Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica
1. El
culto del Corazón de Jesús y
las obras del Papa en favor de la Eucaristía
En
cumplimiento de la santidad de Nuestro cargo hemos procurado y procuraremos, con
el favor de Jesucristo, hasta el fin de Nuestra vida estudiar y seguir los
singulares ejemplos de admirable caridad para la salvación de los hombres que
brillan en la vida de Jesucristo. Nacidos en tiempos en extremo hostiles a la
verdad y a la Justicia no hemos cesado, en cuanto ha estado de nuestra parte, de
proporcionar, enseñando, amonestando u obrando, como lo demuestra la última
epístola que os hemos dirigido, cuanto parece más a propósito, ya para evitar el
contagio de multitud de errores, ya para robustecer los actos principales de la
vida cristiana.
Dos cosas
estrechamente unidas entre sí y de cuya consideración nos proviene fruto
oportuno de consuelo en medio de tantas angustias, son dignas de recordarse en
esta materia. La una, que juzgamos de feliz éxito, el culto universalísimo con
que se venera en todo el mundo al augusto Corazón de Cristo Redentor; la otra el
haber exhortado gravemente a todos los cristianos a consagrarse al corazón de
Aquél que divinamente es camino, verdad y vida de los individuos y
de las sociedades. Movidos y como impelidos ahora por la misma caridad
apostólica y por la vigilancia de los tiempos que atraviesa la Iglesia, a añadir
algo añadir algo como perfeccionamiento a lo ya propuesto y realizado, y para
recomendar aun más eficazmente la Santísima Eucaristía al pueblo cristiano,
puesto que es el don divinísimo salido de lo más íntimo del Corazón del mismo
Redentor deseando con vehementísimo deseo la singular unión con los
hombres, y el hecho supremo para derramar los frutos saludables de su redención.
Cierto es que aun en esta materia Nuestra autoridad y trabajo ha procurado ya
algunas cosas. Gratísimo Nos es recordar como legítima confirmación a lo dicho,
entre otras cosas el haber llenado de privilegios a no pocos institutos y
sociedades dedicados al culto y perpetua adoración de la divina Hostia; el haber
trabajado para que se celebrasen con notoria esplendidez y utilidad congresos
eucarísticos; el haber designado como celestial patrono de estas y semejantes
obras a Pascual Baylón, que fue piadoso e insigne adorador del misterio
eucarístico. Así pues, Venerables Hermanos, Nos es grato reunir en esta
alocución algunas ideas, acerca de este misterio en cuya defensa y enseñanza
constantemente se ha ocupado ya el cuidado de la Iglesia en cuya defensa
conquistaron también mártires sus palmas de victoria. A este misterio dedicaron
su noble emulación las lumbreras de las ciencias, de la elocuencia y de las más
variadas artes.
Por eso,
quisiéramos hablaros, Venerables Hermanos, sobre algunos puntos que se refieren
a este misterio, a fin de que resplandezca con mayor claridad y brillo cuál es
su oculta fuerza y por qué lo debemos considerar como medio eficacísimo para
socorrer las necesidades de nuestros tiempos.
En
verdad, pues, Cristo Señor Nuestro al terminar el curso de esta vida mortal,
bajo el exceso de su inmensa caridad para con los hombres, dejó este monumento y
poderoso auxilio para la vida del mundo (Joan. VI, 52),
por lo cual nada más feliz podemos desear Nos, próximos a partir de esta
vida, que excitar en las almas y alentar en los espíritus los debidos afectos de
gratitud y religión al admirable Sacramento, en el que juzgamos principalmente
apoyar la esperanza y resultado de la paz y salvación tan buscadas por los
cuidados y trabajos de todos.
2. No
temer a los que atacan.
No
faltarán quienes se sorprendan y quizás reciban con procaz animadversión este
Nuestro intento de presentar semejantes remedios para ayudar a un siglo tan
perturbado y lleno de miserias. La causa de esto es principalmente la soberbia;
este vicio, introducido en las almas, debilita en ellas la fe cristiana (que
pide el obsequio religiosísimo de la mente) haciendo necesariamente más tétrica
la oscuridad en derredor de las cosas divinas, de tal modo que a muchos sea
aplicable aquello de que blasfeman de lo que ignoran (Carta de Judas T.
vers. 10).
Ahora bien; tan distante está de Nos separarnos del propósito iniciado, que
es cierto, por el contrario, que con más vivo ardor insistimos en iluminar a los
que están bien dispuestos, y en rogar a Dios, interponiendo las fraternales
súplicas de las almas justas, perdone a los que blasfeman de las cosas santas.
3.
Presencia de Cristo en la Eucaristía.
