", según lo definió el Concilio Tridentino, sesión XXII, capítulo I.
Después de este Concilio, no le quedaba otro recurso al cisma que reconocer sus errores para retornar a la casa del Padre. No sucedió así; al contrario, el uso de las lenguas vernáculas y las circunstacias regionales hicieron que se multiplicaran las sectas, y quienes nacieron y fueron educados en estas creencias, salvo aisladas excepciones de conversos notables, persistieron en su fe racionalista y abonaron el terreno del que habrían de brotar sangrientas guerras —la Revolución Francesa, al finalizar el siglo XVIII, es equivalente a una revancha de los derrotados hugonotes en el siglo XVI— y sistemas políticos de esclavitud colectiva, fundados en el culto al hombre y la negación de Dios.
La aparición del socialismo, a mediados del siglo pasado, y el progresivo endiosamiento de Carlos Marx, su más importante ideólogo, encontró adecuado caldo de cultivo en las penetradas estructuras protestantes, permeables a la influencia de las logias masónicas, enemigas declaradas de la Iglesia Católica, la cual tuvo que enfrentarse sola a los nefandos errores contenidos en las nuevas teorías en boga. Nadie, sino la Iglesia, denunció la maldad intrínseca del verdadero socialismo.
Pero como son más sagaces los hijos de las tinieblas que los hijos de la luz, he aquí que, con vocabulario engañoso primero, con despiadada violencia después, logró dominar un gran pueblo de rancio abolengo cristiano, en el instante mismo que, derrotado en los campos de batalla, dejaba oír su clamor de justicia y de concordia.
¿Cuántos millones de seres inocentes fueron asesinados para implantar el comunismo en Rusia? Nunca se sabrá. La anti-Iglesia había conquistado una fortaleza de excepcional importancia estratégica en el concierto mundial. Los países más poderosos del mundo en aquella hora aciaga no tenían conciencia de los valores en juego: el protestantismo era su denominador común.
La primera guerra mundial, guerra de intereses económicos, no solucionó la división que, cuatro siglos atrás, había provocado la Reforma. Esta división propició la ausencia de un frente común para combatir con éxito al comunismo, última consecuencia del racionalismo religioso que niega la naturaleza divina de Cristo y la autoridad espiritual de Su Iglesia.
Durante la segunda guerra mundial, el comunismo pudo sobrevivir gracias al apoyo prestado por los Estados Unidos, nación heterogénea en razas y credos religiosos que en la victoria, fue traicionada por sus presidentes Roosevell y Truman al entregar media Europa a la voracidad comunista; media Europa integrada por naciones celosas de sus tradiciones y de su fe católica.
El papa Pío XII resistió la embestida de calumnias y presiones morales. No enmudeció ni transó. La Iglesia permaneció, como otras veces en la historia de la Humanidad, fiel a su misión sobrenatural.
El jueves 30 de junio de 1949, S. S. Pío XII aprobó, confirmó y mandó publicar el Decreto de Excomunión de la Suprema Congregación del Santo Oficio "a quienes se inscriban en los partidos comunistas o los favorezcan, porque el comunismo es materialista y anticristiano, y sus jefes... de hecho, con la doctrina o con las obras, se muestran enemigos de Dios, de la verdadera religión y de la Iglesia de Jesucristo." De ahí que resulta ilícito "propagar o leer libros, periódicos, diarios, folletos que favorezcan la doctrina o las actividades comunistas..." A quienes "consciente o deliberadamente hayan realizado" estos actos, debe privárseles la recepción de los Santos Sacramentos. En resumen: "Los fieles que profesan la doctrina comunista, materialista y anticristiana, principalmente los que la defienden y propagan, incurren por el mismo hecho en la excomunión reservada «modo especial» a la Sede Apostólica como apóstatas de la Fe Católica."
Hasta entonces el magisterio pontificio no había sufrido cambio ni deterioro. Una misma doctrina coherente, un solo pensamiento, una inequívoca condenación al comunismo y a quienes, en alguna forma, lo favoreciesen. Y favorecer es transar con él, negociar con él, aceptarlo y admitirlo como partícipe de la verdad y la justicia. Pío IX en el Syllabus; León XIII en la encíclica Apostolici muneris; Pío XI en la Quadragésimo Anno, en la Divini Redemptoris. Desde sus inicios, la Santa Sede había rechazado categóricamente toda relación con esa nefanda doctrina, una en esencia, múltiple en sus aceptaciones: marxismo, socialismo, comunismo, frente populismo, liberación nacional . . .
En 1958, al morir Su Santidad Pío XII, ascendió al trono pontificio el cardenal Roncalli, quien tomó el nombre de Juan XXIII, ya usado anteriormente por Baldanare Cosa, antipapa entronizado en 1410 y depuesto en 1415.
Como su homónimo, Juan XXIII duró cinco años en el pontificado, tiempo suficiente para sentar las bases del cambio más espectacular sufrido por la Iglesia. Alentado por quienes deseaban "poner al día" la política vaticana, convocó al Concilio Vaticano II, en el que, a pesar de una considerable corriente de opinión para condenar al comunismo, no hubo censura alguna a los errores modernos, y en cambio dejó amplio margen a cambios sustanciales en la liturgia, en la disciplina eclesiástica, en el concepto mundano de la libertad religiosa, en las relaciones, de igual a igual, con otras "iglesias cristianas".
Desde que Juan XXIII recibió en 1963 a Alexei Adjubei, yerno de Kruschev, se dejaron sentir las influencias soviéticas dentro de la Santa Sede. La ostopolitik vaticana se hizo cada día más ostensible. El dramático episodio del cardenal Mindszenty puso al descubierto el valor relativo de las promesas pontificias y los presumibles convenios secretos con la masonería y el comunismo.
En su época, la Reforma protestante no alcanzó en tan corto tiempo las profundas transformaciones que, después del Concilio Vaticano II sufrió la Iglesia con pleno beneplácito del Paulo VI.
Marcada característica del ecumenismo postconciliar es la búsqueda, salvando todas las condenaciones anteriores, de la reunificación con el protestantismo de todos los matices, dando comienzo con la iglesia anglicana y adaptando la liturgia a sus propias normas para llegar al extremo de la "concelebración" catolicoprotestante.
¿Dónde quedó el sacrificio incruento que canonizó el Concilio de Trento? ¿Quién atiende ahora las claras condenas esgrimidas por aquel concilio dogmático? "Si alguno dijere, que el Canon de la Misa —ahora sustancialmente modificado— contiene errores, y que por esa causa se debe abrogar; sea excomulgado."
"Si alguno dijere, que se debe condenar el rito de la Iglesia Romana —como ahora se le condena al prohibírsele para ser sustituido por el Novus Ordo Missae—, según el que se profieren en voz baja una parte del Canon, y las palabras de la consagración; o que la Misa debe celebrarse sólo en lengua vulgar, o que no se debe mezclar el agua con el vino en el cáliz que se ha de ofrecer, porque esto es contra la institución de Cristo; sea excomulgado." (3)
Las palabras son claras para todo aquel que opte por obedecer a Dios antes que a los hombres. Ningún sofisma podrá borrar las condenas en que incurren quienes desprecian la verdadera Misa y se suman, conscientemente, a la liturgia protestante.
La actualización de los mismos errores que condenó el Concilio Tridentino nos hace ver la vigencia de los principios consagrados.
¿Quién se atrevería a afirmar que el tiempo puede trocar las falsedades en verdades? Pues éste es el absurdo que hoy podemos descubrir con la lectura de algunos cánones de Trento:
"Canon I: Si alguno dijere que no se ofrece a Dios en la Misa, verdadero y propio sacrificio; o que el ofrecerse éste no es otra cosa que darnos a Cristo para que le comamos; sea excomulgado."
¿Cómo admitir ahora que "la Cena del Señor, o Misa, es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor"?
La reforma litúrgica, no sólo de la Misa, sino de los sacramentos, reduciéndolos o acercándolos a un mero acto simbólico, fue el primer paso para cambiar las estructuras eclesiásticas y tratar de alcanzar la unidad en todos los pueblos de cultura cristiana, no para presentar un frente común al avance comunista, sino para allanar el camino de la convivencia con el más nefasto de los errores humanos.
El magisterio de la Iglesia, anterior al Concilio Vaticano II, ha sido arrojado al cesto de los papeles inservibles: "...tiene uno la ocasión de reflexionar sobre la ineficacia de las encíclicas —asienta con cruda franqueza Peter Hebblethwaite, en su obra La Iglesia desbordada—. Si fuesen tan poderosas como a veces se dice, el movimiento ecuménico naciente habría sido ahogado nada más al nacer." (4) Pero no sucedió así. Los prelados más progresistas encontraron amplio respaldo en Paulo VI, quien desde antes de ocupar la silla de San Pedro había dado claras muestras de su liberalismo religioso. La jerarquía católica holandesa, en estrecho contacto con la mayoría protestante de su país, tomó la delantera con el Catecismo Holandés —que no católico— detrás del cual vendrían otras versiones del catecismo y de las Sagradas Escrituras para consumo de las nuevas generaciones de bautizados.
Cuando en marzo de 1966, el doctor Michael Ramsey, arzobispo de Canterbury se presentó en Roma como Presidente de la Comunión Anglicana Universal, fue recibido por Paulo VI en el esplendor de la capilla Sixtina. El pontífice le dijo: "Vuestros pasos no resuenan en casa ajena, os llevan a un hogar que, por razones siempre válidas, podéis llamar vuestro." ¡Y vaya que podía llamarlo suvo!: Paulo VI hacía todo lo posible por acercar la Iglesia Católica al cisma protestante. La correspondencia cruzada entre el arzobispo de Canterbury y el pontífice romano —publicada en L'Osservatore Romano— así lo demuestra.
Para evitar toda posible oposición a la política vaticana, el papa Montini —así solían llamarlo en la misma Roma— amplió las atribuciones, tanto personales como colectivas, de los obispos, comprometiéndolos a apoyar los cambios sucesivos, sosyalando las actitudes marxistoides de algunos prelados, pasando por alto declaraciones no pocas veces heréticas; y así, paso a paso, compromiso tras compromiso, les cerró toda opción de dar marcha atrás, so pena de ser señalados como desobedientes a su autoridad.
La desacralización de los templos, el disimulo a todo tipo de experimentos litúrgicos, por más sacrilegos o ridículos que pudieran ser, no pasaron inadvertidos al arzobispo Dwyer, de Birmingham, Inglaterra. Al asistir a la Misa normativa durante el primer sínodo de obispos en octubre de 1967, afirmó: "La reforma litúrgica es, en un sentido muy real, la clave del aggiornamento. No se confundan al respecto: la revolución empieza aquí."
Su predicción resultó exacta: "La Iglesia católica romana se ha «protestantizado». La Reforma, tanto tiempo desechada, ha triunfado de forma incruenta y con efecto retardado. La Iglesia de Roma se ha vuelto indistinguible del protestantismo y pasa a repetir sus errores." (5)
Peter Hebblethwaite, autor de La Iglesia desbordada, es insospechable simpatizador del giro dado por Roma después del Concilio Vaticano II.
Una de las más significativas consecuencias de esta reforma ha sido la reducción en las vocaciones sacerdotales ya que, según rezan las nuevas teorías puestas en circulación por los neomodernistas, "todos somos sacerdotes".
"Las salidas del ministerio se convirtieron en una parte habitual y desconsoladora del hecho sacerdotal durante la decada —revela Hebblethwaite en su libro citado—. Incluso las estadísticas oficiales del Annuario Pontificio consignan la caída de las cifras. En su edición de 1974, cifra en 270 737 el número de sacerdotes diocesanos, o sea 2 396, o el 8.8% menos que el año anterior." Si tomamos en cuenta el aumento de la población mundial, ¿qué porcentaje relativo alcanzará esta disminución de vocaciones sumadas a las deserciones habidas cada año? Esto sin contar el aflojamiento disciplinario en los institutos religiosos y la reducción de exigencias académicas en los seminarios, en los que se ha infiltrado el liberalismo sexual y la política siniestra que comienza a producir agitadores sociales y curas guerrilleros.
Faltando la mística de la entrega total a Cristo, desacralizados los sacramentos, adulterada la Misa, ¿a quién pueden extrañar estos resultados?
Sólo recordando el proceso, siempre similar, de las grandes apostasías, podemos comprender el actual fenómeno religioso. El temor a la desobediencia, sumado a la fuerza psicológica del número, domina escrúpulos, ciega evidencias, convence pusilánimes y acomodaticios; explica, en fin, la traición más espectacular, habida en todos los tiempos, al magisterio milenario de la Iglesia. Son unos cuantos los que se han negado a seguir las nuevas corrientes de pensamiento religioso que desembocan en el mar del sincretismo; unos cuantos que, como el profeta bíblico, claman en el desierto. Su voz, sin embargo, no habrá de perderse. Algún día, sólo conocido por la Providencia Divina, retornará la razón al hombre y la fe verdadera tocará su corazón; entonces será bendecida la memoria de quienes, como el padre Joaquín Sáenz Arriaga, permanecieron fieles a su apostolado, orientados hacia la luz eterna en medio de las tinieblas, inmunes al dolor humano, al insulto, a la burla, al escarnio.
Dar a conocer episodios de su existencia, adentrarse en su pensamiento religioso, descubrir la fuerza motora de su fe invicta y razonada, nos enseñará cuan valiosa y trascendente fue su labor apostólica.
No ha llegado la hora de su total reivindicación; la indiferencia colectiva ha tomado el lugar de las batallas dialécticas, y la poltronería intelectual detiene, fragmenta, minimiza la obra dispersa de quienes, como él, se resisten aceptar la derrota del Magisterio eclesiástico sostenido a lo largo de casi veinte centurias. Pero su causa, que es causa de Cristo, no está perdida; sobre la perversión y los errores humanos está la asistencia del Espíritu Santo.
Con esta semblanza del hombre que se negó a sucumbir en el marasmo de la irreligiosidad, de las componendas, de las "rectificaciones teológicas", quiero ofrecer a los espíritus angustiados un aliento de esperanza en el futuro resurgimiento del auténtico e inmutable catolicismo.
AL QUE LEYERE:Cuando su eminencia el cardenal Miranda dictó el decreto de excomunión contra el presbítero Joaquín Sáenz Arriaga, se hizo evidente, aun para los neófitos, la crisis interna de la jerarquía eclesiástica.
Este caso, aparentemente rutinario y aislado, era un eslabón más de la cadena forjada en el yunque de la autoridad pontificia, a partir del Concilio Vaticano II; cadena con la que se ha pretendido cerrar las puertas al pasado y aherrojar a quienes denunciaron los cambios dirigidos a la consecución del sincretismo religioso, es decir, a la unificación de todas las sectas que se autodenominan cristianas y la Iglesia Católica, con olvido de las discrepancias que originaron su dispersión.
Las implicaciones dogmáticas de estas radicales innovaciones desembocan en el quebranto de la Autoridad y comprometió al magisterio pontificio anterior, de invariable postura doctrinal que condenó al modernismo teológico, a la masonería, al socialismo en todas sus engañosas acepciones.
Joaquín Sáenz Arriaga, sacerdote católico de sólida formación y voluntad probada en la adversidad, vio a tiempo el origen y las consecuencias de los cambios emprendidos. Denunció los hechos y se atrevió a señalar responsables; cosa inaudita en esta época de relativismo religioso, época de acomodamientos y claudicaciones. La reacción contraria no se hizo esperar. Desde su encumbrada posición jerárquica don Miguel Darío, cardenal Miranda, dictó a su canciller, monseñor Luis Reynoso Cervantes, el decreto de excomunión con el que culminaron innúmeras presiones psicológicas y falsedades esgrimidas en menoscabo de la integridad moral del resistente doctor en Teología.
En su largo camino, Sáenz Arriaga asumió cargos de gran responsabilidad, desempeñó labores apostólicas sin cuento, legó obra perdurable, fruto de su experiencia y su cultura.
Este es un resumen de su vida y de su pensamiento. La hora de su reivindicación y de su triunfo está en manos de Dios.
NOTAS:
1.- Belloc, Hilaire. Cómo aconteció la reforma (How the Reformation Happened), EMECE editores, S. A., Buenos Aires, Argentina. pág. 150.
2.- El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento, traducido al idioma castellano por don Ignacio López de Ayala. Agrégase el texto latino corregido según la edición auténtica de Roma, publicada en 1564. Quarta edición, en la imprenta de Ramón Ruiz (Madrid, España), MCCXCVIII. Pág. 245.
3.- ibídem. Sesión XXII, Canon IX. Pág. 247.
4.- Hebblethwaite, Peter. La Iglesia desbordada (The Runawy Church), Editorial Noer, S. A., Barcelona, España, 1977. Pág. 128.
5.- Ibidem. Pág. 250.
CAPITULO II.- TRAYECTORIA DE UNA VOCACIÓN
La prensa de aquel día destacó la noticia: Por
"injurias al papa", excomulga la Mitra a un cura antiprogresista.
En el mismo diario, en la sección editorial, el comentario escueto, certero, advertía: "Este hecho tiene aspectos muy graves a nuestro juicio pues plantea, en primer lugar, el problema de la libertad dentro de la Iglesia. ¿Qué no existe la posibilidad de criticar, censurar, o simplemente disentir, dentro de la Iglesia Católica Romana sin que se tenga que correr el riesgo de ser excomulgado? Hace muy poco tiempo que otro sacerdote jesuita militante, Porfirio Miranda, publicó también un libro que lleva por título Marx y la Biblia, de franca inclinación promarxista. A este trabajo don Miguel Darío Miranda dio el «imprimatur», o sea su aprobación, y esta diferencia de trato puede, desgraciadamente, traer muy malos resultados a la Iglesia en México. Porque todo mundo se preguntará: ¿Por qué a un sacerdote «progresista» que se declara marxista, lo apoya la Mitra, y a otro, tradicionalmente, lo excomulga?" (1)
Miguel Darío, Cardenal Miranda, Arzobispo Primado de México, dio por cerrado este caso y nunca más volvió a ocuparse públicamente de él. Como era su costumbre, no se dignó responder a la opinión pública ni a los fieles de su arquidiócesis que se mostraron escandalizados. Por su alto rango eclesiástico, creíase infalible en sus juicios e inmune a toda crítica:
"En la Sala de Gobierno de la Curia del Arzobispado de México, a los dieciocho días del mes de diciembre de mil novecientos setenta y uno" firmó la suspensión "a divinis" y declaró fuera de la Iglesia al presbítero Joaquín Sáenz Arriaga, doctor en filosofía y en teología, cuya trayectoria sacerdotal resiste cualquier paralelismo humano en la historia contemporánea de la Iglesia en México.
Este decreto infamante, lejos de 'doblegar su naturaleza cercada por la enfermedad, fue para don Joaquín estímulo espiritual; un llamado de la Providencia para dar cumplido testimonio de fe, de su fe inamovible, roquera, como la de los Testigos al recibir el Espíritu Santo; como la de los mártires mexicanos cuando votaron con su propia sangre en el plebiscito de la guerra cristera.
Fue una prueba más en su vocación sacerdotal, a la que se sintió llamado desde sus años infantiles hasta el día postrero de su existencia, que estuvo marcada por un destino superior, por una tendencia natural de superación. Fue un niño bueno, consciente de su carga hereditaria que supo conducir hasta el final como una ofrenda de sí mismo a Dios trino y a la Santísima Virgen de Guadalupe, de la que fue gran devoto.
Honró su estirpe de "cristiano viejo", como eran llamados antaño aquellos cuya ascendencia no tropezaba con infieles. En su árbol genealógico hállanse maduros frutos humanos, como el arzobispo Arciga (2), hermano de su abuela doña Loreto Arciga de Sáenz; familia numerosa y distinguida por su prosapia social, por la despejada inteligencia de sus miembros, por su acendrada religiosidad. De origen español, las generaciones de los Sáenz y los Arriaga —conservadores los primeros, liberales los segundos y ambos amantes de la tradición criolla, representativa de la nacionalidad mexicana— cuentan con docenas de religiosos y sacerdotes, algunos de los cuales fueron consagrados obispos y, desde su alta jerarquía, dejaron perenne constancia de su amor a la Iglesia.
Su padre, don Rafael Sáenz Arciga, nació en 1863 y su madre, doña Magdalena Arriaga Burgos de Sáenz, hizo su aparición en este valle de tránsito pasajero, el 29 de mayo de 1862. Ambos eran originarios de la ciudad de Morelia; aquí se casaron y procrearon numerosa descendencia. Joaquín fue el décimo de sus trece hijos; vio la primera luz el día 12 de octubre de 1899.
El pequeño Joaquín no tuvo dudas con su vocación. Desde muy niño sintió el llamado de Dios en su conciencia. Jugaba con sus hermanos al sacerdocio. Tenía diez años cuando, en un rincón de la vieja casona colonial, construyó su propio altarcito, y frente a él actuaba un remedo piadoso de la santa misa. Imponía su autoridad al corto auditorio integrado por sus hermanos pequeños y algún amiguito. Luis y Pablo, menores que él, hacían de acólitos. Empleaba sus dotes oratorias en improvisados sermones y trataba de impresionar a sus oyentes con acentuadas descripciones del Infierno. Su propia piedad se alimentaba con el rezo diario del santo Rosario y, sin darse cuenta de ello, penetraba día a día en la doctrina cristiana que su madre la enseñaba.
Al finalizar el siglo XIX, Morelia era una ciudad floreciente, a pesar de no tener más industria importante que dos fábricas de hilados y tejidos de algodón. Enclavada en una zona eminentemente agrícola, su corta población —34,000 habitantes— estaba arraigada a la tierra y apegada a costumbres seculares. La antigua Valladolid fue fundada el 18 de mayo de 1541 por el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza. Las generaciones de criollos que se fueron sucediendo conservaron incólumes las virtudes religiosas y creativas de sus ancestros.
