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martes, 25 de octubre de 2011

LA MISA.—LA CONFESION.—LAS INDULGENCIAS. — LA EXTREMAUNCION. — EL ORDEN SACERDOTAL

La santa misa. Su origen. Cómo ayuda a las almas del purgatorio. Por qué cobran los sacerdotes por decir misa. Por qué se dicen en latín. Por qué usa el celebrante vestiduras tan extrañas.

¿Qué cosa es la misa?
Cuando los protestantes negaron el sacrificio de la misa, el Concilio de Trento expuso la doctrina de la Iglesia en estos términos:
1.° Hay en la Iglesia católica un sacrificio verdadero, la misa, instituido por Jesucristo, el sacrificio de su Cuerpo y Sangre bajo las apariencias de pan y vino.
2.° Este sacrificio y el de la cruz son idénticos, porque Jesucristo es el sacerdote y la víctima en los dos sacrificios. La única diferencia está en el modo de ofrecerse: que en la cruz fue cruento—o con derramamiento de sangre—y en la misa es incruento.
3.° Es un sacrificio propiciatorio, expiatorio de nuestros pecados y de los pecados de los vivos o de los que murieron en el Señor, por los cuales se ofrece el sacrificio.
4.° Su eficacia se deriva del sacrificio de la cruz, cuyos méritos infinitos nos aplica.
5.° Aunque sólo se ofrece a Dios, puede ser celebrado en honor y memoria de los santos.
6.° La misa fue instituida por Jesucristo en la última Cena cuando, estando ya a punto de ofrecerse a Sí mismo en el altar de la cruz para redimirnos con su muerte (Hebr IX, 12; XI, 5), quiso enriquecer a su Iglesia con el sacrificio visible, conmemorativo de su sacrificio cruento en la cruz. En calidad de Sumo Sacerdote, según el orden de Melquisedec, ofreció a su Padre su propio Cuerpo y Sangre bajo las apariencias de pan y vino, e hizo a sus apóstoles sacerdotes del Nuevo Testamento para que renovasen este ofrecimiento hasta que El volviese (I Cor XI, 26). Las palabras con que los ordenó fueron éstas: "Haced esto en memoria de Mí" (Lucas XXII, 19; 1 Cor XI, 34). (Trento, sesión 12, capítulos 1-3, cáns 1-5.)

Yo no entiendo cómo puede ser la misa un sacrificio verdadero. ¿Cómo va a ser víctima Jesús, si ya está glorificado?
La Iglesia no ha definido aún en qué manera sea Jesús víctima en el sacrificio de la misa; los teólogos disputan sobre ello según sus escuelas y teorías. Unos, con Lugo y Franzelin, hacen a Jesús verdadera víctima, haciéndole cambiar de condición, por ejemplo, haciendo que Jesucristo mismo se ponga en tales condiciones, ya físicas, ya morales, que su estado sea inferior o sus actividades menos. Otros creen que el mero símbolo de inmolación, unido a la presencia real en el sacramento, es un sacrificio; ya porque recuerde la inmolación incruente del Calvario, como defiende Vázquez, ya porque esa inmolación presenta a Jesucristo en muerte aparente, como dice Billot. Otros, como Lessio y Billuart, defienden que la misa implica una muerte virtual de Cristo, ya que el poder de las palabras de la consagración es tal, que separaría la Sangre del Cuerpo de Jesucristo, si Este no estuviera ahora glorificado. Por fin, se ha excogitado modernamente una cuarta teoría que parece haber sido defendida por no pocos teólogos antes del Concilio de Trento. Su autor, el P. Mauricio de la Taille, S. J., la explica así: "La misa es un sacrificio, un verdadero sacrificio, en cuanto que, en virtud de una inmolación simbólica, es una oblación cierta y actual de una víctima verdadera, aunque no contiene una inmolación real de Jesucristo ejecutada actualmente por nosotros, sino sólo una inmolación simbólica, unida con aquel estado de víctima, celestial y perenne, que se debe a la única inmolación, real y cruenta consumada por Jesucristo en otro tiempo. La misa es un sacrificio porque es la oblación que hacemos de la Víctima en otro tiempo inmolada, lo mismo que la Cena fúe la oblación de la víctima que se había de inmolar."