Conocer
con fe íntegra la eficacia de la Santísima Eucaristía, es lo mismo que conocer
cuál sea la obra que para perfeccionar al género humano realizó el Dios hecho
hombre, con su poderosa misericordia. Pues así como es propio de una fe recta
profesar y reverenciar que Cristo es el sumo autor de nuestra salvación, quien
restauró todas las cosas con su leyes, instituciones, ejemplos y sangre
derramada, igualmente es justo profesar y adorar que El mismo de tal manera se
halla realmente presente en la Eucaristía, que verdaderamente permanece entre
los hombres hasta la consumación de los siglos, repartiéndoles como maestro y
buen pastor, y aceptísimo intercesor cerca del Padre, por Sí mismo la perenne
abundancia de los beneficios de la realizada redención.
4.
Beneficios que manan de la Eucaristía.
El que
atenta y religiosamente considere los beneficios que promanan de la
Eucaristía, entenderá ciertamente que ella excede y sobrepuja a todas las demás
cosas, cualesquiera sean en que dichos beneficios se contienen; pues procede
para los hombres la vida, que es la verdadera vida: El pan que yo les daré,
es mi carne por la vida del mundo (Joan. VI, 52).
No de cualquier modo, según hemos enseñado en otro lugar, Cristo es vida; quien
para esto vino y vivió entre los hombres, para darles abundancia de vida más que
humana: He venido para que tengan vida y la tengan abundantemente (Joan. X, 10),
Inmediatamente pues, que apareció en la tierra la benignidad y humanidad y
benignidad de nuestro Dios Salvador (Tit. III, 4);
nadie ignora que inmediatamente brotó cierta fuerza procreadora de un nuevo
orden de cosas, la cual se infiltró en todas las venas de la sociedad doméstica
y civil. De aquí nacieron nuevas obligaciones del hombre para con el hombre,
nuevos derechos públicos y privados, nuevos oficios, nuevos derroteros a las
instituciones, enseñanzas y artes; lo cual principalmente se tradujo en inclinar
los espíritus y estudios a la verdad de la religión y la santidad de las
costumbres, y de este modo se comunicó al hombre una vida celestial y divina. A
esto indudablemente se refieren las frases que frecuentemente se usan en las
sagradas letras: árbol de vida, palabra de vida, libro de vida, corona de
vida y expresamente pan de vida.
5. La
Eucaristía alimento del alma.
Mas como
quiera que ésta que llamamos vida tiene manifiesta semejanza con la vida natural
del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquélla
conviene tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca.
Oportuno es recordar aquí en qué tiempo y forma Cristo movió y preparó los
ánimos del hombre para que recibiesen conveniente y fructuosamente el pan vivo
que había de darles. Tan luego como se divulgó la fama del milagro que había
realizado a orillas del mar de Tiberíades, de la multiplicación del pan para
saciar a la hambrienta multitud, inmediatamente acudieron muchos por ver si
acaso obtenían igual beneficio. Entonces, aprovechando la ocasión, como lo había
hecho con la mujer samaritana, que del agua del pozo y de la sed la había
insinuado el agua que salta hasta la vida eterna (Jn
c.2),
excita a la hambrienta muchedumbre para que desee con avidez otro pan que
permanece en la vida eterna (Mt XIX, 9).
Este pan, les advierte, no es aquel maná celestial que fue tan facil tomar a
nuestros padres durante su peregrinación por el desierto: ni el que poco ha
llenos de admiración habéis recibido de mí; sino que Yo mismo soy este pan:
Yo soy el pan de vida (Concilio Tridentino
Ses.24 al princ.)
6.
Promesas de vida eterna.
Y de esto
mismo les persuade más ampliamente invitándoles y mandándoles: Si alguno comiere
de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la
vida del mundo (Ibíd.,
c.l De reform. matr.);
y les mostró la gravedad del precepto de este modo: En verdad, en verdad os
digo comiereis la carne del hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis
vida en vosotros (Ef 5, 25 ss).
Lejos de la verdad el vulgar pernicioso error de los que sienten que el uso de
la Eucaristía debe tan sólo dejarse para los que alejados de los negocios y de
espíritu pusilánime pretenden vivir tranquilos en la práctica de una vida
piadosa.
Este es,
pues, asunto al cual ningún otro supera en excelencia y saludable eficacia, y
que atañe a todos sin excepción, sea el que quiera su oficio y posición de
cuantos quieran y ninguno debe hacer que no quiera, fomentar en sí la vida de la
divina gracia, cuyo término es la consecución de la vida bienaventurada con
Dios.
7.
Llamamiento a los dirigentes.
Y ojalá
sintiesen y usasen rectamente de esta vida, principalmente aquellos que por su
ingenio, posición o autoridad están destinados a dirigir los negocios públicos.