Morelia era la Metrópoli del Arzobispado de Michoacán, que comprendía las diócesis de León, Querétaro y Zamora. Don José Ignacio Arciga era arzobispo. Una veintena de templos, algunos relumbrantes exponentes del arte sacro, acogían la piedad acendrada de los morelianos. Para atender la educación popular, una docena de colegios abrían sus aulas a la enseñanza. Tres bibliotecas: en el Colegio de San Nicolás, con 4 000 volúmenes; la pública del Estado, con 15 000; y la del Seminario, con 32 000 libros de todas las épocas hacían prueba de la preocupación de la Iglesia Católica por llevar cultura al mayor número posible de individuos, sin contar las numerosas y selectas bibliotecas particulares que daban, a Morelia, sobresaliente categoría humanística entre las más afamadas capitales de provincia.
Para cursar estudios superiores sólo existía una preparatoria oficial: el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, y dos planteles profesionales: La Escuela de Medicina y la de Jurisprudencia. Por el lado religioso, estaba el Seminario, fundado en el siglo XVIII. Para llenar la ausencia de una escuela de enseñanza preparatoria atendida por el clero, fue fundado, en 1902, el Instituto Científico del Sagrado Corazón de Jesús, "para educar cristianamente a la niñez y a la juventud de las clases principales de la ciudad."
En este colegio había primaria elemental, primaria superior, preparatoria, mercantil, estudios agrícolas e industriales, y normal de profesores; amplia gama de carreras que ofrecían horizontes civiles a los alumnos atendidos por los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Desde el año de 1900 hasta el de su muerte, que fue el de 1911, gobernó la Arquidiócesis don Atenógenes Silva y Alvarez Tostado. Sucedióle en el cargo don Leopoldo Ruiz y Flores, cuya responsabilidad histórica habría de resultar mayúscula con la desacertada firma de los "arreglos" entre la Iglesia y el Estado en 1929.
Queda indicada la importancia e influencia religiosa en la apacible y señorial Morelia, en la que vivió sus años infantiles Joaquín Sáenz Arriaga. En el Instituto Científico del Sagrado Corazón de Jesús cursó la primaria elemental y superior, obteniendo notas sobresalientes en sus estudios. Destacaba entre sus compañeritos por su despejado talento.
Aún no cumplía diez años de vida y ya comenzaba a coleccionar esas pequeñas hojas mensuales, testimonios de honor se llamaban, que conforman su imagen estudiantil. Al finalizar su primaria —27 de octubre de 1912—, le fue otorgado sendo diploma en reconocimiento a su excelente conducta, puntualidad y aplicación.
Sintiéndose llamado a la religión, el despierto adolescente pensó ser cartujo; le atraía la vida silenciosa y la propia mortificación en su valor de ofrenda espiritual. Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores le hizo ver que la Iglesia necesitaba soldados dispuestos a la lucha, y con razones convincentes inclinó su voluntad hacia la Orden de San Ignacio.
A los dieciséis años de edad, consciente de su destino personal e intransferible, dejó su casa paterna. Reveses de fortuna habían obligado a la familia a cambiar de domicilio; ahora habitaban una modesta casa ubicada en la sexta calle de Aldama número 1, en Morelia. Doña Magdalena preparó el reducido bagaje de Joaquín. Acompañado de su hermano mayor, Rafael, viajó al puerto de Veracruz. Se embarcó en el navío Buenos Aires, de matrícula española, en segunda clase. El día 11 de agosto de 1916 zarpó el barco. A bordo se encontraban seis monjas teresianas, a las que se unieron dos más, de Morelia, en la breve escala que hizo el vapor en La Habana, Cuba. Joaquín procuró su amistad, pues ellas le proporcionaban una extensión simbólica de su propio hogar durante el tiempo que duró la travesía. El Buenos Aires atracó en Nueva York al anochecer del día 12. El joven viajero envió desde allí una postal a sus padres. A la mañana siguiente, recargado en la barandilla de la cubierta del navío, Joaquín contempló largamente el perfil de la moderna Babel, semejante a las pinadas de su tierra.
Largos días de mar y cielo, antes de avistar la costa española, patria de sus remotos antepasados.
Desembarcó en el puerto de Barcelona y se dirigió a Loyola, cuna del fundador de la Compañía de Jesús. En aquel afamado seminario, jardín delicioso enclavado entre las escarpadas y verdes montañas santanderinas, ingresó el día 15 de septiembre. No lo doblegó la recia disciplina a que eran sometidos los aspirantes a la milicia ignaciana. Aprendió que nada era suyo; todo pertenecía a la comunidad. Desempeñó trabajos harto penosos para un chico acostumbrado al servicio doméstico, a refinamientos sociales y consideraciones familiares. Las dificultades que llevan consigo el tiempo de probación le fueron compensadas con la solícita atención de sus primeros maestros. En ningún momento aflojó su voluntad de seguir el camino trazado por cuantos le habían dado ejemplo de religiosidad.
Antes que Joaquín entrara al Seminario, ya su hermano Luis, tercero en la familia Sáenz Arriaga, había sido ordenado sacerdote católico. Se educó en el colegio Pío Latino de Roma y obtuvo las orlas del doctorado en Teología. En 1911 alcanzó el sacerdocio. Poseía asombrosa inteligencia y, no obstante su juventud llegó a dominar siete idiomas. Joaquín no le quedaría a la zaga. En el transcurso de su existencia aprendió también diversas lenguas: inglés, francés, italiano, portugués, algo de griego, además, claró está, del latín y el castellano.
Luis, activo apóstol en un medio y en una época harto conflictiva, contrajo tifo en una de tantas asistencias a enfermos menesterosos. La deficiente atención médica —se vivían momentos dramáticos de la Revolución— le abrió las puertas de la eternidad en abril de 1917. Su padre, don Rafael, profundamente afectado con su muerte, no resistió los embates de su debilitado corazón y, el 19 de junio siguiente, bien asistido espiritual y corporalmente, llegó al fin de sus días.
Estas defunciones conocidas en el lejano encierro, más fortalecieron el propósito de Joaquín y, con gran empeño, continuó sus estudios sin perder comunicación con su familia ausente en el añorado terruño.
Al año siguiente es enviado a Granada, ciudad de reminiscencias moriscas y acendrada tradición cultural, a cursar el primero de Juniorado y Literatura.
El 16 de septiembre de 1918 hace sus primeros votos de pobreza, obediencia y castidad, que en la Compañía de Jesús, a diferencia de otras órdenes religiosas, se tienen por perpetuas.
Hasta 1922 permanece en esta ciudad, cuya reconquista por los Reyes Católicos unificó la península ibérica bajo el signo de la cruz.
A la sombra de los naranjos olorosos a azahar, cerca del testimonio islámico más artístico de España: la Alhambra; en medio de la luz y la blancura de aquel lugar protegido por la Sierra Nevada, el joven seminarista termina el Juniorado. Estudia Literatura y Humanidades en 1919. En 1920 cursa el segundo grado de ambas materias. Se inicia en Filosofía al año siguiente y, en 1923, termina el segundo grado de Retórica.
No todo el tiempo permanece encerrado en Granada. Con otros seminaristas visita lugares de interés histórico y religioso, como la Basílica del Pilar de Zaragoza, desde donde envía una cariñosa postal a su madre, que radicaba ya en la ciudad de México.
Para el año lectivo de 1923 se traslada a Sarriá, provincia de Barcelona, e ingresa al palaciego Colegio de San Ignacio. Cursa el segundo grado de Filosofía y, al año siguiente, presenta magnífico examen del tercer grado.
El clima y el ambiente difieren de la cálida tierra andaluza. El carácter adusto y franco de los catalanes se asemeja a su país, escarpado y frío.
La preparación jesuítica es intensa y variada. Los futuros sacerdotes no permanecen años y más años en un solo lugar; los trasladan de un lado a otro para que, con el trato de distintas personas y las enseñanzas de maestros preparados, adquieran mayor soltura y seguridad personal, a la vez que amplían y maduran sus conocimientos. En su última carta enviada a su madre desde Barcelona, en junio de 1924, le cuenta que había visto varias veces, durante su estancia en la ciudad condal, al rey Alfonso XIII; a María Victoria, su real consorte; a la reina madre, doña Cristina: "Es un consuelo para los católicos —dice— ver y saludar a un rey tan católico, que tan grandes y magníficas demostraciones ha dado de SU fe y amor a Cristo y a su Iglesia."
El joven seminarista se embarca, con otro compañero, en Barcelona. Su navío pone proa a Nicaragua. Cruza el Canal de Panamá y, el día 2 de septiembre de 1924, llegan él y José Bravo a Granada, República de Nicaragua.
Van asignados al magisterio en el Colegio Centroamericano del Sagrado Corazón de Jesús.
De inmediato se inicia en la enseñanza como maestro del cuarto y quinto grado de primaria. Ayuda, además, al prefecto y queda a cargo de la Segunda División de semiinternos y externos.
Permanece en el colegio todo el año de 1925, dando clases a los alumnos del quinto grado y desempeñando, a la vez, el cargo de prefecto. Entre sus compañeros se encuentra su paisano José Martínez Cabrera. No sería ésta la única ocasión que, durante sus estudios, estuviesen juntos tan buenos amigos.
A principios de marzo de 1926 parte de Nicaragua. Desde la ciudad de La Libertad, República de El Salvador, el rector del Seminario le envía un telegrama invitándolo a visitarlos y deseándole feliz viaje. El joven jesuita comenzaba a darse a conocer por su entrega apostólica y su capacidad intelectual. Pero no puede complacer al Padre Superior del Seminario salvadoreño, pues debía continuar su viaje a México.
Aquí permaneció algunos meses. Estuvo en la ciudad de Puebla, en el Colego Católico del Sagrado Corazón de Jesús. En el otoño de 1926 partió nuevamente hacia España y, en el Colegio Máximo de San Ignacio de Loyola, en Sarriá, cursó el primer grado de Teología. A principios de 1927 marchó a la ciudad de Granada desde donde relata a doña Magdalena que lo visitaron en Barcelona amigos de México, entre ellos Miguel Estrada Iturbide, quien le "pareció muy culto e inteligente". También le informa que recibió carta de su pariente Leopoldo Lara y Torres, primer obispo de Tacámbaro y personaje de gran relieve durante el conflicto religioso en México. Observa que en Sarriá, provincia de Barcelona, sus compañeros del seminario, entre los que se cuentan numerosos mexicanos, están bien informados de lo que sucede en su país, y le anuncia el envío de hojas de propaganda religiosa:
"En el sur de España la gente se ha movido menos; muchos no han comprendido todavía las difíciles circunstancias por las que atraviesa la Iglesia mexicana; creen que se trata de males y hechos intestinos y no de una persecución contra la Iglesia.
"Es menester orar: la oración ha de salvar a México del abismo a donde camina."Antes de finalizar 1927 Joaquín fue enviado al Woodstock College, en Maryland, Estados Unidos, a estudiar el segundo y tercer grado de Teología, materia que con Filosofía y Derecho Canónigo habría de doctorarse posteriormente. Sus títulos llevan la firma del Prepósito General de la Compañía de Jesús, del Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana y los respectivos secretarios de ambas instituciones.
En México se había recrudecido la persecución religiosa. La defensa armada de los católicos tomaba impulsos de heroísmo. Antes de finalizar noviembre, el sacrificio de dos inocentes y dos implicados en un atentado contra el general Alvaro Obregón, conmocionó a la opinión pública mundial. El padre Agustín Pro, S. J., y su hermano Humberto, sin previo juicio, junto con el ingeniero Luis Segura Vilchis y Juan Antonio Tirado, fueron fusilados con ostentosa publicidad en el patio de la Inspección General de Policía, ubicada en el corazón urbano de la capital de la República.
Muchos episodios, propios de epopeya, avalados por la entrega cristiana de los protagonistas, abonaban el fervor religioso del pueblo y estimulaban el deseo de emularlos a quienes, como Joaquín, se preparaban para el sagrado ministerio sacerdotal. El joven seminarista estaba bien informado de cuanto sucedía en su país, y a la medida de sus posibilidades ayudaba a la causa cristera con el envío de propaganda y la transmisión de noticias a las autoridades eclesiásticas a su alcance.
Veraces informes le llegaban por diversos conductos, entre ellos su correspondencia epistolar con monseñor Leopoldo Lara y Torres, uno de los contados prelados que resistieron, eludiendo emboscadas policiacas sin abandonar el país, las embestidas anticlericales. Ni en los momentos de más agudo peligro salió del territorio nacional, fiel a su calidad de pastor a cargo de un rebaño amenazado por los bárbaros del siglo xx.
En carta fechada en la capital de la República el día 8 de febrero de 1928, le informa del recrudecimiento en la lucha cristera, y le hace historia de la destrucción del monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, cerca de Silao, Gto.; la continua aprehensión de laicos y religiosos por el delito de oír misa en la clandestinidad.
¡Si Joaquín hubiese imaginado que, muchos años más tarde él tendría que decir misa en el secreto de su hogar, misa prohibida, no por los perseguidores francos de la Iglesia, sino por quienes ejercen la autoridad eclesiástica!
No eran, los de monseñor Lara y Torres, comentarios superficiales. El obispo de Tacámbaro explicaba con maduro conocimiento las trasgresiones legales del gobierno civil. (3)
Monseñor le relataba también, en otra carta, la infructuosa búsqueda de la policía al obispo de San Luis Potosí, monseñor Miguel de la Mora, vicepresidente del Comité Episcopal, quien, un año después, al reiniciarse negociaciones directas entre Portes Gil y monseñor Ruiz y Flores, bajo la tutela de Mr. Morrow, sería marginado por los responsables de tan desacertado convenio que acabó, sabe Dios por cuánto tiempo, con la posibilidad de restablecer en México un orden social auténticamente cristiano.
Durante su estancia en Nicaragua, Joaquín habíase inficionado de amibiasis. El clima, la insalubridad, los escasos recursos en su voluntario reclusorio le acarrearon esa enfermedad pertinaz, que no le impidió, sin embargo, adelantar sus estudios.
En el Woodstock College cursó con tesonera dedicación el tercer grado de Teología, materia de la que gustaba con predilección. En septiembre presentó examen y luego retornó a México. El entusiasta jesuita quería estar en su tierra, donde nebulosa paz reprimía el desencanto de una derrota inmerecida. El conflicto religioso, mal resuelto en julio de 1929, había permitido la repatriación de los prelados ausentes y la reanudación del culto católico en los templos.
Joaquín fue destinado al Colegio de San José, en Guadalajara, como profesor de inglés y ayudante del bibliotecario y del prefecto.
Repuesto de sus padecimientos gástricos, entregado a sus nuevas obligaciones en una pausa de relativa tranquilidad, el día 30 de abril de 1930, en el templo de San Felipe de Jesús, el arzobispo de Guadalajara, doctor Francisco Orozco y Jiménez ungió las manos del nuevo presbítero de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El obispo de Tacámbaro, Leopoldo Lara y Torres, fungió como testigo de la ordenación. A esta solemne ceremonia asistieron también el canónigo Rafael Sáenz Arciga, eclesiáticos y familiares del padre Joaquín Sáenz Arriaga.
Don Francisco, don Leopoldo, don Rafael, doña Magdalena Arriaga Vda. de Sáenz y otros miembros de su familia aparecen junto al joven sacerdote en la fotografía tomada en aquella fecha memorable.
Dos días después de este suceso, el padre Sáenz realizó su más hermoso ideal humano, culminación de sus ensueños infantiles. En el mismo templo de San Felipe de Jesús celebró su primera misa el día 2 de mayo. Al elevar la Hostia consagrada y el Cáliz de salvación, el silencio subrayó la mística emoción del celebrante.
Días más tarde, en el oratorio particular de la familia Olvera, en la ciudad de México, dio la Primera Comunión a sus sobrinos Agustín, Francisco y Rafael Sáenz y Sáenz.
Posteriormente salió a los Estados Unidos. Al llegar a Texas pasó unos días descansando en Ruidoso, lindo lugar de recreo enclavado en un paraje rodeado de montañas, antes de ingresar al Woodstock College, en Maryland, para cursar el cuarto grado de Teología.
A principios de 1931 visitó la Universidad de Columbia, en Nueva York. Cierto día, a la hora del almuerzo, acompañado del padre Ford, encargado d Newman Club de dicha Universidad, sentóse a su lado un pastor protestante, profesor del Union Theological Seminary. Conversaron sobre Santo Tomás, mencionaron a Suárez y cambiaron opiniones sobre la filosofía escolástica. No podía faltar una referencia al recién inaugurado Empire State Building. El pastor preguntó al padre si había estado en él, a lo que don Joaquín respondió que no.
—,Y qué filosofía ve usted en ese edificio? —volvió a preguntar.
—Doctor, es mucha filosofía para dar una breve respuesta. Es la filosofía de nuestros tiempos; es la materia ahogando el espíritu; es la nueva Babel que quiere desafiar los poderes divinos.
El ministro protestante guardó silencio. Reflexionó y dijo:
—Dichosos ustedes los católicos, que tienen algo estable para creer; a nosotros nos gustaría un género de ilusión para entretener nuestras vidas.
Cuando se retiraron del comedor, el padre Sáenz preguntó al padre Ford el significado de las palabras pronunciadas por el profesor del Union Theologicai Seminary:
Ninguno de los catedráticos del Seminario protestante creen en Cristo, en su divinidad. . . Ellos piensan que la religión es una exigencia de la vida, un capricho de los hombres, al que hay que satisfacer... ellos, los miembros protestantes, son los artistas de sus iglesias, ganando de esta suerte su sustento. (4)
Don Joaquín iba acumulando conocimientos y experiencias humanas. La religión no sería nunca para él un medio de vida, sino finalidad de su existencia.
Vivía en Pouhkeepesie, N. Y. (St. Andrew —on— Hudson), y, dotado para la oratoria sagrada, se inició en el difícil arte de impartir ejercicios espirituales a muy diversos auditorios. En The Xavier Haigh School los dio, muy eficaces, a las Siervas de María.
Le llegó el tiempo de hacer su tercera probación (equivalente a un segundo noviciado en el que se revisa la vida y experiencias concretas dentro de la Compañía de Jesús, antes de seguir adelante), y ésta la hizo en Poughkeepesie.
Armado caballero de la milicia ignaciana, probada su vocación y examinadas sus experiencias, fue enviado nuevamente a la provincia mexicana.
El 13 de abril de 1932 tuvo a su cargo el piadoso sermón dentro de las solemnidades litúrgicas en honor del Patriarca Señor San José, en el mismo templo donde había recibido las órdenes sacerdotales, dos años atrás.
Dos semanas más tarde, en la Santa Iglesia Catedral, por disposición del arzobispo, doctor y maestro Francisco Orozco y Jiménez, ocupó la cátedra sagrada en la misa solemne que, "para honrar al eximio protector del catecismo en la arquidiócesis", celebró de pontifical el obispo auxiliar, monseñor José Garibi Rivera.
Con su verbo elegante y emotivo, el padre Sáenz contagiaba a su auditorio la firmeza de su credo, su fidelidad a la Iglesia, su devoción mariana. No eran, sus sermones, aburridos panegíricos, sino lecciones que descubrían las esencias evangélicas, dichas con la claridad, la sencillez, la sinceridad de un verdadero apóstol de Cristo.
NOTAS
1) El Sol de México. Diario. 21 de diciembre de 1971.
2) José Ignacio Arciga y Ruiz de Chávez (1830-1900), nació en Pátzcuaro, Mich., allí hizo sus primeros estudios. Ingresó al Seminario de Morelia en 1846 y fue ordenado presbítero en 1853. En el Seminario impartió las cátedras de matemáticas, física y teología hasta que el edificio de la institución fue confiscado en 1859 por el gobierno liberal. De 1862 a 1866 atendió el curato de Guanajuato. Recibió nombramiento de canónigo magistral y obispo auxiliar de Morelia. Ilustre arzobispo de Michoacán durante casi 31 años (1869 a 1900) realizó la floreciente restauración de la arquidiócesis. Restableció el Seminario en un hermoso edificio de estilo neoclásico al que instaló laboratorios, gabinetes, observatorio astronómico, surtida biblioteca. En 1882 contaba este Seminario con 600 alumnos y en los que abrió en Pátzcuaro, Celaya, Santa Cruz, La Piedad y Puruándiro se albergaron 500 estudiantes. En Morelia instaló el Colegio Teresiano para niñas, que alcanzó fama y llegó a tener un mil alumnos. Durante su ministerio ordenó 760 sacerdotes. Murió en la ciudad de México el año de 1900.
3 Lara y Torres, Mons. Dr. Leopoldo. Documentos para la historia de la persecución religiosa en México. Editorial Jus, S. A. México, D. F., 1954. Págs. 223-249.
4) Stoddard, John L. Reedificando una fe perdida. Traducción del presbítero doctor Joaquín Sáenz Arriaga. 4 edición. Buena Prensa, México, D. F., 1956. Pág. 183.
CAPITULO III.- JUVENTUD CATÓLICA, REALIDAD Y PROMESA
El joven sacerdote jesuíta, al entrar de lleno a su ministerio en México, no perdió el tiempo en trabajos rutinarios ni comodones. En sus relaciones con el estudiantado de Guadalajara tomó interés en los problemas concernientes a los universitarios, hasta llegar a integrarse al movimiento de reconquista católica iniciado y continuado bajo diversos planes, coincidentes en el fin, divergentes en los medios.
Y aquí se impone una disgresión cuya importancia quedará establecida al observar los resultados alcanzados por la UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos) y otros grupos que, por su privacía, no han sido debidamente valorados en la historia contemporánea de México.