San Pedro Canisio, el gran controversista de los días de la Contrarreforma, expuso así esta doctrina en su famoso catecismo: "El sacrificio de la misa, entendido como se debe, es a la vez una representación santa y viva, y una oblación incruenta, pero actual, de la Pasión del Señor y del sacrificio cruento que fue ofrecido por nosotros en la cruz."

¿Se nos dice algo de la misa en la Biblia? ¿Se decía misa en los primeros siglos del cristianismo? ¿No es más bien la misa producto de la doctrina medieval?
El último de los profetas, Malaquías, predijo la abolición de los sacrificios mosaicos y el establecimiento de un sacrificio nuevo que había de ser ofrecido en todo el mundo. Las palabras que usa el profeta—muctar, muggas, mincha—se leen más de trescientas veces en, el Antiguo Testamento, y siempre significan un sacrificio real; nunca significan un mero culto interno de alabanza o hacimiento de gracias.
Dice así el profeta: "El afecto mío no es hacia vosotros (sacerdotes—del Antiguo Testamento—) dice el Señor de los Ejércitos, ni aceptaré de vuestra mano ofrenda alguna. Porque de Levante a Poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se sacrifica y se ofrece al nombre mío una ofrenda pura; pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los Ejércitos" (Malaquías 1, X-11).
La Doctrina de los doce apóstoles (100) dice que la misa es el sacrificio predicho por Malaquías (capítulo 14), adelantándose así al Concilio de Trento nada menos que catorce siglos (Trento, sesión 22, capítulo 1).
Las palabras con que Cristo consagró el cáliz dan a entender bien el carácter sacrifical de la misa: "Este cáliz es la nueva alianza (sellada) con mi Sangre, que se derramará por vosotros" (Luc XXII, 20). "Esta es mi Sangre (que será el sello) del Nuevo Testamento. la cual será derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mat XXVI, 28). "Esta es la Sangre mía (el sello) del Nuevo Testamento, la cual será derramada por muchos" (Marc XIX, 24).
Por donde se ve que la sangre contenida en el cáliz es derramada por nosotros para nuestra salvación. Ahora bien: el derramamiento de sangre para remitir los pecados es un sacrificio real y verdadero.
Dice el Levítico: "Porque la vida del animal se sustenta can la sangre, y os la he dado Yo para que con ella satisfagáis sobre el altar por vuestras almas, y la sangre sirva de expiación por el alma" (Lev XVII, 11).
También las palabras de la consagración del pan prueban el carácter sacrificial de la misa; "Este es mi Cuerpo que es dado por vosotros" (Lucas XXII, 19); o "que es entregado por vosotros" (1 Cor XI, 24); las cuales palabras muestran bien a las claras que Jesucristo se ofreció a la muerte por nosotros.
Cuando el sacerdote consagra en la misa el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, ofrece a Dios la Víctima de la Pasión. "El sacrificio que ofrecemos—escribe San Ireneo—es la Pasión del Señor (Epís 63, 17). El sacerdote hace en la misa lo que Jesucristo hizo en la última Cena. "Haced esto en mi memoria" (1 Cor XI, 24). Así como Jesucristo se ofreció por nosotros a la muerte cuando consagró el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, así el sacerdote, al consagrar en la misa el pan y el vino, ofrece al Padre por nosotros la muerte de Jesucristo. La muerte de Jesucristo en misa es simbólica o mística, y tiene lugar cuando, en virtud de las palabras de la consagración, quedan separados el Cuerpo y la Sangre, y se ofrecen al Padre por nosotros, como Jesucristo los ofreció en el Calvario.
San Pablo, en su Carta a los corintios (1 Cor X, 16-21), presupone que los cristianos tenemos en nuestra religión un sacrificio muy superior a los sacrificios de los paganos y judíos. Un sacrificio en el que podemos participar del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Tomar parte en los sacrificios de los paganos es pecado grave de idolatría; mientras que en el banquete eucarístico nos unimos íntimamente con Jesucristo al recibir en la comunión su Cuerpo y su Sangre. Si, pues, la misa no fuese un sacrificio, esta contraposición de San Pablo no tendría significado alguno.
En la Doctrina de los doce apóstoles se hace mención del sacrificio eucarístico en esta forma: "Una vez que estéis reunidos todos, partid el pan y dad gracias, habiendo confesado antes vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro" (14).