Más desgraciadamente, vemos que muchos llenos de soberbia juzgan que ha
sobrevenido al siglo una como nueva y próspera vida, toda vez que han procurado
impulsarle con gran ardor a todo género de cosas útiles y admirables. Pero,
ciertamente, doquiera que se dirija la vista, se observará que la sociedad
humana, si se separa de Dios, más bien que gozar en deseada paz de las cosas,
está como inquieta y temblorosa a semejanza del que se halla bajo la influencia
de estado febril; sucediendo que mientras con verdadera ansia trabaja por la
prosperidad, en la que únicamente confía, persigue la que se aleja y se adhiere
a la que perece.
8. La
Eucaristía fuente de beneficios.
Los
individuos y las sociedades tan necesariamente como reciben su origen de Dios,
así no pueden en otro alguno, vivir, moverse y hacer ningún bien más que en Dios
por Jesucristo de quien ha manado y mana abundantemente cuanto hay de bueno y
bello. La fuente y cabeza de todos estos beneficios es principalmente la augusta
Eucaristía: puesto que siendo el alimento y sustento de la vida, por cuya
consecución tanto Nos afanamos, aumenta en gran manera la dignidad humana, que
ahora parece ser tan importante. En efecto; ¿qué más puede desearse, que ser
hechos en cuanto sea posible, participantes de la naturaleza divina? Pues esto
es lo que principalmente nos da Cristo en la Eucaristía, por la cual el hombre,
con el auxilio de la gracia es elevado al consorcio de la divinidad y unido a
Cristo íntimamente. Esta es la diferencia que existe entre el alimento del
cuerpo y el del alma, que así como aquél se convierte a nosotros, así éste nos
convierte a nosotros en él; a este propósito San Agustín pone en boca de Cristo
estas palabras: Tú no me transformarás en ti, como si fuese el alimento de tu
cuerpo, sino que tú te transformarás en mí (Conf. T. VII, o. 10).
9.
Incrementa la Fe.
De este
excelentísimo Sacramento, en el cual aparece admirablemente cómo los hombres se
unen a la divina naturaleza, reciben gran incremento todo género de virtudes
sobrenaturales. En primer término la fe. Siempre ha tenido la fe sus enemigos,
pues aunque eleva la humana inteligencia con el conocimiento de altísimas cosas,
por lo mismo que al abrir estos superiores horizontes, oculta su esencia, parece
que en esto la humilla y deprime. Antiguamente se combatía ora uno ora otro de
los artículos de la fe; después se encendió mucho más la guerra, llegándose
hasta el extremo de negar todo el orden sobrenatural. Ahora bien; para
restablecer en los espíritus el vigor y fervor de la fe nada más a propósito que
el misterio eucarístico, llamado con toda propiedad misterio de fe; pues,
ciertamente, cuanto hay de admirable y singular en los milagros y obras
sobrenaturales se contiene en este: El Señor misericordioso hizo compendio de
todas sus admirables obras, dio comida a los que le temen (Ps. 110, 4-5).
10.
Continuación y extensión de la Encarnación.
Si Dios,
cuanto hizo en el orden sobrenatural, lo ordenó a la encarnación del Verbo, por
cuyo beneficio se restituyó la salvación al género humano, según aquello del
Apóstol: Propuso... restaurar en Cristo todas las cosan que son en el cielo y
en la tierra, en él (Eph. I, 9-10);
la Eucaristía en el sentir de los Padres, debe considerarse como continuación y
extensión de la Encarnación. Y en verdad; por ella la sustancia del Verbo
encarnado se une con cada uno de los hombres; y se renueva de un modo admirable
el supremo sacrificio del Calvario; lo cual profetizó Malaquías cuando dijo:
En todo lugar se sacrifica y ofrece a mi nombre una oblación limpia (Eph. I, 2).
A este milagro de los milagros acompañan innumerable multitud de prodigios: en
él se interrumpen todas las leyes de la naturaleza; toda la sustancia de pan y
vino se convierte en cuerpo y sangre de Cristo; las especies de pan y vino,
sustentan, sin sujeto, por virtud divina: el cuerpo de Cristo está presente en
tantos lugares en cuantos al mismo tiempo se hace el Sacramento. Cuanto mayor
sea el obsequio de la mente hacia tan gran Sacramento, tanto más le confirman y
ayudan los prodigios realizados en su honor en tiempos pasados y
presentes, y de los cuales consérvanse en multitud de lugares insignes
monumentos. Con este Sacramento se alimenta la fe, se nutre la mente, se
desvanecen los errores del racionalismo, y se ilumina en gran manera el orden
sobrenatural.
11.