Para defender sus ideas y su misma existencia en la Universidad Nacional de México, los estudiantes católicos activos habían creado, en 1926, la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos, cuyo primer asistente eclesiástico fue el jesuíta Miguel Agustín Pro Juárez, fusilado el 23 de noviembre de 1927, antes de que pudiese consolidar la obra iniciada.
Al finalizar el conflicto religioso, se reunieron unos cuantos miembros de la ya menguada Confederación Nacional de Estudiantes Católicos con el propósito de reanudar actividades. Alguien sugirió la conveniencia de consultar al padre Ramón Martínez Silva, S. J., dirigente de la Extensión Universitaria Católica, encargada de suplir en los estudiantes las deficiencias de su formación religiosa y filosófica. Visitaron al sacerdote en el Centro Cultural Labor, instalado en la calle de Cuba 88, ciudad de México.
El resultado de aquel encuentro fue la instalación, el día 31 de abril de 1931, del Comité Organizador de la Convención Iberoamericana de Estudiantes Católicos, auspiciada por la CNEC. Esta asamblea habría de verificarse en la capital de la República durante los festejos del IV centenario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe.
"Clave de la propaganda preparatoria de la Convención fue el primer periódico estudiantil católico que toda una generación recuerda: Proa. (1) Proa fue obra y creación, en Guadalajara, de Antonio Gómez Robledo" (2), autor de la mejor semblanza del maestro Anacleto González Flores.
El día 8 de diciembre dio comienzo la Convención Nacional con una misa oficiada por el presbítero Miguel Darío Miranda, asistente eclesiástico de la recién establecida Juventud Católica Femenina Mexicana (JCFM), rama fundamental de la Acción Católica Mexicana (ACM), la cual quedó constituida con la antigua ACJM que se pretendió, con esta hábil maniobra, destruirla; la Unión Femenina Católica Mexicana (UFCM), en sustitución de la antigua y meritísima Unión de Damas Católicas, y la reciente Unión de Católicos Mexicanos (UCM), para adultos. La Confederación Nacional de Estudiantes Católicos fue transformada, bajo la dirección del padre Martínez Silva, S. J., en la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC). Luis Rivero del Val, presidente de la Confederación, entregó la presidencia de la UNEC a Manuel Ulloa Ortiz quien, a partir de entonces, fue considerado jefe moral de la Unión.
El 12 de diciembre se inauguró la Convención Iberoamericana con gran éxito. "Todo influyó, además, a la creación del ambiente. Las mismas circunstancias negativas exteriores, «la oposición adversaria que contribuyó un poco a la sinergización», según el pensamiento de Gómez Robledo, y la avidez interior que, como regresados de largos exilios espirituales, acicateaban a todos. . .
"Y la calidad de aquel puñado de muchachos. . .
"Y los maestros. Al lado del equipo más brillante de la Compañía de Jesús —padres Martínez Silva, Mariano Cuevas, Eduardo Iglesias, Francisco Stens, Francisco Portas, Joaquín Cordero, Joaquín Sáenz, el padre Saavedra, colombiano, entre otros hombres de altísima cultura universitaria..." (2)
En la capital de la República se realizó el Primer Congreso Nacional de la UNEC. Entre los días 10 al 20 de septiembre de 1933 se efectuaron las reuniones de la que salió reelecto presidente Manuel Ulloa Ortiz. (3) Tres temas fueron programados: El imperialismo, El problema agrario y Bibliografía del estudiante católico.
"Del primer tema habló el P. (Mariano) Cuevas y, sobre cuestiones agrarias hubo una acalorada e inolvidable polémica entre los padres (Julio) Vértiz y (Joaquín) Sáenz, perfilándose encontradas posiciones de «izquierdas» y «derechas».
"En la última reunión de este congreso nos hizo una viva historia de la Liga de Estudiantes Católicos quien fuera su presidente, don Pedro Duran, en presencia de su fundador, el P. Carlitos Heredia y de don Gabriel Fernández Somellera, presidente que fue del Partido Católico Nacional." (4)
Un año más tarde realizó la UNEC su segundo congreso, en el que resultó electo presidente Armando Chávez Camacho. Es muy significativo que los socios más prominentes de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, figurasen como miembros distinguidos del Partido de Acción Nacional que habría de fundar, un lustro después, el licenciado Manuel Gómez Morín.(5) En esta lista aparecen los nombres de Luis Garibay, Luis Islas García, el mismo Chávez Camacho, el "Chino" Jesús Hernández Díaz, Armando Ramírez, Daniel Kuri Breña, Gumersindo Galván, Manuel Ulloa Ortiz, Gonzalo Chapela, Carlos Septién García, Luis Calderón Vega, Juan Landerreche Obregón. . .
El de 1934 fue un año en que se aceleró la transformación política y económica de México. Producto del régimen revolucionario, hizo su aparición el general Lázaro Cárdenas, de inocultable ideología marxista.
Calles, el hombre fuerte de México, pronunció el 29 de julio de 1934 un discurso en Guadalajara: "Es necesario —dijo— que entremos al nuevo periodo de la Revolución al que yo llamaría el periodo de la revolución psicológica o de conquista espiritual; debemos estar en ese periodo y apoderarnos de las conciencias de la niñez y de la juventud, porque la juventud y la niñez son y deben pertenecer a la Revolución. Es absolutamente necesario desalojar al enemigo de esa trinchera, y debemos asaltarla con decisión, porque ahí está la clerecía: me refiero a la educación, me refiero a la escuela."
Estaba por finalizar el interinato del presidente Abelardo L. Rodríguez, quien había sustituido al impopular Pascual Ortiz Rubio a la mitad del gobierno de marionetas movidas por el Jefe Máximo de la Revolución, general Plutarco Elias Calles; y don Abelardo, más empresario que ideólogo de izquierda, tuvo escrúpulos para autorizar, con su firma, una reforma radical del Artículo 3° de la Constitución, que fija las normas de la educación en México. En sus Memorias hace referencia a tal rechazo: "Se impugnó el proyecto de reformas al Artículo 3°, Constitucional, que propuso la educación socialista. . . Sostuve que se pretendía sustituir al fanatismo religioso con otro fanatismo: el socialista."(6)
Lamentablemente, aunque lo explica su filiación masónica, confundía el "fanatismo religioso" con el derecho a la libertad de creer y practicar la propia fe.
Nada haría retroceder a quienes se proponían imponer la dialéctica marxista en México, y apenas transcurridos doce días de haber tomado posesión del Poder Ejecutivo, el general Cárdenas promulgó las reformas al Artículo 3°, estableciendo la obligatoriedad de la educación socialista. Don Lázaro, adulado, transtornado por el coro de alabanzas emitidas por sus sectarios, pretendió llevar la reforma educativa a las universidades y, a principios de 1935, pidió al rector Ocaranza de la Universidad (Nacional Autónoma de México) se extendiese a las cátedras de ésta. Varios catedráticos eran, personalmente, adictos a las ideas socialistas o sus simpatizadores; pero todos rechazaron el dogmatismo que pretendían imponerles y defendieron la libertad de cátedra, abierta a toda investigación científica y filosófica." (7) Cárdenas tuvo que resignarse a contaminar únicamente las mentes infantiles.
Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, delegado apostólico, desde el exilio salió en defensa de los fueros de la conciencia católica: "En cumplimiento de nuestra misión divina, terminantemente prohibimos a los católicos, so pena de incurrir en las censuras establecidas por el Derecho Canónico, aprender, enseñar o cooperar eficazmente a que se aprenda o enseñe lo que se ha llamado en México «educación socialista». Porque la reforma del Artículo 3° de la Constitución se reduce al ataque sistemático de toda idea religiosa y a la propaganda perniciosa de las utopías del comunismo." (8) Al correr de los años, ¡cómo habrían de cambiar las directrices de la Santa Sede y la verticalidad humana de muchos prelados!
La existencia precaria de lo que fue la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, a la cual, por exigencia categórica del arzobispo Pascual Díaz y Bárreto hubo que amputarle el adjetivo "Religiosa", con sus consecuentes implicaciones de apoyo moral y crédito humano que había alcanzado, se sostenía con la comunicación entre antiguos cristeros que andaban, algunos de ellos, eludiendo el rencor asesino de milites y agraristas vengativos.
Surgieron algunos brotes de rebeldía armada, prontamente sofocados por el rechazo a una nueva "cristiada" de casi todo el Episcopado Nacional, que no sólo negó su reconocimiento a la Liga, coordinadora de estos inútiles heroísmos, sino que, en casos concretos, obispos hubieron que anatematizaron a quienes ofrendaban sus bienes y sus vidas por defender la libertad cívica y religiosa.
En el ámbito juvenil, hubo saludable respuesta a las avanzadas socialistas. Las agrupaciones católicas, UNEC y ACJM encauzaron la generosidad de los jóvenes hacia una mayor conciencia religiosa, dejando a un lado toda actitud política y aun social, de acuerdo con los términos derrotistas fijados en los Arreglos de 1929.
Desde el año 1933 se encontraba el padre Sáenz en Guadalajara. Asistía al templo de los jesuitas y tenía a su cargo la Congregación Mariana y la de San Luis Gonzaga. Compenetrado de la importancia que habían adquirido las "asistencias religiosas" en las agrupaciones de jóvenes, era llamado a importantes reuniones o asambleas juveniles, como la de la UNEC, antes mencionada, realizada en México en septiembre de ese año.
En este marco de actividades, a la que hay que añadir la de confesor de jóvenes y estudiantes, permaneció en la capital jalisciense todo el año 1934 y el de 1935, a mediados del cual —16 de julio— pronunció en la ciudad de México sus últimos votos. Recibió nombramiento de coadjutor espiritual; es decir, se le impedía ocupar puestos de gobierno en la Compañía. Tal actitud de sus superiores sólo se explica por la costumbre generalizada de así hacerlo con la mayoría de los jóvenes recién ordenados y también, posiblemente, por un recelo egoísta e injustificado hacia su advertida capacidad intelectual y espíritu de independencia, aunque el padre Sáenz había demostrado sensatez y capacidad de obediencia.
Al participar en la constitución y desarrollo de los grupos estudiantiles abocados a defender privadamente los principios religiosos y los derechos inalienables de la educación cristiana, no había hecho más que ser consecuente con la realidad mexicana de aquel tiempo. Don Joaquín sabía que no hay sociedad, por muy secreta que sea, capaz de conservar la doctrina social católica si sus miembros, si el medio ambiente en que germina y se desarrolla no está impregnado de fe, orientado con ejemplos válidos y dirigido con insospechada ortodoxia.
En su labor docente, para mejor orientar a la juventud dándoles razones para retornar a la confianza, tradujo la obra de un notable converso: John L. Stoddard, cuyo título revela la calidad orientadora del libro: Reedificando una fe perdida.
Aunque tipográficamente deja mucho que desear esta primera edición realizada por la editorial Layac, en México el año 1934, la favorable aceptación que tuvo demostró la utilidad del trabajo del traductor y anotador. En una de sus notas aclaratorias se anticipa a un grave dilema que afrontaría la Iglesia del postconcilio; el de la libertad de creencias: "Una cosa es la tolerancia en el orden de las personas y otra muy distinta, la tolerancia en el orden de las ideas. La primera eleva y ennoblece; la segunda abaja y envilece. . .
"Evidentemente la Iglesia Católica es y debe ser intolerante en su doctrina, porque esa doctrina constituye el precioso caudal de la Divina Revelación que para su custodia y fiel transmisión le dejó encomendado su Divino Fundador."
Compañero y amigo de algunos miembros notables de la Compañía de Jesús, el padre Sáenz Arriaga se distinguió en el campo social y educativo. Durante toda su vida tuvo la virtud de afianzar afectos perdurables. Entre sus amigos más adictos contáronse, desde su retorno definitivo a México, los padres Ramón Martínez Silva, Eduardo Iglesias, Carlos M. de Heredia (a quien sus cofrades habrían de someter a examen psiquiátrico, dizque porque estaba "loco"), José María Altamirano, José Antonio Romero, Alfredo Méndez Medina, Guillermo Terrazas y toda aquella pléyade de jesuítas desaparecidos que colocaron a la provincia mexicana en un lugar difícilmente alcanzado en todo el mundo durante la primera mitad del siglo XX. Después habría de llegar la traición que sumiría a la Orden de San Ignacio en el peor momento de su historia.
Los "Arreglos" habían tenido la fuerza necesaria para dividir por primera vez a los católicos practicantes. El espíritu de obediencia predominó en los más, que así resolvían, cómodamente, su compromiso interior. En otros perseveró el propósito de continuar luchando, de acuerdo con las circunstancias, siguiendo distintas tendencias y proyectos que acabaron por minimizar resultados.
La UNEC fue una de las instituciones eclesiásticas en la que prendió el deseo de abrir nuevos frentes. En Guadalajara, almacigo de cristeros, la Unión Nacional de Estudiantes Católicos desarrolló extensa y valiosa obra cultural, bajo la presidencia de Antonio Gómez Robledo y, después, de Francisco López González.
La ACJM, dentro de las limitaciones de su nueva estructura, reagrupaba a sus miembros y, discretamente, reconstruía los círculos preparatorios de piedad, estudio y acción limitada a la catequesis.
Carlos Cuesta Gallardo, sobrino del gobernador porfirista Manuel Cuesta Gallardo, precursor de una reforma agraria consecuente con la realidad mexicana, que por circunstancias políticas de la época no fue posible realizar, era un estudiante apasionado de la historia que, por decisión familiar, había tenido como maestro de la de México al padre Mariano Cuevas, S. J.
El gobierno del Estado de Jalisco, del que era titular Everardo Topete, de acuerdo con las tendencias sociopolíticas de la Revolución Mexicana, convirtió la vieja Universidad de Guadalajara en Universidad Socialista de Occidente. Muchos estudiantes la abandonaron.
Carlos Cuesta Gallardo, como presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios, dio la pelea contra los avances programados de la educación socialista, alentada por la irreligiosidad y anticlericalismo del Jefe Máximo de la Revolución, soslayada por el general Abelardo L. Rodríguez, desde la Presidencia de México y posteriormente "legalizada" por Lázaro Cárdenas.
En concurrida asamblea realizada el domingo 21 de octubre de 1934, la Federación de Estudiantes Universitarios de Jalisco demostró el unánime pensamiento y el propósito decidido de rechazar toda ingerencia socialista en la educación y en la vida nacional.
Fruto de aquella "magna asamblea" fue el manifiesto publicado, que terminaba con estas palabras solidarias de la actitud asumida por los estudiantes poblanos:
"No queremos socialismo porque queremos libertad. No queremos educación socialista porque queremos ser libres. No queremos la suspensión de la cátedra libre porque exigimos libertad."
Carlos y sus compañeros contaban con el apoyo de todas clases sociales y el respaldo moral de los educadores laicos y religiosos, entre ellos Sáenz Arriaga, discreto y prudente consejero, con carácter personal, de los universitarios.
El "Güero" Cuesta, como le decían familiarmente sus amigos, Ángel y Antonio Leaño Álvarez del Castillo, y Dionisio Fernández, todos ellos directivos de la Federación de Estudiantes Universitarios de Jalisco, sumaron recursos económicos y esfuerzos personales para fundar una universidad independiente del subsidio oficial.
El hecho culminante que provocó la creación de la nueva universidad tuvo lugar en la Plaza de Armas de la ciudad de Guadalajara.
En todo México cundía el disguto por la educación socialista. Los camisas rojas (9) —jóvenes reclutados con el señuelo de alcanzar beneficios económicos y prebendas políticas, precursores de los potenciales guerrilleros de hoy, dirigidos por activos marxistas-leninistas bajo el mando de Tomás Garrido Canabal, Secretario de Agricultura— se enfrentaban a estudiantes, a obreros, a gente de clase media aún incontaminada de la nefasta filosofía.
En Guadalajara, el 28 de febrero, miembros de la Federación de Estudiantes Universitarios fueron atacados por estos rojillos exaltados cuando rechazaban, en ordenada concentración, la escuela socialista.
El día 3 de marzo, un millar de personas se congregaron frente al Palacio de Gobierno a manifestar su repudio a quienes se oponían a la libertad de expresión y al rechazo de la educación socialista. Sorpresivamente fueron agredidas a balazos desde la residencia oficial. Espanto, gritos, carreras, desafíos temerarios. Heridos en el pavimento y tres muertos: el licenciado Salvador Torres González, catedrático universitario que quiso defender un grupo de niñas y recibió un balazo en el cuello; José López, obrero; Crescenciano Núñez, campesino. . .
Ese día aciago quedó formalmente fundada la Universidad Autónoma de Guadalajara de la que fue primer rector el licenciado Agustín Navarro Flores, conocido intelectual católico que había formado parte de la plana mayor de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.
"Activamente, brillantemente el equipo de la UNEC, con los universitarios más destacados, participó en el movimiento, haciendo actuar en acciones solidarias de escala nacional a los grupos esparcidos por todo el país. Armando Chavez Camacho, entonces presidente de la CNE (Confederación Nacional de Estudiantes), se empeñó personalmente en la empresa..." (10)
Más tarde fue la lucha en el Consejo de la Universidad Nacional Autónoma de México, para que la nueva universidad jalisciense fuera reconocida y oficializada por la misma UNAM. También en esa ocasión vio la UNEC que su gente se hacía solidaria de los estudiantes tapatíos y que obtenían el espaldarazo de la Universidad Nacional.
Cuando la UNEC fue establecida en Guadalajara, en 1932, era Superior de los jesuítas en el Instituto de Ciencias, el R. P. Jesús Martínez Aguirre, E. J. Al finalizar 1934, éste y el joven presbítero Joaquín Sáenz Arriaga, S. J. estuvieron informados de la creación y las características de una sociedad local, cuyas actividades eran mantenidas en absoluta reserva, contrariamente a la eufórica y ostentosa labor de la UNEC. Así convenía actuar. La persecución religiosa permanecía latente; ahora estaba dirigida contra la libertad de enseñanza.
El grupo juvenil acaudillado por Carlos Cuesta Gallardo despertó los recelos de los entusiastas dirigentes de la UNEC, quienes vieron con sorpresa cómo la nueva Universidad Autónoma de Guadalajara era dominada por los miembros de esta misteriosa sociedad a la que se le dio el nombre de "Los Tecos".
Carlos González, presidente del grupo regional de la UNEC, no podía comprender la confianza que mostraba el padre Martínez Aguirre, S. J., hacia aquella agrupación independiente. Cuando éste se marchó a la ciudad de México para hacerse cargo del Instituto Patria, llegó a Guadalajara en su lugar el padre Manuel Figucroa, S. J., quien, puesto en el secreto, continuó soslayando esa extraña sociedad que parecía haber sobrepasado a la UNEC en organización e influencia en los medios católicos.
Hubo algunas discrepancias y rozamientos. El padre Sáenz tuvo diferencias de opinión con los dirigentes "tecos" de la Universidad Autónoma de Guadalajara, diferencias en asuntos de forma, nunca de fondo pues era natural que la Compañía de Jesús, habituada a la ciega obediencia de las instituciones puestas bajo su "asistencia religiosa", resintiera la verdadera autonomía de los consejeros responsables de la Universidad.
El Tercer Congreso Nacional de la UNEC tuvo lugar en México, durante el mes de septiembre de 1936. Daniel Kuri Breña ocupó la presidencia y, en el mes de abril del año siguiente, don Ramón Martínez Silva entregó la UNEC al brillante sacerdote recién llegado de los más acreditados centros culturales europeos: Jaime Castiello y Fernandez del Valle, S. J., miembro de una familia jalisciense. Entusiasta, preparado, dinámico, creativo, don Jaime no cumplía aún 40 años de edad. Su labor, que pudo ser valiosa, se truncó en un accidente automovilístico que le costó la vida el 28 de diciembre de 1937.
Cuando estuvo en Guadalajara, el padre Jaime Castiello, S. J., habló con el arzobispo Garibi Rivera, con Efraín González Luna, con Leaño; pidió una entrevista privada con Carlos Cuesta, que no se realizó, y otras personas del medio católico. Los jóvenes de la UNEC sospechaban que don Jaime andaba conspirando: "¡Conspiración muy inocente y hecha a la luz del día —escribe a su padre—. Aunque enteramente indigno, soy Asistente General de los grupos de acción católica del país." (11)
No cesaron los ataques a los "tecos". La UNEC estaba resentida por haber perdido su influencia en la Autónoma de Gualalajara.
En sustitución de Castiello fue nombrado el padre Julio Vértiz, S. J., célebre orador sagrado quien se hizo respetar y obedecer por los desorientados directivos de la UNEC, que se veían interferidos y acabaron por ser absorbidos por la ACJM, cuando a ésta se la privó de su fundador y asistente eclesiástico, padre Bernardo Bergoend, S. J., y se puso en su lugar al hermano de don Javier, el R. P. Alfonso Castiello, S. J., lo cual sucedió en octubre de 1940. Ese mismo año cesó el padre Julio Vértiz en la UNEC, y ocupó su cargo Enrique Torroella, S. J.
El Cuarto Congreso de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos se verificó en septiembre de 1938. El "Chino" Jesús Hernández Díaz resultó electo presidente. En el Quinto Congreso, ya con el padre Torroella como asistente eclesiástico, ascendió a la presidencia Luis Calderón Vega. Era el mes de diciembre de 1940 y, a principios de 1941, la UNEC fue desarticulada para intentar que sus miembros ingresaran el novedoso Movimiento Estudiantil y Profesional (MEP), de la ACJM. Como es de suponerse, tal pretensión fracasó rotundamente. Hubo un último congreso de la Unión, en diciembre de 1942, y tocó a Manuel Cantú Méndez la ingrata responsabilidad de dar por desaparecida para siempre esa Unión Nacional de Estudiantes Católicos, que contó con miembros sobresalientes, entusiastas, pero incapaces de conservar incontaminado ese organismo receptor de los más puros ideales juveniles.
