Vistas de página en total

sábado, 10 de noviembre de 2012

¡APOSTATA! (5)

POR EL Pbro. Dr. JOAQUIN SAENZ Y ARRIAGA
LA APOSTASIA DEL JESUITA
JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971
(pag. 66-74)

SI LA PROPIEDAD ES UN ROBO, 
EL REGIMEN DEL SALARIO 
ES ILICITO.

     Partiendo de la afirmación comunista de que toda propiedad es un robo, fruto de la opresión o del despojo, que José Porfirio Miranda y de la Parra quiso demos tramos interpretando a su modo la Sagrada Escritura y los textos de los Santos Padres, la ilicitud del régimen de salariado, (como llama el jesuíta al "sistema social, en el cual unos hombres son dueños del capital y de los medios de producción, mientras otros no aportan a la producción más que su propio trabajo"), salta a la vista para nuestro filósofo. "Si ya esos capitalistas, que colocan a un hombre, como propietario, frente a otro, que es mero proletario, son producto de la violencia y del despojo, que los antepasados del primero cometieron sobre los antepasados del segundo, toda la cuestión neoescolástica sobre si el contrato salarial es en sí intrínsecamente malo o no, es una cuestión que llega tarde. Lógica y esencialmente hablando puede ser inobjetable; pero no es inobjetable su presupuesto: que sus capitales fueron legítimamente adquiridos".
     Es curioso que nuestro filósofo no caiga en la cuenta de que su argumento nimis probat, ergo nihil probat,  prueba demasiado, luego nada prueba. Para negar José Porfirio la licitud del contrato de trabajo, dice que la propiedad, toda propiedad, es fruto del despojo, de la opresión o de la iniquidad de las leyes divinas y humanas, que patrocinaron el sistema. Supongamos ahora nosotros —que es mucho suponer— que la propiedad privada fuese eliminada totalmente, por el establecimiento del comunismo más auténtico, ¿quién hace entonces el contrato con los obreros? ¿El Estado? Entonces podemos, con igual razón, decir que el Estado o, mejor dicho, los que detentan el poder, son también incapaces de hacer estos contratos, porque no son dueños de las empresas y porque, al hacerlo contradicen los mismos postulados que los llevaron al poder. Podemos también decir que esas empresas oficiales son fruto del robo y de la opresión, ya que el comunismo sólo se impone por la violencia, el crimen, el terrorismo, los secuestros, y solamente se mantiene por la más inicua y espantosa tiranía. ¿Acaso no podíamos aplicar, con mayor razón, la feroz crítica, que Miranda y de la Parra hace contra el régimen salariado, al régimen que él pretende defender e imponernos? "Nunca había existido un sistema sociocultural, cuyo refinado poder constrictivo atenazara al hombre, en estratos tan hondos de la psique, como el sistema capitalista". Nunca, es verdad; hasta que apareció el marxismo. El sistema capitalista, dice el jesuíta, "no sólo le hace creer al hombre que es libre, sino además hace que erija en ideal de su vida el insertarse en el sistema y ayudarle a funcionar". ¡Dulce ilusión, que de tal modo desfigura la triste realidad, que la hace apetecible, digna de apoyo, digna de insertarnos en ella! Pero, en el comunismo marxista, ni siquiera ese sedante, ese narcótico es posible: el hombre es esclavo, se siente esclavo y no tiene ni el derecho de protestar. ¡Peligra su vida! Aunque, en esas condiciones, tal vez sea preferible la muerte.