San Justino, mártir (160), identifica la Eucaristía con la "oblación limpia" de que nos habla Malaquías, la cual frase sugería la idea de una oblación de trigo. Por eso, en otro pasaje, dice que la Eucaristía había sido prefigurada por la oferta de harina que, según la ley mosaica, debía ofrecer el leproso cuando era curado de la lepra. Luego termina refiriéndose a los "sacrificios que son ofrecidos a Dios en todas partes por nosotros los gentiles (por oposición a los judíos), es decir, el cuerpo y el cáliz de la Eucaristía" (Dial cum Tryph 41).
San Ireneo (140-202): "Sola la Iglesia ofrece al Creador esta oblación pura, ofreciéndole con hacimiento de gracias cosas de la Creación. No así los judíos; sus manos están manchadas con sangre, pues no han recibido al Verbo que nosotros ofrecemos a Dios" (Adv Haer 4, 18). Porque así como el pan que produce la tierra, cuando recibe la invocación de Dios (la consagración) deja de ser pan ordinario para ser la Eucaristía..., así nuestros cuerpos, cuando reciben la Eucaristía, dejan de ser corruptibles, y esperan resucitar para la vida eterna (Ibíd 4, 18, 5).
Tertuliano (160-220) dice que el sacrificio eucarístico es una representación del sacrificio del Calvario, y declara que en los misterios de Mithra el demonio imitó servilmente los sacramentos cristianos de la Confirmación, Bautismo y Eucaristía, "la oblación del pan" (De Praes 15). "Cuando recibes el Cuerpo del Señor, aseguras a la vez la participación en el sacrificio y el cumplimiento del deber" (De Oratione 19).
San Cipriano, en el siglo III, expuso la doctrina católica sobre la misa con la misma claridad con que la exponen los teólogos del siglo XX. Dice que la Eucaristía es un sacrificio completo y verdadero; que contiene una Víctima inmolada; que fue instituido por Jesucristo; que es una conmemoración de la Pasión del Señor, más aún, idéntico a la Pasión; que en él se ofrece la Sangre de Jesucristo; que es un símbolo de la comunión del pueblo con Cristo; que se ofrece por los vivos y por los difuntos.
Escribe así el santo: "Cristo fue el que fundó este sacrificio... ¿Qué sacerdote podrá compararse con Jesucristo, que ofreció a Dios Padre un sacrificio y, a semejanza de Melquisedec, ofreció pan y vino, es decir, su Cuerpo y su Sangre?... Porque si Jesucristo, nuestro Dios y Señor, es el Sumo Sacerdote de Dios Padre, y se ha ofrecido a Sí mismo al Padre en sacrificio, y dejó ordenado que hiciésemos esto en memoria suya, ciertamente, el sacerdote que imita a Jesucristo y hace lo que El hizo, ése es otro Cristo; y entonces ofrece a Dios Padre en la iglesia un sacrificio pleno cuando le ofrece siguiendo el modo y manera en que se ve que le ofreció Jesucristo... y ya que hacemos mención de la Pasión en todos los sacrificios (porque el sacrificio que ofrecemos es la Pasión del Señor), no debemos hacer más que lo que El hizo; pues dice la Escritura que cuantas veces comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que venga... No se ofreceria la Sangre del Señor si no hubiera vino en el cáliz... En el vino se hace patente la Sangre de Jesucristo... Cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, el pueblo se hace uno en Jesucristo" (Epíst 63). "Si alguno hace esto (es decir, si alguno hace a un sacerdote testamentario suyo), no se haga por él oferta alguna ni se ofrezca sacrificio alguno por el descanso de su alma" (Epíst 1, 2). "No se debe ofrecer la misa por los que han cometido un delito hasta que hayan hecho penitencia" (Epis 15, 2; 16, 2, 3).

¿No es la misa derogatoria del sacrificio de la cruz? ¿No fue suficiente el sacrificio que Jesús ofreció en la cruz?
Dice San Pablo: "Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado"; y "Somos santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo hecha una vez" (Hebr X, 14; X, 10).
El Concilio de Trento definió que la misa no es derogatoria del sacrificio de la cruz (sesión 21, can 4). La Iglesia católica ha enseñado siempre que el sacrificio de nuestra redención fue suficientísimo. El precio que Jesucristo pagó por nuestras culpas, a saber: su Sangre preciosa, es tal, que ya toda otra paga es imposible; la inmolación del Calvario fue suficiente, y toda otra repetición es inútil.