Todo lo anterior viene a cuento para ofrecer un panorama de las influencias, intereses y maniobras que dentro de la Compañía de Jesús hacíanse, día a día, más notorias.
¿Qué fuerza extraña movía, en la sombra, los hilos de la trama?
Antonio Rius Facius
¡EXCOMULGADO!
NOTAS
1) Antes que Proa, otras publicaciones señalaron la presencia de la juventud. El Centro de Estudiantes Católicos lanzó, el 15 de septiembre de 1913, el primer número de su excelente revista mensual: El Estudiante, dirigida por Julio Jiménez Rueda; jefe de redacción, Alberto de María y Campos; administrador, Luis B. Beltrán y Mendoza. Posteriormente, en 1917, la Asociación Católica de la Juventud Mexicana publicó el periódico, también mensual, titulado ACJM, y, a partir de enero de 1920, editó su excelente boletín: Juventud, Católica.
2) Calderón Vega, Luis. Cuba 88. México, D. í\, 1959. Pág. 30.
3) En agosto anterior, "por indicación hecha a su favor por el maestro, licenciado don Manuel Gómez Morín", ingresó al Banco de Londres y México. Leal y eficaz colaborador en sus actividades financieras y políticas, se jubiló en julio de 1972.
4) « Ibídem. Pág. 47.
5) La OCA (Organización, Cooperación y Acción), mejor conocida como la "Base", en su sección 11, llamada Sinarquismo y Política, agrupó al campesinado en la Unión Nacional Sinarquista y, como órgano político, dio origen a un segundo Partido de Acción Nacional (en 1934, miembros del Centro de Estudiantes Católicos, habían fundado un partido político llamado Acción Nacional, intento inmaduro que sin sustentación jerárquica no pudo consolidarse) encabezado por el licenciado Manuel Gómez Morín. La asamblea constitutiva declaró del 17 de septiembre de 1939; y, el día 18, también en la ciudad de México tuvo lugar el Primer Consejo Nacional Sinarquista en el que entre otros, hicieron uso de la palabra Manuel Gómez Morín, Jesús Vértiz, Miguel Estrada Iturbide, Jesús Guiza y Acevedo e Isaac Guzmán Valdivia, todos ellos integrantes de la "Base", excepto Gómez Morín cuyos antecedentes liberales explican la independencia que, desde sus comienzos, obtuvo el PAN respecto al grupo secreto que había auspiciado su fundación. Transcurrido un lustro, en diciembre de 1944, el Jefe Nacional del Sinarquismo, junto con otros jerarcas, renunciaron a la dirección del Consejo Supremo de la "Base", lo cual contribuyó a que desapareciera esta ambiciosa organización. El Comité Episcopal presidido por el arzobispo Garibi Rivera, en vista de la "desobediencia y perjurio" "a las legítimas autoridades de la organización, declaró excomulgados a todos los jefes y miembros juramentados agrupados en torno al jefe Torres Bueno.''
No todos los prelados se plegaron a tan drástico castigo. El arzobispo de Durango, monseñor José María González y Valencia, decano del Episcopado, llevó dicha causa a Roma. La excomunión fue írrita en casi todas las diócesis.
La OCA había sido establecida en el año 1936 con la suma de miembros de la "U", de las "Legiones", de la "Unión popular", de la "Liga", de la "Guardia Nacional" o cristeros y restos de las "Brigadas Juana de Arco". El Episcopado Nacional no fue ajeno al proyecto que se consolidó con la adecuada representación de la Acción Católica Mexicana, federaciones y Confederación Católica del Trabajo, Obreros Guadalupanos, Unión Nacional de Estudiantes Católicos, Unión Femenina de Estudiantes Católicas y otros grupos. Un Consejo Supremo, desde la ciudad de México, controlaba las diversas secciones especializadas que llegaron a ser diecisiete, mediante desarrollo celular, conocido por todos los obispos en sus diócesis. La Compañía de Jesús, mediante "asistencias eclesiásticas", conducía las operaciones de las organizaciones católicas que antecedieron e integraron la OCA, cuyos directos responsables fueron los padres jesuítas Eduardo Iglesias, Joaquín Cordero B., Manuel Cordero y Joaquín Sáenz Arriaga.
Un esquema de lo que fue esta importante organización nos la ofrece el licenciado Rafael Capotillo Robles Gil en su obra La Universidad y la contra-universidad, impresa en México en 1978.
6) Rodríguez. Abelardo L. Autobiografía. México, I). F.. 1962. Pág. ISO.
7) Bravo Usarte, S. J„ Tose. La educación en México. Editorial Jus, S. A. México, I). F„ 1966. pág. 175.
8) Ruiz y Flores, Exmo. Dr. Leopoldo. Orientaciones y normas dadas por el Exmo. y Rev. Del. Aposl. San Antonio Texas. U. S. A., a 2 de febrero de 1935.
9) Dromundo, Baltasar. Tomás Garrido, su vida y su leyenda. Editorial Guarania, México, 1953. p. 114: "En los años 1934 y 1935 podía observarse que, si bien esos grupos dependían directamente de Garrido, las órdenes de éste eran transmitidas a los camisas rojas por medio de tres o cuatro personas de confianza..." p. 116: "Los camisas rojas, organizados militarmente, no siempre iban armados, pero ocasionalmente sí. Para entonces ya habían luchado contra los universitarios de México, en plena calle."
10) Calderón Vega. Luis. Ibidem. Pág. 145
11) Ortiz Monasterio, Xavier. Jaime Castiello, maestro y pula de la juventud universitaria. Editorial Jus, S. A., México, D. F., 1956. Pág. 290.
CAPITULO IV.- DIRECTOR DE LAS CONGREGACIONES MARIANAS
Característica peculiar de la Compañía de Jesús es el
sorpresivo traslado de ciudad y la mudanza de labores encomendadas a sus miembros. Al padre
Sáenz Arriaga, que tan eficazmente había desempeñado su trabajo cerca de los estudiantes de
Guadalajara, lo enviaron a dar clases de español en el
Spring Hill College, de El Paso, Texas, y en
Mobile Co. de
Alabama, provincia eclesiástica de Nueva
Orléans. En los Estados Unidos se pasó el año de 1936 y, en 1937, lo mandaron a la casa de ejercicios de Santa María de
Guadalupe, en Chihuahua,
Chih. Con él estaba el padre Guillermo Terrazas, también S. J. y ambos se dedicaron a organizar ejercicios espirituales, no sólo en la capital del Estado, sino en otras ciudades norteñas.
Estudioso de los sistemas sociopolíticos en relación a la doctrina social de la Iglesia, publicó en la revista Christus, editado por la Compañía de Jesús, extenso artículo intitulado Sociología. El comunismo, he allí el verdadero enemigo, en el que, además de exponer las tesis conocidas de Pío XI y Pío XII, dejó constancia de su propio pensamiento, coincidente con el de sus hermanos de religión. Recuérdense las concurridas conferencias sustentadas en aquellos años por el padre Eduardo Iglesias, en el templo de San Francisco, de la ciudad de México.
En 1938 el padre Sáenz marchó a Torreón, Coah., destinado a la Casa de la Santísima Virgen del Monte Carmelo. Ahí tuvo a su cargo las Congregaciones Marianas, la de san Ignacio para varones, y la de San Luis Gonzaga para menores. En razón de este trabajo se dedicaba al catecismo y a cuestiones relacionadas con la parroquia del Carmen.
La política internacional, precursora de la segunda guerra, en la que se iban delineando los campos rivales, llevó al gobierno cardenista a un paulatino disimulo en sus excesos socialistas y, por ende, a una mayor tolerancia con la Iglesia Católica, situación de la que supo aprovecharse el perspicaz jesuita para reforzar la obra de proselitismo religioso que a Sociedad de Jesús, más que ninguna otra orden, realizaba. Con clara visión del mundo contemporáneo, el padre Sáenz auspició la idea de realizar un nuevo congreso nacional de las Congregaciones Marianas de varones —sólo existían dos antecedentes en México, el de 1913 del que surgió la ACJM, y el de 1919—. Este congreso se celebró en la iglesia del Carmen y marcó una nueva etapa en la vida de esta institución, a nivel nacional.
Al año siguiente, en mayo de 1939, la Congregación le Señoritas, establecida en el templo de San Felipe Neri, de a Perla Tapatía, convocó al Primer Congreso Nacional le Congregaciones Femeninas.
"En ambos congresos se aprobó, por unánime y desbordante aclamación, el establecimiento de la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas... Tan hermoso; importante proyecto fue acogido con paternal benevolencia y bendecido y aprobado, así por el Venerable Episcopado, como por los Superiores jesuítas." (1)
"El Comité Organizador, encabezado entonces por el R. P. Manuel Cordero. . . lanzó las bases que habían de servir para la organización, para la vida de la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas de la República." (2)
En estas múltiples labores, a las que añadía fructíferas misiones por el norte del país, transcurrió el tiempo. A mediados de 1939 regresó a la ciudad de México. Se instaló en la llamada Casa del Sagrado Corazón de Jesús, calle Rivera de San Cosme número 5, residencia de los jesuitas. Preparado como estaba para desempeñar trabajos importantes en la Sociedad de Jesús, fue puesto al frente del Secretariado Nacional de las Congregaciones Marianas y dio impulso definitivo al establecimiento de la Confederación proyectada en los congresos marianos de Torreón y de Guadalajara. Creó y dirigió como órgano periodístico de esta agrupación, la revista Sodálitas (3) en la que publicó una serie de artículos "en los que trataba algunos temas importantes, encaminados a la formación de la juventud, y principalmente aquéllos que se relacionan con el más grave y trascendental problema de los jóvenes, de ellas y ellos, la elección de estado." (4)
El estudioso jesuita comprendía y sabía estimular a los jóvenes, quienes no le escatimaban su aprecio y su respeto. Fruto de su trato frecuente con la juventud católica de México fueron los artículos cuyos títulos dan idea de la sensatez de su pensamiento: "La formación del carácter", "La fuerza de la voluntad", "La vida sobrenatural de las Congregaciones Marianas", "Las normas morales que deben regular el trabajo y las relaciones de los jóvenes de ambos sexos", "Amor que se cotiza, amor que se vende". "El noviazgo, tiempo de preparación", etcétera, etcétera.
Estos artículos, escritos para lectores ubicados dentro de la influencia jesuítica de la época, resultaron lo suficiente importantes para no dejarlos perder en las páginas de una revista forzosamente perecedera y, a sugerencia de sus superiores, el autor integró con ellos un libro al que intituló: Nuestros jóvenes, ellos y ellas, publicado por "Buena Prensa", editorial de la Compañía, en 1945.
Los jesuitas eran, en aquellos años, los principales guías de la juventud católica mexicana. Las agrupaciones juveniles estaban en sus manos: estudiantes, empleados, adolescentes. Cada asociación desarrollaba labores concretas, dentro del primitivo espíritu de la Acción Católica estructurada por Pío XI, según su propia definición: "La participación del laicado en el apostolado jerárquico de la Iglesia", es la recristianización de la persona humana, de la familia, de la sociedad y de la nación. Esta es la paz de Cristo en el reino de Cristo.
Era director pontificio de la Acción Católica Mexicana, el Exmo. señor Ignacio Márquez, arzobispo coadjutor de Puebla y, posteriormente, titular.
Presidía la Junta Central de la ACM el licenciado Mariano Alcocer, hombre de sólida cultura religiosa y social.
Siendo el padre Joaquín Sáenz Arriaga, S. J., director de la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas de la República Mexicana, éstas, dentro del territorio de la provincia de México, solicitaron ser incorporadas a la ACM. Firmaron la solicitud, el día 14 de agosto de agosto de 1940, el notario Luis G. Ortiz y Córdova, secretario de la Confederación de las CC. MM. de varones, Luz Formento, secretaria de las CC. MM. femeninas y los respectivos tesoreros.
El 27 de agosto envió su respuesta afirmativa el licenciado Mariano Alcocer al padre director de la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas.
La Sociedad de Jesús cumplía cuatro siglos de existencia; cuatro siglos en los que la historia universal le debía no pocas y saludables interferencias. En sus inicios había sido ejército poderoso y disciplinado que se enfrentó a la Reforma protestante, y si no la dominó, por lo menos evitó que se apoderarse de importantes reductos católicos. (5)
Para celebrar en México el cuarto centenario del reconocimiento pontificio de la orden ignaciana, la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas, encabezada, como queda dicho, por el R. P. Joaquín Sáenz Arriaga, S. J., lanzó el proyecto de realizar un magno Congreso Nacional de las Congregaciones Marianas de la República Mexicana.
Aprobada esta iniciativa, el R. P. José María Altamirano y Bulnes, S. J., recibió el encargo de presidir el comité organizador de dicho evento, que quedó programado para la semana del 20 al 27 de abril de 1941.
Este congreso se reunía "en los momentos en que sucede en el mundo una de las más angustiosas crisis por las cuales ha pasado la humanidad —apuntó en su discurso la joven e inteligente congregante Josefina Muriel—; una de las más graves por la enorme trascendencia que sus implicaciones contienen y grave también porque sus convulsiones han adquirido proporciones universales."
Resulta consolador y a la vez alentador que, en medio de tal crisis en la que los valores humanos quedaban subordinados a los intereses materiales, un grupo representativo de cien mil congregantes marianas se entregase a la oración, al planteamiento del servicio al prójimo, a la predicación de la paz, del amor y de la fe única y verdadera.
Participaron los más preclaros talentos de la Compañía y laicos de insospechaba ortodoxia católica, entre otros el ingeniero Antonio Santa Cruz.
Con una sesión solemne, celebrada en el frontón México, lleno de bote en bote, se dio fin a esta memorable asamblea. Hablaron Alfonso Junco, Manuel Herrera y Lasso; el presbítero Gabriel Méndez Plancarte, célebre literato, declamó un poema dedicado a Nuestro caudillo:
"Ignacio de Loyola, Capitán esforzado de la invencible Compañía que
lleva el dulce nombre —nombre dulce y terrible— de ¡Jesús como insignia!"
La Comisión Directora del Congreso estuvo integrada por Francisco Robinson Bours, S. J., provincial de la Sociedad de Jesús en México; José María Altamirano y Bulnes, S. J., presidente de la Comisión; Joaquín Sáenz Arriaga, S. J. director de la Confederación Nacional de las CC. MM.; Eduardo Iglesias, S. J. y José Antonio Romero, S. J. Grupo humano coherente y valioso del que fue, el padre Sáenz, el dínamo que produjo la energía para hacer caminar este exitoso congreso nacional.
Año tras año, en tiempos de cuaresma, solían enviar al celoso sacerdote a los lugares más necesitados de espiritualidad. Sabida era la fama que gozaban los jesuítas como educadores y como predicadores, ya que ambas cosas son la misma en la enseñanza del catecismo, guía seguro para llegar al cielo.
La espiritualidad del padre Sáenz se manifestaba en su encendida predicación, en sus tiernos consejos a los penitentes, en sus diáfanas explicaciones sobre la intrincada Teología.
En febrero de 1940 y en marzo de 1941 llegó al puerto de Tampico, y en la catedral participó en las series de ejercicios espirituales ofrecidas a la población. Su naciente celebridad atraía principalmente a los jóvenes. Los niños, una vez que le conocían, revoloteaban a su rededor como palomas obedientes a su llamado. Cientos de criaturas acudían a escuchar al bondadoso padre que hacía llegar, a sus corazones, mensajes indescifrables de bondad. Entre aquellos centenares de niños y niñas se encontraba una chiquilla de escasos once años de edad, dotada de talento nada común, de gran receptividad y profunda vocación religiosa que su innata inspiración traducía en místicos poemas. Esta niña, que habría de destacar desde su temprana madurez en el mundo de las letras castellanas, sintióse sobrecogida de admiración y, en su libreta escolar, escribió unos versos dedicados "con gratitud y respeto al padre Sáenz". Su belleza conceptual, sus metáforas vigorosas, su ritmo y su delicadeza no sólo descubren el dominio del verbo en esta precoz poetisa, sino que revelan cuan hondo caló en ella, y supuestamente en todos los niños, la franciscana predicación del padre Sáenz:
Pasas por el jardín de nuestra vida
como un arroyo que al regar las flores
esmalta sus pétalos de mil colores. . .
En ti van a beber los ruiseñores
que cansados prosiguen su camino,
y esperan en tus aguas cristalinas
recobrar las fuerzas que han perdido. . .
Eres cual el brillante sol de primavera
que derrama su luz en la pradera
y ayuda así a fecundar la tierra,
y eres en la tormenta de las almas
el arco iris que la nube ahuyenta
y nos anuncia el fin de la tormenta.
Y haciendo tanto bien en nuestras almas
tú no esperas ninguna recompensa,
mas Dios te premiará en su gloria inmensa.
29 de febrero de 1940
Al año siguiente, a la vuelta del padre, repitió aquella niña sus ejercicios espirituales y, en esta ocasión, no una sino dos poesías dedicó al sacerdote que le inspiraba "una gran confianza para hablarle de (sus) experiencias y deseos interiores..." "Él me iluminó en muchos aspectos y me afirmó en determinaciones fundamentales que influyeron en toda mi vida posterior", recuerda Gloria Riestra a continuación de las copias que de sus extraordinarias poesías me envió; poesías y conceptos, vale recalcarlo, elaborados por una pequeñita de 11 años. El testimonio de esta gran mujer es uno de los muchos que podría citar a lo largo de la existencia del hombre que, frente a la adversidad, frente al desprecio de sus propios hermanos en la fe, al igual que en medio de bonanzas en su celebridad, permaneció fiel a su vocación sacerdotal.
La imagen adusta del padre a pocos engañaba; tras su gesto austero se descubría su innata bondad, su permanente deseo de agradar. Los niños lo querían, los jóvenes sentíanse comprendidos por él, los adultos le respetaban y confiaban en su autenticidad humana, en su dignidad sacerdotal.
Para conmemorar el cuarto centenario de su fundación, la ciudad de Mérida se aprestaba a celebrar el Primer Congrego Eucaristico Arquidiocesano, convocado por Su Excelencia, doctor Martín Tritschler Córdoba, arzobispo de Yucatán, los días 25 al 30 de noviembre de 1942.
Al señor Arzobispo no le alcanzó la vida para ver realizado su piadoso proyecto, pues Dios lo llamó a la eternidad diez días antes de la inauguración del Congreso, que se realizó conforme a los planes por él programados.
Entre los encumbrados monseñores que asistieron se encontraba los padres Joaquín Sáenz y Julio Vértiz. El director de la Confederación de las Congregaciones Marianas escribió en Sodálitas, número correspondiente a enero de 1943:
"Una circunstancia especialísima vino a hacer todavía más inolvidable mi estancia en Mérida: la inesperada y sentidísima muerte del Exmo. y Rvmo. Sr. Arzobispo Dr. D. Martín Tritschler y Córdova. Describir aquí aquella imponente, grandiosa y espontánea manifestación de duelo, sería del todo imposible. Yo no he visto cosa semejante en ninguna parte. Todos los espectáculos públicos se suprimieron el día de la muerte del Señor, el comercio cerró sus puertas, toda las casas ostentaban en sus puertas la señal de duelo, y el pueblo en masa, durante cuatro días, estuvo rindiendo sus tributos de aprecio, de gratitud, de cariño filial y de dolor profundo al Padre y Pastor, que durante cuarenta y dos años gobernó la Arquidiócesis yucateca."
Eran tiempos de respeto y veneración hacia los guías espirituales —que no políticos— de nuestro pueblo.
Al llegar la cuaresma de 1943, el Padre ocupóse, como en años anteriores, de impartir Ejercicios Espirituales y visitar las Congregaciones Marianas del interior. Estuvo en Huiramba, Michoacán; y, de regreso a México, pasó por la ciudad de Morelia, donde vivía su tío y homónimo, deán de la Catedral quien, por sus virtudes, monseñor Luis María Martínez, arzobispo de México, había escogido como su confesor.
Joaquín llegó aquella noche a Morelia y visitó a su tío. Monseñor Sáenz Arciga le hizo ver lo inconveniente y dificultoso de partir a las diez de la noche a México, pero el sobrino se empecinó: tenía urgencia de presentarse a primera hora, y en compañía de dos muchachos regiomontanos, alquiló un auto de sitio. A las 11 p.m. emprendieron el viaje difícil y expuesto por lo muy accidentado de la carretera. Al llegar al paraje conocido como Mil Cumbres, en el que una curva pronunciada desemboca en otra más aguda, el conductor perdió el dominio del auto y cayeron en una hondonada. Milagrosamente salieron ilesos los compañeros del padre y el chofer, no así don Joaquín que sufrió golpes y cortadas, algunas en la cabeza que al sangrar dábanle aspecto impresionante. A las 4 de la madrugada estaban todos de regreso en Morelia. El padre fue internado en el Hospital General. Su urgencia se le convirtió en retraso para integrarse a una nueva responsabilidad. Su visita a México la hizo, días después, en compañía de un jesuíta y una dama apellidada De la Torre, que se prestó voluntariamente a cuidarlo.
El domingo 9 de mayo se conmemoró el Día Mundial de las Congregaciones Marianas. En el antiguo templo de San Francisco, que ocupaban los padres ignacianos, se celebró una misa solemne. Sáenz Arriaga, aunque maltrecho y adolorido, reapareció en esta ceremonia para dar la bendición con el Santísimo.
Algún run run anclaría ya en los mentideros de la Orden pues don Joaquín recibió ese día un telegrama, suscrito por numerosas corporaciones religiosas de Guadalajara, brindándole su adhesión al "digno cargo" que ocupaba en las Congregaciones Marianas.