     Ni Pío XII escapa a la crítica mordaz de este impúdico jesuíta. "La negación, que Pío XII hizo, del derecho natural de participación obrera en las ganancias, en la gestión y en la propiedad, apela a la naturaleza del contrato salarial y a la naturaleza de la empresa, que no es de derecho público, sino de derecho privado. Pero evidentemente está suponiendo que los proletarios acceden libremente al contrato salarial y que la propiedad privada del capital y medios de producción, en que consiste la empresa, fue adquirida legítimamente". Estas son las pruebas, sin prueba alguna, que el prodigioso Miranda y de la Parra supone para condenar el régimen salariado: Ningún capital de la empresa es legítimo; todos son fruto del robo. Los obreros nunca son libres para celebrar su contrato de trabajo.
     Sobre su primera afirmación, además de los argumentos ya antes expuestos, me parece que podríamos también argumentar ad hominem: ¿Cómo tiene la Compañía de Jesús esa Universidad Iberoamericana, tan suntuosa, tan rica; cómo posee esos colegios ostentosos; cómo cobra, contra lo que dicen sus Constituciones, esas elevadas mensualidades a sus alumnos? Porque San Ignacio, si mal no recuerdo, dice: "Todos se acuerden de dar gratis lo que gratis recibieron, no demandando, ni aceptando estipendio alguno...". Pero, los jesuítas de la "nueva ola" son celosísimos, no de la mayor gloria de Dios, sino de las pingües ganancias, que su apostolado negocio les concede. Si un alumno no paga su colegiatura, no tiene derecho a examen; algunas veces es impedido de asistir a sus clases, hasta que liquide lo que debe. Esta es para José Porfirio y para sus camaradas la mayor gloria de Dios y el apostolado de la "justicia social", que les da automóvil personal, renta de apartamentos, dinero para ir al cine y a los centros nocturnos de diversión. José Porfirio, fiel a su vocación religiosa, a su voto de pobreza y a su espíritu ignaciano, tiene buen cuidado de estampar en su libro: "Derechos reservados por el autor".
     En cuanto a la segunda prueba o afirmación, que nos da Miranda y de la Parra, para rechazar, como intrínsecamente malo el régimen de salariado, como él lo denomina, también creo que podemos refutarla arguyendo ad hominem: ¿Por ventura no tiene la Santa Compañía, en sus Colegios de paja, innumerables profesores, asalariados y aún gratuitos, que son los que llevan el pondus diei et aestus, el peso del día y del calor? Yo conocí un colegio de primaria, que se decía de jesuítas, en el que todas las profesoras eran gentiles señoritas, vestidas y pintadas a la moda, dirigidas por el P. Rector, que colectaba las colegiaturas y pagaba —las mujeres se contentan con poco— los salarios exiguos, que daban amplia ganancia a los Reverendos, para tener dos camionetas flamantes, pagar a la Provincia sus mensualidades y poder pasar alegres vocaciones en los mejores hoteles de los puertos.
     Yo no entiendo a estos apóstoles de la justicia social, que, aunque ahora se disfracen de obreros, saben administrar sus cuantiosos bienes; ahorrar cuanto pueden con sus sirvientes y vivir como grandes señores. José Porfirio escribe: "En el sistema teológico-filosófico de Occidente... el problema social es nuevo". Fue necesario, pienso yo, que el Vaticano II diese amplia libertad de conciencia a los modernos "apóstoles de la justicia social", como los jesuítas de la "nueva ola", para que la Iglesia despertase de su letargo, diese el viraje hacia el comunismo y comprendiese, al fin, sus errores pasados, y que las enseñanzas de la Biblia coinciden con las de Karl Marx, no porque la Biblia haya inspirado a Marx, sino porque Marx vio más allá de las enseñanzas de la Biblia.
