¡Oh guerrero victorioso! para tí no son las flores
ni la estrofa engalanada, ni el cantar de los amores;
para tí, silbar de balas y rugidos de cañón;
para tí, silbar de balas y rugidos de cañón;
para tí, los cantos roncos de los bélicos tambores,
y el vibrar de los clarines saludando al vencedor!
Hace mucho que peleas, tremolando una bandera
cuyo escudo es una fragua, cuyo escudo es una hoguera,
cuyo escudo es... Una imagen del Sagrado Corazón!
Y, peleando como un héroe, has vencido dondequiera:
cuántas frentes se inclinaron ante el Cristo Redentor!
Tras el carro de tus triunfos nos ataste prisioneros....
Ahora somos el ejército de tus débiles guerreros
que sabrán morir contigo, si no saben pelear;
cuando clamen a la lucha los clarines vocingleros
formaremos tu vanguardia, oh valiente Capitán!
Y por eso, en éste día, al venir a saludarte,
nuestra ofrenda no es de flores, ni venimos a cantarte;
nuestra ofrenda es más sagrada: te venimos a jurar
que contigo lucharemos y que, al pie de tu estandarte
o la muerte, o la victoria, tus soldados ganarán!
¡Sí! Que vibren los clarines, y que bramen los cañones,
y que crujan los aceros, y que piafen los bridones;
que no calle ni un momento el redoble del tambor;
y que avance victorioso, doblegando corazones,
el pendón de nuestro ejército: el Divino Corazón!
Mons. Vicente M. Camacho
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