Don Joaquín era hombre de ideas firmes, pero a la vez asequible a sujetos de distinto modo de pensar aun en cuestiones de fe, lo cual explica las buenas relaciones que cultivó con personas de alta significación política. Con su paisano Lázaro Cárdenas, situado en las antípodas de su pensamiento, supo hacerse apreciar, en justa reciprocidad al respeto que él mostró a su alta investidura presidencial.
Aunque don Lázaro no gozaba de generales simpatías, es un hecho que entre los michoacanos alcanzó franca y leal estimación, sin que sus coterráneos se sintiesen, por ello, cohibidos para hacerle cuantas reclamaciones y observaciones juzgaban necesarias.
El padre también llevó cordiales relaciones con el general Manuel Ávila Camacho, durante el tiempo que ocupó la presidencia de México, y más aún con su discreta y fina esposa, doña Soledad Orozco de Ávila Camacho. El siguiente episodio recoge el grado de confianza que gozaba don Joaquín con la familia del Presidente.
A las 10 de la mañana del día 10 de abril de 1944, a los acordes de la Marcha de Honor descendía el general Ávila Camacho de su automóvil en el patio del Palacio Nacional. Al acercarse al elevador que lo llevaría a su despacho, el teniente del Ejército, Antonio de la Lama Rojas, se cuadró frente al Primer Magistrado y, acto continuo, sacó su pistola y le disparó un tiro, que rozó la epidermis de don Manuel. El teniente fue desarmado y hecho prisionero. Lo llevaron al cuartel del 6" Regimiento de Caballería y, dizque al querer huir, uno de sus custodios lo hirió de un balazo. Fue conducido al Hospital Militar y, al cabo de dos días, murió, no sin antes ser asistido espiritualmente por el padre Sáenz Arriaga.
Para ayudar a las muchachas estudiantes, además de la JCFM se creó la Unión Femenina de Estudiantes Católicas, a iniciativa del padre José Mier y Terán, S. J., quien asumió la total responsabilidad de esta naciente asociación.
Inauguró los trabajos el día 12 de octubre de 1935. En la asamblea constitutiva resultó electa primera presidenta la joven María de los Ángeles Cosío. Sucediéronla en el cargo, posteriormente, María Angelina Servín de la Mora, Delfina Esmeralda López Sarralangue, Emma Verduzco Velarde y, la última, Carmen Aguayo.
Para un buen observador no pasará inadvertida la preocupación de la Compañía por dirigir a la juventud que habría de ser fermento de la sociedad futura. La aparente repetición de instituciones afines se explica por la divergencia de los medios sociales y económicos de sus miembros.
Mier y Terán murió el 30 de diciembre de 1942. Su obra había alcanzado sólido crecimiento y, para sucederle en tan delicada dirección espiritual y material, la Sociedad de Jesús designó al R. P. Joaquín Sáenz Arriaga quien atendía a la vez, como hemos visto, el Secretariado Nacional de las Congregaciones Marianas. El padre estaba en permanente comunicación con todos los grupos de esta sociedad, almacigo de vocaciones y excelente escuela de vida religiosa para laicos creada por la Compañía de Jesús. Su prolongada permanencia en este cargo da la medida de su capacidad y su dedicación, virtudes que fueron aprovechadas para extender su fecunda actividad, durante cinco años, es decir, desde la muerte del padre Mier y Terán, al frente de la UFEC. En 1947 fue relevado por el padre David Mayagoitia, S. J., cuyo pensamiento social discrepaba sustancialmente del suyo.
Nunca dejó ociosa su pluma y, en aquel tiempo dio a las prensas su obra intitulada Donde está Pedro, está la Iglesia, (6) que demuestra su fidelidad al Papado, piedra clave de la Iglesia romana. Este libro resulta un mentís anticipado a las calumnias de aquellos a quienes interesaba confundir la institución con la persona para acusarlo de herejía.
Es preciso subrayar cómo, a partir de 1944 hasta 1952, van siendo sustituidos los antiguos jesuítas, de formación teológica sólida, preparados y competentes directores de la juventud, por nuevos elementos precursores del desastre progresista en el que caería este instituto religioso que tanto bien hizo a las almas y que ahora parece empeñado, no sólo en negar su brillante pretérito, sino en destruir lo que sus inmediatos predecesores hicieron en bien de la religión y de la patria.
Acababa de terminar la guerra mundial y, en 1946, se realizó en España un congreso de las Congregaciones Marianas, al que asistió el carismático jesuíta que estaba al frente de dicha institución en México. Algunos congresistas hicieron una excursión al Escorial y luego al Valle de los Caídos. Las obras de la basílica estaban en sus inicios, más avanzadas las de la Hospedería y Centro de Estudios. El proyecto general del monumento evidenciaba su grandiosidad. No faltó algún compatriota impregnado del espíritu utilitario y laico de las generaciones educadas en "el concepto racional y exacto del Universo", que externase esta opinión:
—Parece mentira que se haya gastado tanto dinero para hacer este monumento, que estaría bien en otros tiempos, pero no después de una guerra.
El padre Sáenz se volvió al que hacía tal comentario y le replicó:
—Para entender esta paradoja se necesita ser católico y español.
Esta grandiosa basílica, coronada con una cruz colosal, no sería la tumba del soldado desconocido, sino justo tributo a la memoria de quienes, en defensa de Dios y de la patria, hicieron desinteresada entrega del mayor y más rico patrimonio del hombre: la vida.
El activo jesuita dirigió el Secretariado y la Confederación Nacional de las Congregaciones Marianas desde el año 1939 al de 1947.
1)Álbum del Magno Congreso de las Congregaciones Marianas de la República Mexicana celebrado en la ciudad de México del 20 al 27 de abril le 1941.
2) Discurso: "Confederación Nacional de la CC. MM. de México", por el R. P. Joaquín Sáenz Arriaiga, S. J. Pág. 124 del Álbum.
3) El primer número de Sodálitas apareció en octubre de 1939. Sin interrupción se publicó durante poco más de cuatro años. Además de los editoriales dedicados a los jóvenes de ambos sexos, el prolífieo periodista jesuita escribió, en los años 1942, 1943, dos series de. no por sencillos menos profundos, estudios mariológicos. Abundan, también, sus notas bibliográficas, sección en la que colaboraron los eruditos Alberto Valenzuela, S. J., José Antonio Romero. S. J.. Pbro. García Gutierrez, etcétera
4) Sáenz Arriaga, S. J., Dr. Joaquín. Nuestros jóvenes, ellos y ellos. Su formación y sus problemas. Editorial Buena Prensa, México, D. F., 1945.
5) La Compañía de Jesús, como fue nombrada originalmente, surgió en la mente del vascuense Yñigo López de Recalde Oñaz y Loyola en 1522; adquirió forma en 1534. Cinco años empleó en organizaría. El papa Paulo III le otorgó su reconocimiento el 27 de septiembre de 1540 y, al cabo de una década, el 21 de julio de 1550, la confirmó solemnemente el pontífice Julio III.
En el procoso de organización, su fundador transmutó su nombre ampuloso en Ignacio de Loyola. Éste murió en Roma, a los 65 años de edad, en 1556. Fue beatificado en 1609 y canonizado en 1622.
6) Sáenz Arriaga, S. J., Dr. Joaquín. Donde está Pedro está la Iglesia.
CAPITULO V.- PRUEBA DE TEMPLE IGNACIANO
Al dejar la dirección de las Congregaciones Marianas y la UFEC, don Joaquín acató el traslado a su nuevo destino, esta vez a la ciudad de Puebla. El Instituto de Oriente regenteado por jesuítas, sufría cierto grado de decadencia, no sólo académica, sino religiosa y aun social. El padre Esteban Palomera Quiroz, S. J., había sido nombrado rector. Don Joaquín colaboró estrechamente con él desde el día de su arribo a la capital angelopolitana. En el templo del Espíritu Santo, mejor conocido como "La Compañía", el padre Sáenz asumió el cargo de director de las Congregaciones y, en el Instituto, atendía la dirección espiritual de los jóvenes.
En julio de 1948, sufrió un accidente automovilístico; sus lastimaduras le producían intensos dolores en la espalda y tuvo que ser internado en el sanatorio Santa Mónica de la ciudad de México, y de allí, para su mejor atención, fue trasladado al Sanatorio Español. Permanecía casi inmovilizado, cosa que le irritaba. Su temperamento sanguíneo, su dinamismo intelectual y la pasividad de médicos y enfermeras sacáronlo de quicio. En tal situación vino a recordar las deficiencias, las mezquindades de algunos miembros de su Orden que miraban más por su particular beneficio que por la gloria de Dios. Y él sin poder actuar, limitado al reducido espacio de su cuarto de enfermo, privado De su labor docente. Así las cosas, "siguiendo el diagnóstico de un médico anónimo, sin conciencia ni escrúpulos" el padre Rossi, S. J., dictaminó la conveniencia de cambiar al enfermo de sanatorio, aunque esta vez a uno para enfermos mentales.
No era, don Joaquín, el único miembro de la Compañía que se había enfrentado a tan radical procedimiento. Ya he citado al padre Carlos M. Heredia quien para dedicarse a desenmascarar espiritistas, tuvo que profundizar en este arte del engaño por lo cual sus hermanos lo tildaron de loco. No le quitaron tan dañina fama hasta que les demostró lo contrario con un certificado de cordura. Y no ha sido el único caso.
A don Joaquín le inyectaron un somnífero y, adormecido, lo trasladaron al sanatorio del doctor Manuel Falcón, ubicado en la avenida Ixtaccíhuatl número 180, colonia Florida, Distrito Federal. Este lugar, aunque céntrico, tiene grandes avenidas que cruzan en las inmediaciones. Es tranquilo, poco transitado. La fachada del edificio y sus interiores son de estilo "colonial"; es amplio, arbolado y limpio, atendido por religiosas.
El indefenso paciente fue internado el día 28 de julio. Pasados los ciertos del anestésico, es de imaginar cuan enojado se pondría. Sentíase víctima del abuso de sus superiores jerárquicos. Ciertamente, durante los últimos días, se había mostrado nervioso, irritable, pero su conducta no justificaba que, de pronto, sin su conocimiento ni mucho menos consentimiento, lo internasen en un hospital psiquiátrico. Considerábase a sí mismo no sólo humillado, sino destruido; comprendía que después de su internamiento en este lugar podría quedar impedido de ejercer su sagrado ministerio. Medía las graves consecuencias de su crítica situación.
El padre Martínez Provincial de la Compañía, previendo un posible escándalo, prohibió a todos los jesuitas que lo visitasen; el único que se atrevió a desobedecer tan injusta orden fue el padre Julio Vértiz, aunque en forma discreta, para evitar ser sancionado.
Don Joaquín se negaba a someterse a las pruebas y a la disciplina comunes en estas clínicas, hasta que llegó a visitarlo el doctor Luis Sáenz Barroso, su sobrino, reconocido neurólogo. Conversaron sin trabas ni disimulos y el médico le hizo ver que su explicable intransigencia, lejos de favorecerle, más lo perjudicaba, por lo que le convenía aceptar su situación y someterse a todas las pruebas que quisieran hacerle para demostrar su cordura. Así sucedió. El doctor Falcón, competente facultativo, lo examinó, le hizo un encefalograma, análisis clínicos, y todo resultó normal. A continuación, prescindiendo del examen físico, don Joaquín fue sometido a un examen psiquiátrico para demostrar que padecía paranoia: su exaltación, su violencia verbal "demostraban" tal diagnóstico. La paranoia es un trastorno mental que va de la simple y manifiesta vanidad, la exaltación del propio yo, hasta el estado delirante de un empecinado que discute y nunca cede a razones. No es imposible provocar un estado paranoico en cualquier persona, por cuerda que se diga, sometida a presiones psicológicas tales como la humillación, la extrema disciplina, el rigorismo de la obediencia frente a opciones legítimas. La supuesta paranoia de don Joaquín —supuesta en cuanto al calificativo de trastorno mental— resultó adecuado recurso para tratar de contenerlo, de domeñarlo y hacerlo dócil instrumento de las consignas inexcrutablcs de los jesuitas enquistados en puestos clave de la Orden.
Algunos de sus amigos no lo desampararon, ni le faltaron consuelos espirituales. Estuvieron a verle, sacerdotes que le testimoniaron su aprecio en aquellos días de amargas experiencias. Cuando el encierro comenzaba a convertirse en castigo injusto e inmerecido, don Joaquín encomendó secretamente a un empleado se comunicase con su hermana Lupe y le pidiese su intervención. Ésta se comunicó, a su vez, con el arzobispo, doctor Luis María Martínez, gran amigo de la familia Sáenz Arriaga desde su juventud, pues vivió algún tiempo en su casa de Morelia. Monseñor Martínez visitó a su amigo, que conocía desde niño, y gestionó su inmediata salida del sanatorio.
Don Joaquín no estaba demente y así quedó comprobado. La única disculpa que obtuvo al final de esta pesadilla se fundó en que se había cometido un "lamentable error humano". ¡Y tan lamentable!
Permaneció en la ciudad de México atendiendo la Casa de Ejercicios de San Francisco Javier, en Coyoacán. En esta residencia tuvo sus comienzos la Universidad Iberoamericana y ahora alberga a catedráticos de dicha universidad. El padre Sáenz pasó largos meses en constante meditación y estudio, empleándose en impartir continuas tandas de los saludables ejercicios espirituales creados por el santo fundador de la Compañía. Sólo una vocación como la suya, dispuesta al sacrificio; sólo una voluntad fortalecida con la fe; sólo un tálenlo capaz de medir la mediocridad ajena fue capaz de perdonar y sostener su voto de obediencia a quienes lo habían injuriado y quisieron hundirlo en el desprestigio de la irracionalidad y la locura.
Retornó a la ciudad de Puebla, a sus amadas congregaciones de la Santísima Virgen de Guadalupe y de San Luis Gonzaga.
En septiembre de 1950. al frente de un grupo de peregrinos visitó la Ciudad Eterna y tuvo ocasión de entrevistarse con el Santo Padre Pío XII. El día 13, a bordo de un avión de la compañía Iberia, escribió estas líneas a su madre en México: "Hoy salimos de Roma. Me tocó Ver a Su Santidad cinco veces. Tengo mucho que contar. Todos estamos bien. Un viaje sin novedad. Saludos a todos. Tu hijo, Joaquín."
Foto después de la ordenación sacerdotal del P. Joaquín Sáenz y Arriaga. De izquierda a derecha:Mons. Joaquín Saénz Arciga, Deán de la Catedral de Morelia, tio del P. Joaquín SáenzMons. Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara.Padre Joaquín Saénz y ArriagaMons. Leopoldo Lara Torres, obispo de Tacámbaro.Instalado en Puebla, ingresó al Instituto de Oriente para dar lecciones de Ética, de Sociología, de Lógica. Publicó y dirigió la revista Forja, del Instituto. Escribía los editoriales y algunos artículos que hacía aparecer como de sus alumnos.
Fue creador y ejecutor del proyecto del Centro Cultural Scintia, de gran importancia académica y social en Puebla, pues en él se daban conferencias, conciertos y todo evento relacionado con los fines propios de este tipo de instituciones.
Se rodeó de amigos y discípulos que lo seguían y estimaban. Como demostración de afecto, el día de su santo —20 de marzo de 1951—, le ofrecieron un banquete en su honor, en el local del Centro. Asistieron distinguidos profesionistas, alumnos y exalumnos del prestigiado director.
No paraban ahí sus actividades; también atendía las obras de las Congregaciones: hospitales, auxilio espiritual a los enfermos, visitas a los presos, catecismo y, con especial esmero, dirección religiosa a los jóvenes, fuesen o no del Instituto de Oriente. Según testimonios de importantes individuos de aquella generación, atesoraba la simpatía y confianza de las almas puestas a su cuidado. Nadie que no poseyera su inteligencia, su fortaleza y su voluntad podría desempeñar una labor múltiple y completa como la suya. Es natural que con tanto trabajo se mostrase nervioso; pero ni aun entonces dejó de disciplinarse a quienes ejercían SU autoridad en la Compañía de Jesús.
El padre Esteban J. Palomera, S. J., rector del Instituto de Oriente, conocía las capacidades del padre Sáenz y le confiaba la redacción de sus discursos, cuando la ocasión lo exigía. Tenía puesta en él su voluntad, hasta que dos envidiosos, los padres Cervantes y Cavazos, director éste de la primaria, se dedicaron a deteriorar su imagen. El rector se dejó convencer y, al finalizar el año 1951, ya era evidente su adversión personal contra el dinámico e intransigente catedrático.
El colegio había recuperado su buena fama, muy menguada basta un año atrás. La disciplina y sobriedad de educadores y educandos parecía haberse restablecido. El padre Sáenz, riguroso y eficaz, había colaborado en este resurgimiento momentáneo. En el quinto año de bachillerato dictaba las cátedras de Ética, Sociología y Lógica. Con el distanciamiento del rector y don Joaquín retornó la mala fama del Instituto. El padre Palomera pasaba buena parte de su tiempo fuera del colegio. El padre Cervantes, que lo sustituía, les era antipático a los muchachos, quebrantándose así la disciplina. Los jesuitas lejos de dar buen ejemplo, sin autoridad valedera, participaban en juegos de baraja con apuestas, que organizaba el padre Cavazos.
Cesó la dirección espiritual del padre Sáenz y, para colmo, "María Villar, pública y escandalosa pecadora, cuyo hijo natural estaba en el Colegio de la Compañía", encabezaba los festivales de beneficencia. En medio de este relajamiento se dieron casos de indisciplina y escándalo a los que no se decidía a poner fin el veleidoso rector. El personal docente era heterogéneo. En la primaria, maestritas jóvenes adelantándose al uso actual, trataban con familiaridad manifiesta al director. Éste, engreído con su autoridad, caía en extremos impropios de un auténtico educador. Su rigidez era inconstante y en veces extremosa, como en cierta ocasión en que un grupo de alumnos de secundaria sustrajo del colegio los cuestionarios de unas pruebas enviadas por la Secretaría de Educación Pública. ¿Cuántas veces no han sucedido estos hurtos poco originales para salvar el año académico o, simplemente, asegurar buena calificación? El castigo en estos casos consiste generalmente en burlar a los infractores cambiándoles la prueba para neutralizar la ventaja. Pues bien, al enterarse el rector se encolerizó y mandó que en la camioneta del colegio se recogiese de sus hogares a cada uno de los implicados y se les condujese a la casa de la comunidad, no al Instituto, para ser interrogados individualmente, amenazándolos con denunciarlos a las autoridades civiles por allanamiento de morada, daños en propiedad ajena, robo y cohecho -¡nada menos!—, mientras el inquisitivo rector saciaba su refinada inquina grabando las declaraciones de los delincuentes, para dar aviso posterior a la Secretaría de Educación. Luego, en bochornoso acto público, "delante de todos los alumnos del colegio, con desprestigio intolerable para los inculpados y para sus familiares, el rector, después de un discurso por demás imprudente y ofensivo, expulsó a más de veinte muchachos inodados en el crimen, entre los cuales había alumnos excelentes, que siempre habían merecido las mejores calificaciones." (1) Y a esto, que no atino a calificar, el padre Palomera lo llamaría ¡disciplina al modo jesuíta. . .!
Las amargas quejas no se hicieron esperar. Tales procedimientos herían a las víctimas y atemorizaban a todos cuantos llevaban relaciones con el Instituto de Oriente, y daban ocasión a prejuzgar con malicia la conducta de maestros laicos y religiosos.
En una ciudad como la de Puebla en aquella época, era fácil conocer a toda persona en contacto con el público: funcionarios, profesionistas, maestros de escuela, agentes de tránsito, etc., etc. Para uso del colegio adquirieron los jesuítas una camioneta en la que salían a pasear estos señores, con gran disgusto del padre Sáenz quien, informado de las críticas externas que se hacían a su amada Compañía, denunció al rector los hechos. Ambos tuvieron acalorada discusión, sin resultados satisfactorios para alguno de los contendientes. Don Joaquín pidió permiso, por teléfono, para ir a San Cayetano —seminario de la Orden en el Estado de México— para entrevistarse con el Padre Provincial. El padre Palomera se enfureció aún más con la osadía del padre Sáenz, y optó ir con él. Al llegar a la oficina del padre Guerra, Provincial de la Compañía, Palomera se adelantó. Don Joaquín comprendió la inoportunidad de aguardar en la antesala para ser recibido y dejó, para mejor ocasión, su propósito de dar a conocer al Provincial las graves anomalías que estaban sucediendo en Puebla.
No habría de presentársele tal ocasión, y los acontecimientos posteriores confirmaron sus recelos sobre la conducta de sus superiores, conducta que explicaría así más tarde:
"La Provincia de México ha estado gobernada últimamente por Superiores que se empeñan en considerar a sus subditos como anormales mentales y en buscar en la psiquiatría el secreto de su gobierno. Es el naturalismo (esta denuncia fue formulada en 1952, diez años antes de lo ocurrido en el convento de Lemercier, en Cuernavaca)
que desconoce o se olvida de la fuerza de la gracia. Naturalmente que las consecuencias que para los subditos ha traído esta neurótica visión y actitud de los que tienen sobre ellos absolutos poderes, han sido y son muy variados: desde el abandono en sus enfermedades reales hasta el internado en sanatorios mentales, para ser ahí sujetados a tratamientos de resultados y licitud muy discutibles, como los electrochoques y los choques insulínicos. Yo pregunto: ¿Puede un Superior, sin el consentimiento de los interesados, sujetarlos a estos inhumanos tratamientos, que pueden destruir totalmente la personalidad psíquica de los indefensos pacientes?"
Notas
(1)Sáenz Arriaga, Dr. Joaquín. Correspondencia privada. Carta de fecha 28 de julio de 1952, dirigida al R. P. Tomás Trevi, S. J, a Roma. Pág. 6.