Pero "la inmolación es sólo un elemento del sacrificio, y por cierto no es el que debe ser hecho por el sacerdote o el que sacrifica. El elemento sacerdotal es la oblación. Según Santo Tomás, Jesucristo hizo la oblación de modo que pudiera ser repetida por nosotros. La inmolación tuvo lugar una vez, y ni puede ni debe ser repetida; pero la oblación puede serlo, y deberá repetirse todos los días conforme al mandato del Señor: "Haced esto en memoria mía." Ahora bien: como el sacrificio no está en la inmolación, sino en la oblación u oferta de lo que ya está o ha de ser matado, sigúese que nuestra celebración diaria (la misa) es también un sacrificio cotidiano." Así se expresa el P. De la Taille.

¿Cómo sabe usted que la misa saca las almas del purgatorio? ¿Pretende usted acaso saber los secretos de Dios?
El Concilio de Trento, después de recoger y examinar los escritos de los Santos Padres, más las liturgias antiguas, tanto orientales como occidentales, declaró que "la misa es un sacrificio propiciatorio por los vivos y por los difuntos, y que las almas del purgatorio son ayudadas por los sufragios de los fieles, especialmente por el aceptable sacrificio del altar" (sesiones 25; 6, can 30; 12, cap 2, can 3).
Ya a principios del siglo III escribía así Tertuliano: "Todos los años dedicamos un día a ofrecer oblaciones por los difuntos, como si celebrásemos su onomástica" (De Cor Mil 3). Y en otro lugar: "La viuda fiel hace oración por el alma de su difunto esposo, pidiendo para él primero refrigerio, y luego unión y compañía con ella después de resucitados; y con este objeto hace oblaciones el día del aniversario de su muerte" (De Monog 10).
San Agustín recuerda las palabras de su madre, Santa Mónica: "Entierra—le dijo su madre— este cuerpo en cualquier parte, y que no te preocupe su cuidado. Esto sólo te pido: que dondequiera que te halles, te acuerdes de mí ante el altar del Señor" (Conf 9, 27).

¿Qué oraciones dice el sacerdote en la misa?
Por vía de preparación para la misa, el sacerdote dice el salmo 42: "Júzgame, Señor", y luego dice el Confíteor, que equivale al "Yo pecador" del catecismo, y es una confesión humilde de los pecados para ofrecer así más dignamente el santo sacrificio.
En el siglo IV recitaban este salmo los convertidos cuando iban a recibir la Comunión por primera vez.
El Introito (la entrada), que en los principios era un salmo entero con una antífona, era recitado mientras el sacerdote se dirigía al altar en procesión solemne. Generalmente contiene las ideas o sentimientos que han de preponderar en la misa.
El Kyrie eleison es como un suspiro con que pedimos a Dios misericordia; la frase está tomada de las letanías antiguas que cantaban en las procesiones los cristianos primitivos.
El Gloria in excelsis es una de las oraciones católicas más antiguas, aunque no fue introducida en la misa hasta el siglo VII.
Vienen luego diversas oraciones: las Colectas, la Epístola, el Gradual, la Secuencia, el Tracto y el Evangelio.
San Justino, en el siglo II, menciona todas estas elecciones tomadas de los profetas, de las epístolas y de los Evangelios. Dice así: "El día del sol se juntan en un lugar todos los que viven en las ciudades y en el campo, y allí leen en voz alta las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas todo lo que el tiempo da de sí" (Apol 1, 65).
En las colectas u oraciones se hace alusión a la festividad del día, o se ruega en ellas por una necesidad, por ejemplo, paz entre naciones, lluvia, etc.
A la lectura del Evangelio seguía siempre un sermón, como suele hacerse hoy los domingos y días festivos. El Credo de Nicea fue introducido en la misa por los orientales el siglo VI; los latinos lo introdujeron en el siglo IX. El Ofertorio recibe el nombre de las ofertas de pan y vino que ofrecía el pueblo para el sacrificio; con frecuencia daban también aceite para las lámparas e incienso. En la oración del Ofertorio se presenta a Dios el pan y el vino pidiéndole que "esta hostia inmaculada" y "el cáliz de salvación", una vez consagrados, "nos sean de provecho para la vida eterna".
