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domingo, 3 de marzo de 2013

¿PODIA JESUS SUFRIR EN LA CRUZ?

CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE 
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¿PODIA JESUS SUFRIR EN LA CRUZ?

     La Teología católica enseña que Jesús, en cuanto Hombre-Dios, gozaba permanentemente de la visión beatífica, esto es, estaba sumergido desde que nació en el gozo sin fin de la contemplación directa de Dios. ¿Cómo podía, por consiguiente, sufrir en la cruz? Cualquiera que fuese, en realidad, el desgarramiento de aquellas llagas, debía borrarlo y superarlo la intensidad del gozo beatífico. Tampoco los santos, arrebatados en éxtasis de amor, sentían ya los sufrimientos corporales (Santa Bernardita, por ejemplo, cuando hablaba con la Inmaculada que se le aparecía en Lourdes, no sentía un cirio que le quemaba una mano). ¡Figurémonos a Jesús! (D. G.— Milán.)

     Agradezco al ilustre comunicante me ofrezca ocasión de tocar este delicado punto de Cristología. No tiene que ver sólo con la pasión de Jesús propiamente dicha, sino con toda la vida del divino Redentor, marcada desde que nació con la cruz, a la que conscientemente se encaminaba. La visión beatifica que tuvo, ciertamente, de un modo continuo —por la inefable unión hipostática de la doble naturaleza humana y divina— ¿le habría, pues, suprimido todo dolor?      La base de la explicación con que se puede notablemente aclarar el enigma —que no debe sorprender por tener sus raíces en el infinito misterio del Hombre-Dios— se halla en las especiales características de la visión y del gozo beatífico que se dan por encima de la esfera humana, tanto de la sensibilidad como de la racionalidad. La visión beatífica no tiene lugar realmente con un acto corriente intelectivo, diferente de los demás sólo por la sublimidad de su objeto —Dios—, sino con un acto específicamente diverso. En la visión ordinaria, la inteligencia se eleva a la idea mediante las imágenes por medio de las cuales continúa resonando emotivamente con la esfera sensible de la persona humana. En la visión beatífica, en cambio, elevada por la «luz de gloria», capta a Dios inmediatamente en sí, quedando del todo por encima de la esfera emotiva sensible, y en la misma esfera superior queda el correspondiente acto de amor.
     Resulta de ello que la visión y el gozo beatífico, aun inundando el alma de Jesús, quedaban en un orden diverso del terrenal de sus dolores físicos y morales que también la inundaban, y podían, por tanto, coexistir, junto con ellos.
     Se objeta que el alma divina de Jesús era también, sin embargo, una y, por tanto, el intenso gozo debia neutralizar y borrar también su grandísimo sufrimiento: como un gran dulzor cancela lo amargo y un gran calor deshace el hielo. Todo esto sería exactísimo si se tratase de la misma esfera de actividad espiritual, pero no tratándose de estos dos órdenes distintos.
     Y sería ingenuo sacar objeciones de nuestras experiencias humanas, que se dan todas en la sola esfera sensible o unida a la sensible. Ciertamente, si el corazón, por asi decir, se dilata de gozo no puede al mismo tiempo encogerse de tristeza; si la atención está grandemente absorbida por una idea, podrá casi olvidarse un dolor físico, pero son compensaciones debidas a la unidad de la esfera u orden de actividad. Esta unidad continúa también fundamentalmente en el éxtasis, visiones, etcétera, como la de Bernardita, y explica por qué la absorción de la mente se correspondía con el adormecimiento de la sensibilidad corpórea. 
     En cambio, nada de esto hay en la elevación intelectiva y amorosa propiamente beatífica.
     Sin embargo, algún ejemplo útil de coexistencia de sentimientos opuestos nos lo puede dar por analogía la misma experiencia corriente de las almas generosas y de los santos. Tenemos la madre que goza con sufrir para salvar al hijo, el alma penitente que dice a Jesús: gozo en padecer. Padecían y gozaban verdaderamente, pero bajo aspectos y, como si dijéramos, en planos diversos del alma. Ahora bien: es verdad que en esos casos si uno de los sentimientos hubiese adquirido grandísima intensidad, habría podido ahogar al otro, pero esto sólo en la esfera sensible, no en la puramente espiritual. Y la visión beatífica es independiente de la resonancia sensible y toda ella está equilibrada en una pura e inaudita cumbre del espíritu.
     Pero la visión beatífica, ¿no es por definición la ausencia de todo dolor?
     Certísimo. Nótese, sin embargo, que Jesús, antes de la resurrección, era a la vez «bienaventurado comprensor» y «pasible viador»; era «comprensor» en cuanto al alma, y «viador» en cuanto al cuerpo; tenia la esencia de la bienaventuranza por la visión beatífica, pero no su consumación en su humanidad, pasible aún. Es verdad además que la bienaventuranza consumada implica asimismo el gozo de la sensibilidad humana y corporal, como por un rebosar del gozo espiritual sobre la esfera sensible. Pero es un rebosar que no ha de entenderse como necesario reflejo físico del gozo del alma —que, en cambio, puede subsistir por sí, por la distinción de las dos esferas de actividad, como he explicado—, sino como premio conveniente del ser humano, formado de alma y cuerpo (
En estricto rigor filosófico compuesto de forma substancial y materia prima. Nota del traductor).
     Y Jesús tuvo ese premio sólo después de la resurrección.
     ¿Se habrá atenuado, al menos, un poco el dolor de la pasión?
     En absoluto, no. Más bien aumentado. Si hubiese habido una influencia atenuante se habría tratado de la misma esfera de sentimientos, lo cual en Jesús no se daba, y en lugar de atenuación hubiese habido cancelación.
     En cambio, continuando los dos órdenes diversos, la visión beatífica no hacía sino mostrar perfectamente a la sagrada humanidad de Jesús lo valioso de la voluntad divina, de las almas y de la Redención y hacerle que abrazase, por tanto, con ímpetu tanto más generoso la terrorífica y salvadora cruz.
     Tambien los santos, por el gozo del amor divino, han sido impulsados hacia la cruz. Y Jesús, del gozo sin límites del amor beatifico, sacó el anhelo más pujante de inmolarse. "Con un bautismo tengo de ser Yo bautizado; ¡Oh, y como traigo en prensa el corazón, mientras que no lo veo cumplido!" (Lucas XII, 50).

Bibliografia
L. Billot: De Verbo Incarnato, Roma, 1927, págs. 279 y sigs..
P. Parente: L'io di Cristo, Brescia, 1951, págs. 233 y sigs.; Il dolore dell'Uomo-Dio, "Il'Simbolo", Asís, 1951, VIII, págs. 43 y sigs.

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