CAPITULO VI.- EL GOLPE DECISIVO
Al finalizar el año escolar, organizó el padre Sáenz una excursión a Yucatán con un grupo de muchachos de la Congregación, de la que era, como apuntamos antes, el director. En la ciudad de Mérida, el 23 de enero de 1952, volcó el automóvil en qué viajaba con algunos de sus acompañantes. El padre recibió un golpe en la cabeza y fisura en el pie derecho, que de inmediato le enyesaron. Sentía un fuerte dolor en la región lumbar que, de momento, no supieron diagnosticar. El padre Palomera, al enterarse del accidente, se trasladó a Mérida. Don Joaquín se sintió un tanto liberado de su responsabilidad para con los jóvenes, especialmente de los que salieron lesionados. Una vez informado de los pormenores del accidente, el padre Palomera pareció despreocuparse del problema y, sin tomar en consideración el estado físico del padre Sáenz, dispuso que éste regresara a Puebla, y él se dedicó a recorrer esa región rica en monumentos arqueológicos. Durante dos meses anduvo el rector visitando, dizque en plan de estudio, esos testimonios de cultura maya.
El padre Sáenz, sin saberlo, comenzaba su larga peregrinación por el camino del dolor, de la calumnia, de la humillación. Mientras permaneció en Mérida no le faltaron visitantes afectuosos y la ayuda personal del arzobispo de Yucatán. Para su atención médica viajó en avión a Veracruz y de allí, en automóvil, a la ciudad de Puebla. A las 5 de la madrugada del día 30 de enero se internó en el en el Hospital del Sagrado Corazón —calle Sur 13, número 1710—. Allí quedó recluido sin inmediata atención médica hasta que sus amigos, la familia Conde, le llevaron al doctor Mendívil quien, a bordo de una ambulancia lo trasladó a la Cruz Roja para someterlo a riguroso examen médico. Las radiografías que se le tomaron mostraban fractura fisuraria en una vértebra de la columna. El doctor Rafael Mendívil Landa ordenó colocarle un corset ortopédico al paciente. El malestar intenso del trauma le llegó una semana después: náuseas, vértigos, dolores lumbares y otros síntomas de su deteriorado estado físico.
Pidió que el padre Manuel Figueroa, S. J., fuese a confesarlo, pero el rector negó su autorización: "¿Qué podía esperar un jesuíta de su madre la Compañía, si aún a la hora de la muerte, el Superior espiritual se negaba a acudir a su llamado? —explicaría más tarde al Prepósito General, padre Tomás J. Travi—: Para mí este fue el golpe decisivo."
Un día llegó el rector con una ambulancia para trasladarlo, sin previo aviso, a la ciudad de México. "Yo reviví el tremendo trauma psíquico que había sufrido hace cuatro años —escribió después—, cuando, en idénticas circunstancias, una mañana llegó el padre Socio con una ambulancia, para sacarme del Sanatorio Español de esta capital, después de ponerme una inyección, y llevarme al manicomio del doctor Falcón, en donde tuve que sufrir los momentos más duros y angustiosos de mi vida. Naturalmente que aquella reviviscencia provocó en mí una repugnancia incontrolable, que no era sino el instinto natural que todos tenemos de la propia defensa", "...nadie puede comprender lo que significa la indescriptible tragedia de un sacerdote, consciente de sus actos, que es internado en una clínica mental entre dementes. Es el derrumbe de su sacerdocio, de su apostolado, de su prestigio, de su familia, de su misma dignidad humana."
El padre Sáenz afrontaba un grave conflicto de conciencia: no podía obedecer. El arzobispo de Puebla lo visitó y le ofreció intervenir con el rector del Instituto de Oriente. Así lo hizo, pero nada consiguió. Palomera acusaba a don Joaquín de rebelión, cosa que hizo saber a la hermana del padre y a su amigo, don Ángel Solana. Se negó a visitar al enfermo y le exigió perdón por escrito. Al no conseguir el incondicional sometimiento del padre Sáenz, lo difamó afirmando que éste habíase aficionado a las drogas, cosa que, oportunamente, fue desmentida por médicos y enfermeras. Un nuevo corset, esta vez de yeso, inmovilizó y alivió en los días siguientes al enfermo, que no se libró de molestas recaídas. Al cabo de un mes, las radiografías mostraron que las fisuras habían cicatrizado "casi completamente".
El día 7 de abril salió del hospital y, por orden del padre Palomera, se trasladó a la ciudad de Tehuacán. Daba comienzo la semana santa. El padre Sáenz fue acogido en la casa de un exalumno suyo. El día 11, viernes santo, pronunció un largo y emotivo sermón desde el pulpito del templo. Sus esfuerzos físicos distanciaban su recuperación, y un inesperado contratiempo quebrantó, aún más su estabilidad emocional. El 27 de abril recibió, enviada por medio de un estudiante del Instituto de Oriente, carta del rector en la que le decía haber visto las radiografías ordenadas por el doctor Mendívil, y aunque advertía que había mejorado, no lo quería de regreso en el colegio:
"La Consulta de la casa es de parecer que V. R. no regrese a Puebla. Pedí su opinión a los miembros del Consejo de la Congregación y del «Centro Cultural». Todos ellos juzgan de V. R. no debe volver a Puebla. Por tanto se ha determinado que V. R. no vuelva a Puebla y permanezca en Tehuacán hasta que reciba órdenes del R. P. Provincial (Roberto Guerra). En vista de esto el R. P. Provincial ha designado con fecha 11 de abril (cuatro días después de la salida del padre Sáenz) como director del «Centro Cultural» y de la Congregación al padre Manuel Figueroa, al cual con fecha de hoy le di posesión de su cargo."
El temor a las denuncias formuladas contra el inepto rector por el padre Sáenz se hace evidente en la redacción de esta carta que contiene falsedades y equívocos. Los miembros del Consejo de la Congregación y del Centro Cultural: el Prefecto, el Secretario, el Primer Asistente, el Segundo Asistente, el Tesorero y el Instructor de Aspirantes, "públicamente desmintieron esa calumniosa afirmación del señor rector (sobre la inconveniencia del regreso del padre Sáenz) y presentaron su renuncia, exponiendo la verdad de las cosas, en busca de justicia, entre las autoridades mediatas, como el Provincial, el arzobispo de Puebla y el arzobispo de México." Resultaron infructuosas estas gestiones, que más sirvieron de acicate para consumar el inaudito rechazo al cumplido catedrático quien, el día 2 de mayo, obtuvo un certificado extendido por el doctor J. Antonio Salinas Fulero, director del Sanatorio del Sagrado Corazón de Jesús —calle Reforma 302, Tehuacán, Pue.—, en el que se asienta que el padre Joaquín Sáenz Arriaga "presenta un proceso infeccioso hepato-vesicular, una colitis crónica y una lesión en la tercera vértebra lumbar", que le obligan a guardar reposo ya que su recuperación resultará lenta y prolongada.
El Padre Provincial Roberto Guerra, S. J., le había escrito el día 29 al padre Sáenz testimoniándole la pena que le había causado conocer su deficiente salud cosa que, desde el punto de vista humano, era desalentador pero "a la luz de la fe, son una bendición de Dios" los males que sufrimos. Le decía, además, que en cuanto se sintiese mejor se trasladase a la ciudad de Orizaba, Ver., "donde el padre Zaragoza lo recibirá con gusto y caridad que él acostumbra.
Como han surgido algunas dificultades para que vuelva a Puebla, no vaya allá hasta hablar conmigo. Salgo mañana hacia el norte para volver el 1 de junio."
La suave melosidad del padre Guerra mal disimulaba su propósito de presionar al padre Sáenz para nulificarlo. Las actividades futuras de la Compañía de Jesús estaban en pugna con el espíritu religioso de este sacerdote de vida rigurosa.
El padre Sáenz dio amplia y clara, aunque comedida respuesta a la carta del Provincial: comenzaba agradeciendo sus frases de conmiseración y recordaba que, a pesar de sus 36 años en la Compañía de Jesús, su carta no contenía palabra alguna de esperanza o fórmula de solución: sólo una orden que su estado de salud le impedía cumplir, pues estaba imposibilitado para valerse por sí mismo en su arreglo personal. Su traslado a Orizaba, según opinión médica, podía perjudicarle. Lamentaba la inexplicable dureza empleada con él y le hacía notar que, sobre la caridad evangélica y el derecho natural, se habían impuesto las pasiones humanas que confunden el ejercicio de la autoridad con los intereses y las intrigas. En la posdata, anticipándose a posible represalia, advertía a su reverencia que no aceptaría "caer de nuevo en manos de un psiquiatra". El doctor Luis Sáenz, competente neurólogo, negaba que padeciese alguna deficiencia mental.
A don Joaquín no le quedaba más recurso que renunciar a la Sociedad de Jesús, ya que su permanencia en ella habíase hecho insostenible para él e inconveniente para los responsables de torcer el camino del instituto ignaciano. La entereza y decisión del padre Sáenz, así como la irreductible ortodoxia de otros viejos jesuítas, eran un estorbo para realizar el cambio de estructuras eclesiásticas y políticas. Eliminar a Sáenz y nulificar a los otros miembros de su generación y mentalidad, hechos a la obediencia, privados de influencia social, sería el principio del cambio, que posteriormente el Concilio Vaticano II habría de "legalizar".
Don Joaquín pidió sus dimisorias al Provincial y se trasladó a la ciudad de México. Roberto Guerra, S. J., muy sutil, acusó recibo de su carta y le contestó que ya había escrito al Padre General. "Espero que ya se encuentro mejorcito", le decía, "y ya sabe, en o fuera de la Compañía será Ud. siempre para mí un hermano muy querido."
La decisión estaba tomada. En aquella hora no le faltaron buenos, serviciales amigos y compañeros que quisieron disuadirlo. El padre José Antonio Romero, director y gerente de la Obra Nacional de la Buena Prensa, y el padre Urdanivia, lo visitaron en la casa de su hermana, pues allí se hospedaba. Largamente hablaron los tres y, al finalizar su amistosa conversación, las razones del padre Sáenz justificaron su decisión y convencieron a sus amigos.
Los rumores, el descrédito personal encontraron campo abonado entre otros de sus antiguos hermanos de la Orden, incluidos algunos de los más influyentes. Ante esta incómoda situación, don Joaquín pidió al padre Romero indagase, con el Provincial, si había faltado a sus deberes sacerdotales. El padre Guerra respondió textualmente: "La Compañía ni pública ni privadamente ha tenido queja contra el padre Sáenz; él ha pedido las dimisorias, y se le han concedido. La firma de las mismas no se puede diferir indefinidamente y él puede firmarlas ante mí, ante el Padre Socio o ante usted (padre Romero). He querido darle al padre Sáenz las mayores facilidades y las menores molestias, permitiéndole inclusive que permanezca una larga temporada en su casa, pero urge que esto termine."
La carta del padre Romero, con la transcripción del mensaje del padre Roberto Guerra, tiene fecha 25 de junio de 1952. Un mes más tarde don Joaquín relató pormenorizadamente todo lo acontecido al padre Tomás J. Travi, S. J., de la Curia Praepositi Generalis, en Roma, Italia. En 17 pliegos tamaño carta, escritos en máquina a renglón seguido, formuló su queja sin eludir responsabilidades y defectos propios.
CURIA PRAEPOSITI GENERALIS.SOCIETATIS IESUSRoma- Borgo S. Spirito. S.Romae,27 de Octubre ae 1952
Rdo.Pbro.Joaquín Sáenz P.Cti.Muy amado en Cto. P.Sáenz:
Recibí su atenta y prolija carta el 28,VII y me va a perdonar que haya tardado tanto en contestar, como era razón, en atención a la buena correspondencia у а la extensión de su carta que he leído y releído y, lo quo mas importa, pasado a pleno conocimiento del M. Р. General como V.R. y la naturaleza de la carta lo requería.
A decir verdad,querido Pаdге, ansiaba recibir carta suya despúes de lo que ocurrió con la pena mía que podrá V. R. suponer y no me engañé al recibirla en el concepto que tenía del espíritu superior conque sobrellevaría la pasada tribulación. Hizo V.R. muy bien en seguir el consejo del Padre Romero para bien de la Compañía.
Digo que no me engañé al constatar por su carta el afecto y estima que conserva de la Compañía y su constancia en el respeto y gratitud nacía ella. Sus frases finales de que guarda para la Compañia, todo cariño y respeto y toda la gratitud de su alma y qué sentira especial consuelo en poder prestar algún servicio en sus hermanos a la que fue su Madre por tantos años, le confieso, querido Padre que me conmovieron de vегаa aunque no esperaba menos de su nobleza de sentimientos y buen corazón.
Puede estar seguro que se tendrán presentes sus manifestaciones y después de haberlas hecho, conforme lo ponía el dictámen de su conciencia y los consejos de personas experimentados, yo le pediría que, con la misma entereza de alma conque las ha declarado para que se ponga el remedio necesario, las sepulte todos en el fondo sin fondo de la bondad y misericordia del Divino Corazón de Jesús de Quien salieron aquellos magnánimas palabras "non recordabor amplius".
Conociéndolo a V.R como creo conocerlo y apreciarlo, no dudo que sabrá satisfacer mi petición y puede estar seguro qué no le faltaran de mi parte la plegaria y oraciones que me pide para que en todos los días de su vida sea un sacerdote conforne al Divino Modelo para mucha gloria de Dios y bien de la Iglesia en esa querida Nación de nuestra Señora de Guadalupe.
Simpre y en todo a sus gratas órdenes, sin poderlo olvidar me encomiendo muy de veras en sus SS. y 00.Imo. n. y s. en Cto.
Tomás J. Travi
Tres meses justos tardó el Prepósito General de la Compañía de Jesús en contestar la extensa declaración y denuncia del padre Sáenz. Las graves revelaciones en ella contenidas, de fácil comprobación, no pudiéndolas o no queriéndolas atender, resultaban comprometedoras para la buena fama de la Compañía; así pues, era conveniente callarlas, ocultarlas y, a la vez, aplacar la justa indignación del denunciante. Dejar transcurrir tres meses fue una medida calculada e inteligente, como bien meditada resultó la sintética respuesta, adornada con frases untuosas. Le decía que el padre General había sido informado. "Puede estar seguro que se tendrán presentes sus manifestaciones y después de haberlas hecho, conforme lo pedía el dictamen de su conciencia y los consejos de personas experimentadas, yo le pediría que, con la misma entereza de alma con que las ha declarado para que se ponga el remedio necesario, las sepulte todas en el fondo sin fondo de la bondad y misericordia del Divino Corazón de Jesús de quien salieron aquellas magnánimas palabras «non recordaber amplius»." Lo que, dicho sin retórica, significaba: "Nunca más hable de este asunto." Y, efectivamente, nunca publicó don Joaquín el contenido de sus revelaciones, aunque, en previsión de ser calumniado, como ciertamente lo fue cuando denunció la conspiración postconciliar contra la Iglesia, dejó copias y originales de la correspondencia cruzada, protocolizada ante notario. La procedencia de todas estas noticias es legítima y su autenticidad irrebatible.
En el panorama nacional, mientras tanto, el futurismo político se anticipaba con fuerza inusitada. A dos años vista de finalizar el régimen, el licenciado Miguel Alemán Valdés realizó auscultaciones encauzadas a su reelección, pero se topó con la franca oposición cardenista que deseaba restablecer su frustrado socialismo, interrumpido por la segunda guerra mundial. Para realizar este giro a la extrema izquierda alentó al general Miguel Henríquez Guzmán, concesionario de obras públicas y agente de ventas de petróleo al extranjero. En enero de 1951, Henríquez Guzmán comunicó a seis periodistas su decisión de participar en la contienda electoral.
No finalizaba febrero cuando el primo del Presidente, licenciado Fernando Casas Alemán,(1) inepto jefe del Departamento del Distrito Federal, fue puesto en la palestra electoral por un grupo de veracruzanos y otro de morelianos. Pero aquel año llovió copiosamente y las calles de la ciudad de México se inundaron como en tiempos olvidados. Don Fernando tuvo que desistir de su intento.
El general Lázaro Cárdenas, que había provocado un "cisma" en la masonería con el intento de fundar su propio rito en Michoacán, habíase reconciliado con sus hermanos de la escuadra y el compás, y había sido nominado para suceder en el grado máximo al licenciado Luis Cataño Morlet, ex presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.
Este juego de intereses politicomasónicos se resolvió con la candidatura oficial para la Presidencia de la República, de don Adolfo Ruiz Cortines, quien no escapó a las diatribas de viejos revolucionarios que lo acusaron de haber estado al servicio de los yanquis que invadieron Veracruz en 1914.
Y así, en marzo de 1951, al constituirse la Federación de Partidos del Pueblo, fue formalizada la candidatura extragubernamental del general Miguel Henríquez Guzmán. En octubre destapó el PRI a Ruiz Cortines y, el 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana, la Convención Nacional del PAN votó la candidatura del licenciado Efraín González Luna, cofundador del Partido, con el licenciado Manuel Gómez Morín, ex subsecretario de Hacienda del general Calles. Don Efraín gozaba de gran estimación entre los miembros del clero que más tarde habrían de manifestar su filiación progresista.
Encontró apoyo moral en la mayoría de los católicos mexicanos que, por justificada experiencia, rechazaban las huecas promesas de los "priístas" y los "henriquistas", aunque el lenguaje de González Luna, artificioso y académico, resultaba inteligible para el pueblo.
El candidato de Acción Nacional solicitó el apoyo de los "tecos" a través del padre Manuel Figueroa, S. J., rector del Instituto de Ciencias y amigo de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Los "tecos" no tenían buena opinión de don Efraín; desconfiaban de su actuación durante la época cristera, de sus nexos con los revolucionarios y de las intromisiones del grupo maritainiano al que pertenecía, para infiltrar la UAG.
Como respuesta a la negativa del apoyo pedido, la Compañía de Jesús retiró a sus maestros Felipe Pardiñas, S. J. y Pérez Becerra, S. J., director de la Facultad de Química de las aulas de la Autónoma, librando a los universitarios, sin proponérselo, de la mala influencia que los nuevos jesuítas ejercían en sus alumnos, ya que la orden de Loyola había iniciado, no sólo su franco declive anulando a sus mejores siervos, sino su insospechada torcedura siniestra.
La campaña de desprestigio y congelamiento de los antiguos jesuitas estaba en su apogeo. Aunque el padre Roberto Guerra, Provincial de la Compañía, había declarado que ésta, "ni pública ni privadamente ha dado queja contra el padre Sáenz", corría entre sus miembros la calumniosa especie de su locura. ¡Vaya incongruencia el haber dado, como hemos visto, tamañas responsabilidades pedagógicas y espirituales a un supuesto demente! ¿No acusaba mayor locura colectiva entre los Superiores de la Orden poner en sus manos la ilustración académica y la dirección religiosa de numerosos muchachos?
Los recelos de don Joaquín estaban plenamente justificados. El 1° de diciembre de aquel año crucial, un jesuíta escribió a Francisco Zenteno, de la residencia "Relaciones Culturales", en Madrid, España, una carta que posteriormente llegó a poder del aludido: "El pobre padre sufre una enfermedad mental, originada por su primer accidente. . . Desgraciadamente no hay esperanza de alivio. Esto explicará a usted la salida del padre de la Compañía de Jesús, a petición de él mismo."
Don Joaquín soportó con resignación cristiana los embustes que se tejían sobre él, y sin las ataduras de la obediencia a quienes se habían sumado a la moderna conspiración que golpeaba las puertas de la Santa Sede, cerradas al error por la providencial resistencia del Papa Pío XII, el padre se dedicó a viajar y predicar la doctrina verdadera. En Sahuayo, en Morelia, en Mérida, en Tampico, en todos los lugares que visitó dejó profunda huella su labor apostólica: conferencias, retiros espirituales, sermones, impartición de Sacramentos; todo un conjunto de actividades dirigidas, especialmente, a la juventud.
Su madre, anciana de 91 años, era atendida por su hija Lore, que ocupaba una vivienda en la avenida Diagonal de San Antonio 1016, en la ciudad de México. De naturaleza saludable prodigábanle los cuidados que su longevidad aconsejaba. De pronto le aparecieron los primeros síntomas de un resfriado que, en pocas horas, degeneró en bronconeumonía. Sus hijos y parientes cercanos fueron llamados. Joaquín, el más querido de sus hijos, andaba misionando por Zamora, Mich. A matacaballo viajó a México para asistir a su madre; llegó a medianoche, cuando mamá "Tita" había perdido el conocimiento, poco después de haber recibido los últimos sacramentos que le impartió el padre Manuel Fierro. Rodeada de hijos y sobrinos, doña Magdalena descansó en el Señor al salir el sol el día 24 de enero de 1953.
El padre Joaquín se quedó unos días en la ciudad y, aprovechando su presencia, fue invitado por sus sobrinos, don Luis Covarrubias y su esposa, a oficiar en el matrimonio de su hija, sin que en tal ocasión los papas de los contrayentes hubiesen mencionado el templo escogido para la ceremonia.
Al presentarse los novios a ultimar los detalles en La Sagrada Familia, de la colonia Roma, hechos ya todos los preparativos y circuladas las invitaciones, al preguntar el nombre del oficiante, el padre Quiroz, encargado del templo y antiguo compañero del padre Sáenz, reaccionó violentamente y les dijo que por ningún motivo podía oficiar este sacerdote en iglesia alguna de la Compañía. Y una vez más fue difamado el antiguo jesuíta para tratar de justificar su rechazo.