Refrena las pasiones
Pero a
enervar la fe en las cosas divinas, contribuye mucho, no sólo la soberbia, corno
ya hemos dicho, sino también la depravación del corazón. Así se observa
ordinariamente que cuanto es un sujeto más morigerado, tanto es más despierto
para entender; y que los deleites corporales tornan obtusos los entendimientos,
como ya lo echó de ver la prudencia de los paganos y Nos lo avisó antes que ella
la divina sabiduría (Sap. I, 4);
pero en las cosas divinas mayormente esos placeres oscurecen la luz de la fe y
aun, por justo castigo de Dios, llegan hasta extinguirla por completo. Tras esos
deleites córrese hoy con ardiente e insaciable anhelo; esta es una como
enfermedad contagiosa que a todos invade desde la más tierna edad. Remedio
excelente contra tan gravísimo mal lo tenemos siempre dispuesto en la divina
Eucaristía.
Porque
ante todo, aumentando ella en la caridad, refrena las pasiones, según lo que ya
dijo San Agustín: "Lo que alimenta a la caridad, enerva a la pasión, y la
extinción de la pasión es la perfección de la caridad (De diversis questionibus 83,
q. 36).
Además que la castísima carne de Jesús reprime la insolencia d e nuestra carne,
según enseñó San Cirilo de Alejandría: Cuando Cristo está en nosotros hállase
adormecida la ley de la carne que brama lujuriosa en nuestros miembros (
Lib. IV, c. 2 in Joan. VI, 57).
Otro fruto singular y amenísimo de la Eucaristía es el que fue significado en
aquel profético dicho: ¿Qué es lo bueno en él (Cristo) y qué lo hermoso de él
sino el trigo de los elegidos y el vino que hace germinar vírgenes? (Zach. IX, 17)
Esto es, el firme y constante propósito de la virginidad sagrada, que aun en
medio de un mundo relajad o por la molicie, florece vigorosa más y más cada día
en la Iglesia católica, con tanta ventaja y ornamento de la religión y aun de la
sociedad civil, que no hay quien pueda resistir en este punto a la evidencia.
12.
Confianza en los auxilios divinos
Agrégase
a esto, que con este Sacramento la esperanza de los bienes inmortales y la
confianza en los auxilios divinos maravillosamente se robustecen y confirman.
Pues el deseo de la felicidad, grabado e innato en todos los hombres, se
hace más agudo con engaños patentes de los bienes terrenos, y con las
injusticias de los hombres perversos y los demás trabajos del cuerpo y del alma.
Empero el augusto Sacramento de la Eucaristía es causa y prenda a la vez de la
divina gracia y de la gloria celestial, no ya sólo con relación al alma,
sino también al cuerpo, pues él enriquece los ánimos con la abundancia de los
bienes celestiales y derrama en ellos gozos dulcísimos que exceden en mucho a
cuanto mucho a cuanto los hombres puedan en este punto entender ni ponderar; en
las adversidades la Eucaristía sustenta; en los combates de la virtud confirma;
guarda las almas para la vida eterna, y a ella conduce como viático preparado al
intento.
13.
Conmemora Resurrección y Pasión.
A este
cuerpo nuestro, caduco y deleznable, la Hostia divina hace que en su día
resucite; porque el cuerpo inmortal de Cristo infunde en él la semilla de la
inmortalidad que ha de brotar alguna vez. Uno y otro bien, el del cuerpo y el
que ha de gozar el alma, la Iglesia lo ha enseñado siempre conforme a la
sentencia de Cristo: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna;
y yo le resucitaré en el último día (Joan. VI, 55).
Con lo cual tiene conexión y es de gran momento considerar la necesidad que
resulta de la misma Eucaristía, como instituida por Cristo en memoria perenne de
su pasión (S. Thom. Aquin. opus. 57:
Offic. de Corp. Christi),
de mortificar el hombre la propia carne. Pues Jesús dijo a aquellos que fueron
sus primeros sacerdotes: Haced esto en memoria mía (Luc. XXIII, 19).
Esto es, hacedlo para conmemorar mis dolores, mis aflicciones, mis angustias, mi
muerte en el madero de la Cruz. Por lo cual es en todo tiempo este Sacramento y
sacrificio una exhortación continua a la penitencia y a soportar los mayores
trabajos, y una condenación grave y severa de los placeres que algunos hombres
sin pudor alaban y ponen en las nubes: Todas las veces que comiereis de este
pan y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor, hasta que
venga (I Cor. 11, 26).
14. La
desunión entre los hombres.
