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martes, 4 de diciembre de 2012

Quid hoc audio de te?

Que es lo que oigo de ti?
     En los oídos del mayordomo infiel, la pregunta tuvo que sonar como una amenaza. Y lo era en verdad.
     A ella se siguió inmediatamente la orden terminante: Redde rationem villicationis tuae. Y luego, la destitución del oficio por muchos años, quizá, desempeñado y que había sido ocasión de sus engaños. Iam enim poteris villicare. No puedes ya continuar en tu mayordomia.
     Pero yo imagino oír en esa misma pregunta una queja amorosa de mi Señor, pregunta que es represión discreta, paternal, nacida del amor y del deseo de mi bien.
     "Que es lo que oigo de ti?" !Si esa pregunta resonara en mi corazón cuando entro a visitar a Jesús oculto en el Sagrario! El me la ha hecho muchas veces. Yo la he oído, y tenia a veces acento de tristeza, a veces también de invitacion amorosa para que le abriera de par en par las puertas de mi corazón, para que derramara en su Corazón sagrado todas mis preocupaciones y mis amarguras.
     Tristezas por mi falta de fidelidad, por mis debilidades; es la voz del Padre, que deja entender el dolor que le causa mi abandono y mi olvido.
     Amonestación a mi negligencia, a mi pereza, a mis descuidos voluntarios en su servicio; es la voz de mi Señor, que quiere recordarme mis obligaciones contraídas con El en el día solemne y bendito en que le hice mi entrega.
     Invitacion para que hable con confianza intima de un hijo con su Padre; para que le cuente mis fracasos, que entristecen inútilmente; mis alegrías, las que el mismo, sin que yo apenas me de cuenta de ello, va sembrando en mi camino; los proyectos que he forjado; los medios con que cuento para realizarlos... Tantas cosas que El quiere oír de mis labios, aunque las conozca, porque lee en mi corazón.
     "?Que es lo oigo de ti?"
     Si yo quisiera responder sinceramente a esta pregunta, tendría que entrar muy dentro de mi mismo; allí sorprendería tal vez, en los rincones mas apartados y oscuros, esos resortes del amor propio que causan inquietudes a mi Señor. Los que hacen que mi administración se vaya enredando en mil pequeñas condescendencias, en ilusiones que pueden ser fatales, en argucias que pretenden ser razones para excusar mi negligencia.
     Es menester hacer sinceramente ese examen para responder a esa pregunta.
     El mayordomo infiel busco diligentemente a los deudores de su Señor para arreglar con ellos, aunque a su modo, las cuentas.
     Y yo tengo que buscar diligentemente mis propias deudas con Aquel a quien todo lo debo. Con El no puedo utilizar de artimañas, como el infiel mayordomo, porque a sus ojos todas las cosas aparecen en la cruda realidad.
     Pero examinarlas con sinceridad y decírselas a El con humildad y pedirle perdón por ellas, es responder a su pregunta con lo que el espera de mi.
     Señor, eso que has oído de mi es verdad: que soy negligente y perezoso, soberbio e impaciente, malhumorado y poco caritativo, amigo de mis comodidades, duro con mis hermanos y demasiado complaciente conmigo mismo; todo es cierto; lo confieso sincera y humildemente, Señor.
     Pero estoy arrepentido, y vengo a tus plantas a pedirte perdón y a prometerte... otra vez..., y haz que esta si sea ya la definitiva..., la enmienda.
     Que no vuelvas a oír de mi las mismas quejas.

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