Naturalmente no se hizo esperar el escándalo entre familiares y amigos, aunque don Joaquín pidió al nuevo Provincial, Enrique Ruiz, S. J., una explicación de lo sucedido, no obtuvo más respuesta que el silencio. La justicia y la caridad brillaban por su ausencia entre los nuevos jesuitas de la provincia mexicana.
Don Joaquín viajó a Europa. En los primeros días de junio de 1953 estuvo en Roma. Se entrevistó con el padre Tomás Trevi, S. J., ante quien ratificó y amplió los graves hechos que había denunciado. Con suma prudencia atendió el prominente eclesiástico al ex jesuita; nadie se opuso a que visitase a sus antiguos amigos en la residencia de la Compañía, y celebró misa sin problema alguno en los altares de sus templos. Recibió atenciones y distinciones. Poco después de abandonar la Ciudad Eterna le enviaron a México dos codicilios-diplomas. El primero, de fecha 24 de junio, firmado por el Prepósito General, y el segundo, de fecha 9 de julio, un Officium de Indulgentiis, de la Sacra Paenitentiara Apostólica.
El Padre no había ido a Roma en busca de títulos honoríficos, sino de nuevas oportunidades para su misión apostólica. Se trasladó a Madrid y contempló el descuido espiritual en que se encontraban los estudiantes hispanoamericanos. El 8 de julio escribió al padre Trevi, éste ofreció prestar atención a las recomendaciones formuladas por el celoso sacerdote, mientras podía instalarse en los Estados Unidos.
Sentía especial predilección por los jóvenes a quienes había entregado lo mejor de su actividad sacerdotal. A ellos y ellas pensó dedicarse en aquellos lugares donde estuviesen más desprotegidos. Centenares de estudiantes hispanoamericanos requerían atención espiritual en los Estados Unidos. Su proyecto fue bien recibido por el padre Trevi quien ofreció allanarle el camino con la ayuda de algunos jesuitas: "Espero ulteriores noticias de lo convenido con el padre Sobrino desde U. S. para encaminarse al providencial destino que soñamos"; le dice en su respuesta al padre Sáenz.
De regreso a México se instala en la calle de Saltillo 101, y allí recibe su correspondencia con el padre José A. Sobrino, S. J., encargado de tramitarle su visado para radicar en los Estados Unidos. Su proyecto para atender espiritualmente a los estudiantes hispanoamericanos recibe la aprobación del Provincial de los jesuitas en Nueva York. El lugar escogido para trabajar fue la Universidad de Fordham. Cartas van, respuestas vienen y surgen diferentes posibilidades, entre ellas la de cambiar su futura residencia de Nueva York por Chicago. El padre Sobrino, diligente y convencido, viajó a esta ciudad, habló con el padre Provincial, John Egan quien recomendó al intermediario con el P. J. D. Connerton, director del Newman Club de la Universidad de Chicago. El padre Connerton ya había trabajado con estudiantes hispanoamericanos y recibió complacido la sugerencia de que un sacerdote de habla española colaborase con él. Ambos visitaron al Vicario General que se ofreció a llevar el asunto al Cardenal a su regreso de Roma, en donde se encontraba. Había que escribir unas cartas, ciertos informes ocultando, diplomáticamente, la antigua militancia del padre Sáenz en la Compañía de Jesús. Finalmente, el 12 de noviembre de 1953, el padre Tomás J. Trevi escribe al padre Sáenz, lamentando el fracaso de sus gestiones. Algunos miembros de la Sociedad de Jesús estaban interesados en nulificar todos los esfuerzos de don Joaquín, pero él siempre se mostró dispuesto a colaborar en su labor docente y espiritual, con sus antiguos hermanos de la Orden.
En 1954, a petición del padre Manuel Figueroa, S. J., asesores de la Universidad Autónoma de Guadalajara establecieron en Puebla una organización juvenil, dirigida a contrarrestar la creciente influencia e intromisión de los comunistas en la Universidad poblana. Presidió este grupo el entusiasta Ramón Plata Moreno (2), y fue denominado Frente Universitario Anticomunista. Sus colaboradores inmediatos fueron, entre otros, Francisco Mügemburg, Luis Felipe Coello, Klaus Feldman y Víctor Sánchez Steimpreis.
La nueva corporación fue acogida favorablemente entre los sectores católicos e incluso por elementos gubernamentales del Estado. El mismo arzobispo Octaviano Márquez Toriz les otorgó su apoyo y respaldo moral.
El padre Sáenz Arriaga conservaba el aprecio y estimación del padre Figueroa, y a solicitud de éste colaboró en los pasos iniciales del Frente Universitario Anticomunista prestándoles asistencia religiosa, hasta que la infausta figura del jefe fue adquiriendo su verdadera dimensión. Al presentarse las primeras discrepancias con los señores Plata, Mügembur y Coello, don Joaquín renunció a seguir colaborando con ellos. El fervor inicial del Frente no pasó de la publicación de impresionantes despledados en la prensa de Puebla y del Distrito Federal, atacando a los comunistas que, haciendo caso omiso de la inocua ofensiva periodística, se apoderaron del edificio Carolino, sede de la rectoría de la Universidad Autónoma de Puebla. Los jóvenes partidarios del Partido Comunista expulsaron a estudiantes y maestros que rechazaron la dialéctica marxista y, desde entonces, hicieron de la Universidad angelopolitana un centro importante de adoctrinamiento.
Ante la ineficacia del Frente para detener los señalados avances socialistas, Ramón Plata Moreno (2) y sus colaboradores se establecieron en la capital de la República y se ostentaron como redentores de la Universidad Autónoma de México, para lo cual fundaron el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación, mejor conocido como el MURO. Contando con los recursos obtenidos, primero en Puebla entre la iniciativa privada, después entre algunos empresarios de buena fe del llamado Grupo Industrial de Monterrey, empezó por infiltrar los colegios católicos de lasallistas, maristas y jesuítas, principalmente de la Universidad Iberoamericana, donde Plata Moreno contó con él apoyo del rector, Hans Martens.
En el sangriento conflicto estudiantil de 1968, los contraataques del MURO no alcanzaron a mellar los tenebrosos planes soviéticos que intentaban destruir el gobierno y asaltar el poder. Transcurrió más de un año para que el cardenal Miranda se decidiese a desautorizar en su arqui-diócesis a esta agrupación dentro de la cual, declaró, "trabajan elementos imbuidos en el materialismo y el socialismo marxista, tendientes a socavar los cimientos de la sociedad y de la Iglesia." Contradictorio, como en otras ocasiones, estuvo Su Eminencia.
Federico Mügemburg Rodríguez, en documentado trabajo sobre la infiltración de la Democracia Cristiana en México a principios de los años 60, (3) señala el peligro de hacer de esta corriente política basamento del socialismo, como sucedió en Chile, como acontece en Italia, como sucedía en Venezuela. . . Este deslizamiento ideológico planeado por las falsas derechas incrustadas en las estructuras eclesiásticas, encontró campo abonado en los cuadros juveniles del MURO.
La perspicacia del padre Sáenz había previsto la infiltración de falsos católicos en esta sociedad cuyo origen había sido, precisamente, defender a la Iglesia de embestidas reformistas y socializantes. Apartó de su camino ese fruto malogrado y continuó la siembra de fe y amor. Redobló sus actividades, continuó con paternal dedicación ocupándose de sus jóvenes estudiantes, sus misiones, sus ejercicios espirituales, solicitados y buscados en muchos lugares. Su inquietud pastoral lo obligaba a viajar constantemente y, cuando las circunstancias lo ameritaban, se trasladaba a Roma. Durante sus estancias en la Ciudad Eterna visitó en varias ocasiones a S. S. Pío XII. La última vez que lo vio, pocos meses antes de la muerte del Pontífice, se hizo acompañar de su hermana Guadalupe. El Papa los recibió y se hizo retratar con los hermanos Sáenz Arriaga, mostrando así especial deferencia para don Joaquín.
El ex jesuita se bahía dedicado, ya lo hemos dicho, a la atención preferente de estudiantes universitarios. En la colonia del Valle, ciudad de México, abrió una casa en la que proporcionaba asistencia, algunas veces gratuita, a un grupo de jóvenes. Los auxiliaba en sus estudios, los orientaba y aconsejaba. Celebraba la Santa Misa y rezaba con todos el Rosario, práctica que no descuidó desde su niñez hasta su tránsito final. Así transcurrieron aquellos años, sin grandes altibajos en las actividades de esta sacerdote incardinado a la Arquidiócesis de México, a partir del 14 de julio de 1958.
NOTAS
(1) Irma Serrano, "La Tigresa", en su autobiorafía A calzón amarrado, publicada en México en 1979, hace un retrato privado de este funcionario, su primero y dispendioso amante que pasaba por honesto y cumplido padre de familia.
(2) Asesinado en la ciudad de México el 24 de diciembre de 1979. Sus victimarios no fueron identificados.
(3) Mügemburg: Rodriguez, Federico.
La Cruz ¿un ariete subversivo? Editorial Ser. S. A., México. D. F., 1970.
CAPITULO VII.- LA IGLESIA POSTCONCILIAR
Su Santidad Pío XII murió en Castelgandolfo el 9 de octubre de 1958.
En su pontificado pudo contener la inacabable conspiración contra las estructuras de la Iglesia y la teología católica, ya denunciada por su remoto antecesor, el Papa Pío X, al que elevó a los altares.
Una vez desaparecido este Pontífice excepcional, en el cónclave convocado para elegir nuevo papa, introdujéronse sutiles elementos de discordia. La ingenuidad, la credibilidad de los viejos cardenales encontraron serios obstáculos para escoger un fiel continuador de la obra realizada por el Pastor Angélico, y transaron en la selección del anciano cardenal Angelo Roncalli, quien habilidosamente "hizo" campaña electoral para, en octubre de 1958, asegurarse 36 de los 50 votos del cónclave que lo elevó al papado con el nombre de Juan XXIII", (1) según reveló el cardenal Eugenio Tisserant en documento dado a conocer después de su muerte.
Una vez instalado en el trono pontificio Juan XXIII, las cosas comenzaron a cambiar, y aunque las innovaciones iniciales no pasaron inadvertidas, pocas personas, sin embargo, calaron en la importancia de las mismas. Falto de prudencia hizo aquello que había rechazado su antecesor: convocar a un concilio ecuménico en el momento en que las presiones políticas, las discrepancias filosóficas, los intereses económicos mundiales y las polémicas sociales exigían rigidez en la doctrina, fortaleza en el mando.
Desde el momento mismo que Juan XXIII tomó la grave decisión de convocarlo, autorizadas voces advirtieron el peligro que se cernía sobre la Iglesia, hasta entonces unificada, inasequible al error, firme en sus cimientos dogmáticos. El día 31 de agosto de 1962, un equipo de teólogos, bien informados de los pormenores de un vasto plan para demoler la Iglesia, denunciaron las acechanzas y, con lógica irrebatible, previeron las desastrosas consecuencias del complot contra la Iglesia que había de encontrar, en el concilio, campo abonado para germinar. Este grueso y documentado volumen suscrito por Maurice Pinay, circuló entre los padres conciliares. Su eficacia, sin embargo, fue limitada. El grupo implicado en el complot funcionó como mecanismo de relojería, lubricado con todo el dinero necesario para orientar noticias y opiniones de la prensa, radio y televisión, hacia sus fines particulares.
Simultáneamente a la publicación de Complot contra la Iglesia, (2) el padre Sáenz recibió una revista española en la que aparecía un sustancioso artículo que anunciaba, con jubilosa esperanza, la oportunidad de revivir el postulado de los hermanos Lehman, famosos conversos del siglo pasado que abogaron por la conversión de sus hermanos judíos, la devoción a la Santísima Virgen y por la absolución al cargo de deicido al judaismo. El avisado teólogo advirtió los intereses en juego y los trascendentes resultados de cualquier concesión doctrinal. Para cubrir a la Iglesia de todo ataque franco o subterráneo, era necesaria la intercomunicación entre quienes en verdad amaban y conocían los peligros que la amenazaban. Viajó a Europa y publicó su primer folleto relacionado con la crisis que se avecinaba: Carta de información a los obispos de España, Portugal y América.
En Roma, acompañado por el padre Rúa, estableció contacto con el cardenal Samore. Más tarde, Rúa y él estuvieron en España y se entrevistaron con el general Franco, en busca de apoyo moral para los católicos mexicanos.
Sus relaciones eclesiásticas en Europa le descubrieron que el llamado "Papa Bueno", cuando era nuncio en París, había sido amigo de altos dignatarios masones.
También se informó de la falsificación de certificados de bautismo expedidos a israelitas, durante la guerra, cuando Roncalli era nuncio apostólico en Turquía o Bulgaria.
Estas informaciones aparecieron en su mencionado folleto, de circulación limitada, al que no faltaron ataques promovidos por quienes se sentían afectados.
Su Carta de información, aunque no lleva fecha, por su contexto se deduce que fue impresa en julio de 1963, medio año después de haber sido clausurada la primera etapa del Concilio Vaticano II, y tres meses antes de la apertura, por Paulo VI, de la segunda sesión, el 29 de septiembre de 1963.
Juan XXIII no pudo ver terminada su obra. Esta responsabilidad la adquirió su sucesor, Juan Bautista Montini, arzobispo de Milán, a donde lo había enviado Pío XII para alejarlo de la Curia Romana. Juan XXIII lo hizo cardenal en 1958 y lo puso en camino de sucederlo en el cargo, como resultó en el cónclave convocado al fallecimiento del Papa Rancalli acaecida el día 3 de junio de 1963.
Durante el Concilio luchó, desde afuera, con los cuatrocientos obispos tradicionalistas y sus jefes, Ottaviani, Lefebvre, Proenca, Sigund —de Brasil—, Carli, quien denunció como contrario a los Evangelios el postulado sobre los judíos presentado por el cardenal Bea —documento incluido en la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones—; los patriarcas orientales y todos aquellos que, bajo el seudónimo de Maurice Pinay, publicaron el libro Complot contra la Iglesia.
A la muerte de Juan XXIII, el padre Sáenz, en alianza con algunos seglares, logró hacer llegar a los cardenales del Cónclave una biografía con todos los antecedentes modernistas de Juan Bautista Montini, a quien el presbítero Julio Meinville —culto escritor que denunció la penetración y 5l avance de los postulados del modernismo en la nueva iglesia— calificara en privado, por su actuación, como Capo de la Masonería en Roma.
La habilidad de Montini, la presión de los centros europeos amagando con el cisma, el amor a la Iglesia de los cardenales Ottaviani y Siri, que representaban la mayoría del cónclave, fueron los factores determinantes en la elección de Montini. Al cardenal Ottaviani correspondió anunciar la elevación al trono pontificio de Paulo VI.
Durante el Concilio Vaticano II, asamblea en la que ocuparon estratégicos sitiales los neomodernistas, que se exhibieron como los más piadosos, suaves y diligentes para llevar agua a su molino, pronunciaron frases emotivas, se mostraron insinuantes y partidarios de allanar los difíciles caminos de la exclusividad dogmática. La posesión no negociable de la verdad que hasta entonces había sido patrimonio intransferible de la Iglesia Católica quedó sujeta a sutiles interpretaciones. Estos profetas del aperturismo democrático pregonaron la conveniencia del diálogo, y abrieron las ventanas de la Revelación Divina al horizonte sin límites del pensamiento humano, puesto al servicio del progresismo religioso.
El padre Sáenz viajó a París; estableció comunicación con monseñor Roche, uno de los secretarios del cardenal Tisserant que había sido, a su tiempo, comisionado por Pío XII para vigilar a monseñor Montini, entonces pro-secretario de Estado, por sus sospechosas relaciones con personas de dudosa procedencia.
No paró allí el Ulises de la Tradición; viajó a Medio Oriente, cultivó relaciones con los ritos orientales, cercados por el sionismo dueño de la Ciudad Santa en la que se estableció la capital de Israel, contra la opinión mundial expresada en una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que supuestamente quiso conservar el carácter apolítico de Jerusalén.
En su fructífero recorrido por la antigua Palestina, en 31 de julio de 1965 le fue otorgado, por Elias Bandak, mayor de Belén, el título de ciudadano honorable de dicha ciudad.
El balance final del Vaticano II resultó dañino por sus incontables ambigüedades que, al paso del tiempo, resultarían fértil caldo de cultivo del cambio, de la falsificación, de la negación o condicionamiento del magisterio anterior de la Iglesia.
Los primeros síntomas se presentaron inmediatamente después de la clausura del Concilio, aun cuando otros hechos, como la presencia de Paulo VI en la ONU el día 4 de octubre de 1965, hicieron presumir los drásticos cambios que se avecinaban.
En su histórica visita a la sede la Organización de las Naciones Unidas, Paulo VI fundó el bien público del género humano en los valores que patrocina esta agrupación internacional, y no en los valores morales de la Ley Divina Natural y Positiva, como hicieron San Agustín y Santo Tomás.
El Catecismo Holandés —que hubo forzosamente de haberse preparado con suficiente antelación— fue de las primeras campanadas que sonaron, rotundas y contundentes, en medio de la creciente algarabía del antes tranquilo pueblo de Dios.
El día 7 de diciembre de 1965 terminó la postrera reunión de la cuarta y última etapa del Concilio Vaticano II. La euforia universal rechazaba toda advertencia de peligro. Nadie parecía ver el severo resquebrajamiento que había sufrido el magisterio de la Iglesia. Sólo unos cuantos, inmersos en el silencio de sus retiros, aplicados al estudio de los documentos conciliares, pudieron calibrar las grietas que amenazaban la integridad, hasta entonces monolítica, de las estructuras eclesiásticas y sus bases doctrinales.
El padre Sáenz Arriaga, que había seguido muy de cerca los incidentes del Concilio, que había estudiado los esquemas propuestos y las declaraciones promulgadas, anunció, antes que muchos, la crisis que se avecinaba.
"Yo creo en la Iglesia de los Papas y de los Concilios, no en la Iglesia de un Papa o de un Concilio. Es absurdo desvincular las enseñanzas dogmáticas, disciplinarias o pastorales del Concilio Vaticano II de la contextura veinte veces secular de la doctrina apostólica, de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, de la doctrina de los Concilios y de los Papas precedentes, de la doctrina secular de toda la teología católica. Cualquier progreso que desconozca el pasado, no es progreso, sino ruina y destrucción; cualquier sentido contrario al que los dogmas han tenido, no es interpretación, sino claudicación." (3)
Había transcurrido medio año desde la clausura del Vaticano II. En la revista norteamericana Look, del 25 de enero de 1966, apareció extensa crónica escrita por Joseph Roddy, intitulada: Cómo los judíos cambiaron el pensamiento católico. En ella se relatan las interferencias israelitas antes y en el transcurso del Concilio, hasta lograr la declaración, contraria a la verdad histórica y a la doctrina de la Iglesia, por la que exime de toda culpa al pueblo judío en la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, admitiendo, tácitamente, la propia culpabilidad por los "odios, persecusiones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos."
Esta Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, fue promulgada el 28 de octubre de 1965. El capítulo dedicado a La religión judía sufrió incontables modificaciones hasta culminar con el texto que habría de satisfacer plenamente las demandas israelíes.
Don Joaquín tradujo cuidadosamente el artículo de la revista Look. Al final del mismo añadió varias notas en las que desmenuza el sentido teológico del texto conciliar y comenta o amplía las intromisiones judaicas que lograron torcer el sentido católico de la condenación al pueblo deicida.
En ninguna frase falta a la caridad cristiana. Escribe con sencillez, expone con lógica: "El ataque no es nuestro, es de ellos; no habría defensa si no hubiera ataque. El ataque del judaismo a la Iglesia ha sido secular, veinte veces secular; ha sido permanente: unas veces solapado, insidioso, cauto; otras veces violento, destructor, incendiario y sangriento . . ." (4)
Apoya sus argumentos en testimonios tan válidos, que algunos provienen de los mismos judíos y de significados masones.
Cuando apareció este libro del padre Sáenz, la Mitra Metropolitana le envió una amonestación, no obstante que, en la primera página de la obra que lleva por título Con Cristo o contra Cristo, está impreso el aval de monseñor Juan Navarrete, arzobispo de Hermosillo, en cuya arquidiócesis fue publicado.
El cardenal Miranda no disimulaba su antagonismo personal hacia el antiguo jesuíta. Aunque pertenecía a su arquidiócesis, no era don Joaquín de los serviles o incondicionales que, con su reconocida capacidad y preparación, buscase acomodo en la Mitra. La publicación de su libro, aunque autorizado por el arzobispo sonorense, no le agradó; veía venir la resuelta actitud del padre frente a los cambios radicales que se avecinaban y que él tendría que implantar en su arquidiócesis.
Lo mandó llamar. La cita fue hecha por teléfono; el padre, a quien algunos obispos habían revelado que el cardenal pretendía silenciarlo, le envió ese mismo día —26 de enero de 1967— una carta disculpándose de no poder presentarse en la Mitra. Ante la amenaza de amonestación, admitía la posibilidad de haber cometido algunas equivocaciones en sus trabajos, escritos, sin embargo, "con la mayor pureza de intención y con el respaldo de personas prudentes de conciencia y ciencia teológica", por lo cual agradecería a Su Excelencia se dignase hacerle, por escrito, sus observaciones. No acudía a la cita por padecer gran quebranto físico, que no mental, como maliciosamente pregonaban por ahí algunos eclesiásticos de ideas contrarias a las suyas. Aceptada "esta humillación, como sacrificio personal a Dios", aunque "le gustaría que las refutaciones de esos padres más que con ofensas personales fueran con razones teológicas." (5)
Nunca llegó a ver realizado su justo deseo. Ni prelados, ni presbíteros ni simples legos pudieron rebatir una sola de sus macizas conclusiones teológicas.