La parte esencial de la misa y la más solemne es el Canon, que empieza con el Prefacio y termina con el Pater noster. El centro, por así decir, del Canon, son las palabras de la consagración, y lo eran ya en el siglo II, como nos dice San Justino (Apol 1, 65).
No son menos antiguas las oraciones precedentes. El Prefacio, con el Sanctus, que se repite tres veces, puede verse citado por San Cirilo de Jerusalén (Cath 5). En el Te igitur se pide a Dios que acepte el sacrificio, y se ruega por el Papa, por el prelado y, en algunos países católicos, por el soberano y por todos los fieles. Luego se hace oración por los vivos, y en el Communicantes pedimos a Dios protección por intercesión de la Virgen y de los santos. En las liturgias orientales se ven escritos en tablillas los nombres de aquellos por quienes se quiere hacer oración especial. En la Anamnesis, u oración que sigue a la consagración, se conmemoran la Pasión, la Resurrección y la Ascensión de Jesucristo. Al fin de esta plegaria, que, según Duchesne, es en nuestra Iglesia lo que la Epiklesis es en la Iglesia griega, se pide a Dios que mande llevar este sacrificio a su altar sublime por manos de su ángel (Apoc 8, 3). Luego el sacerdote ruega por los difuntos "que reposan en el sueño de la paz". El Canon termina con el Pater noster, que insertó en este lugar el Papa Gregorio el Grande (Epíst 9, 12). Luego se parte la hostia a imitación de Jesucristo, que partió el pan en la última Cena, y el pedacito de hostia que se deja caer en el cáliz simboliza la unidad del sacramento. El agnus Dei fue introducido en la misa por el Papa Sergio (687-701); la oración que se dice al comulgar data del siglo IV. La bendición que da el sacerdote al fin de la misa ha venido dándose desde el siglo IV, y el Evangelio de San Juan sobre la Encarnación del Verbo se incorporó definitivamente a la misa en tiempo del Papa San Pío V (1566-1572).

¿Por qué se lleva dinero por decir misa? ¿No es esto imitar a Simón Mago? (Hech VIII, 18-24). ¿Por qué se exige una cantidad determinada de dinero para sacar un alma del purgatorio en la misa? Según eso, el rico, que puede dejar mucho dinero al sacerdote para misas, es más dichoso que el pobre, que no puede dejar tanto dinero para que le saquen del purgatorio.
Recibir dinero por decir misa no es simonía, por la sencilla razón de que ese dinero no se recibe como si fuera el valor de la misa. El sacerdote acepta ese dinero porque tiene que mantenerse. La simonía está severísimamente prohibida por la Iglesia. Entiéndese por simonía "una voluntad deliberada de comprar o vender algo intrínsecamente espiritual por una cosa temporal" (canon 727). La Iglesia permite a los sacerdotes recibir dinero por las misas (canon 824), y condenó a Wyclif por llamar esta costumbre simoníaca.
En los primeros siglos, los fieles ofrecían pan y vino en cada misa, y con frecuencia depositaban dinero en el altar para el sustento de los clérigos y para aliviar a los pobres. En los siglos VII y VIII se comenzó a dar limosna por cada misa, costumbre que en el siglo XII se convirtió en práctica universal.
La Iglesia prohibe a los sacerdotes recibir más de un estipendio cada día, excepto el día de Navidad, y no permite que se comercie con las misas (canon 827). Si un sacerdote recibe más misas que las que puede celebrar, está obligado a enviarlas a sacerdotes de parroquias pobres donde no se encargan tantas misas, y es muy laudable la costumbre de enviarlas a los misioneros de infieles para ayudarlos con los estipendios. Se demuestra por la Escritura que la Iglesia tiene derecho a exigir que los fieles contribuyan al sustento de los sacerdotes (Mat X, 10; Lucas X, 7; 1 Cor IX, 7, 14). Sin embargo, la costumbre de recibir estipendios por las misas consta sólo por la tradición, es decir, por la aprobación que dio la Iglesia a la costumbre que comenzó hace doce siglos. No es, pues, simonía ni algo que vaya contra la ley natural o contra la ley positiva divina, pues la Iglesia es la que interpreta oficialmente la revelación de Jesucristo sin equivocarse.
