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martes, 18 de diciembre de 2012

FLORES DEL CAMPO

     Santa Catalina de Siena, cuando joven, sintiendo una atracción irresistible por la soledad, partió una mañana en busca de un desierto.
     Por el camino tuvo un éxtasis en el que Dios se dignó desposarla misteriosamente, y después le ordenó: Vuelve a tus padres y siéntate a su mesa. Yo quiero que tus virtudes redunden en provecho no sólo de tu alma, sino también de la de tu prójimo. Quiero unirte a mí con los vínculos de la caridad hacia los demás.
     Tú sabes que dos mandamientos, el amor de Dios y el amor del prójimo, son el compendio de la ley; éstos deben servir como ruedas para caminar y como alas para volar hacia la conquista de las almas.
     Obedece pronto: Yo te acompañaré y te dirigiré.

     Dócil a la voz del Esposo celestial, Catalina renunció a la soledad, volvió a su familia y se dedicó a obras de apostolado por el cual condujo a Dios muchas almas.
     Nada de particular, jovencita, si también tu amas el silencio y la paz; si también tú aspiras por la soledad donde muchas vírgenes sirven a Dios en el recogimiento de la oración y al mismo tiempo te sea imposible realizar tu deseo.
     Los motivos pueden ser tantos, acaso la poca salud, o alguna obligación de caridad hacia tus padres. Podría ser el tuyo un caso más lamentable todavía. Después de haber intentado varias veces abrazar la vida religiosa, has tenido que abandonar tu idea. Tu temperamento no se adapta a la vida de comunidad, y sin embargo te sientes atraída al estado virginal. O ¿no será que tú ambicionas una buena posición y que por causas ajenas a tu voluntad no lo hayas conseguido y que sin embargo el convento no te atraiga?
     Al lado del camino ordinario del matrimonio y del privilegiado de la vida religiosa, está también otro no menos noble: el del celibato en el mundo que Dios ofreció a santa Catalina.
     Tal vez tú consideres este camino como el tomado por personas apocadas y perezosas, pero no es así aunque desgraciadamente muchas veces lo recorran las personas de poco temple, por parecerles pesado tomar en la vida una verdadera decisión.
     Por gracia de Dios, este camino lo escogen también personas distinguidas, que renuncian a la dignidad de madres y al privilegio de las religiosas. De éstas el P. Monsabré dice:
     "Las vírgenes, tiernas madres comprensivas de las miserias de la humanidad, no se encuentran todas en el claustro. Hay muchas en las familias a las que la desventura ha visitado. Las conoceréis: acaso nutrís hacia ellas una compasión mezclada con desprecio. No todas son, como vosotras pensáis, víctimas de alguna desilusión, o del infortunio.
     "Ellas no gozan de la completa paz del claustro, ni de la misión honorífica de hacer apostolado vistoso entre el prójimo en el mundo. Su heroico corazón ha sabido privarse de todas estas santas satisfacciones .
    "Han circunscrito su vida a un círculo estrecho de deberes estrictos; sostienen a sus padres que, ya ancianos, se hacen difíciles de tratar; siervas de los hermanos, o hermanas que han descargado sobre ellas sus obligaciones; madres de huérfanos prodigan todos sus cuidados a los hijos que no lo son de sus propias entrañas".
     Y continúa:
    "¡Oh vírgenes, religiosas sin velo, esposas sin derechos, madres sin nombre, seáis mil veces benditas! El mundo cruel os llama solteronas, pero él quedará burlado cuando al fin del mundo en presencia de todos, Jesucristo, justo Juez, os recibirá en sus brazos diciendo a cada una: "Ven, esposa mía".
     Y el autor de "Las Virtudes Eucarísticas", refiriéndose al estado virginal escribe:
     "Si la soledad del claustro es como un huerto cerrado donde el divino Esposo se esmera por cultivar sus flores más bellas, hay otras flores que El custodia con su mano di vina y que deja crecer en el terreno estérii del mundo. También éstas alegran su corazón con la pureza y la inocencia".
   Acaso tú. jovencita, aspires a ser una flor perfumada de invernadero, o de huerto cerrado, pero impedimentos serios te lo impiden. No te desesperes.
     Si quieres ser una flor no menos preciosa a lo largo del camino y cuyo perfume aspira el divino Viandante, muy bien puedes.
     Si la maternidad no es para ti, ni tampoco el claustro, únete al ejército de vírgenes y ten presente que tanto en el mundo, como en la vida religiosa, puedes ser para Jesús una esposa amante y fiel.

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