Recibió un nuevo llamado telefónico, citándolo en la Mitra el día 4 de febrero. Esta vez envió oportuna disculpa en forma de certificados médicos, suscritas por honorables profesionistas que certificaban su mal estado de salud y la inconveniencia, por ese motivo, de acudir al llamado de don Miguel Darío.
Notas:
(1) ExcélsioT. Diario, México, D. f., 28 de junio de 1972. Pág. 23.
(2) Pinay, Maurice. Complot, contra le Iglesia. Ediciones "Mundo Libre , México,, D. F., septiembre de 1968 (traducción al español por el doctor Luis González).
(3) Sáenz Arriaga, Dr. Joaquín. Con Cristo o contra Cristo, Hermosillo, Sonora, México, 1966. Pág. 5.
(4)Ibídem
(5) Sáenz Arriaga, Dr. Joaquín. Correspondencia privada. Ibídem. Pág. 10.
CAPITULO VIII.- EL PROGRESISMO EN ACCIÓN
Durante los siguientes meses pareció suavizarse la tirante relación entre el Arzobispo, su Canciller secretario y el padre Sáenz. El 7 de julio la Madre Superiora de la Congregación de Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento solicitó a la Mitra autorización para que el padre Joaquín Sáenz Arriaga continuase, por tercera vez, el siguiente trienio como confesor ordinario de la comunidad, solicitud que fue concedida el 10 de agosto.
En aquellos días apareció su libro Cuernavaca y el progresismo religioso en México. La publicación de esta nueva obra del padre Sáenz abrió las puertas al asombro. Lo que estaba ocurriendo en aquella diócesis sufragánea de la de México, era muy grave y sintomático de un problema con implicaciones de momento indescifrables. La lucidez y conocimientos del sacerdote descubría el problema y anticipaba su origen, sus resultados y futuras consecuencias, como es fácil advertir en el simple enunciado de los capítulos del libro. El primero señala a Cuernavaca como planta piloto del progresismo religioso y denuncia la estrecha colaboración del dirigente del CIDOC (Centro Intercultural de Documentación) Ivan Illich, sacerdote yugoslavo de ascendencia judía, el ex abad Gregorio Lemercier y el obispo Sergio Méndez Arceo. Estos tres funestos personajes "obedecen necesariamente a una inspiración, a un poder, a un complot que supera las posibilidades individuales de cada uno de esos actores." (1).
Las pruebas presentadas son contundentes: la depravación moral, soslayada, justificada por el psicoanálisis de grupo en el convento de Lemercier, autor de la representación folclórica llamada "Misa Panamericana", que desde entonces fue implantada en la catedral de Cuernavaca. Después vendrían otras misas, tan falsas como aquélla, dirigidas a la destrucción de la fe católica.
Gregorio Lemercier fue consejero de Méndez Arceo durante su asistencia al Concilio Vaticano II.
El testimonio jurado de un miembro de la familia Capetillo reveló al padre que, bajo el freudanismo practicado en el convento de Nuestra Señora de la Resurrección, se practicaba la sodomía. Es un hecho que la denuncia desencadenó la investigación y posterior condena de Roma a este verdadero antro de prostitución, que funcionaba gracias a la complacencia y autorización expresa del progresista obispo de Cuernavaca quien, a pesar de todas las denuncias, las evidencias y sus propias cuanto cínicas confesiones, nunca sufrió represión alguna de las autoridades vaticanas ni de sus cofrades mexicanos.
El caso Illich alcanzó también relieve internacional. Ivan Illich, por medio de su Centro Intercultural de Documentación, con secretas conexiones judaicas y marxistas, realizó nefasta labor de adoctrinamiento comunista a través de religiosas y sacerdotes llegados a Cuernavaca de toda Hispanoamérica y los Estados Unidos.
El libro del padre Sáenz, claro, contundente e inequívoco, disgustó al cada día más numeroso grupo de progresistas e infiltrados, y, naturalmente, al jerarca más comprometido de la Iglesia en México: Miguel Darío, cardenal Miranda, quien esperó una oportunidad más propicia para descargar su golpe vengativo contra el primer sacerdote que se había atrevido a denunciar la conspiración dentro de la Iglesia cuyo origen muy pocos intuían, y menos aún conocían.
En octubre de 1967 el padre Sáenz pidió a la Mitra la renovación de sus licencias para ejercitar su ministerio sacerdotal. El día 23 recibió respuesta firmada por el Prosecretario en la que, por orden del Vicario General, le comunicaba "que sus licencias ministeriales últimas terminaron el 20 de febrero de 1964; que no hay constancia, desde dicha fecha, de renovación de la facultad de binar y de trinar (es decir, celebrar dos o tres misas el mismo día); que la licencia que pidió la R. Madre María Rosa Guadalupe de la Santa Cruz, de las R. R. M. M. Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, el 7 de julio último, para que continuara usted como confesor de la Comunidad por un tercer trienio, no la concedió el Exmo. señor Arzobispo..." Le decía, además, que varias veces había sido llamado por el Arzobispo y nunca se presentó.
La mentira era manifiesta; no es de extrañar. A la primera objeción, el padre Sáenz reconoció que se le había pasado el tiempo para pedir oportunamente la renovación de las licencias, cosa que a muchos sucedía con frecuencia y seguirá sucediendo, debido a sus muchas ocupaciones "y para ser franco —admite— por no tener muchas relaciones con la Mitra, en donde hay tanta oposición" a su labor. Y cita casos concretos, ajenos al suyo, para demostrar su afirmación.
A la segunda objeción sobre que "no hay constancia de renovación de la facultad de binar o trinar, después de esa fecha (20 de febrero de 1964), el padre argumenta que decía la Santa Misa en la parroquia de la Divina Providencia donde el señor cura era cabeza de uno de los Decanatos —institución creada por el arzobispo Miguel Darío— y, las veces que dijo dos o tres misas, lo hizo por indicación del mismo señor cura, "a quien suponía con poderes para delegar".
Refiriéndose a que el arzobispo no concedió la licencia que pidió la Superiora de las R. R. M. M. Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento para que continuase como confesor de la Comunidad, el padre Sáenz respondió: "Miente Su Eminencia, o miente el Excmo. señor Vicario o, lo que es más probable, miente el Canciller", pues el 10 de agosto de ese año, es decir, dos meses y medio escasos anteriores a la carta del Prosecretario, el padre Sáenz había recibido el comunicado oficial número 00248-67 de la Curia del Arzobispado de México, nombrándolo, por un tercer trienio, confesor ordinario de la mencionada comunidad de religiosas.
Como se ve, el propósito de destruir al sacerdote que fue capaz de salir públicamente en defensa de la verdad, se hizo evidente con mucha anticipación.
Por aquellos días apareció un libro compuesto por Tito Casini, escritor laureado en letras italianas. Su título es harto sugestivo: La túnica rasgada. Los primeros ejemplares de este pequeño libro aparecen, por vez primera, en las librerías de Roma allá por el mes de marzo de 1967. Lleva un prólogo de Antonio, cardenal Bacci, fechado en Ciudad Vaticana el 23 de febrero de 1967. Libro revelador, que fue escrito tiempo antes y que su autor se atrevió a publicar cuando apareció Sacrificum Laudis, carta apostólica de Paulo VI, el 15 de agosto de 1966. "En la semana litúrgica —dice el autor— celebrada escasamente dos semanas después de la Carta del Santo Padre, se formuló un programa ampliando el campo para las lenguas vernáculas y los cánticos modernos populares... por tal motivo tuve que llevar de nuevo mi manuscrito a los impresores..." (2)
El padre Sáenz tradujo esta obra cuando estuvo en Roma, en mayo de 1968, y la publicó en castellano a su regreso a México.
Allí se relacionó con Civilita Cristiana, dirigida por Franco Antico. A esta organización católica tradicionalista pertenecen muchos miembros de la aristocracia romana, cuya adhesión a la Iglesia es bien conocida. Una distinguida señora, de rancia estirpe, ocupada en revolver viejos infolios para podar a los árboles genealógicos sus frutos podridos e injertos bastardos descubrió, en los anales de la nobleza italiana, pruebas de los nexos judaicos de la familia Montini. Estos datos importantes se los proporcionó al padre Sáenz, con los que pudo aclarar algunas dudas sobre la enigmática personalidad de Paulo VI.
También tradujo y publicó la Carta para una dialéctica conciliar, escrita por el Abbe de Nantes.
El de 1968 fue un año de importancia capital en el cambio de rumbo político y, por ende, doctrinal de la Santa Sede. Para justificar ahora lo que antes se había condenado hizo falta audacia y confianza en el poder de la autoridad.
Aunque muchos apreciaron la importancia de las radicales transformaciones, pocos se atrevieron a denunciarlas, y menos aún, a censurarlas. Sáenz Arriaga, testigo preocupado de lo que acontecía, consignó, en la Nueva Iglesia Montiniana, libro publicado tres años después, el significado de aquellos episodios trascendentales. Esta obra habría de acarrearle represalias inimaginables que no lograron, sin embargo, doblegar su espíritu.
Punto de partida en el asalto a la doctrina católica fue al Congreso Eucarístico de Bogotá, al que siguió la ya célebre Segunda Asamblea de la Conferencia Espiscopal Latinoamericana.
Durante los días 18 al 28 de agosto de 1968, en la ciudad de Bogotá, Colombia, se realizó este congreso, de características muy peculiares, pues asistió Paulo VI. Mas no adelantemos vísperas y, a grandes zancadas, sigamos el relato y los comentarios del padre Sáenz:
"El mencionado congreso fue el toque de rebato en la planeada subversión de los países latinoamericanos"... "fue la presentación solemne y oficial, ante el mundo católico, de la reformada Iglesia Postconciliar, de su programa, de sus finalidades." (3)
Ya para terminar el congreso, "cinco observadores no católicos" pidieron, en llamativo mensaje dirigido a la augusta asamblea, "la facultad de recibir la Sagrada Comunión con los obispos reunidos en ocasión tan importante." (4) Éstos fueron un obispo anglicano, un profesor luterano, un miembro de la comunidad de Taizé y dos protestantes más. La solicitud fue aceptada y el sacrilegio consumado. Pasado algún tiempo esta licencia fue elevada a rango legal por Paulo VI en beneficio de todos los herejes que, sin abjurar de sus errores, deseen participar de la comunión eucarística en las nuevas misas.
"Esto hecho inaudito e incomprensible es, así me parece —apunta el padre Sáenz—la digna culminación del segundo «Bogotazo» que quiere revolucionar las estructuras todas de América Latina. Como católico y como sacerdote... no puedo controlar mi justa indignación ante el ultraje que yo considero sacrilego, de este gesto político, con que los prelados latinoamericanos, y el mismo Paulo VI, según se supo después, como otros nuevos judas, quieren entregar a su Maestro." (5)
Cabe subrayar la real presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, pues aún no se había sustituido la Santa Misa por la actual asamblea del Novus Ordo Missae.
La Conferencia de Medellín resultó punto de arranque de la subversión marxista en Hispanoamérica. Fue su justificante, su eficaz impulsor. Ya lo señalaba el padre Sáenz: "Porque los hechos sucedidos subcontinente después del Congreso Eucarístico y la Conferencia de Medellín son en extremo gravísimos y reveladores..." Presentáronse las primeras consecuencias en forma de "sangrientos conflictos estudiantiles en Uruguay, Brasil y México; el presidente de Bolivia anunció que las guerrillas habían resurgido en el campo boliviano..." En Costa Rica, en Argentina, en Panamá, en Perú hubo actos terroristas y golpes de Estado. La Teología de la Liberación estaba en marcha. El recuento de aquellos sucesos que ensangrentaron tierras de América prueban la funesta influencia de la reunión del CELAM en el asalto al poder constituido para procurar el cambio de estructuras, en el que Fidel Castro resultó obligado intermediario entre sus amos de Moscú y los terroristas que contaban con el disimulo y aun la complicidad de clérigos progresista- y prelados de sotana roja. Son concluyentes los documentos publicados y que el padre Sáenz cita en su libro. Coincidió el viaje de Paulo VI con severos problemas de alcance mundial. En Checoslovaquia habíase iniciado un proceso de desovietización, un intento atrevido para recuperar la independencia por medio de un cambio progresivo en el sistema socialista mantenido por Moscú. En abril de ese año se formó el nuevo gobierno que propició estas drásticas reformas políticas y económicas. En julio reunidos en la URSS los miembros del Pacto de Varsovia, instrumento que garantiza por la fuerza militar la hegemonía comunista en Europa del Este, enviaron un ultimátum al gobierno checoslovaco, seguido de la brutal invasión del ejército ruso hasta destruir el proceso de liberación. Paulo VI lamentó este hecho, pero no lo condenó como sabía hacerlo cuando, en algún país libre, se juzgaba y condenaba a terroristas de izquierda, consecuente con su propia imagen prefabricada que lo hacía aparecer como nuevo Cristo de los pobres y los que tienen hambre.
El año del Congreso Eucarístico y la Segunda Conferencia del CELAM fue el de los estallidos revolucionarios protagonizados por juventudes estudiantiles azuzadas en París y en México. La viril resistencia del presidente Gustavo Díaz Ordaz evitó que el país cayera definitivamente en manos marxistas. Todo un proceso de cambio apoyado en la negación teológica anterior para ser sustituida por verdaderas herejías propias a dicho cambio, como lo demuestra documentalmente Sáenz Arriaga en las páginas centrales de su libro. Esta conferencia del CELAM no era, en sí misma, más que consecuencia natural de las nuevas corrientes teológicas: " llaman los hombres de la prensa a la iglesia «Nueva Iglesiareformada» que nació del Concilio de Juan XXIII y de Paulo VI. Nueva Iglesia que avanza irreversiblemente contra las tesis tradicionalistas y conservadoras. Es, pues, un avance doctrinal que borra, que destruye el pasado, porque hay oposición entre esas dos mentalidades, y esa oposición es irreconciliable." (6)
No es posible seguir página a página el extenso trabajo del padre Sáenz, pero dada la importancia que alcanzó esta obra en la opinión mundial, conviene señalar algunas de sus certeras denuncias, entre ellas la que se refiere al Día del Ecumenismo, lunes 19 de agosto de 1968. Transcribe el texto oficial de la "concelebración", el diálogo entre el ''presidente" y la "asamblea" a la que asistieron los coros de la Iglesia Bautista, de la Iglesia Anglicana, de otras Iglesias y el Orfeón Antioqueño:
"Al lado del Legado Pontificio se sentaron en desedificante igualdad, en litúrgicos hábitos, el sacerdote ortodoxo Gabriel Stephen, el llamado obispo luterano de Baviera Dieszelbinger y el sacerdote o ministro anglicano Samuel Pinzón... Ante aquel insólito espectáculo, yo pensaba en la crucifixión de Cristo, cuando el Señor, en el Calvario, estuvo en su cruz entre dos ladrones." (7)
Es necesario advertir que el padre Sáenz Arriaga concurrió al Congreso Eucarístico de Bogotá y a la Asamblea del CELAM, en Medellín; fue, por consiguiente, testigo directo de aquellos sucesos que acabaron por descubrirle la terrible conspiración contra la Iglesia y la ineludible responsabilidad del más alto jerarca de la Iglesia Católica.
Ya en este camino sigue, paso a paso, desmenuzando el cambio impuesto a la teología católica: "Es evidente que ha ocurrido un cambio radical entre la actitud definida, precisa, contundente de Pío XI y Pío XII, y el ablandamiento desconcertante y manifiesto de Juan XXIII y Paulo VI:" (8) Basta, entre tantos ejemplos, el Decreto de excomunión de la Suprema Congregación del Santo Oficio sobre el Comunismo, de fecha 29 de junio de 1949, aprobado por el Papa Pío XII el V de julio de 1949. El padre Sáenz lo transcribe en la página 156 de su libro y concluye: "El viraje, pues, de que habla Prezzolini entre la posición de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, Pío XI y Pío XII, y la política conciliatoria de Juan XXIII y Paulo VI es claro, es indiscutible."
Habla, también, del Padre General de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, de su interferencia en el CELAM y el desvío de 180 grados que ha impuesto a la otrora gloriosa institución ignaciana, y cita la respuesta que dio a unos periodistas que lo entrevistaron:
"—¿Y por qué es tan notoria la impaciencia de los sacerdotes jóvenes?"—Porque toda la gente joven ve, con razón, que el mundo está cambiando. Hay que cambiar estructuras y mentalidades. Pero ese cambio se le presenta al sacerdote joven de manera más profunda, precisamente porque su vocación le mueve a vivir todo con más intensidad.
"Ese cambio de mentalidad, de que habla el padre Arrupe —reflexiona el padre Sáenz—, es un cambio de fe." (9)No es de extrañar tan radical afirmación cuando, más adelante, transcribe los elogios desmedidos y la plena y personal identificación de Arrupe con el pensamiento de Teilhard de Chardin, quien como se sabe, fue censurado por S. S. Pío XII.
¿Qué fuerza oculta inspiraba estos cambios, este proceso demoledor de la Iglesia? ¿La respuesta estará relacionada con la ostentosa exhibición del Racional o Joshem, símbolo del gran sacerdote israelita usado por Paulo VI? En las fotografías —algunas en color— que le fueron tomadas durante los distintos recorridos y ceremonias realizadas en Colombia —y posteriormente en el mismo Vaticano—, publicadas en la prensa y reproducidas en libros y folletos alusivos, aparece claramente ese pectoral misterioso.
En la página 322 de La Nueva Iglesia Montiniana, su autor copia un artículo escrito y publicado por el Abbé Georges de Nantes en su revista Contra Reforma intitulado El amuleto del Papa: "He aquí, pues, sobre el corazón del Papa, atado a su cuello, el Pectoral del Juicio, que el Sumo Sacerdote Aaron y sus sucesores deberán llevar como ornamento ritual, y sobre las doce piedras del cual estaban inscritos los nombres de las doce tribus de Israel, «para evocar continuamente su recuerdo en presencia de Yahveh» (Ex XXVIII, 29). Paulo IV lleva la insignia de Caifas." (10)
A pesar de la importancia de tal interpretación, Paulo VI no sólo guardó silencio, sino que continuó usando en muchas ocasiones el mentado Racional, como es fácil probarlo por las fotografías suyas publicadas en L'Osservatore Romano. Precisamente, en el N° 554 correspondiente al 12 de agosto de 1979, edición semanal en lengua española, aparece en la primera página "Una foto histórica: Pablo VI en el Consistorio del 26 de junio de 1967, agrega al Sacro Colegio de los Cardenales al arzobispo de Cracovia, monseñor Karol Wojtyla, abriéndole así el camino al pontificado romano... Juan Pablo II habla siempre de su predecesor llamándole su «maestro», su «padre»." Monseñor Wojtyla, de rodillas frente a Paulo VI que porta el discutido símbolo judaico, escucha las palabras que su predecesor le dirige.
En su viaje por Sudamérica, el padre Sáenz visitó jefes de Estado, a monseñor Antonio Castro Mayer, obispo de Campos, Brasil, uno de los prelados fieles a la tradición católica en Hispanoamérica; a Antonio Corso, del Uruguay; y en el Instituto de San Atanasio encontró al gran pensador y escritor católico, doctor Carlos Disandro, latinista y teólogo excepcional. Su llegada a Buenos Aires fue coreada por publicaciones pagadas por falsos tradicionalistas que quisieron capitalizar el respeto y admiración internacional hacia el sacerdote mexicano. Sorprendiéronse con sus declaraciones sobre la herejía montiniana. Había llegado la hora de ser consecuente con la verdad. Remontar el cauce de las divergencias doctrinales hasta llegar al manantial del error. Y el padre Sáenz se sumergió valerosamente en esta corriente contraria.
Celoso del valor del tiempo, también viajó a los Estados Luidos de América. Este país heterogéneo y liberal le ofrecía posibilidades de relacionarse con grupos de resistencia en algunos círculos católicos. Contaba con la amistad de importantes portavoces del tradicionalismo, entre otros el padre James Wathen, autor del libro El gran sacrilegio, capellán de los Caballeros de Malta. Asistió a diversos congresos católicos y visitó la comunidad polaca de Pittsburgh, en el templo de San Pío V, construido por seglares y atendido por el padre Leo Fredercks.
En una de las conferencias a las que concurrió, fue invitado a pronunciar el discurso oficial en el banquete de clausura. Como era obvio, se le designó lugar en la mesa de honor. A su derecha permaneció vacío el asiento designado a un sacerdote de los que llaman en los Estados Unidos "conservador responsable", es decir, de aquellos que defienden la misa tridentina, atacan la masonería pero excluyen toda referencia al judaismo y son incapaces de objetar la legitimidad de Paulo VI. El perspicaz sacerdote mexicano midió la escena, calibró el desaire y dijo:
"Los enemigos de la Iglesia son capaces de devolvernos la Misa a cambio de que no toquemos el poder oculto que gobierna en estos días la divina institución."
Su discurso resultó estupenda lección de teología católica, y una feliz referencia a la obra suscrita por Maurice Pinay.
1.- Sáenz Arriaga. Dr. Joaquín. Cuernavaca y el progresismo religioso en México. México, D. F. 1967. Pág. 8.
2.- Casini, Tito. La túnica rasgada. Pág. 13. En el mismo volumen: Saj, Eduardo. ¿A dónde vamos? Christian Book Club of America, Hawthorne, Cal., 1968. Traducción del doctor Joaquín Sáenz Arriaga.
3.- Sáenz Arriaga Dr. Joaquín. La Nueva Iglesia Montiniana. México, D. F., 1971. Pág. 5.
4.- Ibidem. Pág. 6.
5.- Ibidem. Pág. 7.
6.- ibidem. Pág. 93.
7.- Ibidem. Pág. 121.
8.- Ibídem. pág. 144
9.- Ibídem. Pág. 229.
10.- Ibídem. Pág. 322.
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