Además de
esto, si alguno quisiera averiguar las causas de los males que oprimen a las
gentes en nuestros días, no le sería difícil ver que habiéndose enfriado la
caridad para con Dios, la que debe unir a los hombres entre sí, se ha entibiado
también: olvidando que son hijos de Dios y hermanos en Jesucristo, nadie cuida
de otros intereses sino de los suyos; y no sólo se desatienden los ajenos, pero
a menudo se hostilizan e invaden. De aquí las frecuentes riñas y controversias
entre las diversas clases de ciudadanos: la arrogancia, la aspereza, los fraudes
en los que más pueden; y en las clases ínfimas las miserias, la envidia, los
motines. Males son estos contra los cuales no se da medicina alguna saludable ni
en las leyes con que se quiere proveer a su remedio, ni en el miedo a las penas,
ni en los dictámenes de la prudencia humana.
14.
Fomenta la Caridad.
Aquello,
pues, debe procurarse con empeño que ya más de una vez Nos insistentemente
amonestamos, que las diferentes clases se concilien entre sí mediante la
conjunción de sus respectivos deberes; la cual, emanada de Dios, produce obras
que llevan en sí el propio espíritu y caridad de Jesucristo. Esta trajo
Jesucristo a la tierra; en ésta quiso que ardieran todas las cosas, como que
ella es la única virtud que puede dar, no sólo al alma, sino también al cuerpo,
alguna dicha aun en la vida presente: porque ella reprime en el hombre el amor
inmoderado de sí mismo y pone coto a la codicia, que es la raíz de todos los
males (I Tim. VI, 10).
Aunque es cosa recta sostener convenientemente la justicia entre todas las
clases de ciudadanos; pero lo que importa principalmente conseguir al fin con el
auxilio y la regla de la caridad es que en la sociedad humana se dé aquella
igualdad a que persuadía el Apóstol San Pablo, queriendo que resulte igualdad (II Cor. VIII, 14);
y que después de ser hecha, se conserve. He aquí, pues, lo que quiso Jesucristo
cuando instituyó este augusto Sacramento: excitando el amor de Dios, quiso
fomentar el mutuo amor entre los hombres.
Porque
este amor emana por su naturaleza de aquél, y espontáneamente se difunde, y no
podrá en ninguna parte dejar de ningún modo cosa alguna que desear; antes será
necesariamente más ardiente y vigoroso si se considera cuan grande es el amor de
Cristo a los hombres en este Sacramento, en el cual si por una parte desplegó
con singular magnificencia su infinita potencia y sabiduría, por otra hubo de
derramar las riquezas de su divino amor a hombres (Conc. Trid. sess. 13. de
Euchar. c. 2).
A vista
de este ejemplo de Cristo que así nos da todas las cosas, ¡oh cuánto debemos
nosotros amarnos y socorrer nos unos a otros, unidos más y más cada día con
vínculos indisolubles de caridad fraternal! Y es muy de notar que hasta las
señales exteriores de Sacramento convidan oportunísimamente a esta unión.
15. Unión
fraterna.
A este
propósito, San Cipriano: "Finalmente: aún el mismo sacrificio del Señor
declara la unanimidad cristiana unida con él con firme e inseparable caridad.
Porque ciando el Señor llama "su cuerpo" al pan hecho con la unión de muchos
granos, quiere decir que Nuestro pueblo conducido por él es un cuerpo cuyos
miembros están unidos; y cuando llama "su sangre" al vino sacado de muchos
racimos y granos exprimidos y hecho una sustancia indivisa, da asimismo a
entender que Nuestra grey está formada de una multitud de hombres reducidos a
unidad" (Ep, 69, ad Magnum, n.
5).
Así habla
también el Doctor Angélico siguiendo a San Agustín (Tract. 26, in Joan. n. 13,
17):
Nuestro Señor nos dejó representados su cuerpo y su sangre en aquéllas cosas
que más se juntan en uno porque una de ellas, que es el pan, es un todo formado
de muchos granos; y la otra, que es la sangre, es un todo compuesto de muchos
racimos; y por esto San Agustín dice en otro lugar: ¡Oh Sacramento de
piedad, oh señal de unidad, oh vínculo de caridad! (Summa Theol. 3p. q. 79, a. 1).
Todo lo cual fue confirmado con la sentencia del Concilio Tridentino, el
cual enseña haber Cristo dejado a la Iglesia la Eucaristía como símbolo de
aquélla unidad y caridad con que quiso que los cristianos fuesen conjuntos y
unidos entre sí... símbolo de aquel cuerpo verdaderamente uno del cual es El
mismo la Cabeza, y al cual quiso que nosotros, como miembros, estuviésemos
unidos con estrechísimo vínculo de fe, de esperanza y de caridad (Sess. 13, De Euchar. c. 2).
Ya San
Pablo lo había dicho: Porque el pan es uno; somos muchos un solo cuerpo, pues
participamos de ese único pan (I Cor. X, 17.)
16.
Comunión de los Santos.
Y a la
verdad, no deja de ser una bellísima y muy gozosa manifestación de fraternidad e
igualdad social la que se ofrece cuando ante unos mismos sagrados altares,
acuden y se postran el noble y el plebeyo, el rico y el pobre, el docto y el
ignorante, participando igualmente del mismo celestial banquete. Y si en los
fastos de la Iglesia naciente se refiere en alabanza de ella, que toda la
multitud de los fieles tenía un mismo corazón y una misma alma
(Act. IV, 42) no hay duda que este bien tan grande se lo debían a la presencia de la devoción
eucarística, puesto que de ellos leemos: Y perseveraban todos en oír las
instrucciones de los Apóstoles y en la comunión de la fracción del pan o
Eucaristía y en la oración (Act. II, 42).
Además, la gracia de la mutua caridad entre los vivos, que tanta fuerza e
incremento recibe del Sacramento eucarístico, en virtud especialmente del
sacrificio, es participada de todos aquellos que están en la Comunión de los
Santos, Porque, como todos saben, la Comunión de los santos no es otra cosa
sino una recíproca participación de auxilio, de expiación, de oraciones, de
beneficios entre los fieles que están, o gozando las alegrías del triunfo
en la patria celestial, o sufriendo las penas del purgatorio, o peregrinando
todavía en la tierra; de todos los cuales resulta una sola ciudad, cuya cabeza
es Jesucristo y cuya forma es la caridad.
17.
Origen de toda fuerza.
Sabemos
también por la fe, que si bien el augusto sacrificio no puede ofrecerse sino
sólo a Dios pero sí puede celebrarse en honor f los Santos que reinan en el
cielo con Dios que los ha coronado, para obtener su patrocinio, aun como
lo tenemos por tradición apostólica, para quitar las manchas de aquellos
hermanos que habiendo muerto en el Señor no están todavía enteramente
purificados. Así, aquella sincera caridad que por la salud y ventaja de todos
suele obrar y padecer, se lanza, abrasada en fuego vivo y activo, desde la
Santísima Eucaristía, donde está y vive el mismo Cristo, y donde quita el freno
al amor que nos tiene, y movido por un ímpetu de caridad divina, renueva
perpetuamente su sacrificio.
Así se ve
fácilmente de dónde hayan tomado su origen los arduos trabajos y fatigas de los
hombres apostólicos, y de dónde tantos y tan varios Institutos de beneficencia
han sacado, junto con su origen, la fuerza, la constancia y el feliz éxito de
sus obras.
18.
Centro de la vida Cristiana.
Estas
pocas ideas en materia tan vasta no dudamos que darán de sí eximios frutos en la
grey cristiana, si por efecto de vuestra solicitud, oh Venerables Hermanos, son
oportunamente explicadas y recomendadas. Aunque Sacramento tan grande como es
éste, y tan umversalmente eficaz, nunca podrá ser por nadie loado ni venerado
tanto como merece. Porque ora se medite sobre él, ora sea devotamente adorado,
ora pura y santamente se reciba, siempre debe ser mirado como centro en que toda
la vida cristiana se resume; los otros modos de piedad, cualesquiera que ellos
sean, todos conducen a éste y en éste vienen a parar. Y aquella benigna
invitación y aun más benigna promesa de Cristo: Venid a mí todos los que
andáis agobiados, con trabajos y cargas, que yo os aliviaré (Matth. XI, 28.)
se verifica principalmente con este misterio y se cumple en él todos los días.
El es también como el alma de la Iglesia, y a El se endereza por los diversos
grados de las órdenes la misma amplitud de la gracia sacerdotal.
19.
Fuerza de la Iglesia.
De él
saca y tiene la Iglesia toda su virtud y su gloria, todos los ornamentos de los
divinos carismas, todos los bienes, en fin, por esto la misma Iglesia pone todo
su cuidado en preparar y conducir las almas de los fieles a una unión sublime
con Cristo, mediante el Sacramento de su cuerpo y de su sangre, y por esto
mismo, con el ornamento de ceremonias santísimas, aumenta la veneración que se
le debe. La perpetua providencia de la Santa Madre la Iglesia, sobre este punto,
resplandece principalmente en aquella exhortación que hizo el Concilio de
Trento, y que por exhalar una caridad y piedad tan admirables, merece que la
presentemos íntegra al pueblo cristiano: Con fraternal afecto amonesta el
Santo Concilio, y exhorta, ruega y conjura que todos y cada uno de los que
pertenecen a la profesión cristiana en este signo de unidad, en este vinculo de
caridad, en este símbolo de concordia, acaben todos alguna vez por unirse y
tener un mismo corazón; y acordándose de tan grande majestad y del amor tan
eximio de Jesucristo Señor Nuestro, que dio su alma querida en precio de nuestra
salvación; y su carne nos la dio para que la comiésemos, con tanta constancia y
firmeza de fe, con tanta devoción y piedad y culto de corazón, crean y adoren
estos sagrados misterios de su cuerpo y de su sangre, que puedan frecuentemente
recibir aquel pan sobresustancial, y que éste sea verdaderamente para ellos
vida, del alma y perpetua salud de la mente; por la virtud del cual
fortalecidos, puedan llegar por la senda de esta miserable peregrinación a la
patria celestial, donde comerán sin velo alguno este mismo pan de los ángeles
que ahora bajo velo reciben (Sess. 13, De Euchar.
c. 8).