Los no católicos creen que quinientas misas, por ejemplo, tienen quinientas veces más eficacia que una misa sola. Esto es falso. El valor de la misa es infinito, porque el sacerdote del sacrificio eucarístico es Jesucristo; el sacerdote no es más que su legado. Pero aunque los méritos de cada misa son infinitos delante de Dios, sin embargo, su aplicación a los individuos en particular es finita y depende sólo de los planes de Dios. Sabemos, eso sí, que Dios escucha nuestras plegarias, pero no escudriñamos el modo y la forma en que Dios aplica el fruto de cada misa. La Iglesia hace oración en todas las misas por todos sus hijos vivos y difuntos; pero la aplicación de los infinitos méritos de Jesucristo no la sabe más que Dios. Con esto queda respondida la dificultad acerca del rico y del pobre. Cada uno debe dar limosna conforme a sus fuerzas. El rico que descuida dar limosna está en peor condición que el pobre que no la da, por aquello de que nadie da lo que no tiene.

¿Por qué se dice la misa en latín? La gente no entiende esa lengua. ¿No sería mejor decirla en la lengua de cada país, para que el pueblo sepa lo que se dice en el misal? San Pablo condenó implícitamente el uso de los católicos que dicen la misa en latín, cuando escribió: "Pero en la Iglesia prefiero hablar cinco palabras de modo que sea entendido e instruya también a los otros, que diez mil palabras en lengua extraña" (1 Cor 14, 19).
La misa no es un sermón, sino una acción sacrifical ejecutada por el sacerdote, que es el legado de Jesucristo. Por eso estuvo muy atinado aquel católico negro que, preguntado por qué se decía la misa en latín, respondió: "¿Acaso el Señor no sabe latín?"
Decimos, pues, que la lengua es en sí cosa accidental; por eso a ciertas Iglesias que están en comunión con la Iglesia católica se les permite decir la misa en otra lengua. Así, por ejemplo, los italogriegos del sur de Italia hace más de mil años que vienen diciendo la misa en griego, y los melquitas de Siria, Palestina y Egipto la dicen en árabe y en griego. Los orientales ortodoxos usan el rito bizantino en catorce lenguas diferentes, y sin embargo, la misa es la misma en todas ellas.
Hasta el siglo V, la lengua de la liturgia romana era el griego. A principios del siglo V, el griego fue sustituido por el latín. Tanto Roma como las naciones de Occidente recién convertidas por sus misioneros, retuvieron el latín en la misa, así para estrechar más el vínculo de la unidad, como para expresar la inmutabilidad del culto católico en una lengua que no está sujeta a los cambios de que son objeto las lenguas vernáculas. Sería curioso ver a los católicos de habla española asistir en el siglo XX a una misa escrita en el castellano que se hablaba en tiempo de Alfonso X, el Sabio.
Pero aparte de esto, la misa está siendo continuamente traducida a la lengua de cada país y puesta en manuales y libros de devoción para que los fieles lean en su propia lengua lo que el sacerdote lee en latín en el altar. Abundan los devocionarios en que puede verse explicada la misa con todos los detalles y pormenores, y esos devocionarios están al alcance de todos los fieles.
También se puede oír misa con provecho meditando, por ejemplo, en la Pasión del Señor, o rezando preces en honor de Nuestra Señora y de los santos en unión con Jesucristo, o simplemente leyendo en un libro espiritual. En el texto citado en la pregunta, San Pablo no alude a la misa, sino al don de lenguas (Marc 16, 17), es decir, a los cristianos que hablaban lenguas extrañas que nunca habían aprendido. Menciona el apóstol la necesidad de pedir el don de saber interpretar, pues, de lo contrario, el don de lenguas es inútil y se asemejaría a instrumentos músicos que produjesen ruido en vez de halagar con melodías (16, 7). Pero no condena el don en sí; al contrario, se alegra de poseerlo él mismo (14, 39).

¿Por qué dicen los sacerdotes la misa con vestidos tan extraños? ¿A qué viene esa diversidad de colores? ¿Cómo se llaman las prendas o piezas que llevan los obispos y los sacerdotes? ¿Son, acaso, imitación de los vestidos judíos? ¿Tienen un significado místico?
Las vestiduras con que dice misa el sacerdote son, si se exceptúa el amito, una copia fiel de las que usaba en Roma la gente en el siglo II. Se echa de menos la toga; pero esto se debe a que los cristianos—que de ordinario no solían ser ciudadanos romanos—ni podían llevarla, ni de hecho la llevaban.