     "Derivada de Platón y de Aristóteles —no de Cristo, ni de su Evangelio, que fueron letra muerta, durante dos mil años— la cultura occidental —cuyo epicentro generador fue y sigue siendo la teología-filosofía cristiana— resultó inevitablemente aristocrática, privilegiada, incapaz de percibir la realidad más masiva e hiriente y urgente de nuestra historia. Su humanismo fue y es humanismo de pensamiento". Hay en estas palabras de José Porfirio tantas vaguedades, tantas inexactitudes, tantas falsedades, que nos dan la impresión de que el deslenguado jesuíta quiso hacer una repugnante caricatura, no sólo de nuestra decantada civilización occidental, sino del mismo cristianismo, en cuyo seno nació y se desarrolló. La cultura occidental, a la que se refiere Miranda y de la Parra, no se deriva de Platón y Aristóteles, aunque haya encontrado en su filosofía una forma de expresión de las verdades reveladas. La cultura occidental se deriva del cristianismo, del Evangelio eterno, de las enseñanzas inmutables del Divino Maestro, que dio a nuestra vida un sentido y una orientación trascendente y eterna. EL EPICENTRO generador de esa cultura no fue la teología-filosofía cristiana, sino el mensaje evangélico, que, a la luz de la divina revelación, pudo ser sistematizado en la filosofía perenne y en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
     Es muy fácil acusar ahora a esa cultura occidental de ser "aristocrática, privilegiada, incapaz de percibir la realidad más masiva, e hiriente, y urgente de nuestra historia"; pero francamente creo que, de ser ciertas esas acusaciones, son los jesuítas —la aristocracia de la Iglesia— los menos indicados, para condenar una obra, de la cual son ellos los principales artífices y los beneficiados más insignes.
     La historia de la Iglesia —toda, entera— es una viviente refutación de esas demagógicas acusaciones del indigno sacerdote, que no se tienta el corazón, para injuriar a la Iglesia nuestra Madre. Pero, José Porfirio ya no es católico; él mismo lo confiesa: "Cuando, por fin, después de resistencias y endurecimientos milenarios, esa cultura accedió condescendientemente a percatarse de que el problema social existe, tenía fatalmente que asignarle lugar de escolio, de excurso, de cuestión colateral complementaria, pasablemente marginal en el sistema. El sistema cultural (cristiano) de Occidente se había estructurado de todo a todo, priscindiendo del problema social; éste no le había hecho la menor falta para redondearse monolítico y sin grietas. Le es imposible ahora encararlo en su verdadera dimensión, sin desestructurarse sí mismo por completo. QUIEN CREA QUE ES POSIBLE UN CAMBIO TOTAL DE ACTITUD SIN CAMBIO TOTAL DE SISTEMA MENTAL, NO SABE LO QUE ES UN SISTEMA MENTAL".
     Ahora comprendo la insistencia con que el progresismo nos exige "un cambio total de mentalidad", para realizar el programa y tener el espíritu del Vaticano II. Ahora me doy cuenta del por qué de esa "autodemolición" del cristianismo, de la que Paulo VI se quejaba, en uno de los momentos de sinceridad, que de vez en cuando tiene. El cristianismo, o mejor dicho, el catolicismo, monolítico y sin grietas, obstinado en su oscurantismo, tiene ahora que encarar el verdadero, el máximo problema de la vida, que no es la salvación del alma, ni la gloria de Dios, sino el humanismo integral, el problema central de la justicia social, sin la cual, nuestra filosofía y nuestra teología católica estaban sepultadas en las más densas tinieblas. La Iglesia llega tarde; sus reformas espectaculares no pueden exonerarla de la tremenda responsabilidad de haber tenido engañada y esclavizada a la humanidad por dos mil años. La única lógica solución a este problema, que Miranda y de la Parra nos plantea es "un cambio de fe". 