20.
Ventajas de la frecuencia de la Comunión.
La
historia, finalmente, testifica que la vida cristiana entonces floreció con más
pujanza cuando más estuvo en uso acercarse frecuentemente los fieles a este
divino Sacramento. Por lo contrario, es cosa manifiesta, que cuando este pan del
cielo fue tenido por los hombres en olvido y como por objeto de tedio, poco a
poco iba languideciendo el vigor de la profesión cristiana. Precisamente porque
este vigor no se extinguiese, en el Concilio Lateranense ordenó gravísirnamente
Inocencio III, que todo fiel cristiano estuviese obligado a comulgar por lo
menos una vez por Pascua florida. Claro es que este decreto fue dado a disgusto
y como remedio extremo; porque el deseo de la Iglesia fue siempre éste: que en
cada misa hubiese algunos fieles que participasen de esta divina mesa. "Desea
el sacrosanto sacrosanto Sínodo que en cada una de las misas comulguen los
fíeles que asistan a ellas: no sólo espiritualmente sino recibiendo
sacramentalmente la Eucaristía, porque así puedan recibir con más abundancia el
fruto de este santísimo sacrificio'' (Conc. Trid. sess. 22, c. 6).
Y a la
verdad, abundancia riquísima de salud, no sólo para cada uno en particular, sino
para los hombres todos, contiene en si este augustísmo misterio en razón de ser
sacrificio; y por esta razón la Iglesia acostumbra a ofrecerlo diariamente por
la salud de todo el mundo. Así, conviene que a la mayor amplitud de la devoción
y culto de este sacrificio, todos los buenos consagren su común empeño, que en
nuestros días es sobremanera importante. Queremos, pues, que las múltiples
virtudes de este culto sean conocidas en más extensa esfera y consideradas con
más profunda reflexión.
21.
Reverencia que se debe a Dios.
Los
principios son clarísimos ante la sola luz natural de la razón, que Dios criador
y conservador tiene un dominio supremo y absoluto sobre los hombres, así en la
vida privada de ellos como en la pública; que todo lo que somos y todo el bien
que tenemos, pública y privadamente, nos viene de la bondad divina, y por
consiguiente, que debemos suma reverencia a Dios, como Señor, e inmensa gratitud
como munificentísimo bienhechor. Pero estos deberes, ¿cuántos son hoy los que
los aprecian y observan cómo y cuánto es debido? Si hubo jamás alguna edad que
mostrase al mundo el espíritu de rebelión contra Dios, ésa es precisamente la,
nuestra, en la cual se oye de nuevo contra Jesucristo aquella palabra impía:
No queremos que éste reine sobre nosotros (Luc. XIX, 14),
y aquel intento nefando: Exterminémoslo (Jer. XI, 19);
ni hay cosa que con mayor empeño procuren muchos, sino que Dios sea lanzado de
la sociedad civil y aun de todo humano consorcio.
Pues
aunque no todos llegan a tamaño exceso de criminal locura, empero, es de
lamentar que sean tantos los que viven enteramente olvidados de la Divina
Majestad y de sus beneficios, especialmente de la salud que nos ha traído
Jesucristo. Ahora bien, esta grandísima maldad o abandono si así quiere
llamarse, necesario es que sea reparado con un aumento de fervor de la piedad en
el culto del sacrificio eucarístico; ninguna otra cosa puede haber que honre más
a Dios que este culto y devoción ni que le sea más grato. Porque la
hostia que se inmola en los altares es divina, y así,. tanto es el honor que por
ella se da a la augusta Trinidad, cuanto se debe a su inmensa dignidad;
ofrecemos también al Padre un don, cuyo valor y suavidad son infinitos, a saber,
su mismo Unigénito; y de allí que no solamente demos gracias a su bondad sino
que nos entreguemos totalmente a Él.
22.
Alcanzar clemencia.
