Sustancialmente encontramos en el Tratado la misma doctrina que acabamos de exponer, que hemos completado y corroborado hartas veces con frases del mismo Tratado. Se explican ciertas diferencias, si se tiene en cuenta que el Tratado va dirigido a un religioso que vive en el convento, y que los sermones se dirigen a la multitud, aunque algunos de ellos fueran predicados, a puertas cerradas, a los religiosos. En uno y otro caso, los sermones son esquemas de piezas oratorias, nunca plenamente desarrollados. El Tratado tiene sabor a literatura espiritual serena, tranquila, sin arrebatos oratorios.
El Tratado es más concreto en todas sus partes y en todos sus puntos, aunque en él se encuentran, unas veces en germen y otras perfectamente desarrolladas, las doctrinas que largamente y adornadas con profusión de imágenes expone en los sermones. En el Tratado se extiende señalando los medios específicos de la Orden: estudio, vigilias, ayunos, oficio divino, y da consejos detallados sobre la perfección en el cumplimiento de los medios señalados. En los sermones, establecida la doctrina dogmática, se entretiene hablando contra los vicios y la decadencia moral a que se había llegado. En una palabra: en el Tratado intenta instruir en lo más perfecto, mientras que en los sermones trata de enseñar y reducir a los pecadores al camino de la virtud.
Teniendo en cuenta estas características, entenderemos ciertas diferencias accidentales en la concepción de uno y de otros.
A lo largo de nuestra exposición hemos procurado completar la doctrina de los sermones con la del Tratado. Téngase en cuenta que nos hemos servido preferentemente de las partes más originales del Santo, dejando al margen, de ordinario, los fragmentos y capítulos que ha tomado de otros autores.
La tesis fundamental del Tratado está expresada con lógica impecable uniendo el prólogo con el breve epílogo: Para ser útil a las almas de los prójimos, el predicador debe poseer ampliamente aquello que el Señor ha de comunicar a los demás por su medio (prólogo).
Ahora bien, lo que el Señor ha de infundir en las almas de los prójimos del predicador es la caridad, la gracia (epílogo).
Luego el predicador ha de poseer ampliamente la caridad, la gracia.
Ni la proposición mayor ni la menor ofrecen dificultad alguna para nuestro Santo ni para la espiritualidad cristiana. El problema se reduce a cómo se podrá alcanzar la santidad y crecer en ella; después hay que señalar los medios de comunicarla a los demás de modo seguro y eficaz.
La santidad consiste en el desprendimiento de todo lo creado y en la unión espiritual con Dios, con Cristo humanado.
¿Cómo desprenderse de las cosas de la tierra? Dado el carácter práctico del Tratado y su orientación, se señalan en él tres medios eficaces: pobreza voluntaria, silencio y pureza de corazón.
Llevado a cabo el primer momento, que es la liberación de lo terreno, se verificará la unión con Dios a través de la gracia, de la que brotarán espontáneamente, connaturales a ella, la caridad, reina de todas las virtudes, y la contemplación, con el deseo ardiente de perpetuar esta unión amorosa y contemplativa en la gloria.
Concretamente para el religioso de la Orden, prototipo del predicador, todo esto se verificará por los medios señalados en las Constituciones: obediencia religiosa a los superiores, incluso al director espiritual; cumplimiento exacto de los medios específicos: el estudio, necesario para la perfección integral del predicador; la mortificación del apetito; la oración litúrgica y privada...
En resumen: la perfección de la vida espiritual cifrada en la humilde renuncia a sí mismo y en la unión sobrenatural con Jesucristo, con Dios a través del Verbo humanado.
"Esta unión —sintetiza el autor— te llevará a la oblación de ti mismo; esto es, que, como Cristo, estés preparado a procurar la salvación de tus hermanos y solícito para dar tu vida por ellos, orando día y noche, trabajando para que todos vivan en Cristo y Cristo en ellos".
La unión con Cristo a través de su humanidad es la clave de la espiritualidad vicentina, de sello netamente paulino. Entre las quince perfecciones necesarias al varón espiritual, después de enumerar las que se refieren a la negación de sí mismo, señala el Santo las ordenadas a la unión con Cristo. Se reducen a dos: la oración a Cristo, el diálogo con Él, y el deseo ferviente de predicar al Cristo contemplado.
Después de esto, la eficacia de la predicación es infalible, y la irradiación de la santidad producirá frutos abundantes de vida eterna.
En esta brevísima síntesis del Tratado aparece claramente la coherencia perfecta de su doctrina con la que dejamos expuesta, sacada de sus sermones. El mismo fin, los mismos medios, propuestos de modo distinto, según el carácter literario de cada obra.