Los liturgistas medievales, especialmente desde el siglo IX en adelante, empezaron a dar significados místicos y simbólicos a estas vestiduras, diciendo que simbolizaban las virtudes sacerdotales, la Encarnación, los instrumentos de la Pasión y las armas con que se debe armar el sacerdote para luchar las batallas del Señor. Pero, repetimos, al principio no eran mirados esos vestidos como símbolos, sino que eran las prendas de vestir que se llevaban en Roma, y que la Iglesia, siempre conservadora, guardó y generalizó para sustraerse así a la rapidez con que cambian las modas en lo tocante a vestidos. Hasta prueban esas vestiduras la continuidad ininterrumpida de la Iglesia católica a través de los siglos. Esas vestiduras son las siguientes:
El amito, que data del siglo IX, es una pieza oblonga de lino, bordada a veces en el borde superior, que se coloca sobre los hombros. Según unos, al principio era una como capucha con que el sacerdote cubría la cabeza y las orejas en los días crudos de invierno, y, según otros, era una especie de bufanda con que se cubría el cuello y parte inferior de la boca.
El alba es aquella túnica larga y blanca que llevaban los romanos debajo de los demás vestidos. La sobrepelliz del sacerdote y el roquete del obispo no son más que un alba abreviada.
El cíngulo es un cordón o cinta de seda o de lino con una borla a cada extremo. En Roma se tenía por afeminado al que iba por la calle con la túnica suelta.
El manípulo era en su origen un pañuelo blanco de lino que se llevaba en la mano izquierda o en el brazo izquierdo y se usaba para tocar los vasos sagrados. Más tarde se vino a usar como mero ornamento, y se hacía de seda de varios colores y con bordados.
La estola es aquella faja que llevaban los oficiales romanos y los magistrados cuando estaban de servicio. Hoy la lleva el sacerdote cuando administra los sacramentos, en señal de autoridad.
La casulla, la pénula de que nos habla San Pablo (2 Tim IV, 13), era un impermeable con capucha que llevaban los legionarios romanos, como puede verse aún en las columnas de Trajano en Roma. Ha sufrido tales mudanzas, especialmente en el siglo XV, que hoy ya es otra cosa totalmente distinta.
La capa pluvial que llevan los sacerdotes en las procesiones, en las Vísperas y en la bendición, no es más que una casulla partida de arriba abajo y sujeta al pecho con un broche.
La dalmática de los diáconos era una túnica exterior introducida en Roma en tiempo de Diocleciano (284-305) e importada de Dalmacia.
Las prendas de vestir distintivas del obispo son el roquete, la capa magna, las sandalias o cáligas, los calcetines de seda, los guantes, la mitra y el palio que llevan los arzobispos.
El báculo es símbolo de autoridad y jurisdicción; el anillo simboliza los desposorios del obispo con la Iglesia, y la mitra, toca alta y apuntada, corresponde al bonete de los clérigos y a la tiara del Papa. El pectoral es un ornamento moderno, pues sólo data del siglo XVII. El palio es aquel capote que llevaban los pobres en Roma y los que no eran ciudadanos romanos (Tertuliano, De Pallio). Era una prenda de lino ancha que caía sobre el hombro izquierdo, daba la vuelta al cuerpo y se recogía sobre el brazo izquierdo. Los canónigos del Cabildo de San Juan de Letrán, ofrecen todos los años dos corderos el día de Santa Inés a manera de contribución, y con la lana de esos corderos se fabrica parte de esos palios. El Papa lo lleva en señal de su oficio pastoral supremo, y los arzobispos lo llevan en prueba de que participan del poder plenario del Papa.
La tiara del Papa, mitra alta y convexa, no es ornamento litúrgico. El Papa la lleva sólo en las procesiones y en actos solemnes de jurisdicción, como, por ejemplo, en las definiciones dogmáticas.
En el reinado de los Papas Bonifacio VIII (1294-1310) y Benedicto XII (1334-1342) se la ciñó con dos y tres coronas, respectivamente. Era usada en la corte bizantina y la introdujeron los Papas del siglo VIII.
El ritual romano usa seis colores en las vestiduras sagradas: blanco, para la pureza e inocencia; rojo, para el martirio; rosado, para expresar el gozo; verde, para la inocencia; púrpura, para la penitencia, y negro, que representa el llanto.

BIBLIOGRAFIA
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