Hijo mío, como el cuerpo, el alma debe nutrirse para vivir; pues de otro modo, así como un cuerpo se agota por el hambre, así se apaga la llama vital del alma. Así es la lámpara cuando le falte el aceite.
El alimento de tu cuerpo es triturado por el molino, el trigo se convierte en pan: el alimento de tu alma es el pan convertido en el cuerpo de Cristo inmolado en la Cruz.
Oh hijo mío, ahí está Cristo todo entero, y si no comes su carne, como está escrito, y si no bebes su Sangre, quienquiera que seas y lo que hagas, ya seas un ángel por tu pureza, un santo por tu caridad, un apóstol por tu celo, no tendrás la vida en ti.
Jesús desciende hasta nosotros, pan viviente, tesoro de gracias, no negándose a nadie, haciéndose pequeño para los pequeños y humilde para los humildes.
El banquete divino siempre está abierto para los hijos de Dios, y cada uno puede sentarse allí con tal de que esté revestido de la ropa nupcial, es decir, de la caridad y de la pureza.
Sin duda el recuerdo de tus pecados se te presente para humillarte; pero que no te detengan, ya que los has llorado. ¿Y no será para ti que el Señor ha dicho estas dulces palabras: "Venid a mí todos los que penáis y estáis abatidos, que yo os oliviaré?"
¡Ve, pues, a recibir a tu Salvador en su sublime misterio de humillación y de amor!
Ya que la Iglesia te lo ordena, es para ti un estricto deber comulgar una vez al año, en la Pascua; pero la Iglesia que desea tu bien, tú lo sabes, anhela con gran ardor que comulgues más de una vez.
Conserva pura tu alma; si tu alma está manchada, purifícala en las aguas lústrales de la penitencia; pero acércate lo más frecuentemente posible a la sagrada Mesa. Para ti, sobre todo, joven, te digo en verdad: allí está la salvación.
Sin comunión relativamente frecuente, no hay virtud posible, sobre todo virtud durable, y el joven cae en el mal como el viajero hambriento en el polvo y en el tango del camino.
Sin hablar de las alegrías sobrenaturales que acompañan casi siempre las comuniones bien preparadas y bien hechas, sólo allí encontrarás la victoria, y en el deseo del bien, el esfuerzo para cumplirlo.
"Este adorable Sacramento es la salvación del alma y del cuerpo, el remedio de toda flaqueza espiritual. Cura los vicios, reprime las pasiones, disipa las tentaciones o las debilita, aumenta la gracia, acrecienta la virtud, reafirma la fe, fortifica la esperanza, inflama y dilata el amor". (Imit. IV. 4).
Allí está el verdadero pan de vida, allí está el verdadero vino que engendra vírgenes. allí la verdadera agua que mana hasta llegar a la vida eterna!
El alimento de tu cuerpo es triturado por el molino, el trigo se convierte en pan: el alimento de tu alma es el pan convertido en el cuerpo de Cristo inmolado en la Cruz.
Oh hijo mío, ahí está Cristo todo entero, y si no comes su carne, como está escrito, y si no bebes su Sangre, quienquiera que seas y lo que hagas, ya seas un ángel por tu pureza, un santo por tu caridad, un apóstol por tu celo, no tendrás la vida en ti.
Jesús desciende hasta nosotros, pan viviente, tesoro de gracias, no negándose a nadie, haciéndose pequeño para los pequeños y humilde para los humildes.
El banquete divino siempre está abierto para los hijos de Dios, y cada uno puede sentarse allí con tal de que esté revestido de la ropa nupcial, es decir, de la caridad y de la pureza.
Sin duda el recuerdo de tus pecados se te presente para humillarte; pero que no te detengan, ya que los has llorado. ¿Y no será para ti que el Señor ha dicho estas dulces palabras: "Venid a mí todos los que penáis y estáis abatidos, que yo os oliviaré?"
¡Ve, pues, a recibir a tu Salvador en su sublime misterio de humillación y de amor!
Ya que la Iglesia te lo ordena, es para ti un estricto deber comulgar una vez al año, en la Pascua; pero la Iglesia que desea tu bien, tú lo sabes, anhela con gran ardor que comulgues más de una vez.
Conserva pura tu alma; si tu alma está manchada, purifícala en las aguas lústrales de la penitencia; pero acércate lo más frecuentemente posible a la sagrada Mesa. Para ti, sobre todo, joven, te digo en verdad: allí está la salvación.
Sin comunión relativamente frecuente, no hay virtud posible, sobre todo virtud durable, y el joven cae en el mal como el viajero hambriento en el polvo y en el tango del camino.
Sin hablar de las alegrías sobrenaturales que acompañan casi siempre las comuniones bien preparadas y bien hechas, sólo allí encontrarás la victoria, y en el deseo del bien, el esfuerzo para cumplirlo.
"Este adorable Sacramento es la salvación del alma y del cuerpo, el remedio de toda flaqueza espiritual. Cura los vicios, reprime las pasiones, disipa las tentaciones o las debilita, aumenta la gracia, acrecienta la virtud, reafirma la fe, fortifica la esperanza, inflama y dilata el amor". (Imit. IV. 4).
Allí está el verdadero pan de vida, allí está el verdadero vino que engendra vírgenes. allí la verdadera agua que mana hasta llegar a la vida eterna!
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