La tesis vicentina de la santidad y ciencia necesarias para el predicador no es original en la espiritualidad cristiana, repitámoslo una vez más. La originalidad estriba en el modo y la oportunidad de proponerla.
Tesis que quedará sellada con la vida del Santo predicador, modelo vivo, libro abierto, de sus doctrinas espirituales sobre el teólogo-sabio.
El Tratado es más concreto en todas sus partes y en todos sus puntos, aunque en él se encuentran, unas veces en germen y otras perfectamente desarrolladas, las doctrinas que largamente y adornadas con profusión de imágenes expone en los sermones. En el Tratado se extiende señalando los medios específicos de la Orden: estudio, vigilias, ayunos, oficio divino, y da consejos detallados sobre la perfección en el cumplimiento de los medios señalados. En los sermones, establecida la doctrina dogmática, se entretiene hablando contra los vicios y la decadencia moral a que se había llegado. En una palabra: en el Tratado intenta instruir en lo más perfecto, mientras que en los sermones trata de enseñar y reducir a los pecadores al camino de la virtud.
Teniendo en cuenta estas características, entenderemos ciertas diferencias accidentales en la concepción de uno y de otros.
A lo largo de nuestra exposición hemos procurado completar la doctrina de los sermones con la del Tratado. Téngase en cuenta que nos hemos servido preferentemente de las partes más originales del Santo, dejando al margen, de ordinario, los fragmentos y capítulos que ha tomado de otros autores.
La tesis fundamental del Tratado está expresada con lógica impecable uniendo el prólogo con el breve epílogo: Para ser útil a las almas de los prójimos, el predicador debe poseer ampliamente aquello que el Señor ha de comunicar a los demás por su medio (prólogo).
Ahora bien, lo que el Señor ha de infundir en las almas de los prójimos del predicador es la caridad, la gracia (epílogo).
Luego el predicador ha de poseer ampliamente la caridad, la gracia.
Ni la proposición mayor ni la menor ofrecen dificultad alguna para nuestro Santo ni para la espiritualidad cristiana. El problema se reduce a cómo se podrá alcanzar la santidad y crecer en ella; después hay que señalar los medios de comunicarla a los demás de modo seguro y eficaz.
La santidad consiste en el desprendimiento de todo lo creado y en la unión espiritual con Dios, con Cristo humanado.
¿Cómo desprenderse de las cosas de la tierra? Dado el carácter práctico del Tratado y su orientación, se señalan en él tres medios eficaces: pobreza voluntaria, silencio y pureza de corazón.
Llevado a cabo el primer momento, que es la liberación de lo terreno, se verificará la unión con Dios a través de la gracia, de la que brotarán espontáneamente, connaturales a ella, la caridad, reina de todas las virtudes, y la contemplación, con el deseo ardiente de perpetuar esta unión amorosa y contemplativa en la gloria.
Concretamente para el religioso de la Orden, prototipo del predicador, todo esto se verificará por los medios señalados en las Constituciones: obediencia religiosa a los superiores, incluso al director espiritual; cumplimiento exacto de los medios específicos: el estudio, necesario para la perfección integral del predicador; la mortificación del apetito; la oración litúrgica y privada...
En resumen: la perfección de la vida espiritual cifrada en la humilde renuncia a sí mismo y en la unión sobrenatural con Jesucristo, con Dios a través del Verbo humanado.
"Esta unión —sintetiza el autor— te llevará a la oblación de ti mismo; esto es, que, como Cristo, estés preparado a procurar la salvación de tus hermanos y solícito para dar tu vida por ellos, orando día y noche, trabajando para que todos vivan en Cristo y Cristo en ellos".
La unión con Cristo a través de su humanidad es la clave de la espiritualidad vicentina, de sello netamente paulino. Entre las quince perfecciones necesarias al varón espiritual, después de enumerar las que se refieren a la negación de sí mismo, señala el Santo las ordenadas a la unión con Cristo. Se reducen a dos: la oración a Cristo, el diálogo con Él, y el deseo ferviente de predicar al Cristo contemplado.
Después de esto, la eficacia de la predicación es infalible, y la irradiación de la santidad producirá frutos abundantes de vida eterna.
En esta brevísima síntesis del Tratado aparece claramente la coherencia perfecta de su doctrina con la que dejamos expuesta, sacada de sus sermones. El mismo fin, los mismos medios, propuestos de modo distinto, según el carácter literario de cada obra.
La tesis vicentina de la santidad y ciencia necesarias para el predicador no es original en la espiritualidad cristiana, repitámoslo una vez más. La originalidad estriba en el modo y la oportunidad de proponerla.
Tesis que quedará sellada con la vida del Santo predicador, modelo vivo, libro abierto, de sus doctrinas espirituales sobre el teólogo-sabio.
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