Otro
nuevo e insigne fruto se puede y se debe por consiguiente sacar de tan grande
sacrificio. Oprímese el pecho cuando se considera cuan grande es el lodazal de
pecados, que reinando la indevoción y la impiedad, han inundado al mundo. Gran
parte del género humano parece querer que venga sobre su cabeza la ira
celestial; aunque si bien se mira, los males que pesan sobre nosotros, muestran
a las claras que el justo castigo ha madurado ya. Urge pues excitar lasimismo a
los fieles a que contiendan unos con otros en santa emulación en aplacar al
justo divino Juez y en implorar los auxilios oportunos para este siglo tan
fecundo en calamidades. Pues estas cosas, entiéndase esto bien, por medio de tan
grande sacrificio se han de procurar principalmente; ya que satisfacer
abundantemente a la justicia de Dios e impetrar con largueza los dones de su
clemencia, de ninguna otra manera pueden los hombres hacerlo sino en virtud de
la muerte sufrida por Jesucristo.
Pero esta
misma virtud de expiar y de impetrar quiso Cristo que permaneciese totalmente en
la Eucaristía, la cual no se reduce a una simple memoria, desnuda y vacía, sino
es una memoria verdadera y admirable, aunque mística e incruenta, de su muerte.
23. La
Eucaristía como reparación.
Por lo
demás, no poco Nos alegra, con gusto lo decimos, que en estos últimos años se
venga notando en los fieles como cierto despertar del amor y del obsequio para
con el Sacramento eucarístico; lo cual Nos anuncia y Nos hace esperar tiempos y
cosas mejores.
Muchos y
variados ejercicios de esta clase, como en un principio dijimos, han sido
introducidos por la piedad diligente, especialmente las cofradías, ya para
aumentar el esplendor del culto eucarístico, ya para la adoración perpetua del
augustísimo Sacramento, ya para reparar las injurias y contumelias de que es
objeto.
Pero en
estas cosas, Venerables Hermanos, no está bien que nos detengamos ni Nos, ni
vosotros; que muchas otras están todavía por promover o emprender para que este
divinísimo don de los dones, entre aquellos mismos fieles que cumplen los
deberes de la religión cristiana, sea puesto en la luz y el honor que merece, y
un misterio tan grande sea venerado cuan dignamente sea posible.
24.
Asociaciones eucarísticas.
Así las
obras que prosiguen su camino deberán guiarse de suerte que adelanten en él más
aún; las antiguas instituciones, si en alguna parte cayeron en desuso, deben
tornar a su antiguo vigor, tales como las Asociaciones Eucarísticas, las
oraciones solemnes, las visitas al divino Tabernáculo y otras prácticas a este
tenor, santas y sobremanera saludables; y además se ha de emprender todo aquello
que la prudencia y la piedad sugieran con ese intento.
Comunión
frecuente.
Pero es
sobre todas las cosas necesario que vuelva a florecer en todas y cada una de las
partes del mundo católico la frecuencia a la mesa eucarística. Así nos lo
enseñan los ejemplos antes referidos, de la Iglesia naciente; así la autoridad
de los Padres y de los Santos de todos los tiempos; porque así como el cuerpo,
el alma necesita a menudo de su propio alimento, y su alimento más vital es
precisamente aquel de que nos provee el Sacramento Eucarístico. Por esta razón
es una verdadera necesidad el desterrar ciertas preocupaciones de los enemigos,
ciertos pretextos para abstenerse de él; se trata de una cosa más ventajosa que
ninguna otra para los fieles, ya para redimir el tiempo gastado en cuidados
excesivamente terrenos, ya para reanimar el espíritu cristiano y mantenerlo
constantemente vivo.
25. Los
Sacerdotes deben promover el amor a la Eucaristía.
Para esto
ayudarán todas las exhortaciones y los ejemplos de las clases más conspicuas, y
sobre todo el celo y las industrias del clero. Los Sacerdotes a quienes Cristo
Redentor dio el oficio de celebrar y dispensar los misterios de su Cuerpo y de
su Sangre, no pueden de ningún otro modo mejor responder al sumo honor por ellos
recibido, que promoviendo con la mayor diligencia la gloria del mismo
Jesucristo, e invitando y guiando, conforme a los desos de su sacratísimo
Corazón, a todas las almas a las fuentes saludables de tan insigne Sacramento,
de tan sublime sacrificio.
Así
resultará lo que a par del alma deseamos, que los excelentes frutos de la
Eucaristía siempre sean percibidos con mayor abundancia, mediante el feliz
progreso de la fe, de la esperanza, de la caridad, de todas las virtudes
cristianas; lo cual redundará también en salud y ventaja de la república y
siempre se descubrirán más y más los consejos de la caridad prudentísima
del Señor, que tal misterio perpetuo instituyó para la vida del mundo.
Con esta
esperanza, Venerables Hermanos, en prenda de los divinos dones y en testimonio
de Nuestra caridad, a todos vosotros, al Clero y al pueblo damos la Apostólica
Bendición.
En Roma,
junto a San Pedro, 28 de mayo, vigilia del Corpus Domini año 1902, de
Nuestro Pontificado año vigésimoquinto.
LEÓN XIII
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