EL DIOS DE LA BIBLIA.

     Y así lo comprende Miranda y de la Parra, ya que empieza su siguiente capítulo, con otra novedad, que su ingenio portentoso ha descubierto: "el Dios de la Biblia no es el Dios de los católicos". Algo semejante a lo que dijo el apóstata Roca: "El Cristo del Vaticano no es mi Cristo".
     Desde luego, al hacer esta distinción fundamental, advierte el irresponsable jesuíta, que no pretende él defender que el dios de la Biblia fuese el dios de Carlos Marx. No. Marx no tiene Dios; Marx es ateo. "Comenzar con esto tiene además la ventaja —escribe José Porfirio— de eliminar de una vez por todas la impresión de que este libro busque hacer coincidir a la Biblia con Marx. Aquí no encontrará el lector ni un libro más sobre el tema "DIOS HA MUERTO' o sobre la asedereada 'secularización', ni un enésimo intento de 'recuperar' a los ateos, haciéndoles ver que, aun cuando de palabra nieguen a Dios, en el fondo lo admiten. De apologética hemos tenido en los últimos siglos más de lo que hacía falta, y el ateo tiene, en mi opinión, derecho de que lo dejen ser ateo en paz, sin que le estén, una y otra vez, interpretando su actitud como teísmo de contrabando. Ni reduzco la Biblia a Marx, ni Marx a la Biblia; ya estuvo bueno de concordismos; precisamente asentamos, como punto fundamental, que la coincidencia (entre Marx y la Biblia) no existe (en admitir la existencia de Dios)". Como tampoco, añadiría yo, existe coincidencia entre la Biblia y el pensamiento de José Porfirio, que rechaza, como absurda, la existencia de un Dios Creador de todo cuanto existe. En este punto el jesuíta está más cerca de Marx que de la Biblia. Por eso ya que no pudo disfrazar el pensamiento ateo e irreligioso de Karl Marx, quiere ahora demostrarnos que el Dios de la Biblia no es nuestro Dios.
     "Algún día, escribe el apóstata jesuíta, habría que romper, por fin, con la creencia comunísima de que interpretar la Biblia es cuestión del ingenio del intérprete, puesto que la Escritura tiene diversos 'sentidos" y cada quien adopta el que más le 'mueva' o mejor le acomode. Tal creencia ha sido divulgada por los conservadores, para evitar que la Biblia revele su propio mensaje subversivo".
     Sólo teniendo en cuenta la apostasía formal y solemne, que ya antes denuncié, puedo explicarme la intolerable desvergüenza y soberbia desmedida, con que José Porfirio Miranda y de la Parra se expresa, estudia y trata la Sagrada Biblia, que contiene la palabra de Dios. Ningún católico ha pensado jamás que interpretar la Biblia sea cuestión de ingenio; ni que la hermenéutica de sus textos esté al criterio o al gusto personal. Sólo la Iglesia, su Magisterio, puede darnos el verdadero sentido de la palabra escrita, como ya se lo demostramos al jesuita, citando los textos del Tridentino y del Vaticano I. Jamás los exégetas 'conservadores', como despectivamente los llama José Porfirio, han insinuado semejante aberrarración. Porque, aunque es verdad que reconocen que puede haber un sentido literal y otro metafórico y otro acomodaticio, ya que la palabra de Dios es rica y profunda sobre toda ponderación, esto no significa que la interpretación de los textos bíblicos esté al capricho o conveniencia de los exégetas.
     "Sin el recurso de esa divulgada creencia (sobre los distintos sentidos que se pueden dar a los textos sagrados), ¿cómo habría podido Occidente (cristiano, católico), civilización de la injusticia, seguir diciendo que la Biblia es un libro sagrado?" José Porfirio, vuelvo contra tí el mismo argumento, pero con fuerza más arrolladora. Sin esa petulancia con qué tomas en tus manos los Libros Sagrados, para darles el sentido que mejor encaje en tu concepción marxista, no habrías podido escribir tanta insensatez, con tanto daño para las almas. Pero, como dices, "una vez asentada la posibilidad de diversos "sentidos" —por supuesto arbitrarios— tan aceptables los unos como los otros, la Escritura" ya no podría condenar tus desvarios, pues si alguno de esos 'sentidos' (tan aceptables los unos como los otros) te condena, nada te obliga a tomarlo en serio, ya que cada quien asume legítimamente el que mejor cuadre con su estado de ánimo y complexión". Estamos, pues, en plena libre interpretación de la Biblia, en plena postura protestante; y puede ser, que tu postura sea más avanzada que la de los protestantes, ya que ellos reconocen que la Biblia es la palabra de Dios, aunque la interpreten subjetivamente; pero para tí la Biblia no es más que un instrumento de trabajo, un medio para destruir el catolicismo y sustituirlo por el marxismo redentor.
     Divide en cuatro partes su exégetico trabajo el jesuita, para hacernos llegar a esta conclusión: así como el sentido que la palabra "propiedad", según la Biblia, no es el sentido que se suele dar, ni el que le dan los documentos pontificios, así tampoco el Dios de la Biblia es nuestro Dios:
Sección: La prohibición de imágenes de Yavé.
2° Sección: Conocer a Yavé.
3° Sección: El por qué del anticulto.
4° Conocimiento y praxis.

No hay comentarios: